RETIRO EN CABO SAN LUCAS

Este fin de semana me tocó vivir un retiro de prosperidad en Cabo San Lucas, organizado por la increíble ‘Money Coach’ Betty Barnett.
Yo llegué el jueves 15, ya medio tarde. La cita era en una súper mansión de tres pisos. Betty y otra también fabulosa coach (Dana Pierce) salieron a mi encuentro y llevaron mis maletas a una de las recámaras del primer piso. Me lavé los dientes y me fui a conocer al resto de las participantes, quienes se encontraban en el jacuzzi. El hecho de que el retiro fuera en un lugar tan espectacular formaba parte del plan. Como todo inicia en lo que sentimos y lo que pensamos, el primer mensaje de Betty fue: sientan como si esta clase de lujos es parte de su vida diaria.

Me cayeron muy bien las chavas, todas gringas, excepto Dana que es canadiense y Adriana Jalife, una chef duranguense que Betty contrató especialmente para alimentar nuestros cuerpos y nuestras almas.

Todas estábamos cansadas, así que nos acostamos temprano.

A la mañana siguiente nos vimos en el jardín trasero para disfrutar de un círculo de cacao bellamente dirigido por Adriana. ¿Por qué digo círculo y no ceremonia? Porque -aparentemente- estas solo se realizan en las plantaciones de cacao.


Nos acomodamos alrededor del altar, y para abrir el círculo, pedimos permiso a las esencias, a las energías para que nos acompañaran y guiaran.
Adriana pidió que nos colocáramos todas mirando hacia el Este, que es donde está la luz, la luminosidad, la conciencia y la belleza.
Luego volteamos hacia el Oeste, que es el rumbo de la transformación, la promesa de un nuevo día.  Y aquí mencionó que en este lugar se encuentran las mujeres que murieron en el parto. De por sí, todo el ritual era ya muy emotivo, con esto se me salieron las lágrimas, ya que mi abuelita Juana Luz así murió.
Tocó el  turno de girar hacia el Norte, donde están todos los que han pasado por la Tierra, nuestros Ancestros, quienes nos cuidan, nos guían y protegen.
En cuarto lugar volteamos hacia el Sur, que es donde se encuentran el Niño Interior, el colibrí, la fuerza de voluntad, la alegría,  la inocencia y la presencia.
Continuamos con el rumbo del cielo,  el Gran Creador, el Gran Espíritu (y aquí fue una emoción indescriptible).
Luego la Pacha Mama, pidiéndole perdón por el daño que le hemos hecho, y pidiéndole permiso de abrir el círculo. 
Por último, pedimos permiso al corazón.  Permiso de dejar lo que se tiene que dejar, recibir lo que tenga que venir, y estar en presencia.


Adri entonces nos repartió instrumentos a cada una, a mí me tocó un bellísimo tambor con la imagen de una tortuga, mientras que a mis compañeras les pasó diferentes tipos de sonajas para que todas la acompañáramos mientras ella tocaba otro tambor.
Después comenzamos a golpear rítmicamente nuestro pecho con las manos abiertas, recordando que no hay tambor más bello que el que llevamos dentro.
Luego hicimos un ejercicio de mantralizar con las vocales,  yo no tenía idea de que estas son un instrumento para armonizar los chakras, ya que la A se siente en el corazón, la E en la garganta, Ia I en el tercer ojo, la O en el plexo solar, y la U en el chakra raíz).

También aprendí que, aparentemente, el cacao es una medicina a la que le gusta que le canten, y cuando lo hacemos, es como si estuviéramos orando, pero doble.

Este, además de abrir el corazón,  actúa a nivel cuántico y trabaja con todos nuestros cuerpos, por eso es tan potente.
Dice Adriana que al trabajar todos nuestros cuerpos, se nos permite entrar en ese estado de conciencia en el que somos un Todo, en el que somos humildad y amor incondicional.

Todo el ritual duró dos horas, mismas que se pasaron como agua, ¡rapidísimo! La verdad, Adriana me sorprendiò con tanta sabidurìa y humildad.

Y así quedó inaugurado nuestro maravilloso Retiro de Prosperidad.

No les voy contar con pelos y señales lo que pasó ahí, solo comentaré que navegamos en un yate (ni me digan… ¡me di una mareada horrible!) y vimos ballenas!!! Otro día tuvimos una increíble sesión de cuencos, tambores y gong en la que con el solo tambor se me quitó el mareo y con el gong vi el símbolo de infinito dibujado con puntos rosas a lo largo de todo mi cuerpo.

