TAN ÚNICA COMO UN UNICORNIO AZUL

Hace unos días celebramos el aniversario luctuoso de mi querida madre… El 19 de noviembre de 2004 abandonó su cuerpo físico y nos dejó el corazón y la mente llenos de su amor y de bellos recuerdos.

He escrito mucho sobre ella, hasta un libro. Su presencia constante en mi vida, después de que abandonara este plano, ha sido mi fuente de inspiración. La recuerdo todos los días y la siento muy cerca de mí. Hay ocasiones en las que el recuerdo es más fuerte, y muchas veces éste es disparado por canciones.

El año pasado escribí en mi muro de Facebook que la recordaba con una en particular, pero hoy quiero hacer un recorrido por las canciones que más la traen a mi memoria y que invariablemente me hacen llorar cuando las canto. Comenzamos.

La primera fue “Noviembre sin ti”, del grupo Reik, pues aunque no me gustaba tanto, el título le quedaba a la perfección.

La segunda, “Me dediqué a perderte” de Alejandro Fernández. Esta canción no solo me la recordaba a mí, también a mi geme Nora. Las dos nos sentíamos un poco culpables, pues casi al final de su vida, notamos que su carita ya no era tan alegre… tal vez estaba deprimida. Yo recuerdo que cuando la veía (más o menos una vez al mes) no le ponía la atención que ella merecía… “Me dediqué a perderla“. Sin embargo, eso nunca pesó en mi conciencia, pues teniéndola frente a mí, me llegué a cuestionar si cuando ella muriera yo me iba a sentir culpable de no interactuar tanto con ella, y la respuesta fue no… así era nuestra relación… así era yo.

La tercera es de la que hablé hace un año… “Tú de qué vas”… ¡Híjole, de ésta me llega prácticamente toda la letra!

“Si me dieran a elegir una vez más, 
te elegiría sin pensarlo, 
es que no hay nada que pensar. 
que no existe ni motivo, ni razón 
para dudarlo ni un segundo 
porque tú has sido lo mejor, que tocó este corazón, 
y que entre el cielo y tú yo me quedo contigo. 

Si te he dado todo lo que tengo, 
hasta quedar en deuda conmigo mismo, 
y todavía preguntas si te quiero, 
tú de qué vas 

Si no hay un minuto de mi tiempo, 
que no me pasas por el pensamiento, 
y todavía preguntas si te quiero…”

La cuarta,  “Mi Unicornio azul”, de Silvio Rodríguez, pero cantada por Guadalupe Pineda.

” Mi unicornio azul
ayer se me perdió,
y puede parecer
acaso una obsesión,
pero no tengo más
que un unicornio azul
y aunque tuviera dos
yo solo quiero aquel.
cualquier información
la pagaré.
mi unicornio azul
se me ha perdido ayer,
se fue”

Precisamente el 18 de noviembre de este año me empecé a acordar mucho más de ella, y de esa canción. Estaba lavando platos y la busqué en youtube. ¡No paraba de llorar y la ponía una y otra vez! Y es que, sin lugar a dudas, ella es como un unicornio: algo único y extremadamente valioso.

Pero no son esas las únicas canciones. Hay otras que no necesariamente me dicen algo con la letra, únicamente me la recuerdan porque ella las cantaba. Por ejemplo, siempre que llegábamos a su casa, nos recibía con un abrazo, y mientras cantaba la elegantísima canción de Rigo Tovar: “¡Oh qué gupto (gusto) de volverte a ver!, nos hacía que bailáramos hasta que terminaba la estrofa.

Y bueno, ahora que se acerca la temporada de fiestas y pasan todo el día canciones navideñas por la radio, no puedo más que sonreír de nostalgia (y sí, moquearle cuando la ocasión lo permite) cada vez que escucho “Feliz Navidad” de José Feliciano. Invariablemente, su imagen viene a mi mente y la veo cantándola como una niñita… feliz, con los brazos semi doblados, los dedos índices levantados, y ella moviéndose para los lados, marcando cada sílaba de la canción. Y es que era, a pesar de ser toda una señora, en su interior seguía siendo una niña. Le encantaban las caricaturas, especialmente las de “La Pequeña Lulú” y “Franklin y sus amigos”.

