No sé si algunos de ustedes (los más ruquis) sepan o recuerden que hace mil años se usaba que cuando alguien fallecía, se ponía un moño negro en la puerta de la casa o negocio del difunto. Bueno, yo sí lo recuerdo. Claro que nunca lo hicimos, pero otras familias sí.
Bien, pues ahora que mi suegra se liberó de su cuerpo físico, hicimos maleta y encargos de perros y gato, y después de mil vueltas a la cochera, me senté por fin en el asiento del copiloto. En eso volteo para atrás y veo algo debajo del asiento de mi hijo. Lo saco, es una banderita de esas que se ponen en el jardín. Ya ni me acordaba de ella, la había comprado hace tiempo. Cuando la saco de la bolsita, casi hago ¡plop! al ver que traía, nada más y nada menos que unas flores… ¡con un moño negro! Bueno, negro con blanco, pero negro al fin, ¿o sea qué onda? Mi primer pensamiento fue que mi suegra se las había ingeniado para que apareciera la banderita justo en ese momento, pero al escuchar la teoría de mi hijo (que esto es una prueba más de que vivimos en una simulación), también me pareció que tenía sentido.
Pero bueno, haya sido como haya sido, me encantó el detalle. Me bajé a ponerla en una portabandera (o como se llame) para honrar a nuestra inolvidable Yaya, y la imaginé sonriéndonos, complacida, desde su nueva dimensión.
Escribo estas líneas teniendo a Zorry detrás de mi compu, esperando que no vaya a venir de Tolín y se ofenda al saber que no hablo de él.
Así es, algunos de ustedes ya saben de quién hablo. De nuestro querido Paquito, no solo el gato más hermoso del mundo, también el más tierno.
Su llegada a nuestras vidas se la debo a Gaty, otro gatito que, por culpa mía, nunca regresó. Teníamos poco de habernos cambiado a esta casa y el pobre se la vivía en las ventanas, añorando salir al Jardín Encantado. Un mal día, mi corazón de pollo no aguantó verlo sufrir y lo dejé salir. Lo metí a los pocos minutos. Al día siguiente, lo mismo. Hasta que al tercer día (o algo así), ya nunca más regresó. Peló gallo. Nunca supimos si se había muerto, si había intentado llegar a nuestra casa anterior o qué, pero una vez más le pido perdón a ese chiquito por no haberlo cuidado.
En fin. Gracias a ese descuido, llegamos mi familia y yo a la vida de Paco. O él a la nuestra. Ya también he contado que el día de Acción de Gracias de 2009, a tres meses de la desaparición de Gaty, fuimos una vez más a la perrera municipal (¿o deberé decir la gatera?) a ver si de casualidad aparecía. Yo había pasado las últimas semanas de voluntaria en ese lugar, precisamente para estar ahí si es que él llegaba, pero nada. Ese día no fue la excepción. Me bajé a revisar todas las jaulas y regresé muy triste al carro. No había señas de Gatichico. Entonces a mis hijos y a mí se nos ocurrió la grandiosa idea de adoptar un gatito, a lo que mi marido dijo que no. Le rogamos y le rogamos, le dijimos que no nos diera regalo de Navidad por cinco años pero que nos dejara tener un gatito de nuevo. Por fin accedió.
Entramos al paraíso, o que diga, al lugar. Gatos de todos colores y sabores. Chicos, grandes, con cola sin cola, cafés, grises, anaranjados, negros, you name it.