De ahí pasamos a comer las exquisiteces de Adriana, y Luna Itzel (una chamana hermosa que nos acompañó a los cuencos) y Ray nos deleitaron con un par de canciones.

Y bueno, ni qué decir de las sesiones con Betty. Increíbles como todas las que he tenido en el pasado con ella.

¿Que si valió la pena? ¡¡¡Totalmente!!! Aparte de que tengo mucha fe en lo que ahí hicimos, el hecho de haber pasado todo un fin de semana rodeada la mayor parte del tiempo de pura gringa fue sumamente enriquecedor. Confieso que soy muy comodina (¿o racista, tal vez?), pero prefiero mil veces estar con mexicanos, así que aquí tuve que salir de mi zona de confort, y déjenme decirles ¡que me encantó conocer a todas ellas, son súper interesantes, con vidas muy diferentes, pero todas extraordinarias, y eso incluye a Adri y a Dana!

¡Por Narnia, por el futuro, y por mis nuevas amigas!

¿VIVIMOS EN UNA SIMULACION?

¿Han escuchado eso, que vivimos en una simulación? Creo que la primera persona que me habló de eso fue mi hija hace unos dos o tres años. Ahora lo escucho con mucha frecuencia, y aunque no entiendo cómo podría ser esto (la maravilla de la vida) simplemente un videojuego, me inclino más a pensar que esas teorías son ciertas.

¡Nos han mentido tanto, que algo de verdad ha de haber en ello!

Van varias noches que salgo al jardín, veo los árboles, las nubes, las estrellas, y le digo al Programador: ¿Realmente es esto solo un juego? Como he visto videos donde muestran “glitches”en la matrix, me imagino que me va a contestar mostrándome algo bizarro, pero
no, nada pasa. Entonces me pongo a filosofar. Si esto es una simulación, y somos nosotros simples monitos jugando a “ser”, ¿entonces de dónde carambas sacaron que tenemos un alma y un espíritu? Ojo, no estoy diciendo que no los tengamos, OK? Solo pienso en voz alta.

Y bueno, si esto es una simulación, entonces no importaría el daño que hagamos a otros “monitos”, llámense personas, animales, o inclusive plantas, ¿no creen?

No necesariamente. Por fortuna, entre tanta mentira a algunos nos han tatuado un código de ética y un conjunto de valores (¡bien, programador!), con los cuáles, por lo menos yo, me
siento a gusto y no me permitirían dañar a alguien de forma consciente.

Otra de las teorías que escucho últimamente es que ese programador o programadores no nos dejan ni cuando nuestro cuerpo muere. Dicen esas teorías que eso del túnel de luz y el
ver a tus seres queridos que ya trascendieron, a Dios, al santo, angelito o maestro de nuestra devoción puede ser una grandísima trampa. ¿Para qué? Supuestamente, para reinsertarnos en este videojuego. ¿Y qué es lo que ellos recomiendan hacer al momento de despojarnos de nuestro cuerpo físico para no caer en la trampa? Muy sencillo: ordenar a ese o esos personajes que muestren su verdadero ser. Y como (de nuevo, supuestamente) por muy malos que sean los del lado oscuro, siempre tienen que decir la verdad (aunque sea en películas con primado negativo), no tendrán más remedio que obedecer. Verdad o mentira, no lo sé, pero me da gusto habérselo contado a mi querida suegra semanas o meses antes de que le tocara transitar por ahí.

Otro concepto que suena mucho desde hace varios años es que la humanidad està dormida y que necesita despertar. Pues bien, hace dos o tres dìas escuchè el testimonio de un señor que se dedicò por años (dos, creo) a experimentar con el DMT (dimetiltriptamina), la cual es conocida tambièn como “la molècula de Dios”, por sus efectos alucinògenos de contenido mìstico. Este señor dice que en uno de esos viajes se vio en una cama tipo la pelìcula “Forever Young”, rodeado de varios seres, quienes se mostraban sùper felices de verlo. ¡Por fin despertaste! -le decìan, emocionados.

¡Qué locura! ¿No? ¿Será entonces que nosotros mismos somos los programadores de nuestra vida en el videojuego? ¿O hay otro programador y nosotros simplemente ponemos la mente mientras nos encontramos en un estado de criogénesis?

