Como la luz de una vela

Para empezar con esta historia, voy a hacerles una pregunta individual: “¿Quién eres…?”

Al principio la respuesta puede parecer muy lógica, pero conforme comenzamos a pensar, nos damos cuenta que nuestro nombre, o una descripción de nuestra apariencia física no puede describirnos. Inclusive si me dan una descripción de lo que hacen, puede ser algo confuso, ya que durante el día representamos distintos papeles: esposa/o, secretaria, ingeniero, papá, mamá, doctora, albañil, amiga/o, hija/o, vecina/o, compañero de la escuela, etc. ¿Cuál de todas estas personas eres tú? Con cada uno de estos papeles surge un aspecto diferente de nuestra personalidad. Pero hay algo que va más allá de todo eso y en un momento lo voy a explicar. 

Comenzaré contando que hace unos días, mi esposo, mi hija y yo fuimos a una plática interesantísima que me hizo comprender quién soy y cambió la percepción que tenía de mí misma y de mi entorno. 

Faltaban unos minutos para que diera inicio la charla. La expositora, una señora de mediana edad, nos recibió con una voz muy dulce y una hermosa sonrisa. 

Debo confesar que en cuanto pasamos al salón me gané una tachita para la tabla de propósitos de la que hablé la Gunicharrita pasada (¿se acuerdan?). Bueno, pues con la pena, pero les voy a contar por qué. La expositora era una señora hindú, y me llamó la atención ver que había varias personas de esa nacionalidad en el lugar (casi siempre solo hay una o dos). En eso vi a otra señora –claramente mexicana- vestida con una túnica muy larga y un pantalón. Lo primero que pensé fue: “Ay no manche, ni que fuera muy hindú…”, afortunadamente, luego de unos minutos comprendí que eso no era de mi incumbencia y que la señora podía vestirse como le diera su gana. Me di cuenta que yo en lo que debería fijarme era en su espíritu y no en su apariencia. Luego de esa metida mental de pata, comenzó la plática. 

La expositora comenzó  a explicarnos lo que se supone ya sabemos: 

QUE TODOS  SOMOS SERES DE LUZ VIVIENDO TEMPORALMENTE EN UN CUERPO FÍSICO 

(sí todos, hasta aquellos que consideramos de lo “piorrrr”).

Desgraciadamente, muchas personas actúan como si el cuerpo fuera lo más (¡o lo único!) importante. Lo más grave de eso –siguió la señora- es que cuando nuestra conciencia está en el cuerpo físico y no en el espíritu, Dios no nos puede ver ni escuchar (¡plop!). De acuerdo a esta teoría, necesitamos dejar que nuestra luz brille para que Dios nos pueda encontrar. 

Al principio esto me sonó medio raro, pues ¿qué no Dios es todopoderoso y puede sacarnos de donde nos encontremos? Pues sí, sí lo es, pero así como es todopoderoso, también es respetuoso, y nos dio libre albedrío.  Entonces recordé que las oraciones para los difuntos son muy importantes porque para muchos de ellos –los que no actuaron bien mientras estuvieron en la escuela de la Tierra- las oraciones son la única manera de ascender a la luz… de llegar a Dios. 

La señora entonces comparó al ser humano con un reino, en donde el cuerpo y los sentidos son los súbditos, y el espíritu es el rey que tiene su trono en el entrecejo. ¿Por qué ahí? Pues porque para tener las cosas bajo control, el rey (o el conductor si se compara al cuerpo con el vehículo de nuestra alma) debe de sentarse en un lugar en donde tenga acceso a los controles y donde pueda obtener toda la información necesaria para tomar decisiones. Dado que nuestras acciones comienzan con un impulso del cerebro, y toda la información que viene de los ojos, oídos, etc., es transmitida a éste, el alma entonces se sienta en el centro de nuestra frente, en un lugar cercano al cerebro. 

Como en cualquier monarquía, el rey debe encargarse de vigilar y corregir a sus súbditos. En este caso, mediante una “audiencia” al final del día o en cualquier momento que lo crea necesario. 

Por ejemplo, supongamos que alguien viene a contarnos un chisme y nosotros no solo lo escuchamos, sino que hasta contribuimos poniendo de nuestra cosecha. Bueno, pues ahí es donde entra el “Rey” (nuestro Espíritu) a dar una amorosa reprimenda a los sentidos:

“A ver, Oídos, hoy les vinieron con un chisme y ustedes lo escucharon todito… ¡Eso no se hace! ¿Cómo saben si lo que les dijeron es verdad? Y aunque así fuera, ¿a ustedes qué  les importa? ¡Muy mal hecho, que no se vuelva a repetir!”

“A ver, Boca, ¿por qué hablaste mal de fulanito de tal? Dijiste cosas que no debías, ¿qué no sabes que puedes lastimar con las palabras? Espero que de aquí en adelante utilices el don del habla solo para decir cosas buenas, ¿entendido?”

Y así por el estilo. 

