Viviendo con las consecuencias de nuestras decisiones

Últimamente me he acordado mucho de mi papá y no nada más por ser Día del Padre sino porque he estado lidiando con las consecuencias de una decisión que él y mi mamá me dejaron tomar hace muchísimos años. Les cuento. 

Cuando yo tenía 10 años, Patricia mi hermana descubrió que yo tenía escoliosis. Me llevaron a consulta con un Ortopedista en Chihuahua, quien dijo que por el momento no había nada qué hacer, pero que dos años después debería de volverme a revisar. Durante ese tiempo, mi papá no se quedó cruzado de brazos y me puso unos ejercicios para contrarrestar la curvatura de la columna. Cuando cumplí los 12, nos fuimos a la ciudad de México en búsqueda de dos grandes cirujanos: el Dr. Alfonso Tohen Zamudio, maestro de mi papá en la escuela de Medicina y autor de varios libros de ortopedia y el Dr. Eduardo R. Luque (q.e.p.d.), quien en ese momento era el mejor cirujano de México. Uno de mis primos más queridos -el Gordo Esparza- estaba haciendo su residencia con él y nos lo había recomendado ampliamente.

El lugar en donde tenía su consultorio el primero era un hospital muy antiguo. Después de torturarme con un enema (¡horrooooooor!) me tomaron una radiografía; el diagnóstico fue que efectivamente necesitaba operación, pero lo peor es que tendría que durar 9 meses enyesada del cuello a la cadera… ¡plop!

Afortunadamente, nos quedaba la otra opción. Desde que llegamos a su consultorio nos dimos cuenta que era otro rollo; éste estaba ubicado en una zona muy ‘nice’ de la ciudad de México y era muy moderno. Quedé impresionada con el concepto del lugar: una agradable sala de espera y varios cuartos de exploración. Después de tomarnos los datos nos pasaron a uno de éstos, me dieron una bata y esperamos al doctor. Este entró con una gran sonrisa, revisó las radiografías, hundió su mano en mi espalda enderezándola por un momento y luego me dijo con una gran sonrisa: 

—Esto se arregla fácilmente, ¿te quieres operar?

Sin pensarla ni un momento y contagiada por su entusiasmo, respondí que sí. Mis papás temblaban de miedo por dentro, pero permitieron que yo tomara la decisión. Años después, cuando leí una carta que mi papá había enviado al periódico El Heraldo de Chihuahua para el concurso “Carta a mi Hijo”, supe lo aterrados que ellos habían estado por eso. Y es que la situación era muy difícil: si no me operaba, la curvatura seguiría y probablemente llegara un momento en el que las costillas aplastaran los pulmones, pero la intervención en sí también presentaba un riesgo, ya que yo sería el Conejillo de Indias (es cierto, la operación fue filmada y utilizada por el Dr. Luque en varios congresos alrededor del mundo) y me abrirían como un pez (palabras textuales de mi primito el Gordo).

Para no hacerles el cuento largo, solo diré que la operación fue un éxito y la recuperación también…  mis papás por fin pudieron respirar aliviados… claro, después de pasar el susto de su vida cuando estuve a punto de morir. Había perdido mucha sangre, pero gracias a que mi adorada madre no me quitó la vista de encima y se pudo percatar de que mis labios se estaban poniendo morados, avisó de inmediato a las enfermeras y aquí me tienen  vivita y ‘blogueando’ (LOL!).

Bueno, ¿y por qué me he acordado de eso? Ah pues porque esa operación en la que me implantaron unas varillas y que me libró de un destino incierto, últimamente ha cobrado la factura en otras partes de mi cuerpo. Resulta que los ligamentos cercanos a las rodillas quedaron tan tensos que movieron la rótula de lugar. Algo similar pasó con mi hombro pues se quedó como engarrotado, haciendo que el inocente del hombrito derecho cargue con todo el peso, causando dolor e inflamación en el izquierdo y en la clavícula. Y bueno, además de eso está el pesadísimo tratamiento de 48 semanas al que tuve que someterme hace seis años por haberme contagiado de hepatitis C durante la transfusión de sangre cuando casi me moría. Afortunadamente, sobreviví tanto al tratamiento como al virus y aquel ha quedado ya erradicado de mi sangre.

Pero ¿saben qué? A pesar de que he tenido que ir a fisioterapia y debo hacer ejercicios de estiramiento de por vida y abstenerme de cargar cosas pesadas, no me arrepiento ni un segundo de haberme operado. Es más, aunque mi vida diera un giro completo a causa de esa operación, tampoco lo haría, ya que el Dr. Luque y mis padres me dieron la oportunidad de llevar una vida como la de cualquier otra adolescente: bailé, hice ejercicio, me divertí (bueno, eso de ‘hice ejercicio’ fue ya de grande pues en la escuela siempre ponía de pretexto la operación y llevaba un justificante de mi papá para no entrar a las clases de Deportes, jajaja), y años después, pude tener la dicha de ser madre. Eso sí, no me pudieron poner la raquianestesia (conocida como ‘ráquea’, ‘raquia’ o ‘epidural’) porque mi espalda no se dobla y para eso hay que hacerse bolita, pero ¡éjele, ‘quialcabos’ que ni la quería!!!

Y bueno, esos altibajos –por así decirles- me hicieron ver la importancia de tomar decisiones y de aceptar el resultado de estas. 