En fin, no puedo más que estar agradecida con Dios, no solo por haberme dado una hermosa madre y una hermosa familia, sino por habernos dotado de dos cosas invaluables: las visitas en los sueños y nuestros recuerdos. Durante las primeras, volvemos a vivir -en otro plano- junto con nuestros seres queridos y sentimos de nuevo su amor. Y cuando la vida o estas visitas terminan, nos quedamos con los recuerdos y podemos revivir esos bellos momentos.

Vaya pues todo mi amor a mi adorada madre, donde quiera que se encuentre en el aniversario de su liberación… ¡Feliz Cumpleaños de la Nueva Vida, Hermosa!

EL PEÓN Y EL REY

Hace dos días llevé mi camioneta al taller, después de que un señor le hubiera dado un besito, cinco meses atrás. Ese día me arreglé muy temprano para estar ahí después de dejar a mi hijo en la escuela. Le abrí la puerta a la Alegría del Hogar (persona # 1), le di unas breves instrucciones, salí hacia la prepa (persona # 2, mi hijo), y me dirigí al taller.

Pedí a la Recepcionista (persona # 3) hablar con Fernie, el empleado con el que había hecho la cita. No sé por qué no salió el, sino su asistente (persona # 4), quien me dijo que no la podrían recibir… casi me da el ataque, pues ya había acomodado mi  horario. Pregunté donde andaba el tal Fernie. En pocos minutos éste apareció (persona # 5) y confirmó mi versión… ¡fiu! Dejé las llaves y me fui caminando al establecimiento contiguo para recoger el carro de renta que el seguro del ‘chocante’ me iba a proporcionar.

Lo primero que vi al entrar fueron tres chavalillos, dos hombres y una mujer, todos entre 20 y 30 años. Me atendió fue la muchacha (persona # 6), y con una gran disposición se encargó de todo el papeleo. Entre otras cosas, me explicó que no podía fumar en el carro… ¡chin, y yo que pensaba empezar a fumar justamente ese día… (jajaja)! Ni hablar.

Cuando terminamos, salimos a revisarlo, ella apuntó las abolladuras  y/o rayones, y al terminar nos despedimos con un apretón de manos.

Me subí al carro y ajusté el respaldo. Acto seguido, me abroché el cinturón, lo prendí, y verifiqué los espejos. El retrovisor estaba bastante volteado, así que me dispuse a arreglarlo. Lo primero que vi fue mi linda cara… ¡con un –ahí disculpen- pequeño moco blanco, casi como pellejito, jajajajajaja! Saqué un Kleenex para limpiarme la nariz, y me ataqué de la risa nada más de pensar que anduve como si nada, enseñando el mocasín a seis personas!!!! Deseé que estuviera ahí mi amiguita Piva con sus cartitas que nos mandaba en la prepa en las que nos tiraba todo un rollo existencial y terminaba con un “Traes un moco”, jajaja.

En realidad no le di demasiada importancia al asunto, ¿ya qué podía hacer? Nada. Y me acordé de una plática que mi mamá y yo tuvimos en alguna ocasión sobre los fluidos corporales y las materias residuales. Yo expresaba mi descontento, preguntándome por qué teníamos que sudar, producir mocos, hacer pipí, popó o soltar uno que otro gasecillo. Su respuesta me pareció (y me sigue pareciendo) muy acertada. Su teoría era que Dios nos había hecho así para darnos una lección de humildad, para recordarnos que todos éramos iguales, pues –mencionó- hasta los reyes y las reinas van al baño.

Y creo que tenía razón. Dios -en su perfección- no hubiera hecho algo tan feo como eso, si no tuviera una razón de ser… y no me refiero a la razón fisiológica –que la tiene, por supuesto-, sino a algo más profundo.

Entonces recordé el proverbio italiano: “Después del juego, el peón y el rey vuelven a la misma caja”.

Me fui de ahí maravillada por la sabiduría de mi bella madre y mentalmente le di las gracias por esa lección.

LECCIONES EN LOS REGALOS DE DIOS

El día de ayer compartí en Facebook dos fotos, una de un rosal bicolor, y otra de unos hongos que salieron en mi jardín con forma de flores. Tanto el rosal como los hongos me sorprendieron por su belleza, y cuando los descubrí, pensé en lo poco que me iba a durar el gusto, ya que ambos se marchitarían en pocos días. Sin embargo, apenas hube pensado esto, me vino a la mente el por qué.