Esto me tomó por sorpresa, pues aunque yo sí acostumbro a hablar conmigo misma, nunca me había dirigido a mis sentidos. Por ejemplo, cuando hago algo malo, me recrimino diciendo: “¡Ay Lauritajurado, Laurita Jurado!”. Aunque bueno, esto lo uso en situaciones que no son realmente importantes, como que se me caiga algo, que me equivoque de hornilla al cocinar, que no guarde un documento, etc. Y bueno, el hecho de llamarme por mi nombre y no de dirigirme al sentido involucrado en la falta, solo hace más difícil que comprenda que en esencia soy solamente un hermoso punto de luz. 

¿Entonces qué? ¿Esto significa que no debemos poner atención al cuerpo? Para nada. Nuestro cuerpo es el vehículo del espíritu, y es absolutamente necesario para aprender, porque aquí en la Tierra, la mayoría de las personas no podemos ver, escuchar o sentir a un espíritu si no tiene cuerpo. Por ejemplo, ahorita que estaba escribiendo esto, llegó mi adorado Paco (para los que no lo conocen, es el gato más hermoso del mundo). Lo cargué, y durante unos minutos mi espíritu se llenó de una inmensa alegría al poder tocar su pelaje suavecito, escuchar su tranquilizante ronroneo, y ver su carita perfecta. Si Paco o yo no tuviéramos cuerpo, no lo hubiera podido hacer, ¿verdad?

Por lo anterior, debemos de estar agradecidos con el cuerpo que nos ha sido prestado, y cuidarlo de la mejor manera. Y qué mejor que tratarlo como una madre amorosa trataría a su hijo, ¿no? 

Por ejemplo, cuando nos sintamos cansados o enfermos, lo correcto –según esta teoría- es acariciarlo (ella lo hacía en el brazo) y decirle: “Ya me di cuenta que te sientes mal, pero no te preocupes que yo te voy a cuidar… mira, te voy a dar X cosa que te hará sentir mejor y te voy a llevar a la cama para que descanses”. 

De igual manera, a la hora de comer, bendecir nuestros alimentos y pedir a Dios que remueva toda impureza de ellos para que nuestro cuerpo se beneficie. Entonces, con mucho amor, decirle a éste: “Mira, te voy a dar esto de comer, te va a hacer mucho bien”. 

Siguiendo este método, la hora del descanso nocturno se puede convertir en algo muy especial. Para esto, tenemos que emular a las personas que van a la universidad en su carro y al final del día regresan a su casa, estacionando éste para que pase la noche. Pues bueno, también el espíritu hace algo parecido. Cuando llega la noche, lleva a su vehículo a un lugar donde pueda descansar (cama), ‘se baja y se va’ a su casa… al Verdadero Hogar, donde lo espera su Padre/Madre. Nótese que puse ‘se baja y se va’ entre comillas, ya que no dejamos el cuerpo, solamente nos conectamos con Dios a través de nuestro Espíritu. Según la expositora, si al irnos a dormir cobramos conciencia de esto y nos despedimos temporalmente del cuerpo para ir a nuestro Hogar, tendremos el sueño más reparador que jamás hayamos imaginado. Al día siguiente, lo primero que debemos hacer al despertar es dar las gracias a nuestro Padre/Madre, decirles “¡Buenos días!”, agradecidos de haber pasado la noche en nuestro amoroso Hogar, y subirnos a nuestro carro. Durante el transcurso del día, tener siempre presente que como somos una chispa de luz de Dios, somos entonces los reyes, y los sentidos  son los súbditos. Entonces, mirar a todas las personas como el ser de luz que son, dejando atrás las etiquetas. No debemos ver si son altas, chaparras, gordas, flacas, ‘buenonas’, morenas, güeras, pelirrojas, católicas, budistas, protestantes, agradables, desagradables, guapas, feas, mexicanas, gringas, pochas, australianas, nacas, elegantes, sinceras, traidoras,  y un larguísimo etcétera. 

Esto es más fácil de entender si comparamos la flama de dos velas… ¿qué tan diferente es una de la otra? ¡Son exactamente lo mismo! La luz siempre será luz, y eso es algo que debemos recordar todos los días a toda hora. Y ya para terminar, les dejo un ejercicio: cuando se encuentren con alguien, véanlo al entrecejo e imaginen que ahí está la flama de una vela… verán cómo cambia su percepción acerca de esa persona. 

Si nos acostumbramos a hacer esto constantemente, habremos dado un salto cuántico en nuestra evolución espiritual y nos ahorraremos muchas lágrimas y dolores de cabeza. 

Para despedirme, los dejo con la misma pregunta del principio, esperando que ahora sí ya sepan la respuesta: 

Y tú… ¿quién eres?

EL ARETE PERDIDO DE MI MADRE

Mi mamá murió hace 10 años… bueno, ella no, solamente lo hizo su cuerpo físico. Cuando eso sucedió, ninguno de sus seis hijos se atrevió a tocar sus cosas, para no entristecer más a mi papá. Meses más tarde, le preguntamos si no le molestaría que sacáramos todas sus pertenencias de la recámara. Contestó con un lacónico: “hagan lo que quieran, a mí me da igual”. Entonces, nos juntamos las cuatro mujeres a repartirnos las joyas de la corona. El procedimiento fue así: cada quien escogió lo que más le gustaba, separándolo en un montoncito; luego, las demás revisamos lo que las otras habían elegido. Lo que a todas o a algunas de nosotras nos gustaba, lo rifamos. Así me hice de los aretes de bola de oro, tan característicos de mi mamá. 

