Hablando de tamaños…

Dedicada con amor para mi querido Gordo. 

Mi papá era enemigo acérrimo del cigarro (como se conoce en México a los cigarrillos). Paradójicamente, ellos dos habían tenido sus queveres  por muchos años, desde los 18 (o más bien desde antes, pero a esa edad fue cuando lo retomó ante la negativa de mi abuelo de seguirle pagando las clases de Canto con el maestro Pierson –el mismo de Jorge Negrete). A los 38, un buen día prendió un cigarro y de repente, algo cambió. ¿Qué estoy haciendo? –pensó. Sabe feo, mancha los dedos y los dientes, hace daño, es mal ejemplo para los hijos (ya tenía cuatro)… ¡Se acabó…! Y aplastó con determinación lo que sería el último cigarro de su vida.

Desde ese momento comenzó su lucha contra el tabaquismo. A cuanto “fumón” (como le encantaba decirles) se encontraba, le tiraba el mismo rollo. Lo único que recuerdo de esa plática era el final: “Supongamos que el fumar no va a adelantar su muerte, que la rayita hasta donde debemos de llegar no se mueve. Si esto es cierto, una persona que no fuma, caminará hacia ella de forma natural, sin embargo, un “fumón” lo hará en medio de gran dolor (y aquí actuaba la escena, caminando como si se estuviera quemando las patrullas), pues las cerca de 4000 sustancias nocivas que el cigarro contiene, tarde o temprano harán mella en su salud.” 

Mucha gente, al escuchar esta plática, le entregaba voluntariamente sus cigarros y él los exhibía orgullosamente en las repisas de su consultorio. 

Pues bien, yo no fumo, no tomo, no bailo pegado ni embarro mocos en la pared, pero esos tamaños que mi papá tuvo hace cincuentaytantos años, los tuve yo también a finales del año pasado, para ser exacta, el 27 de diciembre. Ese día tomé la determinación de dejar algo que ya se había convertido en adicción -la mayoría de ustedes ya sabe de qué hablo-: el famosísimo ‘feis’. 

Caí en sus ciber-garras a mediados del 2011. Reconozco que gracias a él he pasado momentos buenísimos, reencontrándome con viejos amigos, haciéndome amiga de viejos conocidos y de uno que otro desconocido (bueno, ni tanto, la mayoría son amigos heredados de mi hermano el Doctor Chute); aprendiendo de todo lo que la gente comparte (sí, inclusive de las cosas que no me gustan, ya que eso me dice a gritos que debo ser más tolerante), alegrándome con sus triunfos y apoyándolos en sus momento de dolor; y sobre todo, pero sobre todo (dijo López Dóriga), enriqueciendo mi carrera de Escritora Wannabe, ya que la mayoría de ustedes se ha tomado el tiempo de retroalimentarme y de hacerme saber cuando algo que escribo les gusta y eso, amigos, es para mí como si estuviera en el mejor curso para escritores (gracias a ustedes he sabido de qué lado masca la iguana…). 

Sí, fue algo muy bueno, pero llegó el momento en que yo también me di cuenta que tenía un grave problema de adicción. Esto sucedió paulatinamente:

– A principios del 2014 comencé a cerrar completamente el FB de mi teléfono para ver si el tener que poner de nuevo el correo y la contraseña me detenían un poco de usarlo (eso me duró como una o dos semanas nada más)

– Mi lugar preferido de lectura (el baño, ahí disculpen) se convirtió en un lugar para “feisbuquear”, desplazando a Ekhart Tolle, Deepak Chopra, Ramtha, Yohanna García y varios autores más.

– Los semáforos en rojo eran islas a las que yo podía nadar y revisar mi facebook aunque fuera solo por un minuto. Lo mismo sucedía con las tiendas. 

– Cualquier pensamiento que cruzara mi mente, cualquier cosa que captara mi atención, cualquier chiste que mis hijos dijeran… yo tenía que publicarlo de inmediato… y si era con fotos, mejor (por eso dejé de fotografiar a mis hijos, ya que nuestra política siempre ha sido no subir sus fotos). Y claro, tenía que estar revisando si alguien me había dado un ‘Me Gusta’ o un comentario… no por nada, a veces me salía “Libérate de la Necesidad de ser Aprobado” en el libro de Mensajes de los Ángeles de Doreen Virtue. 

– A veces tomaba el celular para revisar el feis, pero con sentimientos encontrados. Como en piloto automático, algo me decía “Ándale, revísalo” y mi otro Yo contestaba molesto “¡Pero si no quiero…!” y soltaba el teléfono.

– El colmo fue que comencé a soñar que alguien me agredía en facebook o que yo la regaba y publicaba algo vergonzoso…  Esas veces me levantaba de la cama, prendía la compu o el teléfono y revisaba angustiada el feis, suspirando de alivio al comprobar que solo lo había alucinado… ¿así o más adicta?

Todos estos detalles me hicieron darme cuenta que me estaba perdiendo de vivir en la vida real por vivir cibernéticamente. Dejé de leer, de estar con mi familia, de disfrutarlos, de salir con mis perros (ah porque al perder tanto el tiempo, solo podía suspirar viendo mi hermoso jardín mientras lavaba los platos, deseando tener unos cuantos minutos para estar ahí afuera y simplemente SER). 

Así que un buen día, decidí que mi cajita de huevos ya estaba completa (y por supuesto eran de gallinas no enjauladas –cage free-, jajaja) y di el paso que jamás pensé que daría: hice mi semi-despedida del feis. Mi hija, emocionada, quitó la aplicación de su teléfono y del mío, aunque ella volvió a caer al día siguiente (lo cual no debe de importarme… yo no vine a vivir su vida, sino la mía). Por eso mismo decidí no cerrar la cuenta, sino revisarla de vez en cuando  y créanme que cada vez que lo hago, siento el cariño de todos ustedes. 

Ahora sigo pegada al teléfono cuando estoy en la casa, pero la mayor parte del tiempo es para escuchar las bellísimas meditaciones  y pláticas de Susana Majul. Ahora hasta tengo veinte minutos –antes o después de ir a alguna de mis clases o al super, de lavar, recoger y/o hacer la comida) para sentarme tranquilamente, aquietar mi mente y respirar de manera consciente. Inclusive, me duermo escuchando alguna de esas meditaciones con audífonos. 

Tengo tiempo de leer (terminando en menos de tres días el libro “Cometas en el Cielo” del escritor afgano Khaled Hosseini), de escribir, bueno… hasta de ver una que otra película. 

Lo más importante, sin duda, es que me siento feliz con ese pequeño gran cambio en mi vida. A ver cuánto me dura el gusto, dirán algunos… pues sí, a ver, pero por el momento esto es lo que quiero y el haberlo logrado me llena de una gran satisfacción. 

Normalmente terminaría la gunicharrita con un: “Y tú… ¿qué cambios harás este año?”, pero si algo aprendí del caso de mi papá y del mío propio es que las cosas llegan cuando tienen que llegar. Todo es cuestión de hacerle caso a tu intuición, de escuchar esos mensajes que la Presencia Yo Soy que vive en ti te manda. Y de repente, sin pensarla, te darás cuenta que tu cajita de huevos está por fin completa y que es tiempo de actuar.

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