Fin de Año en Sacramento

Lunes 29 de diciembre de 2014

Como frecuentemente nos sucede, hoy nos despertamos (por segunda ocasión en dos semanas) con la llamada de un vendedor. Normalmente sería algo odioso, pero como eran ya las ocho de la mañana y a las once saldríamos de viaje, más bien lo agradecimos. 

Yo me levanté a despertar a mis hijos. Ricardo había pasado muy mala noche, ya que aaaaaaalguien lo había contagiado de un resfrío (¿o gripa?) tremenda. 

Todo empezó un día después de haber regresado de Chihuahua. Me había levantado como a las nueve para arrancarme a Hobby Lobby a ver qué había quedado de Navidad. Al sacar a mis perros y darles de comer me di cuenta que había llovido durante la noche, pero hasta que me subí al carro, vi las montañas nevadas. ¡La vista era espectacular! Estuve como unas dos horas probablemente en la tienda y cuando llegué a la casa, comencé a sentirme cansada. Me caí medio gorda, pues casualmente siempre que ando fuera me siento de maravilla, pero nada más regreso a la casa y me entra la fatiga (o se me inflama el estómago… bueno, eso ya casi no me pasa). 

No me acuerdo si ese día lavé o ya lo había hecho el día anterior, lo que sí sé es que no hice de comer, ya que a mi esposo se le antojaron unas tortas de la calle. Conforme pasaban las horas, mi cansancio aumentaba y comencé a sentir que me dolían todos los huesos –especialmente el cuello y la espalda-. Eso hizo que el antojito de mi marido me supiera a gloria, ya que pude comer mi torta en el sillón de nuestra recámara, viendo una película (lo que nunca…).

Para no hacerles el cuento largo de lo mío, les diré que a partir de ese día y hasta el día de ayer (o sea, durante tres días, o dos y medio) me dolía la cabeza, la garganta, el oído izquierdo, los huesos, tenía escalofríos y me sentía excesivamente cansada. Como buena hija del doctor Jurado, me receté 400 gramos de ibuprofeno (que no me hicieron ni cosquillas), mis pastillas maravillosas de Vida Inmune (y digo maravillosas porque no me había enfermado desde que comencé a tomarlas o el resfrío me había durado un día), crema de tomillo untada en la garganta, aceite de tomillo en un algodoncito en el oído, aceite de tomillo y de pino enano untados en los pies, pecho y espalda, así como lechita caliente de almendras y de arroz con ajo picado y chocolate (esto último me quitó el dolor de garganta en cuanto me lo tomé). Afortunadamente, ayer en la tarde-noche comencé a agarrar vuelito, con lo cual pude lavar –en episodios. Y es que a mí me pasa algo muy raro… cuando voy a salir de viaje, tengo que tener toooda la ropa lavada y la cocina recogida, si no, no puedo hacer maletas, jajaja, ¿qué rara, verdad?

Bueno, pues en la noche mi hija me pidió las Vida Inmune y mi hijo me dijo que se sentía terriblemente mal: tenía calentura, dolor de huesos, de cabeza, bla, bla, bla. Como a mí nadie me peló en estos días, quise hacerme la occisa –no literalmente, jajaja-, pero lo vi tan enfermito al pobre que no pude resistirme. Le di lo mismo que yo tomé y aparte un Antiflu-des. En la noche lo fui a revisar y todavía tenía poquita calentura, pero ya no temblaba. Repetimos la dosis muy temprano y amaneció mejor (y yo también; tuve ya la energía suficiente para terminar de hacer las maletas).

Mientras yo me bañaba, mi esposo y mi hija –que ya se sentía mucho mejor también- fueron por una de las alegrías del hogar (mi adorado Zorry) que estaba en la guardería. Se supone que lo íbamos a dejar todavía esta semana, pero decidimos mejor que se quedara en la casa, al fin que nuestros amables vecinos le darían sus vueltas (como a los perros). 