Ay, no sé. Esto es para volver loco a cualquiera. Pero bueno, si esto es una simulación, diré lo mismo que le digo al programador cada vez que me viene ese pensamiento: ¡Gracias, qué maravilla de mundo has creado, me encanta!

Tú, ¿qué piensas?

De Moños Negros

No sé si algunos de ustedes (los más ruquis) sepan o recuerden que hace mil años se usaba que cuando alguien fallecía, se ponía un moño negro en la puerta de la casa o negocio del difunto. Bueno, yo sí lo recuerdo. Claro que nunca lo hicimos, pero otras familias sí.

Bien, pues ahora que mi suegra se liberó de su cuerpo físico, hicimos maleta y encargos de perros y gato, y después de mil vueltas a la cochera, me senté por fin en el asiento del copiloto. En eso volteo para atrás y veo algo debajo del asiento de mi hijo. Lo saco, es una banderita de esas que se ponen en el jardín. Ya ni me acordaba de ella, la había comprado hace tiempo. Cuando la saco de la bolsita, casi hago ¡plop! al ver que traía, nada más y nada menos que unas flores… ¡con un moño negro! Bueno, negro con blanco, pero negro al fin, ¿o sea qué onda? Mi primer pensamiento fue que mi suegra se las había ingeniado para que apareciera la banderita justo en ese momento, pero al escuchar la teoría de mi hijo (que esto es una prueba más de que vivimos en una simulación), también me pareció que tenía sentido.

Pero bueno, haya sido como haya sido, me encantó el detalle. Me bajé a ponerla en una portabandera (o como se llame) para honrar a nuestra inolvidable Yaya, y la imaginé sonriéndonos, complacida, desde su nueva dimensión.

¿Ustedes qué opinan?

EL GATITO MÁS HERMOSO DEL MUNDO

Escribo estas líneas teniendo a Zorry detrás de mi compu, esperando que no vaya a venir de Tolín y se ofenda al saber que no hablo de él.

Así es, algunos de ustedes ya saben de quién hablo. De nuestro querido Paquito, no solo el gato más hermoso del mundo, también el más tierno.

Su llegada a nuestras vidas se la debo a Gaty, otro gatito que, por culpa mía, nunca regresó. Teníamos poco de habernos cambiado a esta casa y el pobre se la vivía en las ventanas, añorando salir al Jardín Encantado. Un mal día, mi corazón de pollo no aguantó verlo sufrir y lo dejé salir. Lo metí a los pocos minutos. Al día siguiente, lo mismo. Hasta que al tercer día (o algo así), ya nunca más regresó. Peló gallo. Nunca supimos si se había muerto, si había intentado llegar a nuestra casa anterior o qué, pero una vez más le pido perdón a ese chiquito por no haberlo cuidado.

En fin. Gracias a ese descuido, llegamos mi familia y yo a la vida de Paco. O él a la nuestra. Ya también he contado que el día de Acción de Gracias de 2009, a tres meses de la desaparición de Gaty, fuimos una vez más a la perrera municipal (¿o deberé decir la gatera?) a ver si de casualidad aparecía. Yo había pasado las últimas semanas de voluntaria en ese lugar, precisamente para estar ahí si es que él llegaba, pero nada. Ese día no fue la excepción. Me bajé a revisar todas las jaulas y regresé muy triste al carro. No había señas de Gatichico. Entonces a mis hijos y a mí se nos ocurrió la grandiosa idea de adoptar un gatito, a lo que mi marido dijo que no. Le rogamos y le rogamos, le dijimos que no nos diera regalo de Navidad por cinco años pero que nos dejara tener un gatito de nuevo. Por fin accedió.

Entramos al paraíso, o que diga, al lugar. Gatos de todos colores y sabores. Chicos, grandes, con cola sin cola, cafés, grises, anaranjados, negros, you name it.