¿Se imaginan cómo sería la vida si todo estuviera ya escrito y no hubiera que decidir nada? Yo sí. O por lo menos, así me imaginaba las cosas cuando era niña. En la escuela creía que las Madres tenían un cuaderno con toda la información de lo que sucedería cada día: qué temas se tratarían, qué preguntas haría la Madre y a quién, así como qué contestaría cada niñ@… Jajaja, ¡qué terrorífico que hasta el más pequeño detalle de nuestra vida estuviera –literalmente- ya escrito! 

Creo que es mejor correr el riesgo de equivocarnos al elegir nuestro destino y luego aceptar las consecuencias. Esa es la belleza del Libre Albedrío. 

Y bueno, para terminar, permítanme compartirles dos frases. 

La primera, de un maestro que tuve en el Tec (el Ing. Baltazar) y que encierra muchísima sabiduría: 

“La peor decisión es la que no se toma”.

La segunda, muy utilizada por mis hermanas y por mí:

“¿Seré indecisa o no?”… jajaja 

¡Mejor me despido, hasta la próxima!

Los hijos comunes y corrientes

¿HIJOS FELICES, DESTACADOS O LAS DOS COSAS?

Hace poco comenzamos a ver aquí en la casa una serie gringa llamada “The Middle”. Se trata de una familia común y corriente de clase media con tres hijos: dos adolescentes y un niño. El mayor (Axl) es un chavo  bueno para los deportes, malo para la escuela, pero súper popular; además de eso, es el clásico hermano fregón. Sue, la de en medio, es una chava nada agraciada, aunque muy optimista y cariñosa con sus padres. El chiquito (Brick) es todo un personaje. Todo el día quiere estar leyendo, y tiene una manía muy curiosa: se susurra a sí mismo. Al contrario de Axl, ni él ni Sue y Brick son populares. Los papás, Frankie y Mike, hacen su mejor esfuerzo por educar bien a sus hijos, aparentemente sin lograrlo.

El nombre que le dieron en español es “Una Familia Modelo”. Al principio no estaba de acuerdo con ese título, ya que distan mucho de serlo, pero después de pensarla bien, me di cuenta que quedaba como anillo al dedo, ya que hacen lo mejor que pueden con lo que tienen y están conscientes de las fortalezas y limitaciones de todos los integrantes de la familia; nada que ver con los papás que siempre quieren que sus hijos sean los mejores en todo y que los presionan para que hagan esto y l’otro; de esos que les hacen las tareas y los proyectos, con tal de que se saquen una buena calificación. 

Yo me pregunto: ¿Por qué en la actualidad hay tanta gente obsesionada, no solo con el éxito propio, sino con el de sus hijos? Confieso que cuando los míos eran chiquitos y descubrí su potencial, mis expectativas se fueron hasta las nubes, sin embargo tuve que ajustarlas cuando me di cuenta que a ellos no les interesaba sobresalir… es más, preferían –o prefieren- pasar desapercibidos. Créanme que batallé para aceptar esa realidad, pero lo que me ayudó a hacerlo fue recordar mi propia vida de estudiante, ya que yo nunca fui ni la más lista, ni la más popular, ni la más nada. Era una niña normal que disfrutaba ir a la escuela porque mis papás nunca me presionaron: ellos sabían que yo iba a dar lo que pudiera y quisiera dar, y así fue. Tuve años malos (primero de prepa), buenos, regulares y excelentes (primero de primaria). Aunque me encantaba hacer trabajos de la escuela y me sentía muy bien cuando sacaba buenas calificaciones (no puros 100´s, aclaro), disfrutaba de la vida. Por ejemplo, en la prepa me dio por echármela de pinta junto con mi querida prima Susanita. Eso sí, las dos teníamos nuestras agendas y anotábamos todas las faltas, para no reprobar por un descuido. No era raro que nos “sobraran” y pues teníamos que faltar… nada más por no desperdiciar, jajaja. 

Sin embargo, el disfrute mayor se dio en la carrera, ya que fue cuando adquirí confianza en mí misma y supe que podía caminar sola por los pasillos – repletos de hombres, en su mayoría- y que no pasaba nada. 

También, a diferencia de mis amigas, desde muy chica supe que no quería pasar los veranos estudiando. Ellas tomaban cursos para terminar más pronto la escuela… yo no…prefería llevar siempre carga máxima. Claro que cuando llegó el que debió haber sido mi último semestre, me di cuenta de que jamás volvería a caminar por esos pasillos ni a cotorrear en la cafetería y que pronto debería de integrarme a la vida productiva. ¿Saben qué hice? Dividí las materias…¡sí, un semestre llevé 4 y el otro 3, jajajaja, lo que nunca! Y no me arrepiento de nada. 

Y es que la escuela no solo nos prepara para el trabajo; nos prepara para la vida misma: a base de golpes y experiencias va formando nuestra inteligencia emocional. Recordemos que en los trabajos y en el ámbito social no necesariamente triunfa el que sacaba puros dieces, el que era el más matado, ni el que estudió en las mejores escuelas. Triunfa el que conoce su valor y sabe venderse. 