Yo me enamoré de unos chiquitines peludos sin cola, yo creo que eran un poco más grande que mi mano. Mi marido dijo que no, que era mejor buscar un gatito que ya hubiera sufrido para que apreciara más (bueno pues…). Seguí viendo. Las reglas del lugar eran muy claras: una persona podía cargar solo a un gato para evitar cualquier contagio. Mis hijos ya se habían engolosinado, no recuerdo con qué gatitos. Yo no quería gastar mi única bala. Volteaba para todos lados y no había ninguno que me cerrara el ojo. En eso mi marido señala uno anaranjado y dice: quiero ver ese. ¿Qué les parece? Yo lo vi, y aunque amo a los gatos desde que tengo uso de razón, no sentí ningún clic y me encogí de hombros, resignada. En eso, el rabillo del ojo izquierdo captó un movimiento. Volteo, y está Paco desgañitándose para que lo saquemos, brincando como loco, casi casi con bastón y con bombín, jajaja, ¡hermoso! A todos se nos fueron los ojos y pedimos que nos abrieran su jaula. Lo tomé en mis brazos, su ronroneo se escuchaba a tres cuadras a la redonda, y nos derritió cuando comenzó a darme besitos en toda la cara con su naricita. ¡Su carita era la más hermosa, parecía que tenía los ojos delineados! Nos flechó a todos al instante y pedimos a la persona encargada que nos lo diera en adopción. Comenzamos el papeleo. No sé qué pasa con los gatos chiquitos, pero igual que pasó con Gatichica que resultó ser Gatichico, nos dieron Paco por Paca. Pero eso lo supimos semanas después.
Con todo el dolor de nuestro corazón tuvimos que dejar a nuestro nuevo bebé unos días más para que lo esterilizaran. Era jueves… fue el fin de semana más largo de nuestras vidas. A mí me angustiaba el pensar que Paquito creyera que no nos había conquistado.
Y por fin llegó el día. Mis hijos y yo fuimos por él, y como dice la canción, Oh Happy Day!
Se hizo súper compa de los tres perros, Manolo, Toby y Chuy (y después de Matute, Sasha, Majo y Lola), y se ganó el cariño de todos nuestros amigos y familiares.
Siempre pensé que me leía la mente pues por muchos años, en cuanto yo me despertaba, ya sea que abriera los ojos o no, Paquito llegaba a maullarme para que le diera comida, o que diga, para que lo viera comer, ¡jajaja!
En ese tiempo yo pasaba mucho tiempo escribiendo y haciendo traducciones desde la comodidad de mi reposet y el buen Paco brincaba a mi regazo en cuanto me veía sentada. Comenzaba a ronronear y nos decíamos todo con la mirada, ¡podía sentir cómo nuestras almas se entrelazaban! Había días en que yo andaba a gorro y no me sentaba en todo el día, y el pobre de Paco me perseguía como alma en pena, maullando como enajenado, hasta que me caía el veinte y me iba a sentar con él. Quiero pensar que mi niño necesitaba mi cariño, pero más bien creo que él sabía que yo necesitaba tranquilizarme. ¡Ay hermoso!
Luego llegó Zorry varios años después y Paquito se volvió un rufián, jajaja! ¡Le daba sus buenos zapes, lo odiaba! El pobre Zorry nunca se le puso al brinco.
Lo operaron dos o tres veces porque se le tapó la uretra, y nunca volvió a ser el mismo. De dos años para acá dio el viejazo. Se quedaba como hipnotizado junto a su agua y maullaba tooooooodo el día. Hasta que un veterinario me dijo que esos eran signos de demencia senil. Entonces comenzamos a darle un polvito para el cerebro que medio lo volvió a la normalidad. También le compramos una fuente y Paco fue el más feliz del mundo.
Comenzó a perder peso. Aparentemente, era también parte de lo mismo. Comenzó a hacerse pipí adentro de la casa, le encantaba venir al baño de mis hijos y hacerse en los tapetes, ¡jajaja! Le puse un arenero y nada. Le puse otro y tampoco. Optamos entonces por comprarle tapetitos entrenadores para perro. A veces le atinaba, a veces no, pero como que le gustaba más imitar a los perros que ser gato.
De unas semanas para acá, la alfombra de la tele comenzó a oler bien rico. Yo creo que al inocente ya le daba hueva salir y se hacía donde fuera. A veces hasta en su camita. ¿Y cómo enojarse con él?
