Los hijos comunes y corrientes

¿HIJOS FELICES, DESTACADOS O LAS DOS COSAS?

Hace poco comenzamos a ver aquí en la casa una serie gringa llamada “The Middle”. Se trata de una familia común y corriente de clase media con tres hijos: dos adolescentes y un niño. El mayor (Axl) es un chavo  bueno para los deportes, malo para la escuela, pero súper popular; además de eso, es el clásico hermano fregón. Sue, la de en medio, es una chava nada agraciada, aunque muy optimista y cariñosa con sus padres. El chiquito (Brick) es todo un personaje. Todo el día quiere estar leyendo, y tiene una manía muy curiosa: se susurra a sí mismo. Al contrario de Axl, ni él ni Sue y Brick son populares. Los papás, Frankie y Mike, hacen su mejor esfuerzo por educar bien a sus hijos, aparentemente sin lograrlo.

El nombre que le dieron en español es “Una Familia Modelo”. Al principio no estaba de acuerdo con ese título, ya que distan mucho de serlo, pero después de pensarla bien, me di cuenta que quedaba como anillo al dedo, ya que hacen lo mejor que pueden con lo que tienen y están conscientes de las fortalezas y limitaciones de todos los integrantes de la familia; nada que ver con los papás que siempre quieren que sus hijos sean los mejores en todo y que los presionan para que hagan esto y l’otro; de esos que les hacen las tareas y los proyectos, con tal de que se saquen una buena calificación. 

Yo me pregunto: ¿Por qué en la actualidad hay tanta gente obsesionada, no solo con el éxito propio, sino con el de sus hijos? Confieso que cuando los míos eran chiquitos y descubrí su potencial, mis expectativas se fueron hasta las nubes, sin embargo tuve que ajustarlas cuando me di cuenta que a ellos no les interesaba sobresalir… es más, preferían –o prefieren- pasar desapercibidos. Créanme que batallé para aceptar esa realidad, pero lo que me ayudó a hacerlo fue recordar mi propia vida de estudiante, ya que yo nunca fui ni la más lista, ni la más popular, ni la más nada. Era una niña normal que disfrutaba ir a la escuela porque mis papás nunca me presionaron: ellos sabían que yo iba a dar lo que pudiera y quisiera dar, y así fue. Tuve años malos (primero de prepa), buenos, regulares y excelentes (primero de primaria). Aunque me encantaba hacer trabajos de la escuela y me sentía muy bien cuando sacaba buenas calificaciones (no puros 100´s, aclaro), disfrutaba de la vida. Por ejemplo, en la prepa me dio por echármela de pinta junto con mi querida prima Susanita. Eso sí, las dos teníamos nuestras agendas y anotábamos todas las faltas, para no reprobar por un descuido. No era raro que nos “sobraran” y pues teníamos que faltar… nada más por no desperdiciar, jajaja. 

Sin embargo, el disfrute mayor se dio en la carrera, ya que fue cuando adquirí confianza en mí misma y supe que podía caminar sola por los pasillos – repletos de hombres, en su mayoría- y que no pasaba nada. 

También, a diferencia de mis amigas, desde muy chica supe que no quería pasar los veranos estudiando. Ellas tomaban cursos para terminar más pronto la escuela… yo no…prefería llevar siempre carga máxima. Claro que cuando llegó el que debió haber sido mi último semestre, me di cuenta de que jamás volvería a caminar por esos pasillos ni a cotorrear en la cafetería y que pronto debería de integrarme a la vida productiva. ¿Saben qué hice? Dividí las materias…¡sí, un semestre llevé 4 y el otro 3, jajajaja, lo que nunca! Y no me arrepiento de nada. 

Y es que la escuela no solo nos prepara para el trabajo; nos prepara para la vida misma: a base de golpes y experiencias va formando nuestra inteligencia emocional. Recordemos que en los trabajos y en el ámbito social no necesariamente triunfa el que sacaba puros dieces, el que era el más matado, ni el que estudió en las mejores escuelas. Triunfa el que conoce su valor y sabe venderse. 

Las vacaciones están ya a la vuelta de la esquina. Ojalá que este tiempo nos sirva a todos para reflexionar si queremos que nuestros hijos sean felices o que sean brillantes, aunque claro, habrá quien pueda ser las dos cosas. Si este es el caso de sus hijos, felicidades. Si no, creo que es tiempo de replantear las cosas y de ver qué pueden y qué quieren hacer nuestros niños. 

Recuerden que nuestra misión como padres es ayudarlos a formarse como seres independientes. No les den tanta carrilla… Si ellos disfrutan estar en ochenta mil clubes, apóyenlos. Pero si son ustedes los que quieren que sus hijos sobresalgan a costa de todo, piénsenlo dos veces. 

Lo importante es que vayan por buen camino… lo demás que lo decidan ellos. 

Ya para terminar, contestaré a esa pregunta que dos que tres probablemente tengan en la punta de la lengua: ¿cómo me ha ido desde que salí de la escuela? Bueno, pues mis primeros dos trabajos me los ofrecieron sin que yo los anduviera buscando y los disfruté muchísimo. Por supuesto que tuve muchos errores, pero aprendí de ellos. Después de haber trabajado varios años en lo que estudié, me retiré un tiempo de la vida laboral para formar una familia y desde hace seis años me dedico a hacer traducciones (nada que ver con mi carrera de Ingeniería Industrial en Producción) y a escribir. ¿Que si me considero exitosa? ¡Por supuesto que sí! ¿Y saben por qué? No es por el dinero (obviamente… si vieran lo que gano, jajaja) ni por el puesto. Es, simple y sencillamente, porque hago lo que me apasiona. He dicho.  

Dedicado con amor a mis muñecos adorados por situarme en la realidad, a mis queridos Gordos por dejarme ser y a todos los papás y mamás del mundo que se enorgullecen de sus hijos, sin importar el lugar que éstos ocupen en el salón. 

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