DÍA DEL PADRE

Un año más de celebración del Día del Padre… con ellos de cuerpo presente, o en espíritu. En mi vida ha habido dos papás súper importantes: el mío y el de mis hijos. Sin lugar a dudas, han sido los mejores padres del mundo. Pero, ¿qué hace que un papá sea el mejor? Para contestar a esta pregunta, tendré que echarme un rollo primero.

Comenzaré por decir que algunas mujeres piensan que la vida no es justa y que los hombres la tienen más fácil que nosotras. Esto puede ser cierto a nivel laboral, sin embargo creo que en lo que respecta a los hijos, somos las mujeres las que les llevamos una gran ventaja a los hombres. Somos  nosotras quienes los llevamos en nuestro vientre por nueve meses, siendo testigos directos del milagro de la vida. Somos nosotras quienes experimentamos los cambios en nuestro cuerpo, quienes tenemos el privilegio de dar a luz, y posteriormente, de disfrutar de ese pequeño gran milagro cuando amamantamos y cuidamos a nuestros hijos, creando así un lazo de amor indisoluble.

Pero la naturaleza es sabia, y cualquier persona que cuide a un bebé (o a otra persona de cualquier edad) y que responda a sus necesidades físicas y emocionales, podrá establecer fuertes vínculos con éste (Teoría del Apego de John Bowlby), así que los papás también pueden –y deben- crear esos lazos de amor.  “Se ha visto en investigaciones que la atención del padre y su interacción afectuosa con el bebé aumenta en los 3 primeros meses si tiene experiencias con su bebé sin ropas, con el cambio de pañales y la mirada cara a cara durante las 3 primeras horas de vida.” (Vínculo entre padres e hijos: observaciones recientes que alteran la atención perinatal. – John H. Kennell, MD* y Marshall H. Klaus, PhD).

Por lo tanto, creo que el título de Mejor Papá del Mundo se lo llevan aquellos padres que no solo apoyan económicamente a los hijos, sino que también llenan sus necesidades afectivas y están presentes en su vida. Aquellos que no solo ocupan el mismo espacio que sus hijos, sino que interactúan con ellos y les dan su amor.

Afortunadamente la vida me premió con dos papás así: el mío y el de mis hijos.

De mi esposo diré que me encanta su entrega y su compromiso con ellos. Como es una persona muy reservada, no mencionaré detalles. Solo agregaré que doy gracias a Dios por tenerlo en mi vida. ¡Mejor padre no hubieran podido tener mis bebés!

En cuanto a mi papá, yo creo que no le importa que lo ventanee… y si sí, pues ya no está aquí para reclamar, jajaja.

Como Médico, tuvo el privilegio de traer al mundo a cinco de sus seis hijos. Según él, por eso todos nosotros somos tan felices, pues lo primero que vimos al arribar a este mundo, fue su cara… jajaja, algo hay de eso.

Él trabajó incansablemente toda su vida para darnos siempre lo mejor. Fue un papá que no descuidaba a la madre de sus hijos y que balanceaba trabajo y familia, yéndose con ella de parranda mientras fueron jóvenes, y llevándonos a todos de vacaciones, mientras se pudo.

Siempre alegre, honesto, recto, trabajador, justo, simpático, defensor de las causas nobles. Por él aprendí a respetar la vida de los animales:

“…fue él quien me inculcó el amor a los animales una tarde que yo debía atrapar insectos para llevar al día siguiente a la escuela. Mi papá me vio cuando salí al patio con un frasco en la mano y me preguntó qué iba a hacer. Le expliqué que nos habían dejado de tarea atrapar tres insectos para luego disecarlos. Con mucha tristeza, me dijo que los seres humanos no teníamos derecho de matar a un animal, por más pequeño que éste fuera. Desgraciadamente, tuve que cumplir con mi tarea y llevé una mosca grandota, un chapulín y una araña, pero sus palabras se me quedaron grabadas por siempre. Hasta la fecha, no soporto que maltraten a los animales, ni siquiera a las hormigas.” (Mamá con Soda, Laura Jurado, agosto de 2011).

