UNA MADRE NO TAN A TODA MADRE

Hoy es 10 de mayo, así que el tema obligado es el día de las Madres. Es bonito ver cómo casi todos pensamos que nuestra mamá es la mejor del mundo. Pero es curioso cómo casi todas las mamás pensamos que nos falta mucho para llegar a serlo.  O bueno, tal vez yo soy la única que piensa eso, jajaja. Y es que yo asocio el Día de las Madres con mi mamá, mi suegra, mis tías, o  las mamás de mis amigas. Por eso se me hace muy raro que me feliciten este día.

¿Cuándo podría compararme, por ejemplo con mi mamá? ¡Jamás! Ella fue dulce, bondadosa, cariñosa, comprensiva, siempre novia, siempre amiga (ah no verdad, esa es una canción), que sí nos daba nuestras buenas nalgadas y regañadas -y nos caía muy gorda en esos momentos-, pero que afortunadamente tuvo más cosas buenas que malas. Destilaba bondad por los poros y se encargó de llenar hasta el tope el tonel de nuestra autoestima. Era tanto el amor que tenía para dar, que lo repartía a los amigos de sus seis hijos y a todo el mundo.

De ella heredé el pelo rizado, las várices, las ojeras y las migrañas, sus aretes redondos de oro, el frasco para laurel, el aplastador de tortillas y el juego de té chino, entre otras cosas.

¿Por qué no pude heredar también su bondad y su abnegación? Nunca lo voy a saber, pero eso es algo que deseo con todo mi corazón: educar a mis hijos con el mismo amor con el que ella lo hizo. De hecho, la parte central de mi tablero de visualización tiene una hermosa monita campirana (tomada de una agenda de Mary Engelbreit) preparando unas galletitas, haciendo todo con amor, y abajo viene una leyenda de la Madre Teresa que dice: “Dios no se fija en qué tanto haces, sino con cuánto amor lo haces”. Desgraciadamente, por más que me esfuerzo, por más que quiero a mis hijos, no soy cariñosa… y eso me duele porque me encanta ser mamá y me encantan mis hijos. Disfruto muchísimo el que ellos lleguen y esté la comida lista y la casa recogida, el ser su chofer particular (bueno, exageré… no siempre me encanta), el atenderlos cuando se enferman, el escucharlos, el verlos crecer y disfrutar cada etapa de sus vidas.

Lo único que puedo hacer es seguir viendo todos los días esa imagen de mi tablero hasta que se haga realidad, y tomando de ejemplo a cuanta mujer admirable encuentre en mi camino.

Hay algunas a las que admiro porque son muy disciplinadas, otras porque tratan con mucho amor a sus hijos. Unas más (desgraciadamente, las menos), porque combinan de manera brillante las dos cosas. Nada menos, hace unos tres días platiqué con una que es digna representante de este último grupo y le expresé mi admiración. Al momento de contarle mi deseo de ser más cariñosa, mi amiga Nora Cuvelier, que es madre de seis hijos y en cuya familia reina el amor, la disciplina y la armonía, me contó algo que me gustó mucho. Dice ella que cuando se muere un perrito o una vaca, nos da tristeza, pero no como la que nos embarga al momento de que muere un ser humano. Según esto, cuando una persona muere, muere también su potencial, pues aunque no somos perfectos, los seres humanos somos los únicos perfectibles. Su explicación me encantó e hizo que renaciera en mí la esperanza de ser más cariñosa.

Vaya pues mi reconocimiento a todas las mamás del mundo, incluyendo a las que lo son de sus sobrinos y/o de sus mascotas, y de manera muy especial, a las que comparten el mismo sentimiento que yo.

Y aunque no sé si mi mamá tenga compu en el Más Allá, le envío de nuevo esta bella tarjeta que le di hace chorrocientos mil años (cuando era niña), y que encierra todo lo que por ella siento. ¡Felicidades a la Mejor Mamá del Mundo y del Inframundo!!!!

NOTA: Esta publicación la estoy volviendo a subir en el año 2021 y no encuentro la foto de la tarjeta, OK¡? Así que se las debo.

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