DÍA DEL PADRE

Un año más de celebración del Día del Padre… con ellos de cuerpo presente, o en espíritu. En mi vida ha habido dos papás súper importantes: el mío y el de mis hijos. Sin lugar a dudas, han sido los mejores padres del mundo. Pero, ¿qué hace que un papá sea el mejor? Para contestar a esta pregunta, tendré que echarme un rollo primero.

Comenzaré por decir que algunas mujeres piensan que la vida no es justa y que los hombres la tienen más fácil que nosotras. Esto puede ser cierto a nivel laboral, sin embargo creo que en lo que respecta a los hijos, somos las mujeres las que les llevamos una gran ventaja a los hombres. Somos  nosotras quienes los llevamos en nuestro vientre por nueve meses, siendo testigos directos del milagro de la vida. Somos nosotras quienes experimentamos los cambios en nuestro cuerpo, quienes tenemos el privilegio de dar a luz, y posteriormente, de disfrutar de ese pequeño gran milagro cuando amamantamos y cuidamos a nuestros hijos, creando así un lazo de amor indisoluble.

Pero la naturaleza es sabia, y cualquier persona que cuide a un bebé (o a otra persona de cualquier edad) y que responda a sus necesidades físicas y emocionales, podrá establecer fuertes vínculos con éste (Teoría del Apego de John Bowlby), así que los papás también pueden –y deben- crear esos lazos de amor.  “Se ha visto en investigaciones que la atención del padre y su interacción afectuosa con el bebé aumenta en los 3 primeros meses si tiene experiencias con su bebé sin ropas, con el cambio de pañales y la mirada cara a cara durante las 3 primeras horas de vida.” (Vínculo entre padres e hijos: observaciones recientes que alteran la atención perinatal. – John H. Kennell, MD* y Marshall H. Klaus, PhD).

Por lo tanto, creo que el título de Mejor Papá del Mundo se lo llevan aquellos padres que no solo apoyan económicamente a los hijos, sino que también llenan sus necesidades afectivas y están presentes en su vida. Aquellos que no solo ocupan el mismo espacio que sus hijos, sino que interactúan con ellos y les dan su amor.

Afortunadamente la vida me premió con dos papás así: el mío y el de mis hijos.

De mi esposo diré que me encanta su entrega y su compromiso con ellos. Como es una persona muy reservada, no mencionaré detalles. Solo agregaré que doy gracias a Dios por tenerlo en mi vida. ¡Mejor padre no hubieran podido tener mis bebés!

En cuanto a mi papá, yo creo que no le importa que lo ventanee… y si sí, pues ya no está aquí para reclamar, jajaja.

Como Médico, tuvo el privilegio de traer al mundo a cinco de sus seis hijos. Según él, por eso todos nosotros somos tan felices, pues lo primero que vimos al arribar a este mundo, fue su cara… jajaja, algo hay de eso.

Él trabajó incansablemente toda su vida para darnos siempre lo mejor. Fue un papá que no descuidaba a la madre de sus hijos y que balanceaba trabajo y familia, yéndose con ella de parranda mientras fueron jóvenes, y llevándonos a todos de vacaciones, mientras se pudo.

Siempre alegre, honesto, recto, trabajador, justo, simpático, defensor de las causas nobles. Por él aprendí a respetar la vida de los animales:

“…fue él quien me inculcó el amor a los animales una tarde que yo debía atrapar insectos para llevar al día siguiente a la escuela. Mi papá me vio cuando salí al patio con un frasco en la mano y me preguntó qué iba a hacer. Le expliqué que nos habían dejado de tarea atrapar tres insectos para luego disecarlos. Con mucha tristeza, me dijo que los seres humanos no teníamos derecho de matar a un animal, por más pequeño que éste fuera. Desgraciadamente, tuve que cumplir con mi tarea y llevé una mosca grandota, un chapulín y una araña, pero sus palabras se me quedaron grabadas por siempre. Hasta la fecha, no soporto que maltraten a los animales, ni siquiera a las hormigas.” (Mamá con Soda, Laura Jurado, agosto de 2011).

Y bueno, ya que menciono mi libro, ni para qué me quemo el coco tratando de explicarles lo buena onda que era mi papá. Mejor copiaré otra sección donde lo describo a la perfección:

“Cuando llegaba mi papá del consultorio por la noche, dejaba el carro en la entrada del portón o lo metía hasta la cochera por el corredor. Cuando hacía esto último, las cuatro hermanas nos asomábamos por la ventana de nuestro cuarto y le cantábamos: ‘ ♫ El Pelón Sopipo, pipo pipo pipo…’, luego corríamos a la ventana del suyo para seguirle cantando. En cuanto abría la puerta le  brincábamos los seis hijos… ¡nos podía a todos!

Pero no siempre llegaba temprano. Muchas veces regresaba cuando ya estábamos nosotros acostados y solo lo oíamos platicar con mi mamá: ¡”Tuve 25 particulares y 23 “isteros” (por decir un número.)”! Para mí, hablaban en clave, no sabía quiénes eran los famosos “isteros”. Luego entendí que eran pacientes que tenían servicio del ISSSTE (Instituto de Seguridad y Servicios Sociales para los Trabajadores del Estado), porque mi papá era el responsable de un puesto periférico de esa institución. Los “isteros” no pagaban consulta, el ISSSTE le pagaba a mi papá independientemente del número de pacientes que atendiera. Obviamente, él hubiera preferido atender a más particulares, sin embargo a la hora de la consulta no hacía diferencias entre unos y otros: a todos los recibía con la misma dedicación y empeño.

Y es que, aunque su sueño había sido convertirse en un gran cantante, siempre demostró una gran pasión por curar y por ayudar a sus enfermos. No solo escuchaba sus dolencias del cuerpo, sino también las del alma: era médico, psicólogo, consejero legal, amigo. ¡Muchas personas le decían que se aliviaban tan solo de verlo! Los adultos recibían algo más que una consulta, ya que los bombardeaba con innumerables chistes. ¡Las carcajadas se oían hasta la sala de espera, y los pacientes que ahí se encontraban se volvían impacientes queriendo recibir su dosis de buen humor! Su encanto se extendía también a los niños, prometía no inyectarlos, y  les hacía magia. ¡En cuanto empezaba la función, se olvidaban de sus dolencias!

Nunca le gustó operar pero realizaba todo tipo de curaciones; por ejemplo, aliviaba con gran éxito las quemaduras, sin dejar prácticamente cicatrices. También era muy bueno para el diagnóstico. Entre sus logros más grandes se puede contar el de un señor que tenía 20 años con hipo y el de una señora a quien le salvó un pie gangrenado, amarrándole los tobillos uno con otro durante varios meses.

Hacía visitas a domicilio, y cuando eran casos urgentes prendía una sirena que colocaba en el techo de su carro. Por muchos años, no tuvo horario. Sus pacientes lo buscaban ¡hasta en la madrugada!, y él se levantaba sin importar lo cansado que estuviera. Un día atendió  ¡a 70 pacientes! Empezó a las 7 de la mañana y regresó a la casa alrededor de las 12 de la noche, casi al borde de un infarto.

En una ocasión, tuvimos por unos días a un niñito que estaba muy grave. Mi papá invitó a sus papás a que se quedaran con nosotros para poder monitorear al bebé, quien afortunadamente se recuperó por completo.

¡Era muy guapo y lo celábamos bastante! A veces se ofrecía a llevar a alguna señora en el carro. Inmediatamente alguna de nosotras se pasaba al asiento de enfrente para que la ‘vieja’ no fuera de volada con él.  ¡Y es que era un tipazo! Todos los días andaba de traje, impecable, oliendo a loción, con sus uñas muy limpias y bien cortadas… ¡la pulcritud personificada!