Y bueno, ya que menciono mi libro, ni para qué me quemo el coco tratando de explicarles lo buena onda que era mi papá. Mejor copiaré otra sección donde lo describo a la perfección:

“Cuando llegaba mi papá del consultorio por la noche, dejaba el carro en la entrada del portón o lo metía hasta la cochera por el corredor. Cuando hacía esto último, las cuatro hermanas nos asomábamos por la ventana de nuestro cuarto y le cantábamos: ‘ ♫ El Pelón Sopipo, pipo pipo pipo…’, luego corríamos a la ventana del suyo para seguirle cantando. En cuanto abría la puerta le  brincábamos los seis hijos… ¡nos podía a todos!

Pero no siempre llegaba temprano. Muchas veces regresaba cuando ya estábamos nosotros acostados y solo lo oíamos platicar con mi mamá: ¡”Tuve 25 particulares y 23 “isteros” (por decir un número.)”! Para mí, hablaban en clave, no sabía quiénes eran los famosos “isteros”. Luego entendí que eran pacientes que tenían servicio del ISSSTE (Instituto de Seguridad y Servicios Sociales para los Trabajadores del Estado), porque mi papá era el responsable de un puesto periférico de esa institución. Los “isteros” no pagaban consulta, el ISSSTE le pagaba a mi papá independientemente del número de pacientes que atendiera. Obviamente, él hubiera preferido atender a más particulares, sin embargo a la hora de la consulta no hacía diferencias entre unos y otros: a todos los recibía con la misma dedicación y empeño.

Y es que, aunque su sueño había sido convertirse en un gran cantante, siempre demostró una gran pasión por curar y por ayudar a sus enfermos. No solo escuchaba sus dolencias del cuerpo, sino también las del alma: era médico, psicólogo, consejero legal, amigo. ¡Muchas personas le decían que se aliviaban tan solo de verlo! Los adultos recibían algo más que una consulta, ya que los bombardeaba con innumerables chistes. ¡Las carcajadas se oían hasta la sala de espera, y los pacientes que ahí se encontraban se volvían impacientes queriendo recibir su dosis de buen humor! Su encanto se extendía también a los niños, prometía no inyectarlos, y  les hacía magia. ¡En cuanto empezaba la función, se olvidaban de sus dolencias!

Nunca le gustó operar pero realizaba todo tipo de curaciones; por ejemplo, aliviaba con gran éxito las quemaduras, sin dejar prácticamente cicatrices. También era muy bueno para el diagnóstico. Entre sus logros más grandes se puede contar el de un señor que tenía 20 años con hipo y el de una señora a quien le salvó un pie gangrenado, amarrándole los tobillos uno con otro durante varios meses.

Hacía visitas a domicilio, y cuando eran casos urgentes prendía una sirena que colocaba en el techo de su carro. Por muchos años, no tuvo horario. Sus pacientes lo buscaban ¡hasta en la madrugada!, y él se levantaba sin importar lo cansado que estuviera. Un día atendió  ¡a 70 pacientes! Empezó a las 7 de la mañana y regresó a la casa alrededor de las 12 de la noche, casi al borde de un infarto.

En una ocasión, tuvimos por unos días a un niñito que estaba muy grave. Mi papá invitó a sus papás a que se quedaran con nosotros para poder monitorear al bebé, quien afortunadamente se recuperó por completo.

¡Era muy guapo y lo celábamos bastante! A veces se ofrecía a llevar a alguna señora en el carro. Inmediatamente alguna de nosotras se pasaba al asiento de enfrente para que la ‘vieja’ no fuera de volada con él.  ¡Y es que era un tipazo! Todos los días andaba de traje, impecable, oliendo a loción, con sus uñas muy limpias y bien cortadas… ¡la pulcritud personificada!