Las vacaciones están ya a la vuelta de la esquina. Ojalá que este tiempo nos sirva a todos para reflexionar si queremos que nuestros hijos sean felices o que sean brillantes, aunque claro, habrá quien pueda ser las dos cosas. Si este es el caso de sus hijos, felicidades. Si no, creo que es tiempo de replantear las cosas y de ver qué pueden y qué quieren hacer nuestros niños. 

Recuerden que nuestra misión como padres es ayudarlos a formarse como seres independientes. No les den tanta carrilla… Si ellos disfrutan estar en ochenta mil clubes, apóyenlos. Pero si son ustedes los que quieren que sus hijos sobresalgan a costa de todo, piénsenlo dos veces. 

Lo importante es que vayan por buen camino… lo demás que lo decidan ellos. 

Ya para terminar, contestaré a esa pregunta que dos que tres probablemente tengan en la punta de la lengua: ¿cómo me ha ido desde que salí de la escuela? Bueno, pues mis primeros dos trabajos me los ofrecieron sin que yo los anduviera buscando y los disfruté muchísimo. Por supuesto que tuve muchos errores, pero aprendí de ellos. Después de haber trabajado varios años en lo que estudié, me retiré un tiempo de la vida laboral para formar una familia y desde hace seis años me dedico a hacer traducciones (nada que ver con mi carrera de Ingeniería Industrial en Producción) y a escribir. ¿Que si me considero exitosa? ¡Por supuesto que sí! ¿Y saben por qué? No es por el dinero (obviamente… si vieran lo que gano, jajaja) ni por el puesto. Es, simple y sencillamente, porque hago lo que me apasiona. He dicho.  

Dedicado con amor a mis muñecos adorados por situarme en la realidad, a mis queridos Gordos por dejarme ser y a todos los papás y mamás del mundo que se enorgullecen de sus hijos, sin importar el lugar que éstos ocupen en el salón. 

UNA LARGA CARRERA

Antes de comenzar, permítanme poner aquí algo que debí de haber incluido en la publicación pasada (EL INSTANTE QUE VIVIMOS). Es una frase que tomé de un libro que me había recomendado muchísimo mi querida Cuñis muchos meses atrás y que va muy de acuerdo con lo que escribí. No lo puse antes porque no había llegado a esa parte:

“Imagínese la Tierra sin vida humana, habitada solo por plantas y animales. ¿Tendría todavía un pasado y un futuro? ¿Podríamos todavía hablar del tiempo de forma significativa? La pregunta “¿Qué hora es?” o “¿Qué día es hoy?” –si hubiera alguien para hacerla- no tendría ningún sentido. El roble o el águila quedarían perplejos ante tal pregunta. “¿Qué hora?” responderían. “Bueno, es ahora, por supuesto. ¿Qué más?”

 “El Poder del Ahora” / Eckhart Tolle

Y ahora sí, sin más preámbulo…EL CAMINO DEL APRENDIZAJE

El día 9 de mayo cumplí 49 años estudiando… no sé si una carrera, maestría, doctorado, o quién sabe, tal vez apenas el kínder, la primaria, la secundaria o la prepa. Han sido 49 años en los que se me ha conocido como Laura Jurado y se me ha identificado como una mujer mexicana, casada, con dos hijos y a la que le gustan los animales y escribir. Todo eso es cierto, pero no deja de ser algo superficial. YO SOY algo más que eso… YO SOY UN SER DE LUZ, que al igual que tooooodos los demás, está aquí -en la Escuela de la Vida- para APRENDER.

En la Gunicharrita de aniversario platiqué acerca de tres lecciones específicas para mí: “Cuidar lo que salga de mi boca, ya que soy especialista en meter la pata, y ser más paciente y tolerante” (GUNISTORIAS: DE MANTELES LARGOS). Hoy, me hace muy feliz el poder decir que descubrí otra gran lección por aprender: el perdón. Aunque no me considero una persona rencorosa, ha habido tres o cuatro personas a las que me ha costado trabajo perdonar.

Una de ellas es Fulanit@ de Tal. La supuesta ofensa ocurrió hace alrededor de 30 años y durante ese tiempo fui tan ciega al no ver que esa persona solo estaba cumpliendo con un pacto que seguramente hicimos antes de nacer: enseñarme a perdonar. Lo paradójico es que Fulanit@ de Tal nunca fue importante en mi vida, digamos que fue una piedra en el camino, sin embargo l@ recordé con dolor por mucho tiempo.

Afortunadamente, Dios no nos manda a la guerra sin fusil y puso en mi camino dos eventos que me ayudaron a sanar esa herida.

El primero sucedió en Delicias, Chihuahua, cuando yo me reunía con un grupo de amigas a rezar el Rosario (cosa que ahora no va conmigo), pero especialmente a hacer oración (de eso sí, pa´ que vean, pido mi limosna).  Pues bien, un día fuimos a casa de Katy, nuestra incansable coordinadora, e hicimos un ejercicio del perdón. En éste nos pedían que hiciéramos dos listas: una con los nombres de personas que nos hubieran lastimado y que todavía no perdonábamos y otra con los de aquellos a quienes debíamos pedir perdón.

Toby pide perdón

Obviamente, el primer nombre que escribí en la primera lista fue Fulanit@ de Tal. Katy nos fue llevando poco a poco a reconocer nuestros errores, a pedir perdón y a perdonar. Fue algo muy bonito y liberador y lloramos mucho, sin embargo no fue suficiente…yo aún sentía mucho dolor al recordar la ofensa de esa persona.

