YERBA MALA

El otro día que iba a una clase me tocó hacer alto en un semáforo. Me sentía un poco cansada, así que mientras esperaba que cambiara la luz, me recargué en la ventana y miré hacia afuera. Lo primero que mis ojos encontraron fue una mata de hierba mala, abriéndose paso entre las ranuras de la banqueta. Me impresionó su tamaño, y para mi sorpresa, su belleza. Digo para mi sorpresa, pues para mí la hierba mala siempre ha sido sinónimo de plaga, y el instinto es arrancarla. Sin embargo, ésta –después de observarla detenidamente-era realmente bonita y me encantó haber podido percibir por primera vez el amor y la belleza implícitos en ella.

Esto me hizo reflexionar y darme cuenta que así tratamos a las personas. Si nos agradan, nos parecen decentes, o si cumplen con determinado perfil, las aceptamos. ¡Ah, pero si se salen de nuestros esquemas, las rechazamos contundentemente! ¿Por qué? Porque solo vemos la forma y no el fondo. Se nos olvida que Dios hizo toda la Creación con el mismo amor. Sinceramente, no creo que haya dicho: “Chin, me sobró material… bueno pues, voy a hacer esta cochinada de planta, animal o persona”, ¿verdad?

Afortunadamente, hay mucha gente que piensa así. Un ejemplo de ello es Felipe mi sobrino, quien en una ocasión se hizo un peinado “Mohawk” para sacudir conciencias. El objetivo era demostrar que él seguía siendo el mismo, con o sin Mohawk. Para esto, cubría su peinado con un gorrito, y cuando se lo quitaba, observaba las reacciones de las personas. La verdad, a mí me sacó mucho de onda, pues mi familia es más bien conservadora, pero cuando me enteré del motivo, no pude menos que aplaudirle…me había dado una gran lección.

Sería bueno que todos hiciéramos un esfuerzo para tratar de ver a nuestros semejantes por dentro. Yo creo que nos sorprenderíamos de la belleza que hay en cada uno de ellos… Una hierba mala puede atraer mucha plaga, pero ¿qué tal si es porque irradia luz, una luz invisible para nosotros? Tratemos de ver esa luz que todos tenemos. Y para ello les comparto un método que me ha dado buenos resultados: Cuando tengo problemas con una persona, me gusta recordar que antes de nacer, ella y yo nos reunimos en un plano superior, y bajo la guía de Dios y de nuestros Maestros, nos pusimos de acuerdo para hacernos crecer mutuamente… o como dijo Carlos Castañeda: para que uno fuera el “pinche tirano” del otro (y tal vez, viceversa).

Ese sencillo pensamiento me hace volver a recordar quién soy (un ser de luz, al igual que todos los demás) y para qué estoy aquí (para amar, ser feliz, aprender, servir, y hacer el bien, entre otras cosas).

Así que, la próxima vez que veas a una persona, planta o animal, intenta ver en su interior. Si no te gusta su aspecto, piensa en la hierba mala… Te sorprenderás de la belleza que vas a encontrar y probablemente cambie tu percepción hacia ese ser.

Gracias.

LA ALEGRÍA DE LOS NIÑOS

Tengo varias semanas escribiendo una Gunicharrita sobre el desorden y la vida diaria, pero por una cosa o por otra, no la he podido terminar. Es por esto que decidí retomar esta que empecé la semana pasada, pero ahorita que estaba a punto de subirla al blog me sorprendí, pues lo primero que vi fue la historia anterior (Bailemos con Alegría). Tal parece que Dios, los ángeles o el universo me están enviando un mensaje: que debo hacer todo con más espontaneidad y disfrutar de la vida sin importar quién me esté viendo. Mensaje recibido. Si me ven haciendo locuras, ya saben a quién culpar.