Con el resto de las cosas fue igual. Antes de cumplirse el segundo aniversario luctuoso, mi papá emprendió la graciosa huída, dejándonos –ahora sí- completamente huérfanos, por lo que –meses después- nos dispusimos a repartir todo lo que quedaba. Las cuatro mujeres hicimos un inventario de todos los objetos de la casa, en el cual no incluimos ni la ropa ni las lociones del Gordo… de eso se encargaron mis hermanos, como en su tiempo las mujeres lo hicimos con lo de mi mamá. El proceso fue igual que con las joyas: preguntábamos quién estaba interesada en ese mueble, adorno, utensilio o foto en particular y si no había nadie más que lo quisiera, se lo dábamos a esa persona. Virgilio –el mayor- había dicho que solo le interesaban el órgano Wurlitzer que mi papá había comprado en los 70´s y la foto de mi abuelo Nicasio Jurado con su amigo, el entonces Presidente Francisco I. Madero. Álvaro, por su parte, solo quería fotos, pero nosotras, como buenas viejas quisimos todo lo demás.  Todos estuvimos de acuerdo en que el órgano fuera para Virgilio, pero a las fotos les sacamos copias y luego rifamos los originales. Esa rifa tuvo que realizarse varios meses después, ya que no pudimos terminar todo de un jalón. En esa ocasión, solo estábamos Nora y yo, así que con los hijos de Thalía de testigos, procedimos a la rifa. Curiosamente, Álvaro se sacó la mayoría de ellas, lo cual nos dio mucho gusto y llegamos a pensar que a mi mamá también y que desde el cielo lo animaba diciendo: ¡Eso mijito!

Aparte de los aretes de bola, tengo otras cosas que me recuerdan a mis papás. Las más significativas: un juego de té que alguien regaló a mis papás en su boda y que fue hecho en el Japón ocupado; un aplastador de madera para tortillas de harina que mi mamá le había heredado en vida a mi esposo para sus sopes; un frasco muy bonito de café con hojas de laurel que ella me había regalado una vez que se lo chuleé; una caja de acero inoxidable del Gordo, llena de tijeras y otros chunches médicos, así como su precioso maletín. 

Pues bien, el otro día vi los aretes de mi mamá y pensé en ponérmelos. De repente me pasó por la cabeza la idea de que se me podían perder, pero como íbamos de viaje, decidí que quería que mi mamá nos acompañara y me los puse. Nos paramos un momentito en Walmart, me bajé y compré algo. Luego llegamos a otra tienda cerca de Cloudcroft, solamente a curiosear. Nos paramos en el pueblo y comimos en un restaurante. Cuando me subí al carro, me di cuenta que solo traía un arete… la sangre se me fue a los pies, pues recordé el pensamiento que tuve en la mañana. Pensé que se podía haber atorado en la bufanda que me acababa de quitar, pero no. Lo busqué en el carro, en mi ropa, por todas partes y nada. Me podía mucho no haberle hecho caso a mi intuición y pensé que mis hermanas se iban a enojar conmigo. Inmediatamente después me calmé, diciéndome que solamente era algo material que ya había cumplido su ciclo conmigo. Si había soltado a mi mamá… “cuantimás” un arete, ¿no? Entonces me tranquilicé, sabiendo que mis hermanas pensarían igual que yo.

Estuvimos fuera por tres días y medio. Cuando regresamos, hablé con Nora mi hermana, quien me contó que estaba muy triste porque había perdido las llaves de su casa. En eso recordé el arete y le conté lo ocurrido. Por supuesto que ella le dio el mismo enfoque que yo. De repente, una idea cruzó mi mente… me dirigí al lugar donde guardo mis joyas y… ¡ahí estaba… solamente me había puesto uno, jajaja! Tomé el arete y lo besé, dándole gracias a mi mamá y a los ángeles por haberlo cuidado. No cabe duda… Si amas algo, déjalo ir. 

Hablando de tamaños…

Dedicada con amor para mi querido Gordo. 

Mi papá era enemigo acérrimo del cigarro (como se conoce en México a los cigarrillos). Paradójicamente, ellos dos habían tenido sus queveres  por muchos años, desde los 18 (o más bien desde antes, pero a esa edad fue cuando lo retomó ante la negativa de mi abuelo de seguirle pagando las clases de Canto con el maestro Pierson –el mismo de Jorge Negrete). A los 38, un buen día prendió un cigarro y de repente, algo cambió. ¿Qué estoy haciendo? –pensó. Sabe feo, mancha los dedos y los dientes, hace daño, es mal ejemplo para los hijos (ya tenía cuatro)… ¡Se acabó…! Y aplastó con determinación lo que sería el último cigarro de su vida.

Desde ese momento comenzó su lucha contra el tabaquismo. A cuanto “fumón” (como le encantaba decirles) se encontraba, le tiraba el mismo rollo. Lo único que recuerdo de esa plática era el final: “Supongamos que el fumar no va a adelantar su muerte, que la rayita hasta donde debemos de llegar no se mueve. Si esto es cierto, una persona que no fuma, caminará hacia ella de forma natural, sin embargo, un “fumón” lo hará en medio de gran dolor (y aquí actuaba la escena, caminando como si se estuviera quemando las patrullas), pues las cerca de 4000 sustancias nocivas que el cigarro contiene, tarde o temprano harán mella en su salud.” 