Cuando llegó Zorry, estaba como enojado con todos nosotros, no se dignaba a vernos a los ojos y se retorcía si lo cargábamos, jajaja, pobrecito, lo que él quería era olfatear toda la casa. Mi esposo tuvo un momento de locura cuando me dijo que qué tal si nos lo llevábamos…afortunadamente de inmediato se dio cuenta que no era la mejor opción. Eso me hizo saber lo mucho que se ha encariñado de nuestro bebé. 

Bueno. Salimos poquito después de las 11 de la mañana, yo llegué a “la Guolmer” a comprar algo de último minuto, mientras ellos ponían gasolina. 

El plan era pasar el fin de año en un lugar para campamentos en Sacramento, Nuevo México, cerca de Cloudcroft. Habíamos quedado de irnos en caravana con unos amigos de Delicias con los que ya habíamos pasado algunos fines de año, pero ellos aún tenían cosas qué hacer. 

Nos fuimos por Alamogordo. Entramos a la ciudad –sin querer- y pasamos frente a un restaurante donde ya habíamos comido alguna vez: Waffle & Pancake Shoppe. Nos estacionamos, saboreándonos ya las delicias que probaríamos… y cua, cua, cua, cuaaa… estaba cerrado. Ni hablar. Entonces nos pusimos a buscar una tienda de abarrotes. Lo más cercano fue una naturista; me bajé a ver si vendían ajo natural. El lugar era estilo “Cielo Vista Natural Market”, la tienda de mi amiga Marcela en El Paso. Yo no sé si veo muchas películas, pero me pasó lo que siempre me pasa cuando voy a otra ciudad: me imagino que me mudo a ese lugar y me visualizo interactuando con la gente… ¡me encanta!

Bueno, pues a lo único que llegaban en esa tienda era a ajo picado con aceite de oliva o cápsulas. Me decidí por lo segundo. Mi esposo se compró un café y regresamos al carro para seguir a Cloudcroft. En el camino nos paramos en una tienda que también ya conocíamos: The Tunnel Stop. Ahí habíamos comprado unos jabones, una vez que fuimos a acampar con unos amigos. El lugar era bastante hippioso, había cuadros, velas, joyería, adornos, esculturas, etc. Constaba de varios cuartos, uno de ellos era muy amplio y tenía grandes ventanales (como un invernadero). Cuando entré en él, agradecí el calorcito del sol, la vista de unos geranios enormes y el paisaje nevado a través de las ventanas. 

Seguí revisando minuciosamente la tienda hasta que me topé con una hermosa pintura de un gato azul enmarcada en dorado. La volteé para revisar el precio, pero como no traía mis lentes, no sabía si costaba $25 ó $75. Deseando que fuera la primera, se la fui a mostrar a mi esposo –como siempre, con la esperanza de que me dijera que la comprara-, pero él solo dijo “ah” (así, sin signo de admiración) al verla, luego “¿Queeeeé?” al comprobar que eran $75. Decepcionada, me regresé a poner el cuadro en su lugar (la verdad yo tampoco hubiera pagado tanto…). Al entrar de nuevo en la tienda, me topé con un gato real. No puedo decir si era hermoso o no, porque salió corriendo en cuanto me vio. 

Nos subimos nuevamente a la camioneta y por fin llegamos a Cloudcroft. Nunca habíamos estado ahí en invierno, la vista era espectacular. Yo sentía como si estuviéramos dentro de una película (sí, cómo alucino, ya sé, jajaja). En lo que mis hijos y yo nos cambiábamos los tenis por botas y nos poníamos gorros y bufandas, mi esposo se fue a dar una vueltecita por el pueblo. Una vez arreglados, nos dispusimos a caminar para buscar un restaurante. Confiando en la sabiduría de los lugareños, le pregunté a una muchacha que iba pasando, dónde nos recomendaba comer. Amablemente, la chava nos dijo que el mejor lugar era un café que apenas habíamos pasado. Le marqué a mi esposo y nos vimos todos ahí. Como la comida en el lugar al que iríamos más tarde estaba programada para las 5:30, pedimos algo ligero. Yo me comí un croissant (vulgo, cuernito) de pavo con queso, lechuga y tomate. ¡Estaba riquísimo!