Y ahora sí, la Gunicharrita de la quincena: ‘Reviviendo la Alegría’:

Hoy que fui a recoger a mi hija de una clase, me tocó ver a una niña súper chiquita, como de un año y medio, divirtiéndose de lo lindo. Me llamó la atención, pues estaba muy pequeñita. Su corta edad no era impedimento para que diera vueltas y más vueltas, como bailando. Esa imagen me hizo pensar: ¿Es la alegría inherente al ser humano?

Traté de acordarme de los bebés que conozco o que he visto, y, a menos que estuvieran enfermos o que alguien les hubiera pegado o regañado, todos –o casi todos- traen la felicidad por dentro.

Conforme crecemos, los golpes de la vida, el miedo al qué dirán, el temor al rechazo, entre otras cosas hacen que esa felicidad vaya disminuyendo. Sin embargo, si Dios nos envió a la Tierra con una dotación de alegría y felicidad, ésta debe encontrarse en algún lugar… no puede haberse ido así como así. Es como un bebedero al que hay que aplastarle el botón para que salga el agua. Ésta, al igual que la felicidad, ahí se encuentra.

¿Qué pasaría si nos pusiéramos a imitar a un niño? Nos tacharían de locos, ¿verdad? Pues sí, probablemente, pero ¡cuánto bien nos haría! Y lo digo por experiencia… El año pasado tomé un curso de varias semanas, llamado “Dios en las ocho etapas” que era impartido por una Psicóloga. Éramos puras mujeres, y uno de los objetivos era entender y sanar cada una de nuestras etapas (prenatal, infancia, niñez, adolescencia, juventud, adultez, ancianidad y muerte). Marisol, la instructora, era muy buena: nos hacía reír, llorar y reflexionar. Una de las etapas en las que más incómoda me sentí fue la de la niñez, ya que nos puso a todas las señoras a jugar. Hizo que nos levantáramos de nuestros asientos y nos puso a cantar diferentes rondas infantiles. Hasta ahí todo iba bien, hasta que se le ocurrió cantar la de “Juan Pirulero”:

Este es el juego de Juan Pirulero,
que cada quien atiende su juego.
Juan Pirulero les manda y ordena
que su instrumento cada quien toque.
Que toque la flauta…

Este es el juego de Juan Pirulero,
que cada quien atiende su juego.
Juan Pirulero les manda y ordena
que su instrumento cada quien toque.
El clarinete…
El violín…
La trompeta…
El contrabajo…

La versión de Marisol era un poco diferente, ella nos ponía a brincar en un pie, a gritar, a caminar en cuclillas, y otro tipo de payasadas. La mayoría de las señoras se veían muy divertidas… yo estaba medio traumada pues me parecía que estábamos haciendo el ridículo (sí, el famoso ‘miedo al qué dirán’). Sin embargo no quise ponerme en evidencia, y sin muchas ganas -casi a mitad del ejercicio- decidí hacer lo que las demás… ¡Nunca imaginé lo que sentiría, fue como si me hubiera liberado de algo muy pesado! Todas nos reímos como locas y terminamos súper cansadas, pero felices. Al regresar a mi lugar, me di cuenta que -por alguna razón que desconozco- no había disfrutado al 100% mi niñez, y que ese ejercicio había servido para llenar algún hueco de esa etapa.

Meses después, escuché por ahí que era muy bueno hacer una meditación con nuestro niño interior, así que me puse a buscar en youtube y encontré algunas muy buenas. Ya ni me acuerdo cómo era la que escogí, solo sé que sentí tanta compasión por mi niña interior y que lloré como una Magdalena. Ese fue también un ejercicio sumamente liberador.

Les propongo entonces que le hagamos un favor al mundo y atendamos a nuestro niño (o niña) interior… Olvidémonos del qué dirán: hagamos payasadas, brinquemos en un pie, salgamos a mojarnos bajo la lluvia. Fomentemos su (nuestra) autoestima: digámosle cuánto lo queremos, cuán valioso es y asegurémosle que todo va a estar bien, pues nosotros estaremos ahí para protegerlo.