A los pocos años, ya viviendo en El Paso, mis hijos comenzaron a ir al catecismo, y yo a pláticas para padres. Cuando casi terminábamos las pláticas, la coordinadora nos puso un ejercicio similar al de Delicias, pero un poco más profundo. Aunque nuevamente lloré mucho y me sentí mejor, aún no sanaba del todo… o al menos eso creía yo.

Paco perdona

Meses después de que mis hijos hubieran hecho la Primera Comunión, me quedé helada al encontrarme un día a Fulanit@ de Tal, ¡viviendo a unas cuadras de mi casa! El primer pensamiento que tuve al verl@ fue de repulsión, pero conforme fueron pasando los días y me l@ seguí topando, me di cuenta un día de que por más que buscara odio hacia esa persona en mi corazón, no podía encontrarlo… ¡l@ había perdonado del todo!!!!!!

Si bien eso me llenó de una gran alegría, creo que no entendí cuál fue el propósito de tanto sufrimiento. En ese momento pensé que tenía que ver con no confiar en cualquier persona, pero hace pocos días me cayó el veinte de que había estado equivocada. La gran lección escondida ahí era EL PERDÓN.

Mentalmente le di las gracias y ahora fui yo quien se disculpó por haber albergado ese sentimiento tan feo durante tantos años.

El asunto con las otras personas no era tan doloroso como el de F de T. Los nombres de los últimos quedaron borrados desde hace varios años y el de la única persona que quedaba se eliminó como por arte de magia hace unas cuantas semanas. Así que…. ¡ya no tengo lista…! ¡Fiu…! ¡Es tan liberador no sentir cosas feas por nadie!

¿Y por qué empecé a contarles esto? Ah, pues porque en una plática a la que fuimos mi esposo y yo hace unos días nos explicaron que, según la teoría del karma, cuando hacemos daño a los demás, éste se refleja en el cuerpo que tengamos en la vida siguiente (para todas aquellas personas que no creen en la reencarnación, simplemente imagínense lo mismo, pero en una sola vida).  La explicación de la expositora fue muy sencilla. De acuerdo a la filosofía que ella practica (Raja Yoga), los seres humanos tenemos tres partes:

a)      Mente.- No está en el cerebro o en el cuerpo. Cuando una persona ‘muere’, tanto la energía como la mente abandonan el cuerpo.

b)      Intelecto.- Es la fuerza de vida dentro de nosotros y se usa para meditar y lograr el autodominio; nos da el poder de decidir, de entender, de discriminar (o sea, de distinguir o diferenciar una cosa de otra), de juzgar. No tiene nada que ver con la inteligencia.

c)      Mente Subconsciente o Sanskaras.- Graba todo -absolutamente todo- lo que hacemos, sentimos, decimos y pensamos. Nunca deja de grabar. Digamos que es el camarógrafo de nuestro espíritu. ¿Han oído de personas que -teniendo una experiencia cercana a la muerte- han tenido la oportunidad de ver la película de su vida? He aquí la explicación.

Cuando lastimamos a alguien, la mente subconsciente lo graba y el cuerpo es el que la paga. Pero eso de “lastimar” no se limita a daños grandes. El solo hecho de juzgar a alguien por su apariencia ya nos está metiendo en problemas. Por ejemplo, supongamos que vemos una persona súper fea. ¿Cómo la saludamos? ¿Con una sonrisa, o ni siquiera lo volteamos a ver? ¡Aguas! Inclusive ese mínimo detalle se graba y no queda impune.

Pero bueno, no nos desanimemos. Existe algo que nos puede salvar de todos los errores cometidos en el pasado: PEDIR PERDÓN. La expositora inclusive recomendó que cuando estemos enfermos o nos lastimemos, pidamos perdón, ahora sí que a quien corresponda, o si creemos en un Ser Superior (Dios), pedirle perdón a Él/Ella. La señora aplicó esto último una vez que se cortó mientras cocinaba. Dice que para la noche, el dolor era casi insoportable, así que ella pidió perdón a Dios  por el daño causado a otras personas. Milagrosamente, el dolor se fue. ¿Suena muy mafufo? Probablemente, pero nada perdemos con probar… lo peor que pueda pasar es que no se nos quite el dolor o la enfermedad, pero les aseguro que algo se habrá movido a nivel espiritual.

Así que bueno, yo estoy muy contenta por haberme quitado el lastre de la persona número 2 de la lista y por haber entendido el propósito que la número 1 (Fulanito de Tal) tuvo al hacerme daño.

Aún me queda mucho por aprender. Mientras tanto, perdono a todos aquellos seres (en esta vida y en las anteriores) que me hayan hecho daño y pido perdón, dedicando esta canción, a quienes yo lastimé:

♪ Si acaso te ofendí, peeeerdón 
si en algo te engañé, peeeerdón
si no te comprendí, peeeerdón
perdóname mi vida

Por ser como yo soy, peeeerdón
por todo tu dolor, peeeerdón
por ese amor sin fin, peeeerdón
perdóname mi vida 

¡Tan tan!

La aceleración del tiempo

EL INSTANTE QUE VIVIMOS

Cada día escucho más y más que el tiempo está pasando rapidísimo. Yo misma soy de esta opinión, siento que los fines de semana –y bueno, cualquier día, en realidad- se llegan con una rapidez impresionante. 