Terminamos de comer y nos dirigimos a Sacramento. Nunca habíamos ido ahí, a mi esposo se lo había recomendado un amigo del trabajo. Lo único que sabíamos era que se trataba de un lugar para retiros de la iglesia metodista, pero que también estaba abierto al público. En el camino me di cuenta que se me había perdido un arete que había pertenecido a mi mamá y que yo había heredado. Comencé a recriminarme porque en la mañana me pregunté si no era mejor ponerme otros, pero como siempre, había decidido que quería que mi mamá viniera con nosotros (ya sé, es un pensamiento absurdo… ella siempre va conmigo aunque no traiga sus aretes). Lo busqué por todas partes pero no lo encontré. Entones pensé que no importaba… se trataba de algo material, así que hice las paces con el destino y conmigo misma. 

En medio de la nada, encontramos una tiendita. Nos paramos pensando que era como la anterior, pero no… solo había papitas y así. Seguimos en el carro y de repente se nos atravesaron corriendo tres preciosos venaditos. Más adelante vimos un letrero que decía “Bienvenidos a la Asamblea Metodista de Sacramento” (bueno, obviamente el letrero estaba en inglish). Subimos por un caminito y llegamos por fin a nuestro destino. El lugar era hermoso… tenía un laguito en el centro y las cabañas a los lados. La señorita que nos atendió en la recepción se portó de lo más amable. Entramos a nuestra habitación a esperar que dieran las 5:30 para irnos a comer. No nos habíamos podido volver a comunicar con nuestros amigos. Ya en el comedor, después de mucho insistir, entró la llamada. Estando mi esposo a medias con las indicaciones de cómo llegar, se fue la señal. Como ya estaba obscuro, los pobres se dieron una tremenda perdida y llegaron una hora y media después. Ya para eso nosotros habíamos terminado de comer y les habíamos dejado la comida en su habitación. Como dos años antes nos habían dado un palizón en el Trípoli, estaban ansiosos por repetir la hazaña. Regresamos al comedor y jugamos como por dos horas. Para no herir susceptibilidades, no diré quién ganó… solo diré que no fueron ellos, jajajaja. A la hora de regresar al cuarto, el frío estaba tremendo; afortunadamente, la calefacción hizo que no lo sintiéramos. Nuestros amigos nos regalaron un libro: “Cometas en el Cielo” de Khaled Hosseini. No recuerdo si lo empecé a leer esa noche o me esperé al día siguiente. Lo que sí sé es que me saqué la rifa del tigre al tocarme dormir en la misma cama con mi hijo… ¡Se sentía tan mal el inocente! Tenía calentura y le dolía todo, nos estuvo despertando varias veces. 

Martes 30 de diciembre de 2014

Como dije en el relato anterior, esa noche me saqué la rifa del tigre al dormir en la misma cama con mi hijo enfermo, pues el pobre dio mucha lata. Por eso, me dio mucha risa cuando el ingenuo de mi marido me dice a las 10 y cachito que nos levantamos: “Ya tuvo mejor noche, ¿verdad? Llegó un momento en que ya no se despertó para nada”. Y yo, con las ojeras hasta el piso, le contesto: “Sí, después de las 8:20 de la mañana ya no se despertó…”, jajaja. 

Pues bien, la hora del baño fue todo un show. Para empezar, la cortina era casi del tamaño del hueco… casi… o se salía el agua por un lado o por el otro. Luego, ésta salía con una fuerza que parecía que te estaban enterrando agujas en el cuerpo; eso sí, la temperatura estaba deliciosa… ¡calientita, calientita!!! 

