NAVIDAD EN FEBRERO

Hoy es ocho de febrero de 2015. Acabo de despertar y lo primero que hice fue sacar a mis tres perros y darles de comer. Caminando por el pasillo, mis ojos se encontraron con nuestro hermoso árbol de Navidad… -y aquí se oye el sonido de un disco al rayarse- ¿Quéeeee? ¿Un árbol de Navidad en pleno febrero? Sí, leyeron bien. Y no solo eso, en el patiecito interior aún tenemos esferas colgando de un árbol y otras adornando las macetas.  ¿Me volví loca, o qué? Pues no, nunca he estado más cuerda, pero este año decidí que esos adornos me llenaban el alma y que no tenía por qué privarme de ellos. Hice un consenso con mi marido y mis hijos y todos estuvieron de acuerdo en que lo dejara (bueno, en realidad les pregunté solamente por el árbol, no por lo de afuera, pero pa’l caso es la misma). Mi hijo sugirió que cambiáramos los adornos del árbol con cada temporada. Al principio, me pareció una tarea titánica y totalmente agringada, pero ahora que lo pienso mejor, no es una mala idea. Si bien, no lo dividiría como la mercadotecnia lo hace (día de San Valentín, primavera, Pascua, de la Madre, del Padre, verano, la Independencia, Acción de Gracias, otoño y nuevamente Navidad), probablemente podría comenzar con dos tipos de adorno: primaverales y los que ya tengo y de ahí ir viendo qué se me ocurre. 

Y es que estamos tan acostumbrados a vivir bajo las normas de la sociedad que muchas veces nos privamos de cosas que nos gustan. 

Esta decisión me hizo recordar a la mamá de unas queridas amigas mías: la señora Martha Alvídrez de Aguayo. En su casa se podía encontrar el árbol de Navidad en pleno junio, ya sin ninguna esfera y bastante maltratado porque los gatitos que ahí vivían se daban vuelo colgándose de las ramas como mini Tarzanes, ¡se veían muy simpáticos!

Obviamente, como adolescente nunca lo entendí (y confieso que ni de adulta, jajaja), apenas ahora a casi 30 años de distancia, entiendo el por qué. 

La señora Aguayo era una mujer sumamente alegre y parlanchina que disfrutaba la vida al máximo sin importarle lo que los demás pensaran de ella. Algunas veces te abría la puerta en camisón aunque no se acabara de levantar ni estuviera a punto de acostarse… me imagino que simplemente tenía calor y quería andar cómoda. 

Siempre te recibía con una gran sonrisa y te platicaba vida y obra de todo el mundo… no le paraba la boca, jajaja. Una vez me tocó ir a hacer un trabajo a casa de mi prima Susanita con unas amigas. Todas llegamos muy puntuales… todas, menos Adriana, hija de la señora Aguayo. Le pedí el teléfono a mi prima y me fui a hablar a una de las recámaras para poder oír entre tanta boruca. Me contestó su mamá:

—Hola señora, ¿cómo está? Habla Laura Jurado, estoy buscando a Adriana

—Hola mijita, yo muy bien, gracias. Fíjate que no sé si está porque hace rato escuché ruidos en la cocina, me asomé y estaba Carlos comiendo con unos amigos. Uno de esos niños es hijo de una señora que conocí en el super y bla, bla, bla… Por cierto, Marcela se fue a una fiesta anoche y bla, bla, bla. Nombre, pero Chivín trajo un perro y bla, bla, bla, y yo pensé que Curro se había ido a la tienda y bla, bla, bla, aunque más bien creo que Elsa es la que salió con Víctor porque bla, bla, bla, pero Claudia se ha de haber quedado…bla, bla, bla. Y mi marido no ha llegado del Tec porque bla, bla, bla.

Esa conversación duró como media hora!!!! Mis amigas se asomaban a cada rato a ver si iba a venir Adriana o no y yo solo podía hacerles señas de que aún no lo sabía, jajaja.

Por fin, sin decirme nada de lo que yo realmente quería saber, remata la ilustre señora Aguayo:

—Ay bueno mijita, ya no me estés quitando mi tiempo, ¿eh? Adiós. 

¡Jajajajajajajajajajajajajajajajajajaja, casi me tiro al piso a reírme y todas las amigas junto conmigo!

Y es que así era la señora… ella vivía la vida y hacía lo que disfrutaba, sin importarle para nada lo que los demás pensaran de ella. En este caso, le gustaba platicar y aprovechaba cualquier momento para hacerlo. 

A todos nos caía súper bien.

Dos años después, Adriana y yo entramos a la Escolta del Tec y un 10 de Mayo fuimos a dar gallo con los de la Banda y la otra Escolta (varonil). Era una serenata muy diferente, ya que lo que se tocaba primero eran marchas militares. ¡Ah, pues la señora Aguayo, toda acoplada, salió a disfrutar de la serenata en vivo y en directo, pero no solo eso, también les decía a los muchachos qué marcha tocar, ¡jajajajaja, se las sabía todas!!!

En verdad era un deleite estar cerca de ella. Y bueno, a 18 años de haber dejado su cuerpo físico, sigue inspirando con su forma de ser y desde el Otro Lado aplaude mi decisión de dejar el arbolito de Navidad. 

Ojalá que todos lleguemos a ser tan alegres y despreocupados de la opinión de los demás como lo fue ella. 

Su paso por esta Tierra en realidad fue muy corto, pero por fortuna lo vivió como ella quiso. Que esta gunicharrita sea un pequeño homenaje a esa señora de la hermosa sonrisa, a quien le mando un abrazo gigante y otro para su esposo, hij@s y niet@s. 

¡Gracias por sus enseñanzas, señora Aguayo!

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