También noté que dejó de venir a las recámaras, donde tenemos sus croquetas, así que comenzamos a darle más comida de lata. Cada vez fue comiendo más poquito. En ocasiones movía su boquita como viejito molacho.
El lunes hice cita con su doctor, pero me la dieron hasta el jueves, así que me lo llevé a otra clínica. Había bajado tremendamente de peso, de cuando era un gatito normal (sano, pues) con 13 libras a tan solo 7 (¿o 6?). Se lo llevaron para sacarle sangre. La doctora regresó con malas noticias. Mi niño tenía falla renal y una anemia tremenda. Por eso se pasaba todo el día tirado en la alfombra. Por eso seguía tomando agua como enajenado. Por eso hacía pipí donde le daba la gana. ¡Ay mi chiquito! Según la doctora, lo mejor era dormirlo, pues estaba sufriendo mucho. La verdad esa noticia me cayó de sorpresa, pues, a diferencia de Manolo, Matute y Chuy, que batallaban ya para respirar, Paco nunca se vio así de mal. Yo pensaba que simplemente estaba viejito.
Salí llorando de ahí. Les avisé a los niños y a Willy. Ricardo fue el que lo tomó más mal. No estaba de acuerdo. Él quería que se fuera apagando poco a poco y que muriera en la casa. Nos convenció. Sin embargo, les dije que iba a ir al día siguiente (ayer) con su veterinario para dejarle los resultados de laboratorio, a ver qué decía él. Así lo hice, pasé a la clínica, dejé los papeles, y antes de una hora ya me estaba llamando el doctor para confirmarme lo que me había dicho la doctora el día anterior. Le pregunté si podíamos dejarlo que muriera en casa, pero me dijo que no, que el inocente se estaba sintiendo de la patada, con náuseas y dolor de cabeza, así que quedamos en que lo llevaríamos esa misma tarde.
Mandé un mensaje a mi familia. Ricardo no había ido a trabajar por si sí lo dormíamos y se pasó todo el día con Paco. Le dio pollito. Luego le dio atún. Le puso pintura vegetal en sus patitas para tomar sus huellas. Puso un banquito junto a él y no sé qué tantas cosas le habrá dicho. Lloró y lloró, igual que lo había hecho la noche anterior.
Finalmente se llegó la hora. Fue por una cobijita para cargarlo. Escogió una delgadita de Gymboree que él usaba de bebé. Catalina nos alcanzó allá. Esperamos, esperamos y esperamos.
El doctor estaba hasta el gorro de pacientes. Los cuatro tuvimos la oportunidad de cargarlo un rato más y de despedirnos de él. Por fin nos pasaron al consultorio. Le pedí al doctor que repitiera a mi familia lo que me había dicho por teléfono. Mi hijo había contemplado la posibilidad de un trasplante, y bueno, no era algo tan descabellado, pero lo descartamos por su avanzada edad. La señorita que se encargó de liberar a Paquito de su dolor nos trajo una cobijita más mullida para que estuviera un poco más cómodo. Luego le aplicó un sedante. Nunca dejó de mover su colita y todo el tiempo tuvo sus ojitos abiertos. Aparentemente eso es normal. Pasó un rato. Revisó sus reflejos y nos preguntó si queríamos que lo sedara más. Le dijimos que no, que ya le pusiera la inyección letal. Así lo hizo. Entre moqueada y moqueada. el alma de Paquito se elevó por encima de nuestras cabezas, y quiero pensar que nos dio besitos con su nariz, feliz de acabar por fin con ese suplicio.
Tuvo una vida hermosa. Fue un gatito muy amado. Fue el gatito más hermoso del mundo.
¡Gracias, mi querido Paquito por haberme escogido como tu madre, ¡ha sido uno de los más grandes privilegios de mi vida! Ya pronto nos volveremos a ver… Gracias por todo y por tanto!!!