Mucha gente, al escuchar esta plática, le entregaba voluntariamente sus cigarros y él los exhibía orgullosamente en las repisas de su consultorio. 

Pues bien, yo no fumo, no tomo, no bailo pegado ni embarro mocos en la pared, pero esos tamaños que mi papá tuvo hace cincuentaytantos años, los tuve yo también a finales del año pasado, para ser exacta, el 27 de diciembre. Ese día tomé la determinación de dejar algo que ya se había convertido en adicción -la mayoría de ustedes ya sabe de qué hablo-: el famosísimo ‘feis’. 

Caí en sus ciber-garras a mediados del 2011. Reconozco que gracias a él he pasado momentos buenísimos, reencontrándome con viejos amigos, haciéndome amiga de viejos conocidos y de uno que otro desconocido (bueno, ni tanto, la mayoría son amigos heredados de mi hermano el Doctor Chute); aprendiendo de todo lo que la gente comparte (sí, inclusive de las cosas que no me gustan, ya que eso me dice a gritos que debo ser más tolerante), alegrándome con sus triunfos y apoyándolos en sus momento de dolor; y sobre todo, pero sobre todo (dijo López Dóriga), enriqueciendo mi carrera de Escritora Wannabe, ya que la mayoría de ustedes se ha tomado el tiempo de retroalimentarme y de hacerme saber cuando algo que escribo les gusta y eso, amigos, es para mí como si estuviera en el mejor curso para escritores (gracias a ustedes he sabido de qué lado masca la iguana…). 

Sí, fue algo muy bueno, pero llegó el momento en que yo también me di cuenta que tenía un grave problema de adicción. Esto sucedió paulatinamente:

– A principios del 2014 comencé a cerrar completamente el FB de mi teléfono para ver si el tener que poner de nuevo el correo y la contraseña me detenían un poco de usarlo (eso me duró como una o dos semanas nada más)

– Mi lugar preferido de lectura (el baño, ahí disculpen) se convirtió en un lugar para “feisbuquear”, desplazando a Ekhart Tolle, Deepak Chopra, Ramtha, Yohanna García y varios autores más.

– Los semáforos en rojo eran islas a las que yo podía nadar y revisar mi facebook aunque fuera solo por un minuto. Lo mismo sucedía con las tiendas. 

– Cualquier pensamiento que cruzara mi mente, cualquier cosa que captara mi atención, cualquier chiste que mis hijos dijeran… yo tenía que publicarlo de inmediato… y si era con fotos, mejor (por eso dejé de fotografiar a mis hijos, ya que nuestra política siempre ha sido no subir sus fotos). Y claro, tenía que estar revisando si alguien me había dado un ‘Me Gusta’ o un comentario… no por nada, a veces me salía “Libérate de la Necesidad de ser Aprobado” en el libro de Mensajes de los Ángeles de Doreen Virtue. 

– A veces tomaba el celular para revisar el feis, pero con sentimientos encontrados. Como en piloto automático, algo me decía “Ándale, revísalo” y mi otro Yo contestaba molesto “¡Pero si no quiero…!” y soltaba el teléfono.

– El colmo fue que comencé a soñar que alguien me agredía en facebook o que yo la regaba y publicaba algo vergonzoso…  Esas veces me levantaba de la cama, prendía la compu o el teléfono y revisaba angustiada el feis, suspirando de alivio al comprobar que solo lo había alucinado… ¿así o más adicta?

Todos estos detalles me hicieron darme cuenta que me estaba perdiendo de vivir en la vida real por vivir cibernéticamente. Dejé de leer, de estar con mi familia, de disfrutarlos, de salir con mis perros (ah porque al perder tanto el tiempo, solo podía suspirar viendo mi hermoso jardín mientras lavaba los platos, deseando tener unos cuantos minutos para estar ahí afuera y simplemente SER). 

Así que un buen día, decidí que mi cajita de huevos ya estaba completa (y por supuesto eran de gallinas no enjauladas –cage free-, jajaja) y di el paso que jamás pensé que daría: hice mi semi-despedida del feis. Mi hija, emocionada, quitó la aplicación de su teléfono y del mío, aunque ella volvió a caer al día siguiente (lo cual no debe de importarme… yo no vine a vivir su vida, sino la mía). Por eso mismo decidí no cerrar la cuenta, sino revisarla de vez en cuando  y créanme que cada vez que lo hago, siento el cariño de todos ustedes. 

Ahora sigo pegada al teléfono cuando estoy en la casa, pero la mayor parte del tiempo es para escuchar las bellísimas meditaciones  y pláticas de Susana Majul. Ahora hasta tengo veinte minutos –antes o después de ir a alguna de mis clases o al super, de lavar, recoger y/o hacer la comida) para sentarme tranquilamente, aquietar mi mente y respirar de manera consciente. Inclusive, me duermo escuchando alguna de esas meditaciones con audífonos. 

Tengo tiempo de leer (terminando en menos de tres días el libro “Cometas en el Cielo” del escritor afgano Khaled Hosseini), de escribir, bueno… hasta de ver una que otra película. 

