LA ALEGRÍA DE LOS NIÑOS

Tengo varias semanas escribiendo una Gunicharrita sobre el desorden y la vida diaria, pero por una cosa o por otra, no la he podido terminar. Es por esto que decidí retomar esta que empecé la semana pasada, pero ahorita que estaba a punto de subirla al blog me sorprendí, pues lo primero que vi fue la historia anterior (Bailemos con Alegría). Tal parece que Dios, los ángeles o el universo me están enviando un mensaje: que debo hacer todo con más espontaneidad y disfrutar de la vida sin importar quién me esté viendo. Mensaje recibido. Si me ven haciendo locuras, ya saben a quién culpar.

Y ahora sí, la Gunicharrita de la quincena: ‘Reviviendo la Alegría’:

Hoy que fui a recoger a mi hija de una clase, me tocó ver a una niña súper chiquita, como de un año y medio, divirtiéndose de lo lindo. Me llamó la atención, pues estaba muy pequeñita. Su corta edad no era impedimento para que diera vueltas y más vueltas, como bailando. Esa imagen me hizo pensar: ¿Es la alegría inherente al ser humano?

Traté de acordarme de los bebés que conozco o que he visto, y, a menos que estuvieran enfermos o que alguien les hubiera pegado o regañado, todos –o casi todos- traen la felicidad por dentro.

Conforme crecemos, los golpes de la vida, el miedo al qué dirán, el temor al rechazo, entre otras cosas hacen que esa felicidad vaya disminuyendo. Sin embargo, si Dios nos envió a la Tierra con una dotación de alegría y felicidad, ésta debe encontrarse en algún lugar… no puede haberse ido así como así. Es como un bebedero al que hay que aplastarle el botón para que salga el agua. Ésta, al igual que la felicidad, ahí se encuentra.

¿Qué pasaría si nos pusiéramos a imitar a un niño? Nos tacharían de locos, ¿verdad? Pues sí, probablemente, pero ¡cuánto bien nos haría! Y lo digo por experiencia… El año pasado tomé un curso de varias semanas, llamado “Dios en las ocho etapas” que era impartido por una Psicóloga. Éramos puras mujeres, y uno de los objetivos era entender y sanar cada una de nuestras etapas (prenatal, infancia, niñez, adolescencia, juventud, adultez, ancianidad y muerte). Marisol, la instructora, era muy buena: nos hacía reír, llorar y reflexionar. Una de las etapas en las que más incómoda me sentí fue la de la niñez, ya que nos puso a todas las señoras a jugar. Hizo que nos levantáramos de nuestros asientos y nos puso a cantar diferentes rondas infantiles. Hasta ahí todo iba bien, hasta que se le ocurrió cantar la de “Juan Pirulero”:

Este es el juego de Juan Pirulero,
que cada quien atiende su juego.
Juan Pirulero les manda y ordena
que su instrumento cada quien toque.
Que toque la flauta…

Este es el juego de Juan Pirulero,
que cada quien atiende su juego.
Juan Pirulero les manda y ordena
que su instrumento cada quien toque.
El clarinete…
El violín…
La trompeta…
El contrabajo…

La versión de Marisol era un poco diferente, ella nos ponía a brincar en un pie, a gritar, a caminar en cuclillas, y otro tipo de payasadas. La mayoría de las señoras se veían muy divertidas… yo estaba medio traumada pues me parecía que estábamos haciendo el ridículo (sí, el famoso ‘miedo al qué dirán’). Sin embargo no quise ponerme en evidencia, y sin muchas ganas -casi a mitad del ejercicio- decidí hacer lo que las demás… ¡Nunca imaginé lo que sentiría, fue como si me hubiera liberado de algo muy pesado! Todas nos reímos como locas y terminamos súper cansadas, pero felices. Al regresar a mi lugar, me di cuenta que -por alguna razón que desconozco- no había disfrutado al 100% mi niñez, y que ese ejercicio había servido para llenar algún hueco de esa etapa.

Meses después, escuché por ahí que era muy bueno hacer una meditación con nuestro niño interior, así que me puse a buscar en youtube y encontré algunas muy buenas. Ya ni me acuerdo cómo era la que escogí, solo sé que sentí tanta compasión por mi niña interior y que lloré como una Magdalena. Ese fue también un ejercicio sumamente liberador.

Les propongo entonces que le hagamos un favor al mundo y atendamos a nuestro niño (o niña) interior… Olvidémonos del qué dirán: hagamos payasadas, brinquemos en un pie, salgamos a mojarnos bajo la lluvia. Fomentemos su (nuestra) autoestima: digámosle cuánto lo queremos, cuán valioso es y asegurémosle que todo va a estar bien, pues nosotros estaremos ahí para protegerlo.

Entonces, muy probablemente la alegría y la felicidad volverán a nuestras vidas y éstas serán sin duda más ricas de lo que ya son.

Facebook Comments

Leave a Reply

This site uses Akismet to reduce spam. Learn how your comment data is processed.