Yo me enamoré de unos chiquitines peludos sin cola, yo creo que eran un poco más grande que mi mano. Mi marido dijo que no, que era mejor buscar un gatito que ya hubiera sufrido para que apreciara más (bueno pues…). Seguí viendo. Las reglas del lugar eran muy claras: una persona podía cargar solo a un gato para evitar cualquier contagio. Mis hijos ya se habían engolosinado, no recuerdo con qué gatitos. Yo no quería gastar mi única bala. Volteaba para todos lados y no había ninguno que me cerrara el ojo. En eso mi marido señala uno anaranjado y dice: quiero ver ese. ¿Qué les parece? Yo lo vi, y aunque amo a los gatos desde que tengo uso de razón, no sentí ningún clic y me encogí de hombros, resignada. En eso, el rabillo del ojo izquierdo captó un movimiento. Volteo, y está Paco desgañitándose para que lo saquemos, brincando como loco, casi casi con bastón y con bombín, jajaja, ¡hermoso! A todos se nos fueron los ojos y pedimos que nos abrieran su jaula. Lo tomé en mis brazos, su ronroneo se escuchaba a tres cuadras a la redonda, y nos derritió cuando comenzó a darme besitos en toda la cara con su naricita. ¡Su carita era la más hermosa, parecía que tenía los ojos delineados! Nos flechó a todos al instante y pedimos a la persona encargada que nos lo diera en adopción. Comenzamos el papeleo. No sé qué pasa con los gatos chiquitos, pero igual que pasó con Gatichica que resultó ser Gatichico, nos dieron Paco por Paca. Pero eso lo supimos semanas después.

Con todo el dolor de nuestro corazón tuvimos que dejar a nuestro nuevo bebé unos días más para que lo esterilizaran. Era jueves… fue el fin de semana más largo de nuestras vidas. A mí me angustiaba el pensar que Paquito creyera que no nos había conquistado.

Y por fin llegó el día. Mis hijos y yo fuimos por él, y como dice la canción, Oh Happy Day!

Se hizo súper compa de los tres perros, Manolo, Toby y Chuy (y después de Matute, Sasha, Majo y Lola), y se ganó el cariño de todos nuestros amigos y familiares.

Siempre pensé que me leía la mente pues por muchos años, en cuanto yo me despertaba, ya sea que abriera los ojos o no, Paquito llegaba a maullarme para que le diera comida, o que diga, para que lo viera comer, ¡jajaja!

En ese tiempo yo pasaba mucho tiempo escribiendo y haciendo traducciones desde la comodidad de mi reposet y el buen Paco brincaba a mi regazo en cuanto me veía sentada. Comenzaba a ronronear y nos decíamos todo con la mirada, ¡podía sentir cómo nuestras almas se entrelazaban! Había días en que yo andaba a gorro y no me sentaba en todo el día, y el pobre de Paco me perseguía como alma en pena, maullando como enajenado, hasta que me caía el veinte y me iba a sentar con él. Quiero pensar que mi niño necesitaba mi cariño, pero más bien creo que él sabía que yo necesitaba tranquilizarme. ¡Ay hermoso!

Luego llegó Zorry varios años después y Paquito se volvió un rufián, jajaja! ¡Le daba sus buenos zapes, lo odiaba! El pobre Zorry nunca se le puso al brinco.

Lo operaron dos o tres veces porque se le tapó la uretra, y nunca volvió a ser el mismo. De dos años para acá dio el viejazo. Se quedaba como hipnotizado junto a su agua y maullaba tooooooodo el día. Hasta que un veterinario me dijo que esos eran signos de demencia senil. Entonces comenzamos a darle un polvito para el cerebro que medio lo volvió a la normalidad. También le compramos una fuente y Paco fue el más feliz del mundo.

Comenzó a perder peso. Aparentemente, era también parte de lo mismo. Comenzó a hacerse pipí adentro de la casa, le encantaba venir al baño de mis hijos y hacerse en los tapetes, ¡jajaja! Le puse un arenero y nada. Le puse otro y tampoco. Optamos entonces por comprarle tapetitos entrenadores para perro. A veces le atinaba, a veces no, pero como que le gustaba más imitar a los perros que ser gato.

De unas semanas para acá, la alfombra de la tele comenzó a oler bien rico. Yo creo que al inocente ya le daba hueva salir y se hacía donde fuera. A veces hasta en su camita. ¿Y cómo enojarse con él?

También noté que dejó de venir a las recámaras, donde tenemos sus croquetas, así que comenzamos a darle más comida de lata. Cada vez fue comiendo más poquito. En ocasiones movía su boquita como viejito molacho.