Hace algunos años conocí a un amigo de mi esposo (Jaume), quien me habló de una teoría que supuestamente explica este fenómeno (nótese que digo ‘supuestamente’, ya que sería muy irresponsable de mi parte asegurar algo que –independientemente de que lo crea o no- no tengo forma de comprobar): la Resonancia Schumann. Según algunas teorías, el pulso o latido de la Tierra era de 7.83 Hz o ciclos por segundo, y desde 1980 ha aumentado a 12; esto, supuestamente –otra vez-, ha hecho que el día ahora ya no tenga 24 horas, sino 16.

Más allá de hablar de cosas científicas, que no estoy capacitada para ello, quiero hacer una reflexión. Supongamos que es cierto que el tiempo pasa más rápido. Entonces, tanto lo bueno como lo malo llegarán y se irán más pronto, ¿verdad? Esto puede ayudarnos a ver la vida de otra manera. 

Por ejemplo, así como yo siento que los fines de semana se llegan más pronto, estoy segura de que habrá alguna persona para quien sean los lunes los que lleguen más pronto. ¿Quién tiene la razón? ¡Pues los dos! La diferencia está en cómo nos hace sentir esa percepción, o sea, ¿vemos el vaso medio vacío (lunes) o medio lleno (fines de semana)?

Algo tan simple como esto podemos usarlo a nuestro favor. Si tenemos algún problema o situación grave, tratemos de pensar que el tiempo transcurre con más rapidez que antes, por lo tanto, muy pronto quedará atrás. 

Bueno –dirán- eso suena bien, pero ¿qué pasa con las situaciones que disfrutamos? Si lo que no me gusta termina pronto, lo que amo y/o disfruto, también, ¿no? Claro, pero en esa situación, aparentemente injusta, se esconde una gran lección: Si ya sabemos (o por lo menos, así lo sentimos) que el tiempo transcurre ahora con mayor rapidez, ¡disfrutemos las maravillas que la vida pone frente a nosotros! Esta es una gran oportunidad para dejar de dar las cosas por sentado, sacudirnos las telarañas y cobrar conciencia de lo que nos rodea: la pareja, los hijos, los amigos, las mascotas, la naturaleza, encontrar una persona amable en la calle, el tener trabajo, salud, armonía, y un larguísimo etc.

Si eres de los que la vida te pasa de noche, te invito a hacer un pequeño ejercicio. Compra un cuaderno bonito, que tenga una portada que te guste, y cada día apunta por lo menos algo que haya sido un regalo para tus sentidos, una caricia para tu corazón, que te haya hecho sonreír y/o dar gracias a Dios. En este momento, por ejemplo, mi gatito bebé (Zorry) descansa en mis piernas después de darme una serenata de ronroneos y de haberme demostrado su amor de varias maneras. Lógicamente, esto va a mi cuaderno, pero no será lo único … ¡hay tantas maravillas a mi alrededor! 

No te limites; anota todo lo que quieras, pero eso sí, hazlo diariamente…aunque sea solo un renglón.

Abre bien los ojos del alma y no te pierdas de nada, pues dicen por ahí que vida solo hay una. Aunque yo lo cambiaría por: “La vida que ahora tienes como Fulanito de Tal, es solo una”, al final estoy de acuerdo. Llegará el día en que muera el cuerpo que tu espíritu eligió (o que le fue asignado, no lo sé) para poder venir a la Tierra a aprender. Si hiciste bien tu trabajo, éste podrá regresar definitivamente al lugar de donde vino (al Hogar); si no, tendrá que repetir la lección. Claro que las condiciones serán ahora diferentes a las que tenías cuando vivías como Fulanito de Tal; ahora serás Menganito o Menganita de Cual, y lógicamente tendrás otro cuerpo y probablemente otra familia, otra nacionalidad, otras creencias, etc. ¿Tendrás nuevas lecciones por aprender o serán las mismas de ahora? Eso depende de Fulanito de Tal, o sea… eso depende DE TI. 

Entonces: ¡Saquémosle provecho a la vida, disfrutémosla al máximo y seamos conscientes del Aquí y el Ahora, independientemente de si el tiempo se nos va o no de las manos! 

Y como decía mi querido Gordo: ¡Hasta las próximas piscas! (…que si la teoría de la aceleración del tiempo no se equivoca, llegarán más pronto de lo que se espera… LOL!).

El primer año de gunistorias

DE MANTELES LARGOS

En la vida hay dos cosas importantes qué descubrir: las lecciones por aprender y la misión por realizar. Yo supe desde hace mucho tiempo cuáles eran algunas de mis lecciones: Cuidar lo que salga de mi boca, ya que soy especialista en meter la pata, y ser más paciente y tolerante. Esto último se me quedó muy grabado cuando leí  una frase en un libro que decía: “Paciencia y tolerancia: unas de las virtudes más importantes” (o algo así). Recuerdo que me impactaron tanto estas palabras, que le leí la frase a mi mamá, y me imagino que me llamaron mucho la atención porque era algo que yo tenía que desarrollar.