Le gustaba jugar con nosotros. Lo peinábamos, y él dejaba que le pusiéramos brochecitos… ¡hacíamos lo que queríamos con él! Era súper lindo, más de una vez recibió a los pacientes con sus brochecitos puestos (¡jajaja!, pero no es que le gustara usarlos ¿eh?).

Su pelo empezaba a ponerse gris y llegamos a proponerle que nos diera un peso por cada cana que le quitáramos. Obviamente no quiso, argumentando que lo íbamos a dejar pobre y pelón.

También nos gustaba acompañarlo cuando hacía sus ejercicios. Como mencioné anteriormente, él tenía unas mancuernas con las que había logrado ponerse en forma y nosotros usábamos las nuestras (¡unos flamantes botes de desodorante!). Respirábamos profundamente mientras levantábamos los botecitos y exhalábamos con tanta fuerza como si hubiéramos hecho un gran esfuerzo. ¡Como disfrutábamos esos momentos juntos!

A pesar de que no estuvo mucho tiempo con nosotros por su trabajo, él fue, junto con mi mamá, el responsable de que mi vida haya estado llena de amor y alegría. ¡Fue una gran bendición el tenerlo como padre!” (Mamá con Soda, Laura Jurado, agosto de 2011).

Y bueno, podría seguir toda la tarde contando anécdotas de mi querido Gordo, pero no los quiero aburrir. Solo les diré que aún después de haber dejado su cuerpo físico, él se las ingenia para hacerse presente en mi vida:

“Pero el Gordo no solo se hizo presente en mis sueños. Al año siguiente me estuve acordando mucho de mi papá el día de su cumpleaños.  En la tarde fui a buscar una bolsa para la basura, y al sacar la caja, me brincó una foto que se había caído de un cajón, donde estamos él y yo bailando en la boda de  Carolina (Nora)… ¡Me dio tanto gusto verlo! ¡Fue como si me hubiera dicho que estaba feliz!

Lo más curioso es que dos años después, cuando faltaba un día para su cumpleaños, sucedió algo muy parecido. Ese día me puse a buscar fotos en un cajón, para un trabajo de Sofía (Catalina). Entre otras, encontré una donde estaba el Gordo celebrando su cumpleaños en un restaurante, con un pastel enfrente. Le comenté a mi hija que era muy raro el haberme encontrado precisamente esa foto un día antes de su cumpleaños. Al verla se me ocurrió escribir algo para mis hermanos como si viniera de parte de mi papá y anexarle la foto, así que la puse aparte. Empecé a guardar todos los papeles y fotografías que había sacado, cuando de repente la del cumpleaños me brincó de una carpeta… ¡la había guardado sin darme cuenta! ¡No me queda la menor duda de que el Gordo sigue presente en nuestras vidas, que es inmensamente feliz, y quiere hacérnoslo saber!” (sí… Mamá con Soda, etc., etc.).

Todos los días lo recuerdo, igual que a mi mamá, pero ayer ese recuerdo cobró más fuerza al encontrarnos mi hija y yo en el super a nuestros tíos (de cariño) Rafa y Mine Marroquín con una de sus hijas y dos de sus nietas. Curiosamente en ese momento llegó también uno de mis hermanos con su esposa y nos pusimos todos a platicar. Obviamente, no pudimos dejar de mencionar a mis queridos Gordos, especialmente a mi papá, pues él siempre le decía a Rafa que era su gran amigo. Nos dimos mil abrazos de despedida, pero el último fue el más importante, pues le dije al Sr. Marroquín: “Este abrazo se lo manda mi papá”. Estoy segura que el Gordo ha de haber estado muy complacido con eso.

En fin, ya fue mucho rollo. Por este medio le pido a Dios que ilumine a todos los papás del mundo para que siempre sepan guiar los pasos de sus hijos con amor.

¡Felicidades Papás!

LA CASA DEL ESPÍRITU

Hoy que me estaba bañando, al verme mi pancilla que ha crecido en los últimos meses y nomás no quiere bajar, le mandé mucho amor a todos mis músculos y en general a todo mi cuerpo. Me di cuenta en ese momento que el cuerpo físico es el hogar del espíritu, y le di las gracias por ello. Entonces me vino a la mente la idea de que nuestro cuerpo es como nuestra casa. Si ésta es fea, vieja, moderna, firme, o como sea, sigue siendo nuestra casa, la que nos alberga a nosotros y a nuestros seres queridos. Debemos verla como tal y ser agradecidos. ¿Qué nos pasa si el jardín, por ejemplo, está seco o tiene hierba mala? Nada. Podemos seguir viviendo ahí, pero tal vez sería mejor si le diéramos agua y sembráramos algo bonito en lugar de la hierba mala, ¿verdad? Pues con nuestro cuerpo físico es lo mismo. Si nos salen arrugas, o lonja, o celulitis… ¡no pasa nada! Nuestro bello espíritu va a seguir habitando ahí, pues es la casa que eligió desde antes de venir a la Tierra, así que, ¿por qué nos atormentamos tanto con el físico si lo importante es lo de adentro? Salgamos a la calle y contemplemos nuestra casa. Veamos con infinito amor y agradecimiento las puertas, las ventanas, el techo, el piso, las paredes, el jardín, las habitaciones, en fin, toda la casa porque es nuestro refugio. ¿Qué importa si la del vecino es más bonita o más fea? Nosotros vivimos en ésta y debemos dar gracias por tener un techo. Tal vez podemos hacerle algunas reparaciones… está bien, hagámoslas, pero no nos obsesionemos con ello. Ahora parémonos frente a un espejo y veamos nuestro maravilloso cuerpo con el mismo amor con el que vimos la casa. No importa si somos güeros, morenos, altos, bajos, flacos, gordos, buenotes, aguados, firmes, celulíticos, con o sin lonja, nuestro cuerpo es el hogar perfecto para la misión que el Espíritu tiene en esta Tierra. ¡Amemos nuestro cuerpo! ¡Demos gracias a todos nuestros aparatos, órganos, células y sistemas! Si podemos, hagamos ejercicio, comamos más saludablemente, tomemos más agua, pero por favor no nos obsesionemos con la belleza exterior, pues feos o bonitos, nuestros cuerpos guardan lo más preciado de nuestra vida: la Presencia Yo Soy, o sea… un pedacito de Dios.

CHUYO

Hace cuatro años llegó a nuestras vidas un perrito muy hermoso. Tenía aproximadamente tres meses, mientras que Manolo, nuestro perro consentido, tenía 8 años. El cachorrito era una mezcla de Golden Retriever (la raza de Manolo) con otra, ¡estaba muy lindo! De inmediato fue adoptado por él y les gustaba jugar y jugar todo el día. Lo bautizamos como Toby. Para entrenarlo compramos los rectángulos que están hechos del mismo material que los pañales, y muy pronto aprendió. Dormía en el comedor, y mi esposo le puso una puertita de madera para que no pasara al resto de la casa, sin embargo, en varias ocasiones lo cachamos en las recámaras. Pronto descubrimos por qué. Como la puertita no estaba todavía bien puesta, sino que la detenía un banquito, el muy listo aprendió a subirse a éste, luego a caminar sobre los muebles de la cocina y de ahí a brincar al piso, jajaja, ¡qué simpático!