Entonces, muy probablemente la alegría y la felicidad volverán a nuestras vidas y éstas serán sin duda más ricas de lo que ya son.

BAILEMOS CON ALEGRÍA

Ayer fui con mi familia a ver la más reciente película de Eugenio Derbez “No se Aceptan Devoluciones (Instructions not Included) en su segundo día de exhibición en los Estados Unidos. Me dio mucho gusto ver que la sala estaba casi llena y saber que en el primer día la cinta había recaudado ¡dos millones de dólares!

Llegamos un poco antes al cine, compramos los boletos y nos fuimos caminando a un puestecito de comida. Adentro del local estaba el encargado preparando unos hot dogs. Nos dio risa ver cómo se movía al ritmo de la música de los 70´s y 80´s. ¡El señor se veía muy divertido! Cuando terminó, les entregó los hot dogs a los clientes que estaban antes que nosotros y nos saludó con una gran sonrisa. De inmediato supimos que no era gringo, pues su acento era muy diferente. Por supuesto que no nos quedamos con la duda y le preguntamos de dónde era. Respondió que venía de África, específicamente de Sierra Leona, uno de los países más pobres del mundo. Mi esposo entonces le dijo que se notaba que disfrutaba mucho su trabajo (curiosamente, tema tratado en la Gunicharrita anterior). Una gran sonrisa volvió a iluminar su rostro, y muy orgulloso contestó con un enfático ‘Yes sir!’

 Su alegría era tal que nos contagió, y mi esposo y yo comenzamos a bailar “Funky Town”. Claro que eso le dio mucha vergüenza a nuestros hijos, ¡jajaja!

Nos sentamos en unas banquitas a comer, fascinados de haber encontrado a tan simpático personaje. Antes de irnos le pregunté si podía tomarle una foto para Facebook, y todo lindo me dijo: ‘Suuure!’, y peló de nuevo el diente para la cámara.

Nos fuimos de ahí con un gran sabor de boca, no precisamente por la comida ( los nachos estaban rancios), sino por el excelente servicio.

 ¿En qué condiciones vivirá este hombre? ¿Cómo habrá sido su vida en Sierra Leona?  No tengo la menor idea, solo sé –por su actitud- que es una persona feliz.

¿Cuántos de nosotros pasamos la vida quejándonos? Nos quejamos de la familia, de nuestro cuerpo, del jefe, de los vecinos, del gobierno, del clima,  de la comida, ¡de todo!

Pongamos las cosas en perspectiva. Volteemos a nuestro alrededor y demos gracias por tantas y tantas bendiciones que Dios, el Universo o como quieran llamarle, nos regala día a día. Sin importar en qué condiciones nos encontremos, ¡bailemos con alegría y disfrutemos lo que la vida nos ponga enfrente!

Que esta bella sonrisa sea motivo de inspiración para todos.

EL PLACER DE SERVIR

Durante los últimos días he tenido la oportunidad de ayudar con las inscripciones en la escuela de mi hijo. No ha sido un trabajo pesado, pues únicamente he tenido que revisar que las personas traigan todas las formas requeridas y que éstas tengan la información correcta.

Es la primera vez que estoy del otro lado, brindando un servicio, y con agrado he visto que muy pocas personas se han molestado o ‘han hecho la chueca’, tanto de un lado como del otro.

El año pasado que me tocó inscribir a mi hijo fue un calvario, ya que era nuevo en esa escuela y el proceso era mucho más largo. Estuvimos ahí varias horas en la mañana y tuvimos que regresar en la tarde, claro que eso fue porque a mi hijo no le correspondía esa prepa, y a pesar de que habíamos solicitado la transferencia y ésta había sido aprobada, sus papeles fueron enviados a la otra escuela. Ya se imaginarán que yo estaba como agua para chocolate, y más cuando vi que algunas personas se metían en la fila. No sé si fui grosera con quienes me atendieron… ¡espero que no!  Me tocó ver  gente amable y gente no tan amable. Por eso, cuando este año recibí el correo electrónico solicitando voluntarios para las inscripciones, no dudé ni un segundo en anotarme.