Nos fuimos al comedor a las 12, ya con nuestros amigos. Después de la comida, los señores y tres de los pubertos (mi hijo se sentía todavía de la tiz…) se fueron a andar en 4×4´s, mientras que mi amiga y yo nos retiramos a nuestras respectivas habitaciones. Creo que ella se durmió, yo comencé a leer el libro (o le seguí… les digo que ya no me acuerdo si lo empecé el día anterior o no). Me gustó, pero solo pude leer un rato, ya que los que andaban en el paseo regresaron pronto para irnos a Cloudcroft. Nos fuimos en la camioneta de ellos… mi amiga, los niños y yo nos dimos una buena mareada y casi besamos la tierra, o que diga, la nieve, cuando llegamos al pueblo. Nos estacionamos en la calle principal (de las dos que tiene, jajaja, no es cierto, tiene más): la Avenida Burro y yo me lancé al restaurante del día anterior (Dave’s Cafe) a ver si alguien había encontrado mi arete. Por desgracia, no fue así. Entonces comenzamos a caminar, ya era un poco tarde y solo quedaba una tienda abierta. Entramos. El olor a incienso –que normalmente no me molesta- me revolvió el estómago tremendamente. Me fui a la parte trasera donde encontré unas unas botas gris con morado para la nieve que me fascinaron. Sin embargo, pudo más mi fascinación por mi dinero, ya que los ilusos querían 180 dólares por ellas…. ¿Quéeee? Si los pies son míos, hubiera dicho mi papá. En fin. Salimos de ahí… hacía un frío jijo (-12 C que se sentían como -22), así que raudos y veloces nos subimos a la camioneta para ir a un restaurante que nos habían recomendado. Después de perdernos un poco, llegamos a Big Daddy´s Diner. El lugar estaba súper calientito. La mesera que nos atendió era una gringa altota y medio bronca, pero muy buena onda, hasta se puso a hablarnos en español. Digo que era medio bronca porque a pesar de que se esforzaba por agradar, era muy brusca y no sonreía. El payaso de mi marido comenzó a cotorreársela preguntándole si no hablaba francés. Al fin ordenamos (en inglés, los muy contreras, jajaja). Yo pedí unas enchiladas rojas, pues alguien nos había dicho que estaban muy ricas y así fue.

 Cuando la muchacha nos trajo la cuenta, nos dijo que era la primera vez que atendía a un grupo como el nuestro. ¿Cómo? –le preguntamos. “Así, tan platicadores. La mayoría solamente ordena y ni nos toma en cuenta”. Fiu…! –dije para mis adentros, pues yo pensaba que mi marido le había bajado el avión a la chava cuando le preguntó si hablaba francés. 

Nos despedimos de ella y de camino a Sacramento llegamos por gasolina y papitas (no había nada más). 

Regresamos al campamento, Ricardo todavía no estaba recuperado por completo. Esa noche ya no quisimos jugar, ya era muy tarde. Yo ya estaba picada con el libro y me quedé leyendo un rato más. 

Miércoles 31 de diciembre de 2014

Nos levantamos para desayunar a las 8. Hacía tanto frío afuera que yo preferí no bañarme. Desayunamos, Ricardo se sentía mejor. Regresamos a la habitación, todos se fueron a patinar sobre hielo en Cloudcroft y yo me quedé feliz… Me bañé, me puse una ropa calientita, leí, escribí y hasta me metí un ratito al feis. Horas más tarde regresaron pues tenían una cita para tirar con arco. Después de eso, se volvieron a subir a las motos. Para entonces, el libro ya estaba súper interesante, yo quería que se quedaran más tiempo, pero no. Regresaron fascinados con tanta actividad y a las 5:30 nos fuimos todos al comedor. Apenas terminamos, nos regresamos al cuarto, Willy a dormir, yo a leer. 

A las 9:30 ahí vamos de regreso al comedor. Sacamos las papitas, ellos un quesito y otras botanas. Willy nos sirvió lo que quedaba de una botella de Lambrusco y comenzamos a preparar todo para el último partido de trípoli del año. Claro que nuestros amigos –los cuatro, no solo los adolescentes- estaban más ocupados en subir fotos al feis que en poner atención. Por fin, agarraron la onda –incluidos mis hijos- y nos dispusimos a jugar. 

En un cuarto contiguo al comedor estaba un Pastor con su familia, quien todo lindo, nos trajo unos fierros especiales para asar bombones y faltando unos minutos para la medianoche, una botella de jugo de uva. Después de darnos nosotros el abrazo, fuimos a hacer lo mismo con ellos. 