En cuanto a la misión, estoy convencida de que aquello que nos apasiona, nos acerca a ésta. En mi caso, mi pasión es escribir. He descubierto que tengo una necesidad por contar por escrito todo lo que sucede a mi alrededor, y cuando lo hago, lo disfruto muchísimo (soy una chismosa disfrazada, jajaja). Claro que no estudié para ser escritora, pero eso no me detiene.

Pues bien, esta escritora “wannabe” está hoy estoy de manteles largos, ya que hace un año nació mi segundo bebé literario: el blog www.gunistorias.com. Como sucede en muchas familias, éste no fue tan planeado como el primogénito (el libro “Mamá con Soda”), pero no por eso, es menos importante. 

Y es que desde hace muchos años me coqueteaba la idea de escribir. De hecho, hace poco me encontré una hoja escrita por mí cuando era adolescente. No recuerdo exactamente qué decía… solo sé que la rompí porque me caí gorda, ¡jajaja, pues sí! El escrito se sentía totalmente falso; no pude reconocerme en él, y eso –creo yo – es algo fundamental en cualquier cosa que hagamos. 

Hoy se cumple un año de ese segundo parto. ¡Ah, qué poco preparada estaba para ese gran paso! Al igual que escribir  y sacar a la luz un libro no es nada fácil (se necesita agarrar pluma y papel -o compu-, vaciar la mente de lo que en ésta nos remolinea, buscar quién lo publique o publicarlo uno mismo, hacer presentaciones y comenzar a venderlo), escribir un blog tampoco lo es…bueno, escribir en sí no lleva tanto tiempo, pero crear el blog son palabras mayores (a menos de que te quieras desprender de unos 500 dólares para que alguien más te lo haga).

Si bien es cierto que nos ha tocado vivir en una época en la que la tecnología está al alcance de todos, yo no tenía la menor idea de cómo crearlo. Aclaro: no es que me considere una inútil en cuestiones de computación, para nada… sin ser una experta, manejo varios programas y sé navegar en la red. ¡Ah, pero que no me pongan a programar o a hacer cosas que requieran más “ciber-coco”  porque ahí sí patino! De hecho, en “Mamá con Soda” hablo de eso, y con mi permiso, aquí les comparto un fragmento que prueba la dificultad que mi cerebro tiene para eso de la programación: 

“Pero no en todas las materias tuve tanta suerte como en Cálculo. Una de ellas era Programación. En ese tiempo las computadoras no venían con los programas ya instalados y las clases eran para aprender a hacerlos. Los dos primeros meses estuve feliz porque saqué 100 en el examen, ¡y cómo no, si era pura teoría! Después de eso empezamos a aplicar lenguajes. Pronto se llegaron los exámenes  ¡y…oh decepción, no alcancé el 70! Mi amiga Lilia (Liz Tavares) me acompañó al laboratorio para hablar con el maestro, y le pedí que por favor me subiera la calificación a 70. Obviamente el profesor no quiso hacerlo; entonces, sintiéndome totalmente frustrada, comencé a llorar. ¡El pobre no hallaba ni dónde meterse! Con lágrimas en los ojos, le dije que me había atrevido a pedirle eso porque, por más que me esforzaba, no le entendía nada a programación. De repente, me percaté que él traía puesto un sweater muy bonito, e inoportuna como siempre, le dije con la voz entrecortada: “Qué bonito sweater, profe…”, ¡jajaja, el inocente, todo cohibido, solo atinó a darme las gracias y a ponerme el 70! En ese momento me di cuenta de lo poco acertado de mi comentario, pero ya no podía hacer nada. Cuando salimos, mi amiga Lilia (Liz) no aguantó la risa y me dijo que me había visto muy obvia, pero yo le expliqué que no había sido esa mi intención, sino que realmente el sweater me había parecido muy bonito, ¡jajaja! ¡Gracias Ingeniero Hinostroza y gracias a todos mis demás maestros y maestras!”. 

Eso fue en el Tec, y durante toda mi carrera nunca aprendí a programar. La única vez que lo hice (con un programa específico) fue pocos años después, cuando trabajé como Ingeniero de Calidad en la maquiladora Cirmex.  Ahí, o aprendía DBase III, o me corrían…digo, nunca me lo pusieron así, pero el saber manejar el programa era una de la funciones de mi puesto. Mi jefe contrató a alguien para que nos entrenara a otros dos ingenieros y a mí durante varios sábados. Al principio parí chayotes, pero poco a poco fui agarrándole la onda. De algo sirvieron las veces me quedé hasta tarde en el trabajo, corriendo programas hasta obtener el resultado deseado.  Desgraciadamente, eso solo me ayudó con ese programa en particular, pues mi cerebro no siguió desarrollando esa habilidad. 