Lo más importante, sin duda, es que me siento feliz con ese pequeño gran cambio en mi vida. A ver cuánto me dura el gusto, dirán algunos… pues sí, a ver, pero por el momento esto es lo que quiero y el haberlo logrado me llena de una gran satisfacción. 

Normalmente terminaría la gunicharrita con un: “Y tú… ¿qué cambios harás este año?”, pero si algo aprendí del caso de mi papá y del mío propio es que las cosas llegan cuando tienen que llegar. Todo es cuestión de hacerle caso a tu intuición, de escuchar esos mensajes que la Presencia Yo Soy que vive en ti te manda. Y de repente, sin pensarla, te darás cuenta que tu cajita de huevos está por fin completa y que es tiempo de actuar.

Fin de Año en Sacramento

Lunes 29 de diciembre de 2014

Como frecuentemente nos sucede, hoy nos despertamos (por segunda ocasión en dos semanas) con la llamada de un vendedor. Normalmente sería algo odioso, pero como eran ya las ocho de la mañana y a las once saldríamos de viaje, más bien lo agradecimos. 

Yo me levanté a despertar a mis hijos. Ricardo había pasado muy mala noche, ya que aaaaaaalguien lo había contagiado de un resfrío (¿o gripa?) tremenda. 

Todo empezó un día después de haber regresado de Chihuahua. Me había levantado como a las nueve para arrancarme a Hobby Lobby a ver qué había quedado de Navidad. Al sacar a mis perros y darles de comer me di cuenta que había llovido durante la noche, pero hasta que me subí al carro, vi las montañas nevadas. ¡La vista era espectacular! Estuve como unas dos horas probablemente en la tienda y cuando llegué a la casa, comencé a sentirme cansada. Me caí medio gorda, pues casualmente siempre que ando fuera me siento de maravilla, pero nada más regreso a la casa y me entra la fatiga (o se me inflama el estómago… bueno, eso ya casi no me pasa). 

No me acuerdo si ese día lavé o ya lo había hecho el día anterior, lo que sí sé es que no hice de comer, ya que a mi esposo se le antojaron unas tortas de la calle. Conforme pasaban las horas, mi cansancio aumentaba y comencé a sentir que me dolían todos los huesos –especialmente el cuello y la espalda-. Eso hizo que el antojito de mi marido me supiera a gloria, ya que pude comer mi torta en el sillón de nuestra recámara, viendo una película (lo que nunca…).

Para no hacerles el cuento largo de lo mío, les diré que a partir de ese día y hasta el día de ayer (o sea, durante tres días, o dos y medio) me dolía la cabeza, la garganta, el oído izquierdo, los huesos, tenía escalofríos y me sentía excesivamente cansada. Como buena hija del doctor Jurado, me receté 400 gramos de ibuprofeno (que no me hicieron ni cosquillas), mis pastillas maravillosas de Vida Inmune (y digo maravillosas porque no me había enfermado desde que comencé a tomarlas o el resfrío me había durado un día), crema de tomillo untada en la garganta, aceite de tomillo en un algodoncito en el oído, aceite de tomillo y de pino enano untados en los pies, pecho y espalda, así como lechita caliente de almendras y de arroz con ajo picado y chocolate (esto último me quitó el dolor de garganta en cuanto me lo tomé). Afortunadamente, ayer en la tarde-noche comencé a agarrar vuelito, con lo cual pude lavar –en episodios. Y es que a mí me pasa algo muy raro… cuando voy a salir de viaje, tengo que tener toooda la ropa lavada y la cocina recogida, si no, no puedo hacer maletas, jajaja, ¿qué rara, verdad?

Bueno, pues en la noche mi hija me pidió las Vida Inmune y mi hijo me dijo que se sentía terriblemente mal: tenía calentura, dolor de huesos, de cabeza, bla, bla, bla. Como a mí nadie me peló en estos días, quise hacerme la occisa –no literalmente, jajaja-, pero lo vi tan enfermito al pobre que no pude resistirme. Le di lo mismo que yo tomé y aparte un Antiflu-des. En la noche lo fui a revisar y todavía tenía poquita calentura, pero ya no temblaba. Repetimos la dosis muy temprano y amaneció mejor (y yo también; tuve ya la energía suficiente para terminar de hacer las maletas).

Mientras yo me bañaba, mi esposo y mi hija –que ya se sentía mucho mejor también- fueron por una de las alegrías del hogar (mi adorado Zorry) que estaba en la guardería. Se supone que lo íbamos a dejar todavía esta semana, pero decidimos mejor que se quedara en la casa, al fin que nuestros amables vecinos le darían sus vueltas (como a los perros). 

Cuando llegó Zorry, estaba como enojado con todos nosotros, no se dignaba a vernos a los ojos y se retorcía si lo cargábamos, jajaja, pobrecito, lo que él quería era olfatear toda la casa. Mi esposo tuvo un momento de locura cuando me dijo que qué tal si nos lo llevábamos…afortunadamente de inmediato se dio cuenta que no era la mejor opción. Eso me hizo saber lo mucho que se ha encariñado de nuestro bebé. 

Bueno. Salimos poquito después de las 11 de la mañana, yo llegué a “la Guolmer” a comprar algo de último minuto, mientras ellos ponían gasolina. 