Le gustaba jugar con nosotros. Lo peinábamos, y él dejaba que le pusiéramos brochecitos… ¡hacíamos lo que queríamos con él! Era súper lindo, más de una vez recibió a los pacientes con sus brochecitos puestos (¡jajaja!, pero no es que le gustara usarlos ¿eh?).

Su pelo empezaba a ponerse gris y llegamos a proponerle que nos diera un peso por cada cana que le quitáramos. Obviamente no quiso, argumentando que lo íbamos a dejar pobre y pelón.

También nos gustaba acompañarlo cuando hacía sus ejercicios. Como mencioné anteriormente, él tenía unas mancuernas con las que había logrado ponerse en forma y nosotros usábamos las nuestras (¡unos flamantes botes de desodorante!). Respirábamos profundamente mientras levantábamos los botecitos y exhalábamos con tanta fuerza como si hubiéramos hecho un gran esfuerzo. ¡Como disfrutábamos esos momentos juntos!

A pesar de que no estuvo mucho tiempo con nosotros por su trabajo, él fue, junto con mi mamá, el responsable de que mi vida haya estado llena de amor y alegría. ¡Fue una gran bendición el tenerlo como padre!” (Mamá con Soda, Laura Jurado, agosto de 2011).

Y bueno, podría seguir toda la tarde contando anécdotas de mi querido Gordo, pero no los quiero aburrir. Solo les diré que aún después de haber dejado su cuerpo físico, él se las ingenia para hacerse presente en mi vida:

“Pero el Gordo no solo se hizo presente en mis sueños. Al año siguiente me estuve acordando mucho de mi papá el día de su cumpleaños.  En la tarde fui a buscar una bolsa para la basura, y al sacar la caja, me brincó una foto que se había caído de un cajón, donde estamos él y yo bailando en la boda de  Carolina (Nora)… ¡Me dio tanto gusto verlo! ¡Fue como si me hubiera dicho que estaba feliz!

Lo más curioso es que dos años después, cuando faltaba un día para su cumpleaños, sucedió algo muy parecido. Ese día me puse a buscar fotos en un cajón, para un trabajo de Sofía (Catalina). Entre otras, encontré una donde estaba el Gordo celebrando su cumpleaños en un restaurante, con un pastel enfrente. Le comenté a mi hija que era muy raro el haberme encontrado precisamente esa foto un día antes de su cumpleaños. Al verla se me ocurrió escribir algo para mis hermanos como si viniera de parte de mi papá y anexarle la foto, así que la puse aparte. Empecé a guardar todos los papeles y fotografías que había sacado, cuando de repente la del cumpleaños me brincó de una carpeta… ¡la había guardado sin darme cuenta! ¡No me queda la menor duda de que el Gordo sigue presente en nuestras vidas, que es inmensamente feliz, y quiere hacérnoslo saber!” (sí… Mamá con Soda, etc., etc.).

Todos los días lo recuerdo, igual que a mi mamá, pero ayer ese recuerdo cobró más fuerza al encontrarnos mi hija y yo en el super a nuestros tíos (de cariño) Rafa y Mine Marroquín con una de sus hijas y dos de sus nietas. Curiosamente en ese momento llegó también uno de mis hermanos con su esposa y nos pusimos todos a platicar. Obviamente, no pudimos dejar de mencionar a mis queridos Gordos, especialmente a mi papá, pues él siempre le decía a Rafa que era su gran amigo. Nos dimos mil abrazos de despedida, pero el último fue el más importante, pues le dije al Sr. Marroquín: “Este abrazo se lo manda mi papá”. Estoy segura que el Gordo ha de haber estado muy complacido con eso.

En fin, ya fue mucho rollo. Por este medio le pido a Dios que ilumine a todos los papás del mundo para que siempre sepan guiar los pasos de sus hijos con amor.

¡Felicidades Papás!

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