Hoy me cayó un veintesazo o como se escriba (¿veintazo?) mientras me disponía a almorzar. Saqué lo que iba a comer, y mientras se calentaba, pensé qué serie vería pues no hay alguna que por el momento me cierre el ojo. Y es que las que no muestran transexuales, muestran homosexuales dándole con singular alegría, bisexuales haciendo tríos, etc. ¿Que si me espanto? Para nada, como dijo una señora que conozco: cada quien su cola. Peeeero, de eso a que a fuerza tenga que chutarme toda esa pornografía, pues no. Sé que la Élite exige cada vez más que se incluya a ese tipo de minorías en el cine y la televisión, pero ¿por qué ser tan explícitos? ¿Por qué esa necesidad de que veamos como algo normal la pederastia, el meterte con varios a la vez, el enseñar a los niños que ellos pueden “escoger” su género? ¡No, no y no! Me niego.
En eso, tuve un chispazo de conciencia: ¡La Élite no es mala… ni buena! Netflix no es malo ni bueno, Facebook no es malo ni bueno, los celulares no son malos ni buenos… ¡somos nosotros los que tenemos el poder de decidir si consumimos sus productos o no! Así como un cigarro no se prende solo ni se te trepa hasta llegar a la boca, así es el rollo con todo lo de fuera: ¡¡¡¡YO DECIDO CON QUÉ ALIMENTARME… YO TENGO EL PODER!!!! Y tan lo tengo, que desde hace casi un año estoy -por tercera ocasión- en vacaciones de Facebook. Un día, dándome cuenta de que entraba a esa red social cada vez que agarraba mi teléfono (¡que son muchísimas veces al día!), dije: ¡Hasta aquí Mark, ya no vas a jugar con mi psique! Y desde entonces no entro a Facebook. Claro que eso de ya no vas a jugar es un decir, pues como ven, no me he salido de Instagram, pero por lo menos aquí no pierdo tanto tiempo pues son pocas las cuentas que sigo, justamente para no seguir con la adicción.
Así que volteé a la derecha y le dije al control de la tele: hoy no te agarro chiquito. Giré hacia la izquierda y tomé el libro “El Juego de la Vida y Cómo Jugarlo” de Florence Scovel Shinn, que tenía que haber leído desde hace varios meses.
Horas más tarde me llegó una notificación de un “en vivo” de Diego Dreyfuss y me conecté, pues el chavo se avienta unas buenas perlas de sabiduría en su muy florido lenguaje (lo cual me encanta, han de disculpar). ¿Y qué creen? Que el universo quiso asegurarse de que había entendido el chispazo que se me dio en la mañana, pues de repente dice Diego: “En la actualidad hay mucha información, pero cero conciencia. No podemos seguir conectados en el planeta escuchando y leyendo información de a montón, pero tú no estás usando tu brújula interna. Las cosas no son per se malas ni buenas, las cosas SON. El tabaco no hace daño ni hace bien. Yo me hago daño si me apendejo y fumo muchos…y hay quien ni eso”.
¿Qué curioso, verdad? El buen Diego vino a ratificar esa prendida de foco que tuve, y yo quiero compartirlo con ustedes para recordarles que NO SOMOS VÍCTIMAS de las circunstancias ni de nadie, que la Élite (o su jefe desgraciado, su novia tóxica o su mamá cruel) simplemente está haciendo aquello que vino a hacer, está representando un papel en la película que CADA UNO DE NOSOTROS estuvo de acuerdo en grabar, y por lo tanto, SOMOS NOSOTROS QUIENES TENEMOS EL CONTROL.
¿Por qué? Por el simple hecho de que COMPARTIMOS EL ADN DE AQUEL QUE NOS CREÓ. ¿Y ahora resulta que unos pendejos hijos de su madre nos van a controlar? ¡Ni máiz!
Hace unos días regresamos de unas minivacaciones en la bellísima ciudad de México. El evento principal fue una reunión de la familia de mi mamá, la cual estuvo muy padre (como todas las anteriores) y me dio la oportunidad de disfrutar de grandes pláticas con algunas de mis queridas primas. Mis hijos andaban encantados analizando el gigantesco árbol genealógico que las organizadoras habían pegado en la pared y yo los observaba fascinada de que mostraran interés.