El plan era pasar el fin de año en un lugar para campamentos en Sacramento, Nuevo México, cerca de Cloudcroft. Habíamos quedado de irnos en caravana con unos amigos de Delicias con los que ya habíamos pasado algunos fines de año, pero ellos aún tenían cosas qué hacer. 

Nos fuimos por Alamogordo. Entramos a la ciudad –sin querer- y pasamos frente a un restaurante donde ya habíamos comido alguna vez: Waffle & Pancake Shoppe. Nos estacionamos, saboreándonos ya las delicias que probaríamos… y cua, cua, cua, cuaaa… estaba cerrado. Ni hablar. Entonces nos pusimos a buscar una tienda de abarrotes. Lo más cercano fue una naturista; me bajé a ver si vendían ajo natural. El lugar era estilo “Cielo Vista Natural Market”, la tienda de mi amiga Marcela en El Paso. Yo no sé si veo muchas películas, pero me pasó lo que siempre me pasa cuando voy a otra ciudad: me imagino que me mudo a ese lugar y me visualizo interactuando con la gente… ¡me encanta!

Bueno, pues a lo único que llegaban en esa tienda era a ajo picado con aceite de oliva o cápsulas. Me decidí por lo segundo. Mi esposo se compró un café y regresamos al carro para seguir a Cloudcroft. En el camino nos paramos en una tienda que también ya conocíamos: The Tunnel Stop. Ahí habíamos comprado unos jabones, una vez que fuimos a acampar con unos amigos. El lugar era bastante hippioso, había cuadros, velas, joyería, adornos, esculturas, etc. Constaba de varios cuartos, uno de ellos era muy amplio y tenía grandes ventanales (como un invernadero). Cuando entré en él, agradecí el calorcito del sol, la vista de unos geranios enormes y el paisaje nevado a través de las ventanas. 

Seguí revisando minuciosamente la tienda hasta que me topé con una hermosa pintura de un gato azul enmarcada en dorado. La volteé para revisar el precio, pero como no traía mis lentes, no sabía si costaba $25 ó $75. Deseando que fuera la primera, se la fui a mostrar a mi esposo –como siempre, con la esperanza de que me dijera que la comprara-, pero él solo dijo “ah” (así, sin signo de admiración) al verla, luego “¿Queeeeé?” al comprobar que eran $75. Decepcionada, me regresé a poner el cuadro en su lugar (la verdad yo tampoco hubiera pagado tanto…). Al entrar de nuevo en la tienda, me topé con un gato real. No puedo decir si era hermoso o no, porque salió corriendo en cuanto me vio. 

Nos subimos nuevamente a la camioneta y por fin llegamos a Cloudcroft. Nunca habíamos estado ahí en invierno, la vista era espectacular. Yo sentía como si estuviéramos dentro de una película (sí, cómo alucino, ya sé, jajaja). En lo que mis hijos y yo nos cambiábamos los tenis por botas y nos poníamos gorros y bufandas, mi esposo se fue a dar una vueltecita por el pueblo. Una vez arreglados, nos dispusimos a caminar para buscar un restaurante. Confiando en la sabiduría de los lugareños, le pregunté a una muchacha que iba pasando, dónde nos recomendaba comer. Amablemente, la chava nos dijo que el mejor lugar era un café que apenas habíamos pasado. Le marqué a mi esposo y nos vimos todos ahí. Como la comida en el lugar al que iríamos más tarde estaba programada para las 5:30, pedimos algo ligero. Yo me comí un croissant (vulgo, cuernito) de pavo con queso, lechuga y tomate. ¡Estaba riquísimo!

Terminamos de comer y nos dirigimos a Sacramento. Nunca habíamos ido ahí, a mi esposo se lo había recomendado un amigo del trabajo. Lo único que sabíamos era que se trataba de un lugar para retiros de la iglesia metodista, pero que también estaba abierto al público. En el camino me di cuenta que se me había perdido un arete que había pertenecido a mi mamá y que yo había heredado. Comencé a recriminarme porque en la mañana me pregunté si no era mejor ponerme otros, pero como siempre, había decidido que quería que mi mamá viniera con nosotros (ya sé, es un pensamiento absurdo… ella siempre va conmigo aunque no traiga sus aretes). Lo busqué por todas partes pero no lo encontré. Entones pensé que no importaba… se trataba de algo material, así que hice las paces con el destino y conmigo misma. 