Es muy interesante estar del otro lado de la barrera, uno puede mostrar o no todas las cualidades que le gustaría que tuvieran las personas que brindan un servicio. Por supuesto que yo traté de dar lo mejor cada día ayudando en lo posible a quienes tenían algún contratiempo, atendiéndolos con una sonrisa, y  poniéndome en sus zapatos. No sé si lo logré, pero para mí fue algo muy satisfactorio.

Al ver a algunas personas molestas,  me acordaba de lo que la Sra. Meléndez (Presidenta de la Sociedad Protectora de Animales de Delicias y la Región cuando yo vivía allá), le dijo una vez a una empleada que la trató mal: “A usted no le gusta su trabajo, ¿verdad? Eso es muy triste, ya que se refleja en su desempeño. A leguas se nota que usted es una buena persona, pero no está haciendo lo que le gusta, cambie de trabajo”… Como por arte de magia, la actitud de la señorita cambió. Y es que muchas veces las personas se sienten incomprendidas y solo necesitan que alguien les haga caso. Recordando eso, cuando devolvía a alguien porque no cumplía con los requisitos, les recordaba que desgraciadamente todos teníamos que cumplir con ellos y les decía que sentía mucho que tuvieran que dar tantas vueltas. Invariablemente, como con la señorita de la historia, les cambiaba la cara y se iban más contentos.

También recordaba el poema de Gabriela Mistral que estaba colgado en casa de mis papás cuando yo era niña (El Placer de Servir), y di gracias a Dios por este tipo de voluntariado que me permitió realmente servir a los demás. Y lo que es más padre, lo disfruté muchísimo…yo creo que en alguna vida anterior fui Secretaria, pues me encantó hacer ese trabajo.

En conclusión,  no importa de qué lado de la barrera estemos, procuremos siempre tratar a las personas con amabilidad y respeto, para que cuando Dios nos pregunte al final del día: ¿Serviste hoy?, podamos contestar con un sincero  ‘Sí’.

El Placer de Servir

      Toda naturaleza es un anhelo de servicio.
      Sirve la nube, sirve el viento, sirve el surco.
      Donde haya un árbol que plantar, plántalo tú;
      Donde haya un error que enmendar, enmiéndalo tú;
      Donde haya un esfuerzo que todos esquivan, acéptalo tú.
      Sé el que aparta la piedra del camino, el odio entre los
      corazones y las dificultades del problema.

      Hay una alegría del ser sano y la de ser justo, pero hay,
      sobre todo, la hermosa, la inmensa alegría de servir.
      Qué triste sería el mundo si todo estuviera hecho,
      si no hubiera un rosal que plantar, una empresa que emprender.

      Que no te llamen solamente los trabajos fáciles
     ¡Es tan bello hacer lo que otros esquivan!
      Pero no caigas en el error de que sólo se hace mérito
      con los grandes trabajos; hay pequeños servicios
      que son buenos servicios: ordenar una mesa, ordenar
      unos libros, peinar una niña.
      Aquel que critica, éste es el que destruye, tu sé el que sirve.
      El servir no es faena de seres inferiores.
      Dios que da el fruto y la luz, sirve. Pudiera
      llamarse así: “El que Sirve”.

      Y tiene sus ojos fijos en nuestras manos y nos
      pregunta cada día: ¿Serviste hoy? ¿A quién?
      ¿Al árbol, a tu amigo, a tu madre?

Gabriela Mistral.

PAYASEANDO

Hoy voy a tocar un tema un bastante sensible, por lo que de antemano ofrezco una disculpa a quien se sienta ofendido.  Y antes de comenzar, aclaro que afortunadamente, hay sus honrosas excepciones, ¿OK?