El día anterior habíamos ido mi esposo, mis hijos y yo a Xochimilco y luego a comer/cenar a Coyoacán con unos amigos de mi marido y sus esposas. Buenísima onda los cuatro, y en especial el Yayo y Claudia, pues son de esas personas que te hacen sentir especial, mostrando un genuino interés por nosotros (no digo que la otra pareja no sea así, solo que no platicamos tanto con ellos pues llegaron más tarde). En el camino de regreso al hotel se armó un zafarrancho entre nuestros hijos, ya que Catalina rasguñó sin querer a Ricardo al extender la mano para pedirle que cerrara la ventana. Dignos hijos míos, con la mecha muy corta, dieron tremendo espectáculo frente al matrimonio que amablemente se había ofrecido a llevarnos. Sin entender que la ropa sucia se lava en casa, ni que ese no era ni el momento ni el lugar para gritonearse y decirse grosería y media, se agarraron como verduleras frente a Claudia y el Yayo. ¡Qué vergüenza, neta!
Al llegar al hotel, mi esposo se quedó fumando afuera y yo subí con los lepes… ¡histérica, igual que ellos! Molesta por el pancho que habían hecho, y porque Ricardo a fuerza quería que la hiciera de referee, me puse tan enojada que le dije que no quería hablar del asunto en ese momento, lo cual le valió madre y siguió despotricando. Entonces le anuncié que mientras siguiera con eso, no le iba a hablar. Gracias a los talleres de Haydeé Carrasco, sé que ignorar a alguien es una gran crueldad, pero por eso le dije que lo iba a hacer. Obviamente no le pareció, y me reclamó. Contesté que no me quedaba otro remedio, ya que él estaba ahuevado en discutir y yo no quería hacerlo. Salió hecho una furia y regresó con mi marido como una hora más tarde cuando nosotras ya estábamos dormidas.
Al día siguiente, más tranquilo, me dijo que había platicado con su papá y que quería que habláramos del tema, de manera civilizada. Así lo hicimos más tarde y me sorprendió la madurez con la que ambos (mis hijos) dialogaron… hasta que ocurrió otro incidente en la habitación.
Si bien ni Catalina ni yo pensábamos igual que Ricardo, esta vez nadie se alteró ni gritó y horas más tarde (¿o al día siguiente?), él sacó a relucir el tema.
Bueno, a lo mejor me están faltando detalles, pero lo que quiero contar es que hubo acuerdos y que vi una gran transformación en mis hijos. Los siguientes días los pasamos muuuuy a gusto, y creo que fue una experiencia muy enriquecedora. ¡Ese ‘team-building´ nos salió muy bien!
¿Qué más nos gustó aparte del juguito verde con piña que nos recetábamos todos los días? Sin lugar a duda, la tranquilidad con la que anduvimos y con la que vimos a toda la gente por allá. Me llamó la atención que todo mundo traía los vidrios abiertos, y cuando le hice notar ese detalle a un conductor de Uber, contestó que los asaltos en un semáforo o en un embotellamiento eran un mito de provincia, y que gracias a que en muchos lados ya había cámaras en la calle, los cacos habían tenido que calmar sus ímpetus ladronescos.
¡Me sentí a mis anchas en la tierra de mi chilango padre! Y por primera ocasión viví y comprendí lo que una amiga nos explicó una vez que se le ocurrió hacer popó en casa ajena. Verán, estábamos a punto de empezar una meditación, pidió el baño a la dueña de la casa. Yo creo que no tardó ni cinco minutos en salir, y cuando lo hizo, comentó algo sobre el excusado, no recuerdo qué, pero todas dedujimos que no había sido precisamente pipí lo que había ido a depositar. Y sí, efectivamente teníamos razón. La nada penosa de mi amiga había ido, como se dice vulgarmente, a churretear al baño que estaba pegado a donde nos encontrábamos, ¡jajaja! Cuando vio las caras de what de todas nosotras, nos contó – tan tranquila – que ella antes se tapaba cada vez que salía de viaje, ya que solo podía poposear en su casa, hasta que un día tuvo una revelación: se dio cuenta de que el mundo entero era su hogar, y su problema se resolvió.