Aproximadamente a los 15 días de haber llegado Toby, una cuñada de mi hermana nos contó que también ellos tenían perrito nuevo. Curiosamente, eran de la misma raza (bueno, el de ella sí era puro), del mismo color y casi de la misma edad (se llevaban 15 días nada más). Los hijos de esa familia se morían de las ganas de tener un perro, pero como ni el papá ni la mamá habían tenido nunca uno, el señor quiso escoger lo que fuera mejor para todos. Se puso a investigar, y encontró que la raza Golden Retriever es excelente para niños. Ignoro la razón, pero decidió comprar en un criadero uno de los cachorros de una pareja de campeones. El perrito le salió en un ojo de la cara, y aparte de eso, tuvo que pagar el traslado en avión. ¡Los hijos lo esperaban ilusionados, no así la cuñada de mi hermana, jajaja! El cachorrito estaba realmente hermoso…

El señor le construyó una especie de corralito en el patio, para que ahí fuera al baño. De día lo amarraban en el jardín, y lo soltaban solamente para que fuera al baño (dentro del corralito). De noche dormía adentro de una jaula… ¡Inocente! Como en esas fechas andaba por aquí mi hermana, íbamos mucho a visitar a la cuñada. Mis hijos se fascinaban con Rojo (así se llamaba) y él con ellos. A mí se me partía el alma de verlo encerrado o amarrado, y le decía a la señora que lo soltara o que me lo regalara. Claro que no me hacía caso. Un día decidieron que tener un perro no había sido la mejor decisión de sus vidas. Pusieron un anuncio en el periódico, intentando venderlo por la mitad de lo que les había costado, pero no recibieron ninguna oferta. Mi hermana estaba muy angustiada, pues pensaba que la cuñada, en cualquier momento, le abriría la puerta –como lo hacen tantas personas-. Hasta que un día, el señor le ofreció el cachorrito a mi esposo. Con dos perros, él pensaba que no era la mejor idea. El señor le dijo que se lo regalaba, que no le importaba perder dinero, pero que se habían dado cuenta que no estaban hechos para tener una mascota. Mi esposo entonces le propuso traerlo a prueba por tres semanas a nuestra casa, para ver si se llevaba bien con los otros dos. Si de plano no se acoplaba, no se lo devolvería, sino que lo cuidaríamos hasta que saliera un comprador. Sobra decir que los niños, Rojo y yo brincamos de la alegría con este notición.

Por fin llegó el día de recoger a nuestro nuevo bebé. ¡Rojo no cabía en sí de la felicidad! Lo metimos a su jaula y subimos al carro las quinientas mil cosas que le habían comprado (croquetas, cepillo, juguetes, camita, shampoo, etc.). Cuando lo llevamos al patio, lo primero que hicieron los tres fue olfatearse con las orejas muy paraditas, luego comenzaron a correr en círculos, Rojo  con Manolo y Toby a los lados, ¡parecían caballos! Al cabo de unos angustiantes minutos, comenzaron a jugar, corriendo para todos lados y abalanzándose unos sobre otros… ¡Fiu, habían pasado la primera prueba!

Los días pasaron, hasta que se llegaron las tres semanas. Mi marido convocó a una junta familiar para decidir el destino del pobre perrito. Obviamente, mis hijos y yo votamos porque se quedara. Él como que no estaba muy convencido que digamos, pero al final dijo que sí… ¡Yupiiiiiii! Cuando les dimos la noticia a nuestros amigos, la señora casi se desmaya, ¡temía que se los fuéramos a devolver, jajaja!

Ese día decidimos cambiarle el nombre. Todos hicimos nuestras propuestas, pero ninguna nos convencía. En eso nos acordamos de que al muy simple le encantaba cruzar la alberca caminando (claro, es que tenía una cubierta especial), creyéndose Jesús…. Jesús… Chuy… ¡habíamos encontrado el nombre!!!! 

Aparte de la caminata mística, le fascinaba correr como loco por todo el jardín. Era tanto lo que corría, que hasta un caminito hizo. Empezamos a pensar que era autista, pues corría y corría, sin hacerle caso a nadie.

Como en todo proceso de integración, los juegos tuvieron un papel muy importante. Comenzamos aventándole la pelota… ¡le fascina ir por ella! A Manolo también, pero cuando él la atrapa, se acaba el juego por un rato, pues no le gusta soltarla. En tiempo de calor, procuramos que la pelota caiga al agua, para que Chuy se aviente por ella… ¡es lo máximo para él! De hecho, a veces él solito empuja la pelota con el hocico para aventarse por ella, jajajaja.

Otro de sus pasatiempos favoritos se da cuando comemos en el jardín. Invariablemente, alguien le avienta la pelota al agua, se echa un clavado, agarra la pelota y regresa muy contento, corriendo todo mojado y se sacude justo enseguida de la comida y/o de los invitados, jajajajaja.

De tanto practicar, ya es un experto. Hace tres años lo llevamos a un concurso de salto de longitud y quedó en segundo lugar, brincando 12 pies. El año pasado también concursó, pero ahora no pasó a la final… eso sí, como está tan bonito, pusieron dos fotos de él en el periódico local (El Paso Times).

Debo confesar que en sus primeros meses en la casa Chuy no me caía tan bien, pues no me pelaba… bueno, no pelaba a nadie. Claro que me daba lástima y no lo hubiera rechazado por nada del mundo. Afortunadamente, con el paso del tiempo se le quitó lo antisocial. Tanto, que creo que ahora es el que más interactúa con nosotros. Cuando entran al comedor, Manolo se va a su camita. Toby da unas dos vueltas y también se acuesta. Chuy es el único que se queda parado, viéndonos, esperando que lo acariciemos y/o que juguemos con él. Me encanta ver cómo mueve sus cejitas, parece como si hablara con la pura mirada.

Sin lugar a dudas, los animales son seres especiales, y nosotros somos muy afortunados por poder disfrutarlos día a día. ¡Paco, Manolo, Toby y Chuy, gracias por venir a nuestras vidas y llenarlas de amor!

EL DIFÍCIL ARTE DE SER MAESTRO

La vida está hecha de enseñanzas. Venimos a ella a APRENDER. Algunas veces nos tocarán maestros muy queridos, otras, realmente insufribles. Pero… ¿qué es un maestro? Un maestro es una persona que transmite un conocimiento a los demás. Algunos estudian para ello, otros (la gran mayoría) enseñan aún sin proponérselo, de hecho, todos –absolutamente todos- contamos con uno o varios maestros a lo largo de nuestra vida: padres, hermanos, cónyuges, hijos, familia en general, amigos, jefes, compañeros de trabajo, de escuela, profesores, vecinos, mascotas, la vida misma… en fin, cada ser que se cruza en nuestro camino y cada situación que vivimos son (o pueden ser) portadores de una enseñanza, y viceversa, nosotros también –probablemente sin que sepamos- nos convertimos en maestro de alguien. Y aquí no hablo de la docencia, sino de algo más profundo. Dicen los que saben, que aquellas personas con las que tenemos más problemas, las que nos caen más gordas, son nuestros mejores maestros. Carlos Castañeda les llama “los pinches tiranos”. Afortunadamente son contadas las personas que me caen muy pero muy mal, y cuando me topo a alguien así, me gusta pensar que antes de venir a esta vida nos pusimos de acuerdo para hacernos la vida de cuadritos y que pudiéramos aprender algo de eso. Claro que la vida no es como la escuela, aquí no podemos copiar ni hacer trampa. Depende exclusivamente de nosotros el aprender o no la lección. Si lo hacemos, todo quedará como un simple recuerdo. Si no lo hacemos, se  nos seguirán presentando las mismas situaciones y/o el mismo tipo de personas, hasta que nos caiga el veinte y APRENDAMOS.