En fin, volviendo a lo del blog, una de mis queridas primas (Lucy Alonso), tuvo a bien darme una carrilla impresionante para que lo creara, por lo cual me dispuse a investigar cómo carambas se hacía eso. Pasé varias horas buscando en internet, y un día encontré “por casualidad” el sitio de un francés radicado en España (Franck Scipion – Ingresos al Cuadrado) que prometía ayudarme a crearlo (pongo lo de ‘por casualidad’ entre comillas, pues nada es casualidad, y curiosamente, esa vez que me topé con su blog, estaba buscando algo relacionado con mi mamá). El señor, muy amable, tenía un programa de varias semanas, en las que te iba guiando paso a paso sobre todos los aspectos de la creación de un blog. Seguí sus consejos, compré el dominio, el alojamiento, etc., y… y… y… me atoré, jajaja. Entonces recurrí al plan B: pedirle ayuda a mi puberto. Él es muy listillo para muchas cosas, especialmente para la computación, pero “en casa de herrero, cuchara de palo”: como él nunca había hecho un blog, y no le interesaba realmente ayudarme, de inmediato se dio por vencido. Seguía el plan C: pagarle a alguien. Por fortuna, di con el amigo de una amiga, quien me ayudó a terminar lo que ya había empezado y me dio el empujón para que mi primera publicación (‘post’) saliera a la luz. Creó una conexión con Facebook, pero como tuve que cambiar mi contraseña una vez que él hubiera acabado los arreglos, algunas cosas se vinieron abajo. No importaba… ¡yo estaba feliz de poder publicar y de que la gente me enviara sus comentarios! Meses después, mi bella colega, Mariana Narváez me ayudó a componer unos detallitos… ¡totalmente gratis!!!  

En este momento, el blog no es perfecto, pero esa no era mi intención al crearlo. Yo lo que quería era un sitio relativamente permanente (digo, más permanente que Facebook) para publicar mis escritos. Algunos de ustedes recordarán que al principio las publicaciones eran semanales, sin embargo tuve que espaciarlo una semana más. Preferí publicar con menor frecuencia que echar a la basura todo mi esfuerzo, o como dicen por ahí: “lento pero seguro”. Y aquí entra la cuarta lección que debo aprender: la constancia. ¿Cómo sé que necesito aprenderla? Porque es algo con lo que siempre he batallado… soy muy buena para inventar cosas, pero muy mala para hacerlas con regularidad. Este blog, al igual que un hijo de carne y hueso, no solo me da satisfacciones, sino también me ayuda a ser mejor. 

Para finalizar, puedo decirles, como toda mamá cuervo, que estoy encantada con mi bebé (bueno, con los dos). Muchas veces lo he dicho y lo seguiré diciendo: yo no estudié para ser escritora, así que gunistorias.com y mi Facebook son una especie de talleres virtuales, y  quienes me hacen el favor de leerme y retroalimentarme, mis grandes maestros. 

Vaya pues mi agradecimiento a todos aquellos que se han dado el tiempo de leer mis relatos, que se han tomado la molestia de contestar a mis escritos, ya sea en la propia publicación, o en mi Facebook, y/o que han recomendado el blog a otras personas.  

La neta, la neta, la neta… ¡Sin ustedes, las gunicharritas no serían nada!  

¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡Muchas gracias!!!!!!!!!

p.d. Y tú, ¿qué esperas para hacer lo que te apasiona?

Vecinos II

¿Se han fijado que cuando uno se cambia de casa hay muchos factores que se pueden elegir? Me refiero al rumbo, la calle, la casa, el color, el tipo de construcción (de uno o dos pisos), que tenga o no alberca, con o sin jardín, vista, seguridad, etc. Sin embargo, aunque también podamos escoger el vecindario, es rarísimo que elijamos a nuestros vecinos. Y qué mal, porque ellos pueden hacernos la vida más placentera, más difícil… o simplemente pasar desapercibidos. 

Yo he tenido la fortuna de contar con excelentes vecinos desde que nací (en Nuevo Casas Grandes, Chih.) hasta la fecha. La vida mandó a mis papás a vivir enseguida de un hermoso matrimonio: Don Manuelito Villalobos y su esposa Gilda (la Muñequita del Pastel, como cariñosamente le decía mi mamá). Ellos tuvieron una familia grande…bueno, me refiero al número de hijos, porque de estatura todos salieron igual de lindos que sus padres: tamaño petite. Aparte de ser vecinos, los Villalobos y mis papás fueron también compañeros Leones; trabajaban incansablemente para ayudar a los más necesitados, y se la parrandeaban bien y bonito. Aunque nos ganaban en número de hijos (ellos eran 9 y nosotros 6), más o menos ahí nos dábamos en cuanto a las edades. Eso fue algo que mis dos hermanas (Thalía y Nora) y yo aprovechamos al máximo, pues teníamos con quién jugar todo el día (Teresa, Susy e Hilda). Y bueno, es que a pesar de tener una familia numerosa, siempre era padre salir al patio y asomarse por la barda a ver quién de ellas andaba por ahí. Podíamos durar horas platicando, cada quien en su casa.  Hubo un tiempo en que nos las cotorreamos Nora y yo; comenzamos a pararnos en el cofre del carro de mi papá, dejándolas con la boca abierta al vernos tan altas… las muy simples inventamos que nos habían comprado una nube y que estábamos encima de ella, jajaja, pero muy pronto nos descubrieron y se acabó el chiste. 

Jacalera desde chiquita, me gustaba mucho ir a su casa… Los señores eran súper buenas personas y nos recibían con mucho cariño. La única que no parecía disfrutar con nuestra visita era la abuelita… ¡nos regañaba por todo! Pero bueno, prestábamos oídos sordos a su mala cara y –como dijera mi mamá- la gozábamos.  Cuando íbamos a su casa, nos encantaba subirnos al carrusel que tenían en el cuarto de tele. ¡Ah qué mareadotas nos poníamos! 

