AL ACECHO DE MIS PENSAMIENTOS

No cabe duda que los comienzos tienen algo especial: la enjundia se siente en el aire. Este enero, por ejemplo, lo empecé con el pie derecho al asistir con mi esposo a una plática sobre pensamiento positivo. Esta fue organizada por la misma señora que el año pasado inspiró la gunicharrita “Como la luz de una vela”. 

Invité a varias de mis amigas y todo ese día estuve intercambiando mensajes con ellas. Poquito antes de las seis de la tarde, recibo uno de mi amiga Claudia, diciéndome que iba saliendo de su casa. “¿Por qué tan temprano? –pensé, si la plática era a las 7:30. Luego recordé que ella vivía en Horizon y esto era del otro lado de la ciudad. 

Mi esposo llegó como a las 6:40, le di de comer y le dije que tendríamos que salir a las 7:15. A las 6:55 me entra la duda del horario y abro el correo con la invitación… ¡la plática era a las 7:00! Le llamo a la organizadora (con la que ya había hablado dos veces ese día) y le pregunto si podemos llegar un poquito tarde. La señora como que se saca la onda, pero al decirle que llego en diez minutos, me dice que está bien. A las 6:58 le digo a mi marido, corro a lavarme los dientes y salimos derrapando llanta. Afortunadamente, el lugar quedaba a tan solo cinco minutos, así que llegamos justo cuando la señora terminaba de presentar al expositor, un joven español. 

Nos sentamos a escuchar. El chavo comenzó preguntándonos por qué habíamos ido a la plática, cuál era nuestra misión, quiénes éramos. Luego pasó a los pensamientos, los cuales –nos dijo- son semilla y energía.  Semilla  porque son creadores… de lo bueno y de lo malo; energía porque tienen la habilidad de transformar nuestro estado de ánimo. 

Nos hizo ver que nuestras circunstancias actuales son producto de nuestros pensamientos pasados (¡bien por eso!). 

A continuación se dispuso a clasificarlos:

  1. Pensamientos Útiles (los que sirven para llevar a cabo nuestras rutinas: ‘me voy a bañar’, ‘voy a preparar tal cosa de comida’, etc.)
  2. Pensamientos Inútiles (preocupaciones y elucubraciones,  por ejemplo, ‘ay, fulanito viene en la carretera, ojalá que no le pase nada’ o ‘híjole, se me hace que zutana no me saludó por lo que le dije el otro día… sí, eso ha de haber sido, pero qué payasa, ¿por qué se enoja?… bla, bla, bla’.
  3. Pensamientos Positivos (esto es obvio, ¿no? Por ejemplo: ‘qué rico bañarme con agua calientita’, ‘qué felicidad tener a mi familia’,  ‘adoro a mis gatos’, ‘qué amable la gente con la que me topo’ etc.).
  4. Pensamientos Negativos (‘todos son unos idiotas’, ‘fulanita se cree mucho’, ‘no soporto a X persona’, ‘el dinero no me alcanza para nada’, ‘odio mi cuerpo’, etc.)

El joven  expositor nos explicó que no necesitamos pelearnos con nuestros pensamientos, simplemente estar conscientes de ellos y así poder elegir cuáles queremos tener. Luego hicimos una pequeña meditación en la que deberíamos de sembrar un pensamiento positivo. Claro que yo tenía tanto sueño que me dormí, pero a la mayoría de los asistentes les gustó mucho. 

Nos dejó tarea para la semana: convertirnos en los guardianes de nuestros pensamientos, o sea, estar conscientes de su presencia e identificarlos. 

Salimos de ahí congelándonos (hacía un frío de la tiz y habíamos dejado los zapatos afuera), pero encantados con esa valiosísima información que habíamos recibido. 

De inmediato me puse –como dice el título- al acecho de mis pensamientos, ¡es padrísimo estar consciente de ellos! Desde entonces he tenido algunos negativos, muchísimos útiles, otros inútiles (no de preocupación, sino tratando de adivinar por qué actuó de determinada manera una persona que me lastimó e imaginándome todo lo que dice… ¡qué desgastante  y la neta, qué inútil!) y muchos otros positivos, la mayoría de agradecimiento. 

¡Ah, pero eso no es todo lo que aprendí en la semana! Al día siguiente de la plática me fui a la primera clase de un taller que estoy tomando: “Ocho Etapas”. No les voy a contar de qué se trata, pues es otro rollo. Solamente les quiero compartir algo que ahí aprendí y que también estoy empezando a poner en práctica. Haydée –la terapeuta- nos sugirió que todas las noches identificáramos algo de lo que estemos agradecidas y algo de lo que no nos sintamos orgullosas (y aquí es donde entran los pensamientos positivos y los negativos que tuvimos en el día o los que tengamos en ese momento). Cuando escuché esto, me acordé que unos tres o cuatro años atrás, yo había comenzado algo similar con mis hijos. La diferencia era que debíamos escribir muchísimas cosas de las que estábamos agradecidos (no recuerdo el número… ¿20? ¿50? No sé, solo sé que era algo excesivo, por lo cual la práctica no nos duró ni una semana). 

Esta versión más ‘light’ me entusiasmó e hice planes para saliendo de ahí pasar a una tienda a comprar un cuaderno súper bonito y tal vez unas plumas de gel de colores para comenzar esa misma noche. Sin embargo, mi hija me cambió la pichada al pedirme que fuera por ella a la escuela porque se sentía mal (estaba muy resfriada). 

Esa noche, mientras me lavaba la cara, me acordé de lo que iba a comprar y dije para mis adentros: ‘¡Chin, no fui por el cuaderno! Bueno, pero a ver… ¿qué hubiera escrito hoy?’ Les juro que en menos de dos minutos ya tenía una larga lista de cosas qué agradecer y una o dos de las que me arrepentía o no me sentía tan orgullosa. En ese momento me di cuenta que no necesitaba un cuaderno bonito ni unas plumas de gel de colores… es más, no necesitaba escribirlo, ese “corte de caja” mental fue suficiente para aterrizarme. 

Y claro que no tenemos que esperarnos a la noche para hacerlo. Hace unos días, por ejemplo, salí al jardín y mi corazón se llenó de gratitud al disfrutar del aroma de la chimenea, los rayos del sol en un día frío, mis tres adorados perros corriendo, el hecho de tener a mi marido trabajando ese día desde la casa, que ese día había venido la Alegría del Hogar y mi casa lucía impecable… y por si eso fuera poco y no me cupiera ya más amor en el corazón, de allá arriba me mandaron mi pilón al escuchar de repente un sonidito que me parecía conocido; al voltear hacia los árboles, veo no un pájaro carpintero, sino ¡dos!

En ese momento maté dos pájaros (valga la redundancia) de un tiro: identifiqué muchos pensamientos positivos y escribí en mi cuaderno mental todo aquello que agradecía hasta ese momento. 

Con una gran sonrisa y sintiendo un calorcito especial en mi corazón, entré a mi casa y di gracias por estar consciente de aquellas cosas que en ese momento me hicieron sentir la mujer más afortunada del mundo. 

Y colorín colorado, la gunicharrita se ha terminado. 

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