En medio de la nada, encontramos una tiendita. Nos paramos pensando que era como la anterior, pero no… solo había papitas y así. Seguimos en el carro y de repente se nos atravesaron corriendo tres preciosos venaditos. Más adelante vimos un letrero que decía “Bienvenidos a la Asamblea Metodista de Sacramento” (bueno, obviamente el letrero estaba en inglish). Subimos por un caminito y llegamos por fin a nuestro destino. El lugar era hermoso… tenía un laguito en el centro y las cabañas a los lados. La señorita que nos atendió en la recepción se portó de lo más amable. Entramos a nuestra habitación a esperar que dieran las 5:30 para irnos a comer. No nos habíamos podido volver a comunicar con nuestros amigos. Ya en el comedor, después de mucho insistir, entró la llamada. Estando mi esposo a medias con las indicaciones de cómo llegar, se fue la señal. Como ya estaba obscuro, los pobres se dieron una tremenda perdida y llegaron una hora y media después. Ya para eso nosotros habíamos terminado de comer y les habíamos dejado la comida en su habitación. Como dos años antes nos habían dado un palizón en el Trípoli, estaban ansiosos por repetir la hazaña. Regresamos al comedor y jugamos como por dos horas. Para no herir susceptibilidades, no diré quién ganó… solo diré que no fueron ellos, jajajaja. A la hora de regresar al cuarto, el frío estaba tremendo; afortunadamente, la calefacción hizo que no lo sintiéramos. Nuestros amigos nos regalaron un libro: “Cometas en el Cielo” de Khaled Hosseini. No recuerdo si lo empecé a leer esa noche o me esperé al día siguiente. Lo que sí sé es que me saqué la rifa del tigre al tocarme dormir en la misma cama con mi hijo… ¡Se sentía tan mal el inocente! Tenía calentura y le dolía todo, nos estuvo despertando varias veces. 

Martes 30 de diciembre de 2014

Como dije en el relato anterior, esa noche me saqué la rifa del tigre al dormir en la misma cama con mi hijo enfermo, pues el pobre dio mucha lata. Por eso, me dio mucha risa cuando el ingenuo de mi marido me dice a las 10 y cachito que nos levantamos: “Ya tuvo mejor noche, ¿verdad? Llegó un momento en que ya no se despertó para nada”. Y yo, con las ojeras hasta el piso, le contesto: “Sí, después de las 8:20 de la mañana ya no se despertó…”, jajaja. 

Pues bien, la hora del baño fue todo un show. Para empezar, la cortina era casi del tamaño del hueco… casi… o se salía el agua por un lado o por el otro. Luego, ésta salía con una fuerza que parecía que te estaban enterrando agujas en el cuerpo; eso sí, la temperatura estaba deliciosa… ¡calientita, calientita!!! 

Nos fuimos al comedor a las 12, ya con nuestros amigos. Después de la comida, los señores y tres de los pubertos (mi hijo se sentía todavía de la tiz…) se fueron a andar en 4×4´s, mientras que mi amiga y yo nos retiramos a nuestras respectivas habitaciones. Creo que ella se durmió, yo comencé a leer el libro (o le seguí… les digo que ya no me acuerdo si lo empecé el día anterior o no). Me gustó, pero solo pude leer un rato, ya que los que andaban en el paseo regresaron pronto para irnos a Cloudcroft. Nos fuimos en la camioneta de ellos… mi amiga, los niños y yo nos dimos una buena mareada y casi besamos la tierra, o que diga, la nieve, cuando llegamos al pueblo. Nos estacionamos en la calle principal (de las dos que tiene, jajaja, no es cierto, tiene más): la Avenida Burro y yo me lancé al restaurante del día anterior (Dave’s Cafe) a ver si alguien había encontrado mi arete. Por desgracia, no fue así. Entonces comenzamos a caminar, ya era un poco tarde y solo quedaba una tienda abierta. Entramos. El olor a incienso –que normalmente no me molesta- me revolvió el estómago tremendamente. Me fui a la parte trasera donde encontré unas unas botas gris con morado para la nieve que me fascinaron. Sin embargo, pudo más mi fascinación por mi dinero, ya que los ilusos querían 180 dólares por ellas…. ¿Quéeee? Si los pies son míos, hubiera dicho mi papá. En fin. Salimos de ahí… hacía un frío jijo (-12 C que se sentían como -22), así que raudos y veloces nos subimos a la camioneta para ir a un restaurante que nos habían recomendado. Después de perdernos un poco, llegamos a Big Daddy´s Diner. El lugar estaba súper calientito. La mesera que nos atendió era una gringa altota y medio bronca, pero muy buena onda, hasta se puso a hablarnos en español. Digo que era medio bronca porque a pesar de que se esforzaba por agradar, era muy brusca y no sonreía. El payaso de mi marido comenzó a cotorreársela preguntándole si no hablaba francés. Al fin ordenamos (en inglés, los muy contreras, jajaja). Yo pedí unas enchiladas rojas, pues alguien nos había dicho que estaban muy ricas y así fue.

 Cuando la muchacha nos trajo la cuenta, nos dijo que era la primera vez que atendía a un grupo como el nuestro. ¿Cómo? –le preguntamos. “Así, tan platicadores. La mayoría solamente ordena y ni nos toma en cuenta”. Fiu…! –dije para mis adentros, pues yo pensaba que mi marido le había bajado el avión a la chava cuando le preguntó si hablaba francés. 

Nos despedimos de ella y de camino a Sacramento llegamos por gasolina y papitas (no había nada más). 

Regresamos al campamento, Ricardo todavía no estaba recuperado por completo. Esa noche ya no quisimos jugar, ya era muy tarde. Yo ya estaba picada con el libro y me quedé leyendo un rato más. 

