Como la luz de una vela

Para empezar con esta historia, voy a hacerles una pregunta individual: “¿Quién eres…?”

Al principio la respuesta puede parecer muy lógica, pero conforme comenzamos a pensar, nos damos cuenta que nuestro nombre, o una descripción de nuestra apariencia física no puede describirnos. Inclusive si me dan una descripción de lo que hacen, puede ser algo confuso, ya que durante el día representamos distintos papeles: esposa/o, secretaria, ingeniero, papá, mamá, doctora, albañil, amiga/o, hija/o, vecina/o, compañero de la escuela, etc. ¿Cuál de todas estas personas eres tú? Con cada uno de estos papeles surge un aspecto diferente de nuestra personalidad. Pero hay algo que va más allá de todo eso y en un momento lo voy a explicar. 

Comenzaré contando que hace unos días, mi esposo, mi hija y yo fuimos a una plática interesantísima que me hizo comprender quién soy y cambió la percepción que tenía de mí misma y de mi entorno. 

Faltaban unos minutos para que diera inicio la charla. La expositora, una señora de mediana edad, nos recibió con una voz muy dulce y una hermosa sonrisa. 

Debo confesar que en cuanto pasamos al salón me gané una tachita para la tabla de propósitos de la que hablé la Gunicharrita pasada (¿se acuerdan?). Bueno, pues con la pena, pero les voy a contar por qué. La expositora era una señora hindú, y me llamó la atención ver que había varias personas de esa nacionalidad en el lugar (casi siempre solo hay una o dos). En eso vi a otra señora –claramente mexicana- vestida con una túnica muy larga y un pantalón. Lo primero que pensé fue: “Ay no manche, ni que fuera muy hindú…”, afortunadamente, luego de unos minutos comprendí que eso no era de mi incumbencia y que la señora podía vestirse como le diera su gana. Me di cuenta que yo en lo que debería fijarme era en su espíritu y no en su apariencia. Luego de esa metida mental de pata, comenzó la plática. 

La expositora comenzó  a explicarnos lo que se supone ya sabemos: 

QUE TODOS  SOMOS SERES DE LUZ VIVIENDO TEMPORALMENTE EN UN CUERPO FÍSICO 

(sí todos, hasta aquellos que consideramos de lo “piorrrr”).

Desgraciadamente, muchas personas actúan como si el cuerpo fuera lo más (¡o lo único!) importante. Lo más grave de eso –siguió la señora- es que cuando nuestra conciencia está en el cuerpo físico y no en el espíritu, Dios no nos puede ver ni escuchar (¡plop!). De acuerdo a esta teoría, necesitamos dejar que nuestra luz brille para que Dios nos pueda encontrar. 

Al principio esto me sonó medio raro, pues ¿qué no Dios es todopoderoso y puede sacarnos de donde nos encontremos? Pues sí, sí lo es, pero así como es todopoderoso, también es respetuoso, y nos dio libre albedrío.  Entonces recordé que las oraciones para los difuntos son muy importantes porque para muchos de ellos –los que no actuaron bien mientras estuvieron en la escuela de la Tierra- las oraciones son la única manera de ascender a la luz… de llegar a Dios. 

La señora entonces comparó al ser humano con un reino, en donde el cuerpo y los sentidos son los súbditos, y el espíritu es el rey que tiene su trono en el entrecejo. ¿Por qué ahí? Pues porque para tener las cosas bajo control, el rey (o el conductor si se compara al cuerpo con el vehículo de nuestra alma) debe de sentarse en un lugar en donde tenga acceso a los controles y donde pueda obtener toda la información necesaria para tomar decisiones. Dado que nuestras acciones comienzan con un impulso del cerebro, y toda la información que viene de los ojos, oídos, etc., es transmitida a éste, el alma entonces se sienta en el centro de nuestra frente, en un lugar cercano al cerebro. 

Como en cualquier monarquía, el rey debe encargarse de vigilar y corregir a sus súbditos. En este caso, mediante una “audiencia” al final del día o en cualquier momento que lo crea necesario. 

Por ejemplo, supongamos que alguien viene a contarnos un chisme y nosotros no solo lo escuchamos, sino que hasta contribuimos poniendo de nuestra cosecha. Bueno, pues ahí es donde entra el “Rey” (nuestro Espíritu) a dar una amorosa reprimenda a los sentidos:

“A ver, Oídos, hoy les vinieron con un chisme y ustedes lo escucharon todito… ¡Eso no se hace! ¿Cómo saben si lo que les dijeron es verdad? Y aunque así fuera, ¿a ustedes qué  les importa? ¡Muy mal hecho, que no se vuelva a repetir!”

“A ver, Boca, ¿por qué hablaste mal de fulanito de tal? Dijiste cosas que no debías, ¿qué no sabes que puedes lastimar con las palabras? Espero que de aquí en adelante utilices el don del habla solo para decir cosas buenas, ¿entendido?”