Hoy quiero hacer un reconocimiento especial a todos y cada uno de mis maestros, incluyendo a los de la escuela, así que va todo mi cariño y agradecimiento:

  1. A la señorita Sara León (Preprimaria).
  2. A las madres Bernardita la flaquita – (1º), Juana Torres Manzano (2º), Bernardita la Gordita (3º), Magdalena (4º), Pilar (5º) –a ella una mención especial por ser la maestra más discriminadora que he tenido en la vida, y quien con su odio me hizo demostrarle de qué estaba yo hecha-, Chayo (6º) –un remanso de paz, después de haber sufrido lo indecible con la anterior-, Carmen (1º de Secundaria, súper estricta pero justa, sin pelos en la lengua; abría la puerta de nuestro salón –especialmente después de Educación Física- y cuando le llegaba nuestro suave aroma, nos gritaba: “¡Pónganse limón!……….. ¡Úntense bicarrrrbonato!”, abriendo todas las ventanas para que se saliera la peste, jajaja, ¡pobre!).
  3. A los diferentes maestros (inglés, educación física, música) de Primaria y 1º  de Secundaria:  el ‘Patillas Roñosas’ (jajaja, perdón pero no me acuerdo de su nombre y así le pusieron mis hermanos), la Sra. Rosella Prieto (ella nos enseñó el Padre Nuestro en inglés, pero no sé si era la titular), “La Bruja” (un maestro que nos daba clases particulares de piano, mismas que yo odiaba y por lo tanto no le ponía empeño; en una ocasión le “renuncié”, pero mis papás no me dejaron, jajaja), a otro maestro viejito y flaquito que también nos daba música en 5º. Y 6º y que nos enseñó las biografías de los grandes como Chopin, Bach, Beethoven, entre otros. A la maestra de Dibujo  (no me acuerdo cómo se llamaba pero era guapísima). Al Profesor de Ciencias Naturales (súper buena gente, un poco grande de edad y con quien me inicié en eso de las metidas de pata: un día me quise hacer la graciosa y cuando él dijo que si alguien tenía alguna pregunta, yo levanté la mano y dije: “¿Qué va a hacer esta noche?”, la cual era una frase muy socorrida en las telenovelas; de inmediato se hizo un silencio impresionante en el salón y me di cuenta de la metida de pata que había dado; afortunadamente, el Profesor era tan lindo que, con su voz bondadosa me rescató diciendo: “Hoy en la noche voy a estar con mi familia, como siempre”… ¡fiu!).
  4. A los de 2º y 3º. de Secundaria. Quisiera rendir homenaje a todos ellos, pero desafortunadamente no recuerdo los nombres:

Víctor Villalobos (Ciencias Sociales 2, buenísima persona, me escribió algo muy bonito: “Vive este día como si fuera el último de tu vida”), Leobardo Sánchez Silva ‘Takeshi’ (Ciencias Naturales 2, muy jovial, siempre sonriente y agradable), Salvador Sánchez (Español 2, tenía un método muy peculiar para llamar nuestra atención: cuando nos poníamos a hablar como tarabillas, empezaba a dar la clase con una voz apenas audible… ¡en menos de dos minutos lograba calmarnos!), Víctor Vázquez (Matemáticas 2, siempre iba súper elegante a sus clases, de traje), Martha Alanís (Taquimecanografía, de falda y tacones, una vez me dijo algo muy cierto: “Todos los extremos son malos”), Vicente Valles (Ciencias Naturales 3, súper lindo, muy identificado con los jóvenes), Carlos Millán ‘el Príncipe Azul’ porque siempre se vestía de ese color (Inglés 3), Isaías Orozco (Ciencias Sociales 3, le dieron en su mero mole cuando vimos el régimen comunista), Esteban Alva Jr (Inglés 2… ¿qué puedo decir de este maestro? Era de los más jóvenes, súper educado, pulcro y carismático. Yo llegué a tenerle mucho cariño. En una ocasión, tuvimos que aprendernos una breve historia. Era tan buen maestro que jamás la he olvidado: “Mrs. Martínez went to the park yesterday. When she left, she forgot her purse on the bench. An old man came and saw the purse on the bench; he followed Mrs. Martínez and called her: ‘¡Lady!’. He gave her the purse. Mrs. Martínez was grateful and gave him a tip”).

  • A los del COBACH 3TM. Aquí también una disculpa a todos los que no menciono. Empezamos con el Ing. Antonio Sandoval Olivas (Física), súper inteligente y buena persona. Elsa Mireya Rodríguez Gallardo (Literatura, al finalizar el año nos dio un papelito con una poesía de Rudyard Kipling: “No Desistas” –Cuando vayan mal las cosas como a veces suelen ir… descansar acaso debes, pero nunca desistir), Pedro Gallo (Química), Rosario Durán (Inglés, estricta, pero muy buena para explicar), la maestra de Metodología (Socorro no sé qué… recuerdo que nos enseño lo de Modus Tollendo Tollens y Modus Ponendo Ponens), la de Laboratorio (creo que se llamaba Jesusita), la de E.S.E.M (muy guapa, pero no me acuerdo de su nombre), Carlos Girón (Cálculo), Graciela González (excelente maestra de Química con una personalidad que nos cautivó desde el primer día pues era una mujer muy segura de sí misma. Nos encantaba su forma de maquillarse y la manera en que daba la clase, pero lo que más admirábamos de ella era que apenas se había casado y ya no era una jovencita (no me acuerdo qué edad tendría, ¿30?, ¿40? no sé, solo sé que en esa época era una edad poco convencional para casarse).
  • A los del ITCH, alias mi querido Tec de Chihuahua. En primer lugar, y aunque nunca me dio clases, no puedo dejar de mencionar a una finísima persona, que con su rectitud y amabilidad se ganó el cariño y el respeto de todos, nuestro Director, el Dr. Esteban Hernández. De igual manera, y con el mismo cariño: Posada, la Escuadrita, el Cartulino, Maurilio, Santiesteban, Pinoncelly, García Terrazas, Horacio Baca, Germán Máynez, Aguayo, Manzanera, Luján (el joven y el señor), Rodríguez, Castellanos, Hinostroza, Delia Castillo, Salvador Sánchez, Carrasco, Miguel Gallardo, Galicia y el Cabo Telésforo López (el instructor de la banda de guerra y escoltas). Aunque sí son todos los que están, no están todos los que son, por lo tanto, ofrezco una sincera disculpa a aquellos que se me pasaron.
  • A los otros maestros que he tenido (en la actualidad, a Daniela quien me da clases de Italiano, y a Betsy y Gilberto, de Pilates).

Sin lugar a dudas, los maestros nos marcan, unos más que otros. Ya para terminar quiero compartir con ustedes un ejercicio hermoso que tuvo nuestra querida maestra de Psicología, Delia Castillo. En una de sus clases nos puso a escribir nuestros nombres en un papelito, luego los pusimos en un frasco, y cada quién escogió uno.  Posteriormente, nos dio diplomas en blanco para que pusiéramos el nombre de la persona que nos tocó, y le dijéramos sus cualidades. Curiosamente, no recuerdo a quién le escribí yo, ni qué le dije, pero tengo perfectamente grabado lo que mi compañero Raúl me escribió a mí. Fue un ejercicio realmente hermoso que aumentó nuestra auto-estima.

Gracias a Dios, mi hija de tan solo 13 años acaba de vivir un experimento como ese. Una de sus maestras (Mrs. Gafkjen) pasó una hoja en blanco a cada uno de sus alumnos y les pidió que escribieran algo bonito de todos sus compañeros. Al final, ella se encargó de resumir todo en hojas individuales y se las entregó a los muchachos. ¡Mi hija estaba emocionadísima! Lo que más recuerdo es que le chulearon su carácter, su sonrisa y su cabello… ¿qué más puede pedir una adolescente?

A ella, a Delia Castillo, a los maestros que he tenido y/o que mencioné, y a todos los que día a día hacen una diferencia en la vida de sus alumnos… ¡GRACIAS!

UNA MADRE NO TAN A TODA MADRE

Hoy es 10 de mayo, así que el tema obligado es el día de las Madres. Es bonito ver cómo casi todos pensamos que nuestra mamá es la mejor del mundo. Pero es curioso cómo casi todas las mamás pensamos que nos falta mucho para llegar a serlo.  O bueno, tal vez yo soy la única que piensa eso, jajaja. Y es que yo asocio el Día de las Madres con mi mamá, mi suegra, mis tías, o  las mamás de mis amigas. Por eso se me hace muy raro que me feliciten este día.