Dios nos regala -a través de la naturaleza- cosas maravillosas: una puesta de sol, el olor a tierra mojada, unas flores hermosas, bailar pegadito con la persona amada, una montaña majestuosa, el caer de las hojas, el ronroneo de un gato, la sonrisa de un niño, el amor incondicional de los perros, y un larguísimo etcétera.

Casi todos esos regalos son efímeros, pero…  si Dios no se equivoca, ¿para qué los habrá hecho así? Después de pensar un poquito, llegué a la conclusión de que lo hizo para darnos una lección. Creo que Él/Ella quiso enseñarnos a disfrutar del momento, a vivir realmente en el presente, haciéndonos saber que todo pasa, que nada es eterno y debemos atesorar cada instante como si fuera el último.

Cuando las hojas de los árboles mueren en el invierno, ¿nos ponemos tristes? Yo no, porque sé que es un ciclo, y como tal, es pasajero. Sé que meses después, los árboles se llenarán nuevamente de hojas y la vida renacerá.  Aunque claro, no siempre he pensado así. Hubo un tiempo en que un día nublado me deprimía, pero ahora estoy tratando de ver la belleza en todas las situaciones. De hecho, el otro día que le platiqué a una amiga –todavía saboreándome- lo que había desayunado (nada del otro mundo, un delicioso sándwich de frijoles con salsita de ajo y cilantro), ésta me contestó: “Tú disfrutas todo, ¿verdad?”.  Y pues sí, creo que así es, o por lo menos lo intento. La vida es muy corta, ¡hay que gozar de esos pequeños grandes momentos y darle gracias a Dios por tantas y tantas maravillas que nos regala día a día!

Pero Dios hizo todo tan perfecto que no solamente nos puso pistas en las cosas externas, sino también en nuestro propio cuerpo. ¿Acaso no es éste un mapa en el cual están todas las respuestas para encontrar la salud y el equilibrio? Disciplinas como la Acupuntura, la Reflexología, la Iridología -entre otras- nos sorprenden al darnos la clave para sanarnos. ¿Acaso dentro de nosotros mismos no están las respuestas a todas nuestras preguntas? Somos una chispa del Amor Divino, y nunca perdemos esa conexión. Se podrá ensuciar un poco y podremos llegar a pensar que estamos solos, pero no es así. Solamente tenemos que entrar en nuestro corazón y ahí encontraremos la paz. ¿Qué cómo se hace eso? En silencio, orando, meditando, escuchando música clásica o música que nos llegue (puede ser religiosa), o simplemente contemplando la naturaleza…

Así que ya lo saben, ¡hay que vivir en el presente y saborear cada segundo de nuestras vidas!

Y ya me voy porque voy a disfrutar de un delicioso regaderazo con agua calientita… ¡mmmh qué rico! ¡Hasta la próxima Gunicharrita!

UN REGALO DE DIOS

Hace algunos meses me contactó la hermana de un amigo para pedirme si podía orientar a unas personas que querían venirse a vivir a El Paso. Ellos radicaban en Aguascalientes, y su objetivo era que las hijas practicaran el inglés. Le di mi dirección, y al poco tiempo recibí el primero de muchos correos electrónicos. Mi recomendación fue que inscribieran a las hijas en una preparatoria, y más o menos les fui explicando las características de éstas y de los distritos escolares. Al final se decidieron por una zona y por una prepa, casualmente, la misma a la que asiste mi hijo.

Los puse en contacto con una muy buena agente de bienes raíces y excelente persona. Ella les consiguió un departamento en una zona muy padre y les ayudó con todos los trámites.

Unos días antes de que comenzaran las clases, vino el papá y nos vimos en la escuela. Recabó toda la información necesaria y se regresó a Aguascalientes. A los pocos días se trajo a toda la familia y nos citamos en uno de esos lugares donde venden yogurt, que ahora están tan de moda. A esa reunión me acompañaron mi esposo y mis hijos. ¡Nos encantó conocerlos, todos se veían súper sencillos y agradables! Con la esposa, a quien no sé por qué comencé a llamarle Julia, pero que en realidad se llamaba Dulce, me pasó algo muy curioso. En cuanto la vi, me recordó a una queridísima amiga de Delicias (Diana) y como me sucedió con ella años atrás, me dieron muchas ganas de que nos convirtiéramos en amigas. Nuestros hijos resultaron todos muy tímidos y no platicaron mucho.