Seguimos jugando. De repente me dieron muchas ganas de hacer pipí. Aunque habíamos estado hablando de un soldado que dizque se aparecía ahí, me armé de valor y entré al baño. Este constaba de dos cubículos. Entré al que estaba más lejos de la puerta y en la clásica posición de aguilita (ahí disculpen, jajaja) solté mi agüita amarilla (para los que no son ochenteros, así decía una canción, OK? Jajaja). De repente, comencé a sentir las piernas mojadas….¡ ´che excusado, la taza era mucho más chiquita de lo normal y pues con un poquito de Lambrusco entre pecho y espalda, no le atiné al centro, jajaja… lo peor es que no solo me salpiqué las piernas… volteé a mi derecha y tenía toda salpicada la pared y el piso del siguiente cubículo, jajajajajajaja! Le pedí a mi cuerpecito que terminara. Afortunadamente, me hizo caso y pude limpiar todo mi batuque antes de que alguien más entrara (lo bueno es que solo era pipí… ¿qué tal si hubiera traído diarrea? Jajajaja). 

En fin… seguimos jugando hasta las 2:30 y de plano nos retiramos porque a las 8 teníamos que desayunar para agarrar carretera. Aunque me moría de ganas de seguir con el libro, ya no pude leer, pues se me hacía feo tenerle la luz prendida a mi marido. 

Jueves 1 de enero de 2015

Nos levantamos más a fuerza que con ganas. Nos fuimos a desayunar… yo traía el estómago súper revuelto, supongo que por la desvelada (y por el medio vaso de Lambrusco… bueno, el cuarto, porque ni siquiera me lo terminé). 

Terminamos de hacer las maletas, nos despedimos de nuestros amigos y del personal del lugar y regresamos a El Paso. 

A unas seis millas de Cloudcroft vimos una tienda en el camino (Old Apple Barn Fudge). Yo la verdad no tenía muchas ganas de llegar, pero mi esposo me alborotó…y qué bueno que lo hizo, el lugar estaba padrísimo. Tenía mil detallitos y cosas bonitas. Salimos de ahí con un angelito azul hermoso de lámina, de buen tamaño, varios paquetes de incienso, un angelito pequeño y otras cositas… entre ellas, por supuesto, un cuadrito de ‘fudge’ para mí. 

Nos estuvimos un buen rato en la tienda. Cuando llegamos a Alamogordo, ya tenía mucha hambre y por suerte, el restaurante del otro día, ahora sí estaba abierto. Aunque tuvimos que esperar a que nos dieran una buena mesa, valió la pena esperar. Me comí unos huevitos con chorizo que me supieron a gloria. 

En poco tiempo llegamos a la casa; los perros y Paco se mostraron felices de que hubiéramos vuelto, aunque Zorry parecía todavía un poco indiferente. Una hora después, me senté a disfrutar de las últimas páginas de “Cometas en el Cielo” , que devoré como cuando era adolescente. Este libro me hizo cobrar conciencia del horror que viven millones de personas en Afganistán y lloré de impotencia al saber que no se puede adoptar (o que es extremadamente difícil) ni siquiera a uno de los miles de huérfanos que viven en condiciones infrahumanas. Sin embargo, buscando en internet encontré que el autor del libro -Khaled Hosseini- tiene una fundación, en la que no solo se puede donar, sino también comprar cosas hechas por mujeres afganas (que en su mayoría son el único sostén de la familia). Yo me enamoré de una bolsa multicolor, la cual pediré en estos días. Los precios son razonables; los invito a echar un ojito (y si se puede a poner su granito de arena) a http://khaledhosseinifoundation.org/products-artisans.php.

Y bueno, ya para terminar…  Me quedé en que me senté a leer. Pues bien, apenas me había sentado en el sillón, cuando llegó Zorry a saludarme como era debido: con unos buenos topes en la cara que hasta me tiraron los lentes. 

Y colorín colorado, el relato de fin de año ha terminado. 

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