¿Cuándo podría compararme, por ejemplo con mi mamá? ¡Jamás! Ella fue dulce, bondadosa, cariñosa, comprensiva, siempre novia, siempre amiga (ah no verdad, esa es una canción), que sí nos daba nuestras buenas nalgadas y regañadas -y nos caía muy gorda en esos momentos-, pero que afortunadamente tuvo más cosas buenas que malas. Destilaba bondad por los poros y se encargó de llenar hasta el tope el tonel de nuestra autoestima. Era tanto el amor que tenía para dar, que lo repartía a los amigos de sus seis hijos y a todo el mundo.

De ella heredé el pelo rizado, las várices, las ojeras y las migrañas, sus aretes redondos de oro, el frasco para laurel, el aplastador de tortillas y el juego de té chino, entre otras cosas.

¿Por qué no pude heredar también su bondad y su abnegación? Nunca lo voy a saber, pero eso es algo que deseo con todo mi corazón: educar a mis hijos con el mismo amor con el que ella lo hizo. De hecho, la parte central de mi tablero de visualización tiene una hermosa monita campirana (tomada de una agenda de Mary Engelbreit) preparando unas galletitas, haciendo todo con amor, y abajo viene una leyenda de la Madre Teresa que dice: “Dios no se fija en qué tanto haces, sino con cuánto amor lo haces”. Desgraciadamente, por más que me esfuerzo, por más que quiero a mis hijos, no soy cariñosa… y eso me duele porque me encanta ser mamá y me encantan mis hijos. Disfruto muchísimo el que ellos lleguen y esté la comida lista y la casa recogida, el ser su chofer particular (bueno, exageré… no siempre me encanta), el atenderlos cuando se enferman, el escucharlos, el verlos crecer y disfrutar cada etapa de sus vidas.

Lo único que puedo hacer es seguir viendo todos los días esa imagen de mi tablero hasta que se haga realidad, y tomando de ejemplo a cuanta mujer admirable encuentre en mi camino.

Hay algunas a las que admiro porque son muy disciplinadas, otras porque tratan con mucho amor a sus hijos. Unas más (desgraciadamente, las menos), porque combinan de manera brillante las dos cosas. Nada menos, hace unos tres días platiqué con una que es digna representante de este último grupo y le expresé mi admiración. Al momento de contarle mi deseo de ser más cariñosa, mi amiga Nora Cuvelier, que es madre de seis hijos y en cuya familia reina el amor, la disciplina y la armonía, me contó algo que me gustó mucho. Dice ella que cuando se muere un perrito o una vaca, nos da tristeza, pero no como la que nos embarga al momento de que muere un ser humano. Según esto, cuando una persona muere, muere también su potencial, pues aunque no somos perfectos, los seres humanos somos los únicos perfectibles. Su explicación me encantó e hizo que renaciera en mí la esperanza de ser más cariñosa.

Vaya pues mi reconocimiento a todas las mamás del mundo, incluyendo a las que lo son de sus sobrinos y/o de sus mascotas, y de manera muy especial, a las que comparten el mismo sentimiento que yo.

Y aunque no sé si mi mamá tenga compu en el Más Allá, le envío de nuevo esta bella tarjeta que le di hace chorrocientos mil años (cuando era niña), y que encierra todo lo que por ella siento. ¡Felicidades a la Mejor Mamá del Mundo y del Inframundo!!!!

NOTA: Esta publicación la estoy volviendo a subir en el año 2021 y no encuentro la foto de la tarjeta, OK¡? Así que se las debo.

EL DÍA DE MI REY

MI ESPOSO EN OHIO, NO ENOJAIO, O LO QUE ES LO MISMO: UN MERECIDO RECONOCIMIENTO II PARTE

PREPARATIVOS

Antes de empezar, debo advertirles que a mí me gusta platicar “desde ring-ring” (como decía mi mamá), o sea, con pelos y señales, así que prepárense para todo un rollo. Para que no sea tan pesado, lo he dividido en bloques.

Mis amigos del Facebook personal recordarán que hace unas semanas platiqué que mi esposo había sido distinguido con el premio más importante de la compañía para la cual trabaja. Ahí les conté que mis hijos y yo habíamos asistido a una emotiva junta de comunicación con todos los empleados, en donde le habían entregado una placa. Pues bien, este martes fue el reconocimiento oficial por parte de los chipocles de la compañía, en Columbus, Ohio. La organización del evento estuvo increíble. Tres semanas antes, enviaron el menú para que desde ese momento eligiéramos la cena, preguntaron  mi nombre e inclusive pidieron que mencionara cómo me gustaba que me dijeran (qué detallazo, ¿no?).

Una semana después de ese correo comencé a buscar mi atuendo. Recorrí 5 tiendas y me medí como 50 vestidos, pero no encontré nada que me gustara. A los pocos días, finalmente, ocurrió el milagro en Dillard´s: me topé cara a cara (o cara a tela, más bien) con un vestido precioso color coral fuerte, tejido con gancho y con una franja de tela como acordeón en medio –tipo el adorno que se usaba al envolver regalos en los años 60´s y 70´s. Lo mejor es que el precio era relativamente perfecto. Digo relativamente, pues si bien era un poco más de lo que yo pensaba pagar, me encantó cómo se me veía y decidí que me lo merecía (¡pos´ claro!). Mi esposo me hizo saber que la temperatura en Ohio era muy diferente de la de aquí, así que siendo yo la mujer más friolenta del mundo, compré también un saco-abrigo en Stein Mart que me encantó.  Me probé el atuendo con unos zapatos que ya tenía, pero como me apretaban un poco, le pedí a mi sobrina  que me acompañara a comprar otros. Nos citamos en MJM. Yo me tardé como 10 minutos, y cuando llegué, la Tonta -ni tan tonta- ya me tenía 3 pares. El primero que me medí me encantó: eran de pulsera, tacón alto pero no matador, color azul eléctrico,  y tenían un pedazo de tela como en acordeón que iba de la punta hasta la pulsera (muy parecidos a los que usaba Pepita Parachoques). Me medí los demás por no dejar, pero ya me había enamorado de los primeros.  Como el color del vestido era muy diferente del de los zapatos, buscamos una bolsa que combinara con éstos; la encontramos a la primera, y salimos de ahí muy contentas. Cada una se fue a un Wal-Mart diferente, y por teléfono, ella me dijo qué pintura de uñas y de labios comprar, así como cuál maquillaje para tapar las –probables, ajá- imperfecciones de las piernas. Después de la asesoría pasé a su casa por unos aretes que combinaban súper bien con el vestido y en la noche me medí todo para ver qué faltaba. ¡Casi me da el ataque cuando veo que el hermoso saquito no cascaba ni máiz (o sea, que no combinaba), hacía que los colores se mordieran! En eso me acordé de uno que había comprado 5 o  6 años atrás en Kohl´s y que nunca me había puesto. Era como de los años 60´s: línea A, cuellito redondo y manga ¾. Me lo puse con el vestido y los zapatos y me fascinó. Le mandé fotos a mi sobrina, pero como está tonta, no las pudo ver bien, jajaja, no es cierto, es que no tiene compu y no las pudo apreciar en el celular.

Al día siguiente fue ella a Marshall´s y me mandó fotos de dos saquitos. En cuanto pude me lancé a comprarlos pensando en devolverlos al día siguiente si no me gustaban, y efectivamente, ya puestos no me convencieron. No importa, de todas maneras me encantó cómo se veía mi viejo saco nuevo.  Y aquí no me vayan a apedrear, pero al final, y después de mandarles la foto a una de mis hermanas y a dos de mis sobrinas, decidí mejor ponerme los zapatos que ya tenía, pues los otros me parecieron demasiado modernos para la ocasión (¿para la ocasión o para mí? Jajaja).