Horas después llegó Laura, hija de una amiga de Dulce, quien también quería estudiar acá.

Los días siguientes me anduve con ellos consiguiendo muebles, acompañándolos a la escuela y a las vacunas. Poco a poco los fui conociendo y me fue cautivando su forma de ser. A pesar de que yo tenía cosas qué hacer, no quería separarme de ellos… Su luz era tan brillante que me atraía de una manera muy especial.

Un día, platicando con Dulce, le dije que me recordaba a mi amiga Diana y le conté cómo la había conocido. Las dos teníamos a los niños en la misma escuela, yo estaba recién llegada a Delicias y no tenía amigas ahí. A los pocos meses de haber llegado, Diana me invitó a rezar el Rosario. La verdad es que, aunque quería hacerme su amiga, eso del Rosario nomás no me latía, así que le dije que no. Semanas después me volvió a invitar, y para no ser grosera, pero sobre todo para no perder la oportunidad de conocerla, acepté y fui a mi primera reunión. ¡Si hubiera sabido de qué se trataba ese grupo, habría aceptado a la primera! Nos reuníamos en una casa, rezábamos el Rosario, que si bien –como ya dije- no me latía, lo que venía después era realmente maravilloso. Sentadas cómodamente en la sala, la dueña de la casa comenzaba a orar. Era una oración sin prisas que salía de su corazón. Cuando ella terminaba, alguien más –si quería- seguía. Muchas veces algunas de nosotras –si no es que todas- llorábamos… ¡realmente se sentía la presencia de Dios en ese grupo! Después de un tiempo razonable, cuando ya nadie hablaba, la dueña de la casa cerraba la oración, y sintiendo una paz increíble, pasábamos a desayunar al comedor. Esos viernes fueron realmente un tesoro que aprendí a valorar, al igual que a las bellísimas amigas que ahí conocí.

Años después, nos cambiamos de ciudad e hice nuevas amistades, también muy lindas. Un día se me ocurrió proponerles que nos juntáramos a rezar el Rosario… no porque éste me latiera, más bien mi intención era formar un grupo de oración igual de espiritual que el de Delicias. A mis nuevas amigas les gustó mucho la idea y aceptaron de inmediato. La primera reunión fue en mi casa. Rezamos el rosario y al terminar éste, comenzamos a orar. Desafortunadamente, fue una oración muy rápida –comparada con la del otro grupo- y, para mi gusto, no le dimos el tiempo a Dios de manifestarse. Y es que, para empezar, todas estábamos de pie, y tomadas de la mano esperábamos que fuera nuestro turno de hablar (orar). A la siguiente semana yo les sugerí que lo hiciéramos como en Delicias, pero todas me tiraron a Lucas… ellas se sentían muy a gusto de esa manera. A mí me parecía similar a una reunión con alguien muy importante en la que solo los invitados hablaban, pero no dejaban que el personaje principal -en este caso, Dios- dijera una palabra. Pero bueno, como dicen por ahí, “a más no haber… con su mujer”, así que en ese grupo me quedé por varios años.

Luego nos volvimos a cambiar de casa, y lo único que encontré fue un grupo de meditación. Digo ‘lo único’ no porque sea algo malo, al contrario, sino porque para mi desgracia, solo se reunían una vez por mes. A pesar de todo, fue un grupo que me ayudó en mis peores momentos y al que sigo asistiendo cada vez que puedo. A diferencia de los otros grupos, aquí no había oraciones ni rezos. Simplemente nos sumergíamos en el silencio de nuestras almas, guiados por la voz de Lynn, nuestra adorable coordinadora, y ella nos llevaba a un encuentro con nuestros ángeles. En esas meditaciones también llegué a llorar mucho y a sentir una paz increíble.