El lunes hice cita con su doctor, pero me la dieron hasta el jueves, así que me lo llevé a otra clínica. Había bajado tremendamente de peso, de cuando era un gatito normal (sano, pues) con 13 libras a tan solo 7 (¿o 6?). Se lo llevaron para sacarle sangre. La doctora regresó con malas noticias. Mi niño tenía falla renal y una anemia tremenda. Por eso se pasaba todo el día tirado en la alfombra. Por eso seguía tomando agua como enajenado. Por eso hacía pipí donde le daba la gana. ¡Ay mi chiquito! Según la doctora, lo mejor era dormirlo, pues estaba sufriendo mucho. La verdad esa noticia me cayó de sorpresa, pues, a diferencia de Manolo, Matute y Chuy, que batallaban ya para respirar, Paco nunca se vio así de mal. Yo pensaba que simplemente estaba viejito.

Salí llorando de ahí. Les avisé a los niños y a Willy. Ricardo fue el que lo tomó más mal. No estaba de acuerdo. Él quería que se fuera apagando poco a poco y que muriera en la casa. Nos convenció. Sin embargo, les dije que iba a ir al día siguiente (ayer) con su veterinario para dejarle los resultados de laboratorio, a ver qué decía él. Así lo hice, pasé a la clínica, dejé los papeles, y antes de una hora ya me estaba llamando el doctor para confirmarme lo que me había dicho la doctora el día anterior. Le pregunté si podíamos dejarlo que muriera en casa, pero me dijo que no, que el inocente se estaba sintiendo de la patada, con náuseas y dolor de cabeza, así que quedamos en que lo llevaríamos esa misma tarde.

Mandé un mensaje a mi familia. Ricardo no había ido a trabajar por si sí lo dormíamos y se pasó todo el día con Paco. Le dio pollito. Luego le dio atún. Le puso pintura vegetal en sus patitas para tomar sus huellas. Puso un banquito junto a él y no sé qué tantas cosas le habrá dicho. Lloró y lloró, igual que lo había hecho la noche anterior.

Finalmente se llegó la hora. Fue por una cobijita para cargarlo. Escogió una delgadita de Gymboree que él usaba de bebé. Catalina nos alcanzó allá. Esperamos, esperamos y esperamos.

El doctor estaba hasta el gorro de pacientes. Los cuatro tuvimos la oportunidad de cargarlo un rato más y de despedirnos de él. Por fin nos pasaron al consultorio. Le pedí al doctor que repitiera a mi familia lo que me había dicho por teléfono. Mi hijo había contemplado la posibilidad de un trasplante, y bueno, no era algo tan descabellado, pero lo descartamos por su avanzada edad. La señorita que se encargó de liberar a Paquito de su dolor nos trajo una cobijita más mullida para que estuviera un poco más cómodo. Luego le aplicó un sedante. Nunca dejó de mover su colita y todo el tiempo tuvo sus ojitos abiertos. Aparentemente eso es normal. Pasó un rato. Revisó sus reflejos y nos preguntó si queríamos que lo sedara más. Le dijimos que no, que ya le pusiera la inyección letal. Así lo hizo. Entre moqueada y moqueada. el alma de Paquito se elevó por encima de nuestras cabezas, y quiero pensar que nos dio besitos con su nariz, feliz de acabar por fin con ese suplicio.

Tuvo una vida hermosa. Fue un gatito muy amado. Fue el gatito más hermoso del mundo.

¡Gracias, mi querido Paquito por haberme escogido como tu madre, ¡ha sido uno de los más grandes privilegios de mi vida! Ya pronto nos volveremos a ver… Gracias por todo y por tanto!!!

¡NO ERES VÍCTIMA!

Hoy me cayó un veintesazo o como se escriba (¿veintazo?) mientras me disponía a almorzar. Saqué lo que iba a comer, y mientras se calentaba, pensé qué serie vería pues no hay alguna que por el momento me cierre el ojo. Y es que las que no muestran transexuales, muestran homosexuales dándole con singular alegría, bisexuales haciendo tríos, etc. ¿Que si me espanto? Para nada, como dijo una señora que conozco: cada quien su cola. Peeeero, de eso a que a fuerza tenga que chutarme toda esa pornografía, pues no. Sé que la Élite exige cada vez más que se incluya a ese tipo de minorías en el cine y la televisión, pero ¿por qué ser tan explícitos? ¿Por qué esa necesidad de que veamos como algo normal la pederastia, el meterte con varios a la vez, el enseñar a los niños que ellos pueden “escoger” su género? ¡No, no y no! Me niego.