¡Así me pasó en el DF! ¡Me sentía parte de esa ciudad! Confieso que, en una, dos, y hasta tres ocasiones recordé que me encontraba en zona de temblores, pero en ningún momento dejé que el miedo se apoderara de mí. Decidí mejor conectarme con esa tierra y con su gente, hermanarme realmente, y me sentí muy afortunada de poder regalar a mi espíritu la belleza de los majestuosos árboles, el buenos días/buen provecho que a diestra y siniestra se obsequiaba todo el mundo, la modernidad de unos edificios, el abolengo de otros, el imaginar a mis papás y a muchos de mis ancestros caminando por esas calles (por ejemplo, a mi tía Manola cuando entró a la Casa de Bolsa siendo la primera mujer en trabajar ahí, o a mi abuelo Nicasio cuando, cabalgando con Francisco I Madero, lo alertó sobre las intenciones de Félix Díaz), el toque de nostalgia del organillero, el mariachi alegrando nuestra comida en Coyoacán, el cariño de mis primas, los abrazos de mis compadres… ¡Uf! ¿le sigo?
Hace rato que me estaba arreglando, no sé cómo moví la cabeza que me quedó un peinado muy estilero, con la partidura de lado, pero un poquito por debajo de lo normal (no exactamente como se ve en la foto, ¿eh?), lo que hacía que el resto del cabello cayera muy padre. Eso me recordó la foto de unas modelos archiguapas con la que había forrado uno de mis cuadernos cuando estaba en el Tec. Mi hermana Patricia solía regalarnos las revistas gringas (Seventeen y otras más) que iba leyendo, y yo me daba vuelo recortando lo que me gustaba. Esta foto era de dos chavas vestidas padrísimo, con colores fuertes (creo que rojo, azul y gris), y justamente estaban peinadas así. Recuerdo que cuando forré mi cuaderno se lo mostré a mi amigo Campe Campe, fascinada por la belleza de todo el conjunto. Su respuesta aún resuena en mi cabeza: “Ahí estás tú, eres igualita a ellas”. Más acomplejada que acomplejadoman (diríaThali), obviamente no le creí, pero ahora, cuarenta años y algunos talleres después, entiendo que cuando admiramos algo de los demás, es porque esa o esas cualidades se encuentran ya en nosotros, y que muchas veces solo están esperando su momento para salir a la superficie. Y no es que me crea modelo, pero sí sé que con la ropa, peinado y maquillaje adecuados, cualquier se ve como tal!
Así que haré una lista de las personas que admiro y de sus cualidades (por lo menos, las que más me llaman la atención). Eso me ayudará a conocer quién soy realmente.
Y ustedes, ¿se han puesto a pensar en eso? Cuéntenme a quién admiran y por qué, y díganme si les caen algunos veintes con esta reflexión.
Hace mucho que no escribo. El trabajo me absorbe de una manera impresionante, a veces son las once de la noche y me pongo a subir documentos, escribir correos (programándolos casi siempre para que se envíen a primera hora del día siguiente, ¿eh?), etc. Y así me la puedo pasar hasta la una de la mañana. Comencé a sentirme culpable, y llegué a preguntarme si estaba bien hacer eso. ¿Cuál fue la respuesta? Que sí, ya que lo disfruto muchísimo. Mientras sea un disfrute, está bien ser una workaholic.
Y bueno, pasando a otros asuntos, algo de lo que también he cobrado conciencia es de lo valioso que es poner límites. Muchas veces, las personas se toman atribuciones que no les corresponden, te juzgan, bueno, hablaré en primera persona, como me enseñó mi gran maestra Haydée Carrasco: ME juzgan, me dicen qué debo decir y qué no, cómo actuar y cómo no actuar, etc., ¿y saben qué? Ya no estoy para esos trotes. No soy una bebé ni una niña que necesita guía. Claro, no digo que me las como ardiendo ni que no me equivoco, pero es mi vida, y a la única persona que le permito meterse en ella, es a mí. Punto. Bueno, pues esa decisión me ha dado una paz… ¡increíble!