Pero yo creo que lo más padre era cuando por las tardes/noches nos juntábamos los Villalobos (a veces con sus primos) y nosotros con los demás niños de la cuadra (los hijos de Doña Cruz y Chimano, que también eran 9, y ‘las Carmelas’, unas niñas que vivían enseguida de los “Doñacruces”). ¡Nos dábamos vuelo jugando a los Encantados, a la Roña o al Bote…ya se han de imaginar el relajo que se hacía con tanto leperío! Cuando era hora de dormir, mi papá salía a buscarnos, pero a veces no nos encontraba porque nos íbamos a casa de Doña Cruz a que nos contara historias de terror y nos diera de cenar… ¡Híjole, salía con cada charra! Claro que en la noche no podíamos dormir del miedo, y mi papá se enojaba mucho con ella por asustarnos, y con nosotros por andarla oyendo. 

Otra que nos llegó a poner nuestros buenos sustos fue la abuelita de los Villalobos, pues como en dos ocasiones nos dijo que al día siguiente se acababa el mundo… ¡qué cosa tan espantosa! Mis papás trataban en vano de calmarnos; a mi mamá le dolía nuestra angustia, y a mi papá le daba coraje que nos dijeran esas cosas y nos dejaran aterrorizadas.

En fin… Con las Villalobos nos tocó también incursionar en el teatro: entre Susy, Hilda, Nora y yo escribimos una obra, y comenzamos a ensayar todas las tardes en la tienda de su familia: “El Madrigal de la Luz”. Cuando estuvimos listas pedimos permiso a mis papás para presentarla en la casa, e invitamos a todos los niños del vecindario. El improvisado teatro quedó en el corredor del lado izquierdo (por afuera de la casa), y mis hermanos nos ayudaron desde la azotea a abrir y cerrar el telón. Ya ni me acuerdo de qué se trataba la obra, solo recuerdo que era muy graciosa y que los asistentes se rieron mucho. Ésta terminaba con un desmayo de Nora y el cierre del telón. 

Apenas terminamos, nos dispusimos a contar las ganancias. ¡Sacamos alrededor de 30 pesos! Nos los repartimos entre las cuatro y salimos corriendo a comprar dulces. Claro que hubiéramos ganado más dinero si mi mamá no se hubiera interpuesto en nuestro negocio, ya que teníamos pensado vender galletas con leche condensada, pero no nos dejó. Según ella, ya era suficiente con cobrar la entrada, y con la ayuda de mis hermanas, las repartió entre todos los niños que asistieron. ¡Ni hablar! 

Otras familias que vivían por ahí y con los que a veces nos juntábamos, eran los Prieto (una de las hijas, amiga mía también: Anrín), los Villanueva y los Ortiz, entre otros. 

Pero el gusto no nos duró mucho. A los pocos meses de haber celebrado mis 10 años nos cambiamos a la ciudad de Chihuahua, donde afortunadamente también encontramos muy buenos vecinos: los Barriga. La señora y mi mamá se hicieron amigas. Sus hijas eran más chiquitas que yo, por lo que no llegué a juntarme tanto con ellas. 

En esa casa solo duramos un año y nos cambiamos a unos departamentos. Tuvieron que pasar dos años para que mi vecina de enfrente (Verónica Avitia) hiciera su aparición en mi vida y se convirtiera en mi gran amiga y confidente. Aunque éramos muy diferentes (ella, súper alivianada y moderna, y yo más bien un poco ñoña), nos entendimos muy bien. También a su casa me encantaba ir; la señora y el Profesor eran buenísimas personas y a ellos les gustaba que su hija se juntara conmigo porque pensaban que yo era muy buena niña… ahí disculpen, jajaja. 

Esa cuadra estaba llena de buenos vecinos… ¡Cómo olvidar a los Cabrera, a las Rico, los Samaniego, los Uranga, los Lara, etc…! Sin embargo, como la única constante es el cambio, nuevamente nos mudamos a otra casa, la última en la que viví de soltera. Ahí ya no hice amigos, pues solo había niños muy chicos, pero también encontramos mucha amabilidad a nuestro alrededor. 

Y así podría pasarme más horas hablando de todos los que han sido mis vecinos, pero creo que me tardaría mucho. Solo diré que en la casa donde ahora vivo con mi esposo y mis hijos, la mayoría son gringos, y para mi sorpresa, igual de amables –o más- que todos los que ya mencioné. El único pero que les pongo es que no tienen hijos de la edad de los míos, y eso me entristece un poco. Sin embargo, luego recuerdo que la vida nos da lo que necesitamos para aprender y crecer… Si a mis hijos no les ha llegado un vecino que se convierta en su súper amig@, por algo será. 

Finalmente, puedo concluir que QUIEN ENCUENTRA UN BUEN VECINO, ENCUENTRA UN TESORO, por lo tanto, yo soy ya millonaria con las hermosas personas que Dios ha puesto en mi camino a lo largo de mi vida.  A todos ellos… ¡¡¡GRACIAS!!!

Nota: Esta semana tuve el placer de volver a ver a Hilda, después de chorromil años. Nos reímos como locas –locos, porque ahí estaban su esposo y su cuñada- y me sentí feliz de poder continuar una relación como si no hubiera pasado el tiempo. Esa reunión fue la que me motivó a escribir esto… ¡Gracias!