En eso, tuve un chispazo de conciencia: ¡La Élite no es mala… ni buena! Netflix no es malo ni bueno, Facebook no es malo ni bueno, los celulares no son malos ni buenos… ¡somos nosotros los que tenemos el poder de decidir si consumimos sus productos o no! Así como un cigarro no se prende solo ni se te trepa hasta llegar a la boca, así es el rollo con todo lo de fuera: ¡¡¡¡YO DECIDO CON QUÉ ALIMENTARME… YO TENGO EL PODER!!!! Y tan lo tengo, que desde hace casi un año estoy -por tercera ocasión- en vacaciones de Facebook. Un día, dándome cuenta de que entraba a esa red social cada vez que agarraba mi teléfono (¡que son muchísimas veces al día!), dije: ¡Hasta aquí Mark, ya no vas a jugar con mi psique! Y desde entonces no entro a Facebook. Claro que eso de ya no vas a jugar es un decir, pues como ven, no me he salido de Instagram, pero por lo menos aquí no pierdo tanto tiempo pues son pocas las cuentas que sigo, justamente para no seguir con la adicción.

Así que volteé a la derecha y le dije al control de la tele: hoy no te agarro chiquito. Giré hacia la izquierda y tomé el libro “El Juego de la Vida y Cómo Jugarlo” de Florence Scovel Shinn, que tenía que haber leído desde hace varios meses.

Horas más tarde me llegó una notificación de un “en vivo” de Diego Dreyfuss y me conecté, pues el chavo se avienta unas buenas perlas de sabiduría en su muy florido lenguaje (lo cual me encanta, han de disculpar). ¿Y qué creen? Que el universo quiso asegurarse de que había entendido el chispazo que se me dio en la mañana, pues de repente dice Diego: “En la actualidad hay mucha información, pero cero conciencia. No podemos seguir conectados en el planeta escuchando y leyendo información de a montón, pero tú no estás usando tu brújula interna. Las cosas no son per se malas ni buenas, las cosas SON. El tabaco no hace daño ni hace bien. Yo me hago daño si me apendejo y fumo muchos…y hay quien ni eso”.

¿Qué curioso, verdad? El buen Diego vino a ratificar esa prendida de foco que tuve, y yo quiero compartirlo con ustedes para recordarles que NO SOMOS VÍCTIMAS de las circunstancias ni de nadie, que la Élite (o su jefe desgraciado, su novia tóxica o su mamá cruel) simplemente está haciendo aquello que vino a hacer, está representando un papel en la película que CADA UNO DE NOSOTROS estuvo de acuerdo en grabar, y por lo tanto, SOMOS NOSOTROS QUIENES TENEMOS EL CONTROL.

¿Por qué? Por el simple hecho de que COMPARTIMOS EL ADN DE AQUEL QUE NOS CREÓ. ¿Y ahora resulta que unos pendejos hijos de su madre nos van a controlar? ¡Ni máiz!

CDMX: ¡Qué bonita eres!

Hace unos días regresamos de unas minivacaciones en la bellísima ciudad de México. El evento principal fue una reunión de la familia de mi mamá, la cual estuvo muy padre (como todas las anteriores) y me dio la oportunidad de disfrutar de grandes pláticas con algunas de mis queridas primas. Mis hijos andaban encantados analizando el gigantesco árbol genealógico que las organizadoras habían pegado en la pared y yo los observaba fascinada de que mostraran interés.

El día anterior habíamos ido mi esposo, mis hijos y yo a Xochimilco y luego a comer/cenar a Coyoacán con unos amigos de mi marido y sus esposas. Buenísima onda los cuatro, y en especial el Yayo y Claudia, pues son de esas personas que te hacen sentir especial, mostrando un genuino interés por nosotros (no digo que la otra pareja no sea así, solo que no platicamos tanto con ellos pues llegaron más tarde). En el camino de regreso al hotel se armó un zafarrancho entre nuestros hijos, ya que Catalina rasguñó sin querer a Ricardo al extender la mano para pedirle que cerrara la ventana. Dignos hijos míos, con la mecha muy corta, dieron tremendo espectáculo frente al matrimonio que amablemente se había ofrecido a llevarnos. Sin entender que la ropa sucia se lava en casa, ni que ese no era ni el momento ni el lugar para gritonearse y decirse grosería y media, se agarraron como verduleras frente a Claudia y el Yayo. ¡Qué vergüenza, neta!