A todas aquellas personas a las que yo les haya hecho o les esté haciendo lo mismo (meterse en su vida), les pido por favor que me paren el alto. Si no lo he hecho yo sola es porque no me he dado cuenta, pero créanme que se harían un gran favor.
Pero la paz interior no es solo alejarte de quienes te la roban, la paz interior también te la da el disfrutar a aquellas personas con las que vibras alto, con las que conectas.
Me di cuenta de ello hace unos días hablando con Marcela Becerra. Me la presentaron algunos años atrás y no la volví a ver hasta hace unos meses, cuando fui a una pijamada/mini retiro femenil organizada por Ana Cabrera, en el que vimos una plática súper interesante de Juan Lucas Martín. Ahí tuve el gusto de conocer a Marcela y a otras grandes mujeres como ella y como Ana, y con dos de ellas (Marcela y Noemy Vinalay) de inmediato sentí un clic. Su manera tan amorosa de hablar, su entusiasmo, su pasión por la vida, y su autenticidad hicieron que mi espíritu brincara de alegría y que quisiera conocerlas más a fondo.
Me entristece decir que eso no se ha dado, ¿por qué? Volvemos al principio, porque el trabajo me absorbe, bueno, el trabajo nos absorbe, porque ellas también andan a gorro siempre.
Por fortuna, la semana pasada recibí un WhatsApp de Marcela invitándome a un curso virtual llamado Manifiesta tus Deseos que inició el pasado miércoles. Su invitación cayó en terreno fértil, ya que, teniéndola a ella como ejemplo, mi alma me gritó: ¡Sí, tómalo! ¡Ve nada más qué hermosura de persona es Marcela, tómalo, tómalo, y aprende a ser como ella!
Y claro, me inscribí, y estoy entre encantada y abrumada por todo el trabajo interior que se hace en ese curso. ¿Y por qué abrumada? Creo que es porque también estoy haciendo el curso de Prosperidad Expansiva de Omar Valen (que se los súper recomiendo, ¡Omar es excelente para explicar, ya voy en el día 30 de los 40 que son!), pero está bien… como decía el buen Inge Navarro: ‘Andando la carreta, se acomodan las calabazas’.
Entonces, platicando con Marcela, me dijo algo que me cimbró: “Guny, si entre tú y yo hay una gran conexión desde que nos conocimos, ¿por qué no nos vemos nunca? La vida es tan corta que no debemos desperdiciarla dejando pasar momentos bonitos con gente con la que congeniamos así” … ¡toinnnnn! Sus palabras tuvieron todo el sentido del mundo para mí, y le dije, ¿sabes qué? ¡¡¡Tienes toda la razón!!! Y comencé a pensar en esas reuniones con gente que no me aporta (y claro, es muy probable que tampoco yo le aporte, pero ahorita estoy hablando de mí), con gente de baja vibración, juzgona, quejumbrosa, metiche, negativa, yoyo, y dije ¿qué estoy haciendo? De ahora en adelante, buscaré la presencia de personas con las que vibre alto y me alejaré de quienes no me eleven.
Así que el martes tengo una cita con Marcela y estoy entusiasmada por cultivar esto que estoy segura será una bella amistad.
¿Y ustedes, qué onda? ¿Cómo andan sus relaciones? Los invito a analizarlas. ¿Que fulanito les roba su paz interior? ¡Cúchila de aquí, ámonos pa´su rancho! ¿Que con zutanito se sienten gozosos y plenos? Pa´luego es tarde, ¡a pasar tiempo con esa persona y a disfrutar de grandes pláticas o de grandes silencios, no importa!
¡La vida es bella y en nosotros está el embellecerla más!