Sin embargo, como yo buscaba algo que fuera más frecuente, me inscribí en unos talleres de oración en una iglesia católica. Creo que estos duraban varias semanas. A pesar de que todo el mundo me había dicho que era una cosa hermosísima, a mí no me lo pareció así, pues la primera sesión se pasó en puras explicaciones de la Biblia. Volviendo al ejemplo del personaje importante, es como si al momento del tan esperado–por lo menos para mí- encuentro, uno de los asistentes nos tirara un rollo a los demás y no nos dejara ni hablar con Él, ni escuchar lo que Él tenía que decirnos. Obviamente, no regresé.

Poco después, sabiendo de mi desencanto por no encontrar un momento de comunión con Dios en ninguna iglesia, otra amiga muy querida (Piva) me invitó a algo muy diferente: La exposición del Santísimo el último jueves de cada mes. Para quienes no saben qué es eso, es una ceremonia muy sagrada para los católicos, en la que se coloca una hostia consagrada en una pieza de metal (custodio u ostensorio), para que los creyentes la vean. Sin afán de ofender a nadie, y aunque yo ya había tenido una increíble experiencia con el Santísimo, no fue eso lo que me atrajo (en una ocasión, al momento de platicar con Dios en una boda y de decirle que me disculpara pero que no había sentido nada y que a mí me gustaba sentirlo porque Él así me había acostumbrado, el custodio empezó a girar a una velocidad impresionante; yo me volteaba para otro lado y lo volvía a ver, y éste seguía girando, hasta que paró por completo; obviamente este regalote fue solo para mí, ya que físicamente es imposible que esa pieza de metal gire). Lo que verdaderamente me enganchó fue el ambiente: la iglesia a media luz, el diácono leyendo algún pasaje de la Biblia y explicándolo hermosamente, y al término de cada pasaje, la bella voz y la guitarra de Laura, una joven cantante que tiene el don de hacer que los sentimientos afloren cuando ella toca y canta. La combinación de esos factores realmente me atrapó desde el primer momento que asistí a esa ceremonia. Ahí pude realmente comunicarme con Dios en una iglesia y di gracias por esa magnífica oportunidad de tener un encuentro cercano con Él.  Desgraciadamente, la vida tan apurada que llevamos ha hecho que se me pasen muchos de esos jueves, pero el día que voy, me libero llorando a moco tendido.

Aunque me hago el propósito de orar o meditar solita en mi casa, son contadas las ocasiones en las que lo he hecho. Aunque el resultado es el mismo (el llanto y la paz), soy medio borrega y me siento más a gusto haciéndolo acompañada.

Volviendo a mi nueva amiga Dulce, el día que le platiqué todo esto, su rostro se iluminó con una gran sonrisa, ya que ella era la Coordinadora de un Grupo de Oración allá en Aguascalientes, y me dijo que anhelaba orar aquí en grupo. Yo no podía creer mi buena suerte… ¡por fin alguien me hacía segunda! Uno de esos días nos juntamos en mi casa. Laura puso música, y Dulce comenzó a orar. Desde el primer momento en que la escuché, comencé a llorar. Y es que su oración era hermosísima, pues estaba llena de gratitud y de amor. En ella le daba gracias a Dios por la vida de todos nosotros y le pedía que nos librara de todo mal. Era tal su vehemencia que ella y Laura también comenzaron a llorar. No sé cuánto tiempo duró la oración. Solo sé que mi corazón se llenó de un agradecimiento inmenso hacia Dios por haber traído esas maravillosas personas a mi vida.

Después de la oración, Dulce me dijo cosas hermosas acerca de lo que Dios le había enseñado a través de mi libro “Mamá con Soda” que yo les había regalado semanas atrás. Me dijo que gracias a él comenzó a recordar momentos de su niñez y que había sentido una oleada de amor por su familia de origen. Que cuando leyó cierto pasaje, Dios le habló y le dijo que me comprara algo, algún detalle y que me lo diera de su parte. Ese detalle lo tenía en el apartamento, así que me quedé con la duda. Después de platicar y de reponernos de la emoción provocada por tan intensa oración, nos despedimos con un gran abrazo, sabiendo que era el inicio de una gran amistad.

