CHUYO

Hace cuatro años llegó a nuestras vidas un perrito muy hermoso. Tenía aproximadamente tres meses, mientras que Manolo, nuestro perro consentido, tenía 8 años. El cachorrito era una mezcla de Golden Retriever (la raza de Manolo) con otra, ¡estaba muy lindo! De inmediato fue adoptado por él y les gustaba jugar y jugar todo el día. Lo bautizamos como Toby. Para entrenarlo compramos los rectángulos que están hechos del mismo material que los pañales, y muy pronto aprendió. Dormía en el comedor, y mi esposo le puso una puertita de madera para que no pasara al resto de la casa, sin embargo, en varias ocasiones lo cachamos en las recámaras. Pronto descubrimos por qué. Como la puertita no estaba todavía bien puesta, sino que la detenía un banquito, el muy listo aprendió a subirse a éste, luego a caminar sobre los muebles de la cocina y de ahí a brincar al piso, jajaja, ¡qué simpático!

Aproximadamente a los 15 días de haber llegado Toby, una cuñada de mi hermana nos contó que también ellos tenían perrito nuevo. Curiosamente, eran de la misma raza (bueno, el de ella sí era puro), del mismo color y casi de la misma edad (se llevaban 15 días nada más). Los hijos de esa familia se morían de las ganas de tener un perro, pero como ni el papá ni la mamá habían tenido nunca uno, el señor quiso escoger lo que fuera mejor para todos. Se puso a investigar, y encontró que la raza Golden Retriever es excelente para niños. Ignoro la razón, pero decidió comprar en un criadero uno de los cachorros de una pareja de campeones. El perrito le salió en un ojo de la cara, y aparte de eso, tuvo que pagar el traslado en avión. ¡Los hijos lo esperaban ilusionados, no así la cuñada de mi hermana, jajaja! El cachorrito estaba realmente hermoso…

El señor le construyó una especie de corralito en el patio, para que ahí fuera al baño. De día lo amarraban en el jardín, y lo soltaban solamente para que fuera al baño (dentro del corralito). De noche dormía adentro de una jaula… ¡Inocente! Como en esas fechas andaba por aquí mi hermana, íbamos mucho a visitar a la cuñada. Mis hijos se fascinaban con Rojo (así se llamaba) y él con ellos. A mí se me partía el alma de verlo encerrado o amarrado, y le decía a la señora que lo soltara o que me lo regalara. Claro que no me hacía caso. Un día decidieron que tener un perro no había sido la mejor decisión de sus vidas. Pusieron un anuncio en el periódico, intentando venderlo por la mitad de lo que les había costado, pero no recibieron ninguna oferta. Mi hermana estaba muy angustiada, pues pensaba que la cuñada, en cualquier momento, le abriría la puerta –como lo hacen tantas personas-. Hasta que un día, el señor le ofreció el cachorrito a mi esposo. Con dos perros, él pensaba que no era la mejor idea. El señor le dijo que se lo regalaba, que no le importaba perder dinero, pero que se habían dado cuenta que no estaban hechos para tener una mascota. Mi esposo entonces le propuso traerlo a prueba por tres semanas a nuestra casa, para ver si se llevaba bien con los otros dos. Si de plano no se acoplaba, no se lo devolvería, sino que lo cuidaríamos hasta que saliera un comprador. Sobra decir que los niños, Rojo y yo brincamos de la alegría con este notición.

Por fin llegó el día de recoger a nuestro nuevo bebé. ¡Rojo no cabía en sí de la felicidad! Lo metimos a su jaula y subimos al carro las quinientas mil cosas que le habían comprado (croquetas, cepillo, juguetes, camita, shampoo, etc.). Cuando lo llevamos al patio, lo primero que hicieron los tres fue olfatearse con las orejas muy paraditas, luego comenzaron a correr en círculos, Rojo  con Manolo y Toby a los lados, ¡parecían caballos! Al cabo de unos angustiantes minutos, comenzaron a jugar, corriendo para todos lados y abalanzándose unos sobre otros… ¡Fiu, habían pasado la primera prueba!

Los días pasaron, hasta que se llegaron las tres semanas. Mi marido convocó a una junta familiar para decidir el destino del pobre perrito. Obviamente, mis hijos y yo votamos porque se quedara. Él como que no estaba muy convencido que digamos, pero al final dijo que sí… ¡Yupiiiiiii! Cuando les dimos la noticia a nuestros amigos, la señora casi se desmaya, ¡temía que se los fuéramos a devolver, jajaja!

Ese día decidimos cambiarle el nombre. Todos hicimos nuestras propuestas, pero ninguna nos convencía. En eso nos acordamos de que al muy simple le encantaba cruzar la alberca caminando (claro, es que tenía una cubierta especial), creyéndose Jesús…. Jesús… Chuy… ¡habíamos encontrado el nombre!!!! 

Aparte de la caminata mística, le fascinaba correr como loco por todo el jardín. Era tanto lo que corría, que hasta un caminito hizo. Empezamos a pensar que era autista, pues corría y corría, sin hacerle caso a nadie.

Como en todo proceso de integración, los juegos tuvieron un papel muy importante. Comenzamos aventándole la pelota… ¡le fascina ir por ella! A Manolo también, pero cuando él la atrapa, se acaba el juego por un rato, pues no le gusta soltarla. En tiempo de calor, procuramos que la pelota caiga al agua, para que Chuy se aviente por ella… ¡es lo máximo para él! De hecho, a veces él solito empuja la pelota con el hocico para aventarse por ella, jajajaja.

Otro de sus pasatiempos favoritos se da cuando comemos en el jardín. Invariablemente, alguien le avienta la pelota al agua, se echa un clavado, agarra la pelota y regresa muy contento, corriendo todo mojado y se sacude justo enseguida de la comida y/o de los invitados, jajajajaja.

De tanto practicar, ya es un experto. Hace tres años lo llevamos a un concurso de salto de longitud y quedó en segundo lugar, brincando 12 pies. El año pasado también concursó, pero ahora no pasó a la final… eso sí, como está tan bonito, pusieron dos fotos de él en el periódico local (El Paso Times).

Debo confesar que en sus primeros meses en la casa Chuy no me caía tan bien, pues no me pelaba… bueno, no pelaba a nadie. Claro que me daba lástima y no lo hubiera rechazado por nada del mundo. Afortunadamente, con el paso del tiempo se le quitó lo antisocial. Tanto, que creo que ahora es el que más interactúa con nosotros. Cuando entran al comedor, Manolo se va a su camita. Toby da unas dos vueltas y también se acuesta. Chuy es el único que se queda parado, viéndonos, esperando que lo acariciemos y/o que juguemos con él. Me encanta ver cómo mueve sus cejitas, parece como si hablara con la pura mirada.

Sin lugar a dudas, los animales son seres especiales, y nosotros somos muy afortunados por poder disfrutarlos día a día. ¡Paco, Manolo, Toby y Chuy, gracias por venir a nuestras vidas y llenarlas de amor!

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