Total que ya solo me quedaban tres pendientes: el pelo, los perros y los niños. El primero se dividía en dos: tinte y peinado. Para el tinte tuve que  ir al retoque dos semanas antes de lo necesario y como siempre, mi amiga Adriana me lo dejó espectacular… y bueno, ya que menciono su nombre, me voy a permitir hacer un paréntesis para contar algo que me sucedió con ella. Adriana es mi estilista de cabecera desde hace casi 8 años y tiene un carácter hermoso: es muy platicadora, sencilla y sensata…. ¡me encanta su trabajo y siempre me hace sentir especial! Ese día, sin embargo, no fue así. A pesar de que Adriana estaba –como siempre-  de muy buen humor,  la noté rara. Al principio no sabía por qué, luego me cayó el veinte de que era porque me estaba diciendo Laura, ¡jajaja!…ya sé que así me llamo, pero ella nunca me había dicho así y me empecé a sentir un poco incómoda. La incomodidad comenzó a disminuir cuando ella dejó salir un ‘amiga’ en la conversación. Sin pelos en la lengua se lo hice saber, asegurándole que ya estaba mejor. Adriana se rió y me dijo que estaba loca (¡ay nooooo!). A pesar de haberle dicho que me sentía mejor, algo me faltaba pero no sabía qué era.  Casi al final de la cita, mis oídos escucharon un melodioso sonido, la palabra “Laurita”, jajajajajaja, me solté riendo y le dije que eso era lo que extrañaba (¡!) Lógicamente, ella también se atacó de la risa, y llegamos a la misma conclusión: ¡que estoy muy chiple, jajajaja! Pero no es chiplería, es solo que me saca de onda que no me digan como siempre lo han hecho. En fin, después de tan interesante disertación, se cierra el paréntesis.

Volviendo a lo del pelo, ya estaba la primera parte. Solo faltaban  los niños, los perros y el peinado. A los primeros los encargué en casas de dos amigas mías, a cual más de serviciales y lindas. Una vecina, igual de amable, fue la encargada de alimentar a los hijos caninos. Para el peinado, mi esposo sugirió que me lo hiciera en Ohio, pero me horroricé solo de pensar que el avión se pudiera retrasar y que no me diera tiempo, así que decidí mejor ir a peinarme el lunes en la tarde.  Como tengo mucho cabello, la señorita se tardó una hora aproximadamente.

Saliendo de ahí llevé a mi hija a casa de mi amiga, fui a la casa por el puberto, lo llevé con mi otra amiga, me eché un chal como de una hora, y finalmente  regresé a mi casa a las 10. Me estaba muriendo de hambre, y ya le había echado el ojo a una avenita, así que lo primero que hice fue lavarme las manos (obvio, soy hija del Dr. Jurado) y preparármela. Luego terminé de hacer mi maleta y nos dormimos a las 11:30.

LA IDA

A la mañana siguiente nos despertamos muy a tiempo y salimos de la casa a las 5:30. No tenía hambre pero me llevé un Ensure para cuando me diera. Llegamos al aeropuerto, imprimimos nuestros boletos, y me di cuenta que no podía pasar el Ensure a la revisión, así que entre mi esposo  y yo le dimos matarile. Nos revisaron y luego solo esperamos 10 minutos para poder abordar. El viaje se me hizo súper largo, aunque no duró ni tres horas. Yo pienso que fue porque lo único que traía en mi pancita era el Ensure (los muy piedras solo nos ofrecieron bebida) y porque me dolía el cóccix de tanto estar sentada. Al otro lado del pasillo iba sentado un paisano, con pantalón de mezclilla, jersey deportivo, tenis y cachucha. Ya nos habían servido algo de tomar y se me hizo raro que todo el tiempo tuviera la bebida en la mano. Entonces él me preguntó si el sobrecargo pasaría por el vaso para tirarlo a la basura. Le dije que sí, y el chavo, todo nervioso, me contó que era la primera vez que se subía a un avión, que tenía a todo el mundo preguntándole en Facebook cómo se sentía en ese momento. Yo traté de tranquilizarlo, hablándole sobre el bajo índice de accidentes de aviación, comparado con otros medios de transporte. El muchacho se veía muy sano y tenía una historia muy parecida a la de tantos inmigrantes: nacido en México (Torreón), había emigrado a Michigan desde los 8 años con su mamá. Hacía 13 años que no regresaba a su país y no veía a su papá desde entonces. Llevaba ya más de un mes visitando familiares en Guadalajara, Torreón, Durango, Sonora (¿o era Sinaloa?) y Juárez. Sus hijos, esposa y sobrinos le marcaban todos los días para decirle que lo extrañaban mucho… ¡se le iluminaba el rostro cuando hablaba de ellos! Platicamos también de la violencia, pero gracias a Dios él no vio nada feo durante su viaje. Me traía de nervios con el vaso de agua en la mano, así que –toda metiche- le pregunté por qué no lo ponía en la mesita. Me dijo que le daba miedo que se le fuera a caer en las piernas. Yo le aseguré que eso no pasaría a menos de que hubiera una gran turbulencia. Por fin se animó y lo puso. Claro que a los dos minutos pasó el sobrecargo recogiendo la basura… Después de eso, yo intenté dormir un rato y en poco tiempo llegamos a Chicago para transbordar. Mi esperanza era que comiéramos ahí, pero no tuve tanta suerte: como a los dos minutos de haber llegado a la sala de abordaje, empezaron a llamar a los pasajeros (grrr!). Lo bueno es que mi estomaguito es muy obediente y si sabe que no hay comida, no la hace de emoción. Mientras hacíamos fila, nos llamó mucho la atención una niñita hermosa como de 3 años que cantaba como los ángeles y sin el menor asomo de vergüenza. En serio que la escena parecía sacada de una película. No sé qué canción estaba cantando, pero me recordó mucho la película de Steven Spielberg “El Imperio del Sol” (Empire of the Sun), específicamente cuando el niño rinde homenaje a los soldados japoneses, cantando una hermosa canción que le había enseñado su mamá cuando era chiquito… ¡la canción de la niña era muy parecida! Toda la concurrencia estaba igual de emocionada que nosotros. Aparte de la voz y la seguridad de la niña, me fascinó ver la cara de orgullo y de humildad del papá (que parecía noruego, polaco, o algo así) cuando nuestras miradas se cruzaron… Pero la niña no era el único personaje digno de una película, había otros dos que se distinguían: una señora hindú que traía un sari hermosísimo y un señor (árabe, supongo) muy elegante de traje y con un turbante azul marino padrísimo. El sari de la señora hasta a mi marido le pareció bonito… ¡para unos cojines, jajajaja! Y bueno, hablando de él, antes de despegar le dijo a la señora que se abrochara el cinturón, pero ella puso cara de ‘what?’. Sin sonreírle ni nada, solo se volteó hacia el otro lado. Lo primero que pensamos fue: ‘má, ¿pos’ esta?’, pero mi marido, todo lindo, se dio cuenta que la bendita señora no tenía ni idea de cómo abrocharlo, y con mucha paciencia le volvió a decir. El cinturón estaba muy pequeño para ella, así que él le mostró cómo ajustarlo. Una vez que la señora se lo pudo abrochar (el cinturón, jajajajaja), volteó a ver a mi marido con una sonrisa de oreja a oreja, como quien acaba de hacer una vagancia… ¡nos encantó! El viaje duró menos de una hora. Cuando aterrizamos, algunos nos pusimos de pie mientras esperábamos que abrieran la puerta. Yo quedé parada junto a la señora hindú, y le dije señalando su sari: “I like this, it´s beautiful!”, la hermosa señora señaló mi dije plateado de corazón (regalo de mi querida Cuñis Lily y que a todo el mundo le gusta) y exclamó: “Biutiful!” (sic).