Como buena Coordinadora, Dulce no quitó el dedo del renglón, y a la semana siguiente nos volvimos a reunir, esta vez en su apartamento. Ahí también se encontraban sus hijas adolescentes y me sorprendió escucharlas orando con el mismo fervor de su madre. Nuevamente fui testigo de una de las oraciones más bellas que he escuchado, y por supuesto que volví a llorar. Pero bueno, antes de la oración desayunamos unos deliciosos chilaquiles, y Dulce me entregó el detalle que Dios le había encargado. Antes de entregármelo, leyó en voz alta un pedacito del capítulo 6:

“También teníamos juegos más tranquilos. Por ejemplo, a Carolina y a mí nos encantaba jugar a la zapatería. ¡Mi mamá tenía cajas y cajas de zapatos de todos colores y estilos! Los bajábamos del closet y los sacábamos de sus cajas, desperdigándolos por todo el cuarto. Eso sí, no me acuerdo quién los guardaba cuando ya nos cansábamos.

Pero el juego favorito de nosotras dos eran los regalitos. Una ‘vivía’ en la recámara de mis papás y la otra en la nuestra. Nos visitábamos, llevando siempre un regalito. Agarrábamos lo que hubiera a la mano (perfumes, adornos o lo que fuera) y lo envolvíamos en una toalla. Esto lo hacíamos muchísimas veces, pues jugábamos por largo rato a lo mismo y siempre teníamos este diálogo:

‘Hola comadre, ¿qué anda haciendo?’

‘Vine a traerle un regalito’

‘¡Ay, muchas gracias! Pase por favor…’

 Y los regalos los íbamos poniendo en la cama, bien alineaditos”.

 Después de leer esto en voz alta, Dulce se paró y me entregó unos bellísimos deshilados (artesanías típicas de Aguascalientes) envueltos -por supuesto- ¡en una toalla!, y muy hermosa me pidió que jugáramos a las comadres, siguiendo el diálogo que hace más de 40 años tenía yo con mi hermana. Fue tanta la emoción de recibir un regalo directamente de Dios, que por supuesto, se me llenaron los ojos de lágrimas, mientras abrazaba a la bella mensajera. Dulce me contó entonces, que a Él le había gustado mucho que mi hermana y yo jugáramos así y quiso decírmelo de esa manera.

Salí de ahí emocionadísima y me vine a la casa. Ese día era cumpleaños de una de sus hijas, así que en la tarde regresé con los míos, y después de una plática muy agradable, Dulce nos pidió permiso de orar por la vida de la cumpleañera. Por supuesto que le dijimos que sí, y ella comenzó a dar gracias, no solo por su vida, sino por la de sus otras hijas y la de los míos. Los fue mencionando uno a uno, y pidiendo protección y sabiduría para ellos, para resistir la presión de sus compañeros (peer pressure). Al final, enjugándonos las lágrimas, nos preguntó cómo nos sentíamos. La reacción de mi hija fue muy bonita. Dice que todo el mundo se borró y ella solamente escuchaba la voz de Dulce… fue muy hermoso.

Desgraciadamente, las cosas no resultaron como ellos lo habían planeado, así que en pocos días se regresaron a Aguascalientes, no sin antes habernos robado el corazón.

Los disfruté al máximo, acompañándolos de compras y a desayunar, así como invitándolos a comer a la casa. Laura me dejó un USB con música bellísima, incluyendo alguna interpretada magistralmente por ella.

El día que se fueron yo desperté con la firme intención de orar, pero por una cosa o por otra, se me hizo tarde y tuve que meterme a bañar. Pidiéndole perdón a Dios por permitir que se me fuera el tiempo de esa manera, abrí la llave de la regadera. Mi intención había sido poner la música que amablemente Laura me había dejado, y sentada con los ojos cerrados, platicar con Él, pero como no se pudo, de todos modos comencé a hablarle bajo el chorro del agua. Comencé dándole las gracias por la familia Valtierra y por Laura, por el maravilloso regalo que había sido su amistad, así como por el “regalito” que Él había tenido conmigo. De repente, empecé a llorar como loca… ¡no podía parar, era como si se me hubiera muerto alguien, solo que no estaba triste… al contrario, estaba muy feliz! Afortunadamente estaba sola en la casa, ya que mis sollozos eran muy fuertes. Esa oración fue una de las más liberadoras que he tenido, y salí del baño relajada y sorprendida porque a Dios no le importó ni el momento ni el lugar para conversar conmigo.