Y así por el estilo. 

Esto me tomó por sorpresa, pues aunque yo sí acostumbro a hablar conmigo misma, nunca me había dirigido a mis sentidos. Por ejemplo, cuando hago algo malo, me recrimino diciendo: “¡Ay Lauritajurado, Laurita Jurado!”. Aunque bueno, esto lo uso en situaciones que no son realmente importantes, como que se me caiga algo, que me equivoque de hornilla al cocinar, que no guarde un documento, etc. Y bueno, el hecho de llamarme por mi nombre y no de dirigirme al sentido involucrado en la falta, solo hace más difícil que comprenda que en esencia soy solamente un hermoso punto de luz. 

¿Entonces qué? ¿Esto significa que no debemos poner atención al cuerpo? Para nada. Nuestro cuerpo es el vehículo del espíritu, y es absolutamente necesario para aprender, porque aquí en la Tierra, la mayoría de las personas no podemos ver, escuchar o sentir a un espíritu si no tiene cuerpo. Por ejemplo, ahorita que estaba escribiendo esto, llegó mi adorado Paco (para los que no lo conocen, es el gato más hermoso del mundo). Lo cargué, y durante unos minutos mi espíritu se llenó de una inmensa alegría al poder tocar su pelaje suavecito, escuchar su tranquilizante ronroneo, y ver su carita perfecta. Si Paco o yo no tuviéramos cuerpo, no lo hubiera podido hacer, ¿verdad?

Por lo anterior, debemos de estar agradecidos con el cuerpo que nos ha sido prestado, y cuidarlo de la mejor manera. Y qué mejor que tratarlo como una madre amorosa trataría a su hijo, ¿no? 

Por ejemplo, cuando nos sintamos cansados o enfermos, lo correcto –según esta teoría- es acariciarlo (ella lo hacía en el brazo) y decirle: “Ya me di cuenta que te sientes mal, pero no te preocupes que yo te voy a cuidar… mira, te voy a dar X cosa que te hará sentir mejor y te voy a llevar a la cama para que descanses”. 

De igual manera, a la hora de comer, bendecir nuestros alimentos y pedir a Dios que remueva toda impureza de ellos para que nuestro cuerpo se beneficie. Entonces, con mucho amor, decirle a éste: “Mira, te voy a dar esto de comer, te va a hacer mucho bien”. 

Siguiendo este método, la hora del descanso nocturno se puede convertir en algo muy especial. Para esto, tenemos que emular a las personas que van a la universidad en su carro y al final del día regresan a su casa, estacionando éste para que pase la noche. Pues bueno, también el espíritu hace algo parecido. Cuando llega la noche, lleva a su vehículo a un lugar donde pueda descansar (cama), ‘se baja y se va’ a su casa… al Verdadero Hogar, donde lo espera su Padre/Madre. Nótese que puse ‘se baja y se va’ entre comillas, ya que no dejamos el cuerpo, solamente nos conectamos con Dios a través de nuestro Espíritu. Según la expositora, si al irnos a dormir cobramos conciencia de esto y nos despedimos temporalmente del cuerpo para ir a nuestro Hogar, tendremos el sueño más reparador que jamás hayamos imaginado. Al día siguiente, lo primero que debemos hacer al despertar es dar las gracias a nuestro Padre/Madre, decirles “¡Buenos días!”, agradecidos de haber pasado la noche en nuestro amoroso Hogar, y subirnos a nuestro carro. Durante el transcurso del día, tener siempre presente que como somos una chispa de luz de Dios, somos entonces los reyes, y los sentidos  son los súbditos. Entonces, mirar a todas las personas como el ser de luz que son, dejando atrás las etiquetas. No debemos ver si son altas, chaparras, gordas, flacas, ‘buenonas’, morenas, güeras, pelirrojas, católicas, budistas, protestantes, agradables, desagradables, guapas, feas, mexicanas, gringas, pochas, australianas, nacas, elegantes, sinceras, traidoras,  y un larguísimo etcétera. 

Esto es más fácil de entender si comparamos la flama de dos velas… ¿qué tan diferente es una de la otra? ¡Son exactamente lo mismo! La luz siempre será luz, y eso es algo que debemos recordar todos los días a toda hora. Y ya para terminar, les dejo un ejercicio: cuando se encuentren con alguien, véanlo al entrecejo e imaginen que ahí está la flama de una vela… verán cómo cambia su percepción acerca de esa persona. 

Si nos acostumbramos a hacer esto constantemente, habremos dado un salto cuántico en nuestra evolución espiritual y nos ahorraremos muchas lágrimas y dolores de cabeza. 

Para despedirme, los dejo con la misma pregunta del principio, esperando que ahora sí ya sepan la respuesta: 

Y tú… ¿quién eres?

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