Al llegar al hotel, mi esposo se quedó fumando afuera y yo subí con los lepes… ¡histérica, igual que ellos! Molesta por el pancho que habían hecho, y porque Ricardo a fuerza quería que la hiciera de referee, me puse tan enojada que le dije que no quería hablar del asunto en ese momento, lo cual le valió madre y siguió despotricando. Entonces le anuncié que mientras siguiera con eso, no le iba a hablar. Gracias a los talleres de Haydeé Carrasco, sé que ignorar a alguien es una gran crueldad, pero por eso le dije que lo iba a hacer. Obviamente no le pareció, y me reclamó. Contesté que no me quedaba otro remedio, ya que él estaba ahuevado en discutir y yo no quería hacerlo. Salió hecho una furia y regresó con mi marido como una hora más tarde cuando nosotras ya estábamos dormidas.

Al día siguiente, más tranquilo, me dijo que había platicado con su papá y que quería que habláramos del tema, de manera civilizada. Así lo hicimos más tarde y me sorprendió la madurez con la que ambos (mis hijos) dialogaron… hasta que ocurrió otro incidente en la habitación.

Si bien ni Catalina ni yo pensábamos igual que Ricardo, esta vez nadie se alteró ni gritó y horas más tarde (¿o al día siguiente?), él sacó a relucir el tema.

Bueno, a lo mejor me están faltando detalles, pero lo que quiero contar es que hubo acuerdos y que vi una gran transformación en mis hijos. Los siguientes días los pasamos muuuuy a gusto, y creo que fue una experiencia muy enriquecedora. ¡Ese ‘team-building´ nos salió muy bien!

¿Qué más nos gustó aparte del juguito verde con piña que nos recetábamos todos los días? Sin lugar a duda, la tranquilidad con la que anduvimos y con la que vimos a toda la gente por allá. Me llamó la atención que todo mundo traía los vidrios abiertos, y cuando le hice notar ese detalle a un conductor de Uber, contestó que los asaltos en un semáforo o en un embotellamiento eran un mito de provincia, y que gracias a que en muchos lados ya había cámaras en la calle, los cacos habían tenido que calmar sus ímpetus ladronescos.

¡Me sentí a mis anchas en la tierra de mi chilango padre! Y por primera ocasión viví y comprendí lo que una amiga nos explicó una vez que se le ocurrió hacer popó en casa ajena. Verán, estábamos a punto de empezar una meditación, pidió el baño a la dueña de la casa. Yo creo que no tardó ni cinco minutos en salir, y cuando lo hizo, comentó algo sobre el excusado, no recuerdo qué, pero todas dedujimos que no había sido precisamente pipí lo que había ido a depositar. Y sí, efectivamente teníamos razón. La nada penosa de mi amiga había ido, como se dice vulgarmente, a churretear al baño que estaba pegado a donde nos encontrábamos, ¡jajaja! Cuando vio las caras de what de todas nosotras, nos contó – tan tranquila – que ella antes se tapaba cada vez que salía de viaje, ya que solo podía poposear en su casa, hasta que un día tuvo una revelación: se dio cuenta de que el mundo entero era su hogar, y su problema se resolvió.

¡Así me pasó en el DF! ¡Me sentía parte de esa ciudad!  Confieso que, en una, dos, y hasta tres ocasiones recordé que me encontraba en zona de temblores, pero en ningún momento dejé que el miedo se apoderara de mí. Decidí mejor conectarme con esa tierra y con su gente, hermanarme realmente, y me sentí muy afortunada de poder regalar a mi espíritu la belleza de los majestuosos árboles, el buenos días/buen provecho que a diestra y siniestra se obsequiaba todo el mundo, la modernidad de unos edificios, el abolengo de otros, el imaginar a mis papás y a muchos de mis ancestros caminando por esas calles (por ejemplo, a mi tía Manola cuando entró a la Casa de Bolsa siendo la primera mujer en trabajar ahí, o a mi abuelo Nicasio cuando, cabalgando con Francisco I Madero, lo alertó sobre las intenciones de Félix Díaz), el toque de nostalgia del organillero, el mariachi alegrando nuestra comida en Coyoacán, el cariño de mis primas, los abrazos de mis compadres… ¡Uf! ¿le sigo?