En fin… Mi intención por supuesto es seguir buscando esos momentos íntimos con Dios y procurarlos para mi familia. Sin lugar a dudas, el encuentro con estos hidrocálidos ha sido de lo más hermoso que me ha sucedido en los últimos tiempos.

¡Gracias familia Valtierra, gracias Laura… los queremos mucho!!!

 ¡Gracias Dios, gracias Dios, gracias Dios!

YERBA MALA

El otro día que iba a una clase me tocó hacer alto en un semáforo. Me sentía un poco cansada, así que mientras esperaba que cambiara la luz, me recargué en la ventana y miré hacia afuera. Lo primero que mis ojos encontraron fue una mata de hierba mala, abriéndose paso entre las ranuras de la banqueta. Me impresionó su tamaño, y para mi sorpresa, su belleza. Digo para mi sorpresa, pues para mí la hierba mala siempre ha sido sinónimo de plaga, y el instinto es arrancarla. Sin embargo, ésta –después de observarla detenidamente-era realmente bonita y me encantó haber podido percibir por primera vez el amor y la belleza implícitos en ella.

Esto me hizo reflexionar y darme cuenta que así tratamos a las personas. Si nos agradan, nos parecen decentes, o si cumplen con determinado perfil, las aceptamos. ¡Ah, pero si se salen de nuestros esquemas, las rechazamos contundentemente! ¿Por qué? Porque solo vemos la forma y no el fondo. Se nos olvida que Dios hizo toda la Creación con el mismo amor. Sinceramente, no creo que haya dicho: “Chin, me sobró material… bueno pues, voy a hacer esta cochinada de planta, animal o persona”, ¿verdad?

Afortunadamente, hay mucha gente que piensa así. Un ejemplo de ello es Felipe mi sobrino, quien en una ocasión se hizo un peinado “Mohawk” para sacudir conciencias. El objetivo era demostrar que él seguía siendo el mismo, con o sin Mohawk. Para esto, cubría su peinado con un gorrito, y cuando se lo quitaba, observaba las reacciones de las personas. La verdad, a mí me sacó mucho de onda, pues mi familia es más bien conservadora, pero cuando me enteré del motivo, no pude menos que aplaudirle…me había dado una gran lección.

Sería bueno que todos hiciéramos un esfuerzo para tratar de ver a nuestros semejantes por dentro. Yo creo que nos sorprenderíamos de la belleza que hay en cada uno de ellos… Una hierba mala puede atraer mucha plaga, pero ¿qué tal si es porque irradia luz, una luz invisible para nosotros? Tratemos de ver esa luz que todos tenemos. Y para ello les comparto un método que me ha dado buenos resultados: Cuando tengo problemas con una persona, me gusta recordar que antes de nacer, ella y yo nos reunimos en un plano superior, y bajo la guía de Dios y de nuestros Maestros, nos pusimos de acuerdo para hacernos crecer mutuamente… o como dijo Carlos Castañeda: para que uno fuera el “pinche tirano” del otro (y tal vez, viceversa).

Ese sencillo pensamiento me hace volver a recordar quién soy (un ser de luz, al igual que todos los demás) y para qué estoy aquí (para amar, ser feliz, aprender, servir, y hacer el bien, entre otras cosas).

Así que, la próxima vez que veas a una persona, planta o animal, intenta ver en su interior. Si no te gusta su aspecto, piensa en la hierba mala… Te sorprenderás de la belleza que vas a encontrar y probablemente cambie tu percepción hacia ese ser.

Gracias.

LA ALEGRÍA DE LOS NIÑOS

Tengo varias semanas escribiendo una Gunicharrita sobre el desorden y la vida diaria, pero por una cosa o por otra, no la he podido terminar. Es por esto que decidí retomar esta que empecé la semana pasada, pero ahorita que estaba a punto de subirla al blog me sorprendí, pues lo primero que vi fue la historia anterior (Bailemos con Alegría). Tal parece que Dios, los ángeles o el universo me están enviando un mensaje: que debo hacer todo con más espontaneidad y disfrutar de la vida sin importar quién me esté viendo. Mensaje recibido. Si me ven haciendo locuras, ya saben a quién culpar.

