LA CASA DEL ESPÍRITU

Hoy que me estaba bañando, al verme mi pancilla que ha crecido en los últimos meses y nomás no quiere bajar, le mandé mucho amor a todos mis músculos y en general a todo mi cuerpo. Me di cuenta en ese momento que el cuerpo físico es el hogar del espíritu, y le di las gracias por ello. Entonces me vino a la mente la idea de que nuestro cuerpo es como nuestra casa. Si ésta es fea, vieja, moderna, firme, o como sea, sigue siendo nuestra casa, la que nos alberga a nosotros y a nuestros seres queridos. Debemos verla como tal y ser agradecidos. ¿Qué nos pasa si el jardín, por ejemplo, está seco o tiene hierba mala? Nada. Podemos seguir viviendo ahí, pero tal vez sería mejor si le diéramos agua y sembráramos algo bonito en lugar de la hierba mala, ¿verdad? Pues con nuestro cuerpo físico es lo mismo. Si nos salen arrugas, o lonja, o celulitis… ¡no pasa nada! Nuestro bello espíritu va a seguir habitando ahí, pues es la casa que eligió desde antes de venir a la Tierra, así que, ¿por qué nos atormentamos tanto con el físico si lo importante es lo de adentro? Salgamos a la calle y contemplemos nuestra casa. Veamos con infinito amor y agradecimiento las puertas, las ventanas, el techo, el piso, las paredes, el jardín, las habitaciones, en fin, toda la casa porque es nuestro refugio. ¿Qué importa si la del vecino es más bonita o más fea? Nosotros vivimos en ésta y debemos dar gracias por tener un techo. Tal vez podemos hacerle algunas reparaciones… está bien, hagámoslas, pero no nos obsesionemos con ello. Ahora parémonos frente a un espejo y veamos nuestro maravilloso cuerpo con el mismo amor con el que vimos la casa. No importa si somos güeros, morenos, altos, bajos, flacos, gordos, buenotes, aguados, firmes, celulíticos, con o sin lonja, nuestro cuerpo es el hogar perfecto para la misión que el Espíritu tiene en esta Tierra. ¡Amemos nuestro cuerpo! ¡Demos gracias a todos nuestros aparatos, órganos, células y sistemas! Si podemos, hagamos ejercicio, comamos más saludablemente, tomemos más agua, pero por favor no nos obsesionemos con la belleza exterior, pues feos o bonitos, nuestros cuerpos guardan lo más preciado de nuestra vida: la Presencia Yo Soy, o sea… un pedacito de Dios.

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