EN COLUMBUS

Cuando llegamos a la sala de espera, había varias personas con letreros de papel. En eso vemos a un señor muy alto, sosteniendo un iPad en sus manos, en cuya pantalla se leía nuestro apellido… ¡Wow, eso es modernidad! –pensé-. Muy amable nos saludó, tomó mi maleta y nos guió hacia el estacionamiento. Ahí nos esperaba un carrazo y por supuesto que cuando mi esposo comentó lo bonito estaba, la naca de yo no pude dejar de preguntar qué marca era. Digo naca, porque justo cuando el señor contestó que era un Cadillac, lo vi en el tablero. El señor olía riquísimo, pero ahí sí no me animé a preguntarle el nombre de la loción.

 Me fascinó que Columbus fuera una ciudad tan verde, con árboles y plantas por todos lados. El clima estaba muy bonito y el señor nos dijo que eso era muy raro… Raro para ustedes, dije yo para mis adentros, pues frecuentemente me toca que a donde voy, las condiciones cambian para bien (lo mismo pasó en Chicago). Esto aplica también al tráfico. La mayoría de las veces que hay embotellamientos y que ando en la calle, tengo la fortuna de ir en los carriles opuestos. Yo lo atribuyo a los ángeles que siempre me acompañan.

En 10 o 15 minutos llegamos al hotel y lo primero que nos dijo el chofer fue que meses antes, Obama se había hospedado ahí.

El hotel estaba muy padre, aunque me pareció un poco frío por su decoración minimalista. Nuestra habitación quedaba en el piso 9 desde donde se veía artísticamente decorada la terraza al centro del hotel. Por las ventanas podíamos ver toda la ciudad, incluyendo por supuesto la famosísima Arena, casa del equipo de hockey ‘Blue Jackets’. La puerta del baño era corrediza, me sentía como si estuviera en Japón. Mi esposo bajó a echarse un cigarrito y yo aproveché para inspeccionar el baño (claro, tenía que saber si servía o no, jajaja).  Luego bajé yo también para encontrarme con mi marido. Los dos nos moríamos de hambre, y él, con su olfato de chilaquil, ya había investigado dónde podíamos comer. Muy cerca había un restaurante italiano, pero no había ni un alma en el lugar (¡malo!).  Alguien le había recomendado que fuéramos a un mercado, a dos cuadras del hotel, y eso nos latió más. Entramos y vimos que había puestos de mil cosas (la mayoría de comida). Nos decidimos por unos sándwiches, yo pedí uno de jamón serrano con cebolla caramelizada y pimiento morrón…mmmh!,  mi esposo eligió uno de pavo Sausalito. Le pedimos al chavo que los cortara a la mitad para poder compartir, ¡los dos estaban deliciosos! A pesar de traer la consigna de no comer mucho, no dejamos nada en los platos. Luego compramos unos chocolatitos y regresamos muy satisfechos al hotel para arreglarnos. Cuando entramos a la habitación nos encontramos con una botella de vino y dos copas,  así como un plato con diferentes quesitos y una tarjeta de bienvenida. Aunque ya no podíamos probar bocado, no resistimos la tentación y dimos una probadita… ¡riquísimo! Luego procedimos a la acicalada.

Aunque aparentemente teníamos tiempo de sobra, este resultó apenas justo para mí. Comencé por quitarme las calcetas. Con horror vi que tenía el resorte marcado en los chamorros… lo único que pude hacer fue darme un masaje y pedir a Dios que se me quitara para la cena. Afortunadamente, así fue. Aparte de ese pequeño incidente, según yo, cada detalle estaba perfectamente calculado… claro que a la hora de subirnos al carro me di cuenta que no me había puesto maquillaje en los pies… ¡se veían bien chistosos comparados con las piernas, jajajajaja! Pero bueno, no tuve la precaución de echar el maquillaje a la bolsa, así que fingí demencia. La señora que nos llevó al lugar nos contó un poco sobre una zona por la que pasamos, la más antigua de la ciudad. Nos dijo que muchas de esas casas habían tenido túneles que servían para esconder a los esclavos que venían huyendo del Sur. Mi imaginación voló, pensando en los fantasmas y las historias que cada una de esas casas podría contar.

EL EVENTO

Y bueno, por fin llegamos. El evento año con año se realizaba en el Club Campestre, pero como lo estaban remodelando, en esta ocasión lo habían cambiado a un  jardín botánico e invernadero hermosísimo (Franklin Park Conservatory) que muchas veces se alquilaba para bodas.

En la entrada había muchas flores, nos quedamos con la boca abierta al ver el tamaño y colorido de los tulipanes… Entramos al lugar y nos recibieron unas señoritas, nos dieron nuestros gafetes y una de ellas nos encaminó a la exhibición de mariposas. ¡Estas eran espectaculares, de todos los colores habidos y por haber! Ahí adentro conocimos a otra de las ganadoras que iba con su hermana y su jefa –o sea, su superiora, no su mamá, jajaja-. También nos encontramos a la jefa de mi esposo y se anduvo un ratito con nosotros. Me dio mucha risa ver –despistadamente, claro- que a ella también se le había marcado el resorte de sus calcetas, jajajajaja (claro que el mío eran como columnas y el de ella solo una raya). Mi esposo se empezó a asar y nos fuimos a donde sería la cena. Había música de arpa bellamente interpretada por una muchacha, la cual leía las partituras modernamente en su iPad.  Ahí conocimos a la tercera de las ganadoras y a su esposo. La cuarta ganadora desgraciadamente no pudo asistir porque su papá había enfermado de gravedad. Todo eran sonrisas y abrazos. Gente iba y gente venía, presentándose con nosotros. Una señora como de mi edad llegó muy linda a preguntarnos qué tal había estado el vuelo, qué nos había parecido la habitación y cosas así. Nos explicó que primero sería un coctel, luego pasaríamos a la cena. Luego llegó otra de las organizadoras, igual de amable. Cuando nos presentamos y dije mi nombre, trató de repetirlo en español, lo cual me pareció un pequeño gran detalle pues los gringos por lo general siempre me dicen ‘Lora’.