Y ahora sí, la Gunicharrita de la quincena: ‘Reviviendo la Alegría’:

Hoy que fui a recoger a mi hija de una clase, me tocó ver a una niña súper chiquita, como de un año y medio, divirtiéndose de lo lindo. Me llamó la atención, pues estaba muy pequeñita. Su corta edad no era impedimento para que diera vueltas y más vueltas, como bailando. Esa imagen me hizo pensar: ¿Es la alegría inherente al ser humano?

Traté de acordarme de los bebés que conozco o que he visto, y, a menos que estuvieran enfermos o que alguien les hubiera pegado o regañado, todos –o casi todos- traen la felicidad por dentro.

Conforme crecemos, los golpes de la vida, el miedo al qué dirán, el temor al rechazo, entre otras cosas hacen que esa felicidad vaya disminuyendo. Sin embargo, si Dios nos envió a la Tierra con una dotación de alegría y felicidad, ésta debe encontrarse en algún lugar… no puede haberse ido así como así. Es como un bebedero al que hay que aplastarle el botón para que salga el agua. Ésta, al igual que la felicidad, ahí se encuentra.

¿Qué pasaría si nos pusiéramos a imitar a un niño? Nos tacharían de locos, ¿verdad? Pues sí, probablemente, pero ¡cuánto bien nos haría! Y lo digo por experiencia… El año pasado tomé un curso de varias semanas, llamado “Dios en las ocho etapas” que era impartido por una Psicóloga. Éramos puras mujeres, y uno de los objetivos era entender y sanar cada una de nuestras etapas (prenatal, infancia, niñez, adolescencia, juventud, adultez, ancianidad y muerte). Marisol, la instructora, era muy buena: nos hacía reír, llorar y reflexionar. Una de las etapas en las que más incómoda me sentí fue la de la niñez, ya que nos puso a todas las señoras a jugar. Hizo que nos levantáramos de nuestros asientos y nos puso a cantar diferentes rondas infantiles. Hasta ahí todo iba bien, hasta que se le ocurrió cantar la de “Juan Pirulero”:

Este es el juego de Juan Pirulero,
que cada quien atiende su juego.
Juan Pirulero les manda y ordena
que su instrumento cada quien toque.
Que toque la flauta…

Este es el juego de Juan Pirulero,
que cada quien atiende su juego.
Juan Pirulero les manda y ordena
que su instrumento cada quien toque.
El clarinete…
El violín…
La trompeta…
El contrabajo…

La versión de Marisol era un poco diferente, ella nos ponía a brincar en un pie, a gritar, a caminar en cuclillas, y otro tipo de payasadas. La mayoría de las señoras se veían muy divertidas… yo estaba medio traumada pues me parecía que estábamos haciendo el ridículo (sí, el famoso ‘miedo al qué dirán’). Sin embargo no quise ponerme en evidencia, y sin muchas ganas -casi a mitad del ejercicio- decidí hacer lo que las demás… ¡Nunca imaginé lo que sentiría, fue como si me hubiera liberado de algo muy pesado! Todas nos reímos como locas y terminamos súper cansadas, pero felices. Al regresar a mi lugar, me di cuenta que -por alguna razón que desconozco- no había disfrutado al 100% mi niñez, y que ese ejercicio había servido para llenar algún hueco de esa etapa.

Meses después, escuché por ahí que era muy bueno hacer una meditación con nuestro niño interior, así que me puse a buscar en youtube y encontré algunas muy buenas. Ya ni me acuerdo cómo era la que escogí, solo sé que sentí tanta compasión por mi niña interior y que lloré como una Magdalena. Ese fue también un ejercicio sumamente liberador.

Les propongo entonces que le hagamos un favor al mundo y atendamos a nuestro niño (o niña) interior… Olvidémonos del qué dirán: hagamos payasadas, brinquemos en un pie, salgamos a mojarnos bajo la lluvia. Fomentemos su (nuestra) autoestima: digámosle cuánto lo queremos, cuán valioso es y asegurémosle que todo va a estar bien, pues nosotros estaremos ahí para protegerlo.

Entonces, muy probablemente la alegría y la felicidad volverán a nuestras vidas y éstas serán sin duda más ricas de lo que ya son.