El tema es la educación de los hijos y la obsesión de algunos padres por mandarlos a escuelas caras. Y ustedes dirán, a ella qué le importa… pues sí, la verdad cada quien puede hacer lo que se le dé su gana, pero no puedo evitar exponer mi punto de vista.

Veamos. Cuando yo era niña estudié en escuela particular porque nuestra situación económica así lo permitía. Después de una de las crisis de finales de los 70´s, mis papás me cambiaron a una secundaria de gobierno y como la situación no mejoró para cuando me tocó ir a la prepa, seguí en ese tipo de escuela. Al poco tiempo llegó el momento de estudiar una carrera, y jamás me pasó por la mente entrar al Tec de Monterrey, que era la universidad más cara de la ciudad en ese tiempo. ¿Por qué? Porque tenía los pies sobre la tierra, al igual que mis papás y toda mi familia. Entré al Tec de Chihuahua e hice la carrera de Ingeniería Industrial en Producción.

¿Qué me pasó por haber estudiado en escuela particular el Kínder, la Primaria y un año de Secundaria? NADA.

 ¿Y qué me pasó por haber estudiado el resto de la Secundaria, la Prepa y la carrera en escuelas de gobierno? Lo mismo, ¡NADA!

¿Aprendí más en una que en la otra? Definitivamente no, y ¿saben por qué? Porque el que es buen gallo, en cualquier gallinero canta.

Un claro ejemplo de esto es mi esposo, quien estudió en una prestigiada universidad mexicana DE GOBIERNO, se graduó con honores y forjó una carrera a base de inteligencia, perseverancia, ética y muchos valores más. Él no necesitó estudiar en Harvard o en qué-sé-yo-dónde para ser un triunfador.

Entonces, ¿por qué muchos papás que estudiaron en escuelas de gobierno hasta dejan de comer con tal de que sus hijos vayan a una escuela cara o elegante…? Me no comprende… ¿Qué tiene de malo una Universidad Nacional o un Instituto Tecnológico (no el de Estudios Superiores de Monterrey)? ¿Por qué los papás insisten en crear lepes fantoches y presumidos?  ¿Por qué esa obsesión por darles a los hijos lo que ellos no tuvieron? Estamos creando una generación de niños que dan todo por sentado, no les cuesta trabajo conseguir nada. Y ¿quiénes son los culpables? Los papás…

Desgraciadamente, la frontera con México no se escapa. Cuando nosotros llegamos de Chihuahua, hace ya varios años, inscribimos a los niños en una escuela particular, pues pensábamos que las públicas –de gobierno- eran una porquería. Al cabo de un año, nos dimos cuenta que era completamente al revés. En las escuelas públicas  los niños iban más adelantados que en la privada, por lo que decidimos cambiarlos, y hasta la fecha estamos felices de haberlo hecho. Cuando estuvieron en la privada, me salían ronchas de escuchar a algunas mamás odiosas amenazar a sus hijos con “cambiarlos a la pública” si no hacían esto o lo otro… ¡Por favor! ¡Ya quisieran tener los fondos y los programas que tienen estas escuelas! Pero no, para muchos papás lo que importa es el qué dirán, el relacionarse con gente ‘bien’… prrrttt!

En fin, nuestros hijos aún son chicos y no saben ni qué van a estudiar. Cuando ese momento llegue, nosotros los apoyaremos en lo que podamos para que estudien una carrera, con los pies bien puestos sobre la tierra.

He dicho.

p.d Se me olvidaba algo. Debo aclarar que, como en todo, hay dos caras de la moneda. Ni todos los padres e hijos de las escuelas caras son sangrones, ni todos los padres e hijos de las escuelas públicas son sencishitos y carismáticos. Un aplauso para toda la gente sencilla. Y ahora sí, he dicho.