Miércoles 31 de diciembre de 2014

Nos levantamos para desayunar a las 8. Hacía tanto frío afuera que yo preferí no bañarme. Desayunamos, Ricardo se sentía mejor. Regresamos a la habitación, todos se fueron a patinar sobre hielo en Cloudcroft y yo me quedé feliz… Me bañé, me puse una ropa calientita, leí, escribí y hasta me metí un ratito al feis. Horas más tarde regresaron pues tenían una cita para tirar con arco. Después de eso, se volvieron a subir a las motos. Para entonces, el libro ya estaba súper interesante, yo quería que se quedaran más tiempo, pero no. Regresaron fascinados con tanta actividad y a las 5:30 nos fuimos todos al comedor. Apenas terminamos, nos regresamos al cuarto, Willy a dormir, yo a leer. 

A las 9:30 ahí vamos de regreso al comedor. Sacamos las papitas, ellos un quesito y otras botanas. Willy nos sirvió lo que quedaba de una botella de Lambrusco y comenzamos a preparar todo para el último partido de trípoli del año. Claro que nuestros amigos –los cuatro, no solo los adolescentes- estaban más ocupados en subir fotos al feis que en poner atención. Por fin, agarraron la onda –incluidos mis hijos- y nos dispusimos a jugar. 

En un cuarto contiguo al comedor estaba un Pastor con su familia, quien todo lindo, nos trajo unos fierros especiales para asar bombones y faltando unos minutos para la medianoche, una botella de jugo de uva. Después de darnos nosotros el abrazo, fuimos a hacer lo mismo con ellos. 

Seguimos jugando. De repente me dieron muchas ganas de hacer pipí. Aunque habíamos estado hablando de un soldado que dizque se aparecía ahí, me armé de valor y entré al baño. Este constaba de dos cubículos. Entré al que estaba más lejos de la puerta y en la clásica posición de aguilita (ahí disculpen, jajaja) solté mi agüita amarilla (para los que no son ochenteros, así decía una canción, OK? Jajaja). De repente, comencé a sentir las piernas mojadas….¡ ´che excusado, la taza era mucho más chiquita de lo normal y pues con un poquito de Lambrusco entre pecho y espalda, no le atiné al centro, jajaja… lo peor es que no solo me salpiqué las piernas… volteé a mi derecha y tenía toda salpicada la pared y el piso del siguiente cubículo, jajajajajajaja! Le pedí a mi cuerpecito que terminara. Afortunadamente, me hizo caso y pude limpiar todo mi batuque antes de que alguien más entrara (lo bueno es que solo era pipí… ¿qué tal si hubiera traído diarrea? Jajajaja). 

En fin… seguimos jugando hasta las 2:30 y de plano nos retiramos porque a las 8 teníamos que desayunar para agarrar carretera. Aunque me moría de ganas de seguir con el libro, ya no pude leer, pues se me hacía feo tenerle la luz prendida a mi marido. 

Jueves 1 de enero de 2015

Nos levantamos más a fuerza que con ganas. Nos fuimos a desayunar… yo traía el estómago súper revuelto, supongo que por la desvelada (y por el medio vaso de Lambrusco… bueno, el cuarto, porque ni siquiera me lo terminé). 

Terminamos de hacer las maletas, nos despedimos de nuestros amigos y del personal del lugar y regresamos a El Paso. 

A unas seis millas de Cloudcroft vimos una tienda en el camino (Old Apple Barn Fudge). Yo la verdad no tenía muchas ganas de llegar, pero mi esposo me alborotó…y qué bueno que lo hizo, el lugar estaba padrísimo. Tenía mil detallitos y cosas bonitas. Salimos de ahí con un angelito azul hermoso de lámina, de buen tamaño, varios paquetes de incienso, un angelito pequeño y otras cositas… entre ellas, por supuesto, un cuadrito de ‘fudge’ para mí. 

Nos estuvimos un buen rato en la tienda. Cuando llegamos a Alamogordo, ya tenía mucha hambre y por suerte, el restaurante del otro día, ahora sí estaba abierto. Aunque tuvimos que esperar a que nos dieran una buena mesa, valió la pena esperar. Me comí unos huevitos con chorizo que me supieron a gloria. 

En poco tiempo llegamos a la casa; los perros y Paco se mostraron felices de que hubiéramos vuelto, aunque Zorry parecía todavía un poco indiferente. Una hora después, me senté a disfrutar de las últimas páginas de “Cometas en el Cielo” , que devoré como cuando era adolescente. Este libro me hizo cobrar conciencia del horror que viven millones de personas en Afganistán y lloré de impotencia al saber que no se puede adoptar (o que es extremadamente difícil) ni siquiera a uno de los miles de huérfanos que viven en condiciones infrahumanas. Sin embargo, buscando en internet encontré que el autor del libro -Khaled Hosseini- tiene una fundación, en la que no solo se puede donar, sino también comprar cosas hechas por mujeres afganas (que en su mayoría son el único sostén de la familia). Yo me enamoré de una bolsa multicolor, la cual pediré en estos días. Los precios son razonables; los invito a echar un ojito (y si se puede a poner su granito de arena) a http://khaledhosseinifoundation.org/products-artisans.php.

Y bueno, ya para terminar…  Me quedé en que me senté a leer. Pues bien, apenas me había sentado en el sillón, cuando llegó Zorry a saludarme como era debido: con unos buenos topes en la cara que hasta me tiraron los lentes. 

Y colorín colorado, el relato de fin de año ha terminado.