EL ARETE PERDIDO DE MI MADRE

Mi mamá murió hace 10 años… bueno, ella no, solamente lo hizo su cuerpo físico. Cuando eso sucedió, ninguno de sus seis hijos se atrevió a tocar sus cosas, para no entristecer más a mi papá. Meses más tarde, le preguntamos si no le molestaría que sacáramos todas sus pertenencias de la recámara. Contestó con un lacónico: “hagan lo que quieran, a mí me da igual”. Entonces, nos juntamos las cuatro mujeres a repartirnos las joyas de la corona. El procedimiento fue así: cada quien escogió lo que más le gustaba, separándolo en un montoncito; luego, las demás revisamos lo que las otras habían elegido. Lo que a todas o a algunas de nosotras nos gustaba, lo rifamos. Así me hice de los aretes de bola de oro, tan característicos de mi mamá. 

Con el resto de las cosas fue igual. Antes de cumplirse el segundo aniversario luctuoso, mi papá emprendió la graciosa huída, dejándonos –ahora sí- completamente huérfanos, por lo que –meses después- nos dispusimos a repartir todo lo que quedaba. Las cuatro mujeres hicimos un inventario de todos los objetos de la casa, en el cual no incluimos ni la ropa ni las lociones del Gordo… de eso se encargaron mis hermanos, como en su tiempo las mujeres lo hicimos con lo de mi mamá. El proceso fue igual que con las joyas: preguntábamos quién estaba interesada en ese mueble, adorno, utensilio o foto en particular y si no había nadie más que lo quisiera, se lo dábamos a esa persona. Virgilio –el mayor- había dicho que solo le interesaban el órgano Wurlitzer que mi papá había comprado en los 70´s y la foto de mi abuelo Nicasio Jurado con su amigo, el entonces Presidente Francisco I. Madero. Álvaro, por su parte, solo quería fotos, pero nosotras, como buenas viejas quisimos todo lo demás.  Todos estuvimos de acuerdo en que el órgano fuera para Virgilio, pero a las fotos les sacamos copias y luego rifamos los originales. Esa rifa tuvo que realizarse varios meses después, ya que no pudimos terminar todo de un jalón. En esa ocasión, solo estábamos Nora y yo, así que con los hijos de Thalía de testigos, procedimos a la rifa. Curiosamente, Álvaro se sacó la mayoría de ellas, lo cual nos dio mucho gusto y llegamos a pensar que a mi mamá también y que desde el cielo lo animaba diciendo: ¡Eso mijito!

Aparte de los aretes de bola, tengo otras cosas que me recuerdan a mis papás. Las más significativas: un juego de té que alguien regaló a mis papás en su boda y que fue hecho en el Japón ocupado; un aplastador de madera para tortillas de harina que mi mamá le había heredado en vida a mi esposo para sus sopes; un frasco muy bonito de café con hojas de laurel que ella me había regalado una vez que se lo chuleé; una caja de acero inoxidable del Gordo, llena de tijeras y otros chunches médicos, así como su precioso maletín. 

Pues bien, el otro día vi los aretes de mi mamá y pensé en ponérmelos. De repente me pasó por la cabeza la idea de que se me podían perder, pero como íbamos de viaje, decidí que quería que mi mamá nos acompañara y me los puse. Nos paramos un momentito en Walmart, me bajé y compré algo. Luego llegamos a otra tienda cerca de Cloudcroft, solamente a curiosear. Nos paramos en el pueblo y comimos en un restaurante. Cuando me subí al carro, me di cuenta que solo traía un arete… la sangre se me fue a los pies, pues recordé el pensamiento que tuve en la mañana. Pensé que se podía haber atorado en la bufanda que me acababa de quitar, pero no. Lo busqué en el carro, en mi ropa, por todas partes y nada. Me podía mucho no haberle hecho caso a mi intuición y pensé que mis hermanas se iban a enojar conmigo. Inmediatamente después me calmé, diciéndome que solamente era algo material que ya había cumplido su ciclo conmigo. Si había soltado a mi mamá… “cuantimás” un arete, ¿no? Entonces me tranquilicé, sabiendo que mis hermanas pensarían igual que yo.

Estuvimos fuera por tres días y medio. Cuando regresamos, hablé con Nora mi hermana, quien me contó que estaba muy triste porque había perdido las llaves de su casa. En eso recordé el arete y le conté lo ocurrido. Por supuesto que ella le dio el mismo enfoque que yo. De repente, una idea cruzó mi mente… me dirigí al lugar donde guardo mis joyas y… ¡ahí estaba… solamente me había puesto uno, jajaja! Tomé el arete y lo besé, dándole gracias a mi mamá y a los ángeles por haberlo cuidado. No cabe duda… Si amas algo, déjalo ir. 

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