ESCOGIENDO MI FUNERAL

El otro día me puse a pensar cómo me gustaría que fuera mi funeral. Yo creo que son pocas las personas que dejan por escrito sus deseos al respecto, y sin ánimos de controlar a nadie, solo hay dos cosas que  me gustaría fueran diferentes: el color de la ropa y los arreglos florales.

Empezamos por el color. ¿Se han puesto a pensar por qué la gente se viste de negro en los funerales? Buscando un poquito en la red, encontré que hace muchísimos años, la gente pintaba su cuerpo de ese color para pasar inadvertidos ante el alma del muertito, porque tenía miedo que, no teniendo ya dónde vivir, el occiso buscara otro cuerpo y dijera ‘de aquí soy’. Esto tiene sentido, ya que los habitantes de algunas tribus africanas (cuya piel es muy obscura) se cubren con cenizas blancas. En los países budistas como India, Japón o China, sin embargo, el color del luto es el blanco. Para ellos, este color expresa la idea de “venir vacío, irse vacío”, aunque algunos dicen que es porque el blanco contrasta con la tez morena (en el caso de la India).

En lo personal, yo veo la muerte como algo hermoso… el paso hacia la luz, donde nos desprendemos de todo aquello que nos ata en la Tierra, por lo tanto, no veo por qué debemos vestirnos como si estuviéramos tristes… ¡al contrario! Me encantaría que la gente fuera a mi funeral vestida de colores alegres, ya que la luz clara es más alta en vibración y deja pasar la luz, pero si alguien no tiene ropa blanca o clara… ¡qué importa!!!

Recuerdo un funeral hermoso de un amigo de la escuela –Memo Casavantes, un tipazo-, que murió de cáncer. Yo no estuve cerca de él durante los meses previos a su fallecimiento, pero los que sí tuvieron esa oportunidad dicen que él, haciendo gala de una paz inmensa, los consolaba, en lugar de que fuera al revés. Su funeral fue muy concurrido, y los que lo acompañamos al panteón tuvimos que esperar a que su esposa saliera de la iglesia. Yo nunca había visto algo así. Ella, con un hermoso vestido beige, se subió a su Vochito llevando las cenizas de su amado esposo. Sin pompa ni ceremonia, solo paz y amor.

Desde entonces me atrajo la idea de ir de blanco a los funerales, aunque nunca lo he hecho. Bueno, más o menos… para el velorio de mi papá usé una camisa blanca con anaranjada, pues quería demostrar que estaba feliz porque mi querido Gordo ya no sufría más. Tal vez por eso una de mis primas –Carolina- cuando me vio, me dijo con una gran sonrisa: “¡Felicidaaades!”, e  inmediatamente se dio cuenta que estaba en un funeral y que aparentemente no era apropiado decir eso.  Se disculpó conmigo, pero las dos acabamos atacadas de la risa, pues fue muy gracioso y nada fuera de lugar, ya que ese gran ser que tuve como padre había terminado su misión y eso ameritaba una calurosa felicitación.

Y bueno, la segunda petición o deseo es que las personas en vez de gastarse una lana en una corona o un súper arreglo floral, solo manden una flor (sin florero porque si no luego que hace mi familia con tantos… mejor que alguien ponga uno mediano) y que el dinero que les sobre lo donen a alguien que lo necesite (cualquier asociación para el cuidado de ancianos, niños, animales, etc, o tal vez alguna persona que estuviera en apuros económicos, o por qué no, pueden adoptar un perrito o un gatito callejero). Tengan por seguro que esa solitaria flor representará mucho más que todos los arreglos florales del mundo y ustedes habrán puesto su granito de arena en la vida de alguien.

Así que ya lo saben. El día que yo deje mi cuerpo físico, hagan lo que les de su gana, pero si pueden y quieren, concédanme esos dos deseos. ¡Ah! Y no me saquen la garra frente al ataúd, recuerden que el oído es lo último que se pierde. Si lo hacen, se exponen a que les jale las patas, ¿eh?, jajaja, no se crean.