Nos acercamos a la barra. La jefa de mi esposo me recomendó el Cosmo, el cual es un Martini que se hizo famoso gracias al programa ‘Sex and the City’. Yo jamás había probado un Martini, pero ese se me antojó, ya que era dulzón. Estaba rico. Mi marido dijo que eso era para mujeres y mejor pidió otra cosa. Los meseros pasaban y pasaban con entremeses. Aunque todo se veía delicioso, ya no teníamos espacio para más. En una de esas, una pobre mesera me dice: “¡Nadie está comiendo nada de esto… y nosotros que preparamos tantos!” Me sentí bien mal, pero le expliqué que acabábamos de comer y que todavía faltaba la cena. Toda linda me preguntó a dónde habíamos ido y agarramos brevemente el chal. Como a la media hora hicieron su aparición los Chiplocles: el mero mero de la compañía, el fundador de ésta, y otros McClains. Con una gran sonrisa, se acercaron a conocer a cada uno de los ganadores y a sus acompañantes. Platicaron un buen rato con cada uno de los primeros, mostrándose muy interesados en ellos. Y es que teniendo puestos tan altos, y con tanta gente a su cargo, es prácticamente imposible conocer “a los de a pie” (bueno, los de “bici”). Y hablando de “a pie”, la muy mensa olvidé unas esponjitas que había comprado para los zapatos, los cuales me estaban matando. También había olvidado unos curitas que pensaba utilizar para lo mismo… ¡grrrr! Y es que nunca me acordé que los gringos acostumbran tener sus reuniones sociales de pie… ¡háganme el c… favor! Decidí tomarme dos antiinflamatorios que traía en la bolsa, a ver si me ayudaban en algo. Luego me acerqué a una de las organizadoras (la que nos había preguntado qué tal estaba todo) y le pregunté cuánto faltaba para que pasáramos a la mesa. Le conté que no aguantaba las patrullas, y lógicamente bajó la vista para ver mis zapatos… jajaja, en eso me acordé que mis piecitos eran de otro color… ¡ni modo! Le dije también que no me acordaba que las reuniones gringas eran de pie y le platiqué de una que tuvo lugar en casa de la jefa de mi marido a la que había ido con unas botas de tacón exageradamente alto. En esa ocasión me pasé la noche recargando el peso de un pie al otro. Desgraciadamente ahora no lo podía hacer, ya que eso me provocaba un dolor más grande. La señora también se sinceró conmigo y me dijo que si unos zapatos no son cómodos la primera vez, no los vuelve a usar, y me mostró los que ella traía (muy cómodos y bonitos). Gracias a Dios  faltaban solo 10 ó 15 minutos para pasar a la mesa. Me regresé a la bolita en donde estaba mi esposo y de repente me empecé a sentir muy mal. No sé si fue el calor (estábamos en un invernadero), el Martini, las pastillas, o la combinación de las tres cosas, pero empecé a sudar frío y a sentirme muy débil. Le dije a mi marido que me sentía mal y que me iba a sentar. Casi llorando (por mis piecitos) me fui a unas banquitas. Mi esposo me alcanzó en un minuto. Me daba pena que estuviera conmigo, lo que menos quería era hacer un pancho. Afortunadamente, el fundador de la compañía se vino detrás de él y comenzó a interrogarlo acerca de su trabajo, eso me hizo relajarme un poco. A  los 5 minutos nos pidieron que pasáramos a la mesa (yay!). Ya mi marido me había platicado la mecánica del evento, pues a él le había tocado asistir tres años atrás cuando uno de sus empleados fue uno de los ganadores. En cada mesa se sentaba un ganador con su pareja, su jefe (a), un ejecutivo de muy alto rango y un comodín (el mero mero -o sea el chipocles mayor-, el fundador de la compañía, y el mero mero de Recursos Humanos). Estos tres últimos se rotaban de mesa en mesa. A nosotros nos tocó empezar con Chipocles mayor. Me encantó ver que tanto él como todas las personas que ahí se encontraban, eran de lo más sencillas. Nos acompañó durante la ensalada, la cual estuvo riquísima. Platicó mucho con mi esposo, mientras los otros dos – todos lindos- le decían lindeces de su trabajo y de su persona (o sea, de mi viejo). Después de la ensalada vino una señora muy amable a nuestra mesa a pedirle a Chipocles que se pasara a la siguiente. Así lo hizo y tomó su lugar el fundador de la compañía. Él nos acompañó durante el pescado. Este no me fascinó (el pescado, porque el señor sí era buena onda). Cuando se hubo ido a la otra mesa (el señor, no el pescado, jajaja) y vino el postre, tomó su lugar nada más y nada menos que… ¡la señora a la que le había dicho que me dolían los pies, jajajajaja! Me dio tanta pena, y por supuesto que se lo comenté. Todos nos atacamos de la risa. A la hora del cafecito, mi nueva confidente se levantó para comenzar la ceremonia de premiación. Comenzó explicando que este era un reconocimiento sumamente importante y que para todos ellos era un honor contar con personas tan valiosas como mi marido y las otras tres señoras. Pasaron a hablar los otros dos personajes, a cual más de sencillo y carismático. Luego tomó la palabra la jefa de una de las ganadoras. Se expresó muy bonito de la señora, diciendo que ella debería de ser su jefa y no al revés. Pasó la ganadora al frente, le entregaron su premio, y como buena vieja, no pudo decir ni una palabra. Lo mismo pasó con la otra: su jefa dijo lindeces, ella recibió su premio y se retiró llore y llore. Y claro, lo mejor estaba para el final… pasó la jefa de mi marido a decir puras verdades: que era un gran líder, carismático, comprometido, ejemplar, etc., claro que yo estaba con el ojo de Remi… Luego pasó mi rey a que le dieran su premio y él no lloró, jajaja, de hecho dio un discurso muy bonito. Primero felicitó a las otras ganadoras, platicó acerca de la junta de comunicación en la que le habían dado la placa, cómo había escuchado emocionado lo que cada uno de sus empleados dijo acerca de su persona, y que de repente había volteado al fondo del salón y había visto a su familia. Dijo que en ese momento se dio cuenta de la conexión entre el logro profesional y lo personal, y que eso lo había matado…y ahí sí se le quebró un poquito la voz. Terminó diciendo que lo más importante para él era el impacto que este premio tendría para su familia.

Después de eso, se tomaron miles de fotos y todo el mundo se empezó a despedir. Afuera nos esperaban ya los carros para llevarnos de regreso al hotel. Llegamos en 10 minutos, y lógicamente lo primero que hice al salir del elevador fue quitarme los zapatos… ¡ya no los aguantaba! Comimos un poco más de los quesitos, tomamos un poco de vino (la verdad yo  solo le di un sorbito) y nos dormimos emocionados por haber vivido esa hermosa experiencia. El avión, la comida en el mercado, el evento, los quesitos y el vino habían sido –sin querer- una mini luna de miel que los dos disfrutamos al máximo.

EL REGRESO

A la mañana siguiente desayunamos y el mismo señor que nos había recogido del aeropuerto fue por nosotros al hotel. Ahora sí no me quedé con las ganas y le pregunté el nombre de la loción. Hombre al fin, dijo que su esposa era la que las compraba y él solo se las ponía, pero creía que la que se había puesto un día antes era Gucci.

Llegamos con mucho tiempo al aeropuerto. Alcancé a comprar unas chucherías y subimos al avión. Podemos decir que llegamos a Chicago en un abrir y cerrar de ojos, ya que los dos nos dormimos. Faltaba un buen rato para que el siguiente avión despegara, así que nos dirigimos a la sección de restaurantes. Nos cerró el ojo uno de sándwiches, yo pedí uno de atún y mi esposo no me acuerdo de qué. Al momento de pagar notamos el acento mexa de la cajera. Nos contó que era del Estado de México. Mi esposo se identificó también como chilaquil y los dos se pusieron a platicar. La verdad es que los sándwiches no estaban tan ricos como los de Columbus, pero la actitud amable de la cajera hizo que lo pasáramos por alto.

De ahí nos fuimos a la sala de abordaje. En el camino pasamos por un pasillo hermoso lleno de muchas banderas… ¡me encantó! Me llamó la atención ver a un par de mamadolores ( o sea fortachones) agarraditos de la mano. Digo que me llamó la atención, porque a pesar de que la homosexualidad ha ganado terreno, no es muy común ver esto. Me dio gusto por ellos.

Finalmente abordamos nuestro último avión. Delante de nosotros venía un señor con una chamarra que traía el logo de “Habitat for Humanity”, la organización que hace casas para gente necesitada. Se nos hizo muy curioso, pues durante la cena mi esposo había dicho que le encantaría cooperar con ellos. Mi marido entonces le preguntó si él trabajaba para esa organización, pero el buen señor ni siquiera sabía que su chamarra tenía un logo, jajajaja. No importa, creo que ese detalle fue una llamada de los ángeles o del universo para validar el sueño de mi esposo.

Llegamos a El Paso con el tiempo justo para ir a recoger a los hijos de sus escuelas, volviendo a nuestra rutina con renovados bríos.

Ya para concluir solo me resta felicitar nuevamente a mi rey por ese merecido reconocimiento. ¡Me llena de gran orgullo el ser parte de tu vida y que tú seas parte de la mía! T.A.

p.d. No pongo ninguna foto de mi esposo porque a él no le gusta, ¿OK?