ME LLAMO LAURA

Imaginen que estamos en un salón. Hay varias sillas formando un círculo y yo tomo la palabra, confesando:

  • Me llamo Laura y soy perfeccionista

… y todos contestan: 

  • ¡Hola Laura!

Ni más ni menos. Esa soy yo. Y apenas a los 49 años me cae el veinte de que así soy…bueno, casi. Soy una perfeccionista “wannabe”…uts! Para una perfeccionista que se respete, eso es una patada por detrás, pero desgraciadamente es cierto.

Bueno, pero para empezar, ¿cómo supe que lo era? La Real Academia de la Lengua Española define el término así:

perfeccionista.

1. adj. Dicho de una persona: Que tiende al perfeccionismo. 

¿Y eso qué es?

perfeccionismo.

1. m. Tendencia a mejorar indefinidamente un trabajo sin decidirse a considerarlo acabado.

Mmmmm… Pues creo que sí caigo en esa clasificación, pero ahí les va la historia:

“Yo nací… era un bebé…” (Ah no, ¿verdad?, eso lo dijo Tribilín en un cuento (historieta cómica) de los que leíamos cuando éramos niños, jajaja). 

Bueno, ya en serio, los que me conocen sabrán que tengo casi un año batallando con una colitis nerviosa y que un Iridólogo me ha ayudado muchísimo. Lo que tal vez no sepan es que hace como dos meses se me volvió a disparar el panzón de Mapimí, así que fui a ver a Elida Villarreal, una amiga que se dedica a la sanación (ella le llama “Spiritual Coaching”) y utiliza Reiki, sanación pránica, chamanismo, cristales, etc. Me ayudó mucho esa sesión, sobre todo porque trabajamos con emociones atrapadas (en particular con el coraje)  y me quitó un gran peso de encima. Sin embargo, la panza no se compuso del todo. Pasaron unos días y me fui a Chihuahua. No sé por qué, en el camino se me ocurrió que tal vez pudiera tener amibas (bueno, sí sé… pensé que si mi papá viviera, muy probablemente ordenaría un coprocultivo –qué rico, provechito si están comiendo, jajaja), así que llegando le pregunté a mi hermano el doctor Chute si eso podía ser la causa de la inflamación. Yo quería aprovechar que estábamos en México para hacerme el estudio, pero Álvaro me dijo que no era necesario y me llevó unas medicinas que, según él, terminarían con cualquier bicho que trajera en la panza. Las comencé a tomar esperanzada. Al día siguiente me fui a platicar con la doctora Rosalía Altés. Ella es médico general y también trabaja a nivel espiritual, básicamente con Reiki y la ayuda de los ángeles. Después de un rato de estar conversando, se me antojó pedirle una consulta. 

Lo primero que me dijo al ver mi panza fue: “¿Qué le preocupa?”. Y así como Élida me había explicado que los corajes se van a la parte central del cuerpo, ella me dijo lo mismo de los miedos y preocupaciones. Se puso a trabajar a nivel energético en mi pancita; de repente, me invadió un sentimiento de autocompasión y comencé a llorar. 

Al terminar, me sentí muy aliviada. Le pregunté por qué había tenido ese sentimiento y me contestó que había sido un mensaje del Ser de Luz que vive en mí (o sea, mi Real Ser) por medio del cual me hacía ver el daño que solita me estaba causando. Wow! Entonces me recordó que no hay nada que temer y me recomendó que todos los días me envolviera y envolviera a mis seres queridos en la luz de Dios. También me dijo que cuando estuviera inflamada, pusiera mis manos en el vientre y repitiera: “La luz de Dios disuelve mis miedos”. Esos dos consejos me encantaron y de inmediato los puse en práctica: el miedo desapareció por completo y con la ayuda combinada que recibí de ella, de Élida y de Álvaro, comencé a desinflamarme poco a poco. Cuando regresamos a El Paso, ya prácticamente no traía panza…yay!

Luego nos fuimos de vacaciones. Duramos una semana aturrándonos de comida y en todo momento estuve bien. Sin embargo, todo fue regresar a la casa para que una vez más, el panzón volviera a hacer su aparición… ¡Grrrr! Eso ya me había pasado antes, así que la única explicación que encontré es que yo era alérgica a mi hogars. 

Al día siguiente hablé con Élida y, con una gran frustración, le conté sobre esa extraña relación inflamación-casa. Para ella, todo estaba claro: el maldito perfeccionismo. ¿Perfeccionista yooooooo?  Fue mi primer pensamiento, ya que para mí una persona así tiene su casa impecable, da las mejores fiestas, sus comidas están planeadas a detalle, etc. (tipo Bree, la del programa Desperate Housewives). Nada más alejado de la realidad: mi casa jamás está impecable (aunque sí me gusta que esté ordenada), mis fiestas son de lo más informal que puede haber (aunque me encantaría darles ese toque”Breesco”), la comida me trauma porque quisiera tener un menú balanceado y no lo tengo, etc. 

Así se lo dije y me contestó que independientemente de que el resultado fuera una vida como la de Bree, la intención era la misma: la casa me provoca estrés porque siento que las cosas se deben de hacer a mi manera. ¡Toiiiiiin… sí es cierto!!!!!  Y comencé a pensar en esos pequeños detalles. Por ejemplo: 

  1. No me gusta que nadie me lave los platos porque pienso que no los van a dejar limpios
  2. Tampoco me gusta que los saquen de la lavadora pues no sé si se lavaron las manos
  3. Odio caminar descalza porque me ensucio los pies y se me ponen muy feos los talones
  4. Me choca que pisen los tapetes del baño con zapatos, ya que a mí me gusta pisarlos descalza, especialmente cuando salgo de la regadera. 
  5. Me da asco que no se laven las manos para cocinar, sacar algo del refri, después de ir al baño, etc.
  6. No soporto que la gente ponga las bolsas del super (que estuvieron en el piso del carro) o sus bolsas de mano en las mesas y cómodas de la cocina.
  7. O que para hacerse un lonche (sándwich) o quesadilla, pongan el pan o la tortilla encima del paquete de pan o de tortillas (porque estos estuvieron en contacto con el carrito del super).
  8. Odio que me ensucien la fibra de los platos… para eso tengo un cepillo, para quitarles bien la comida…

Y un larguísimo etc.

Sus palabras me abrieron tremendamente los ojos y supe que el perfeccionismo estaba arruinando mi vida. 

Para mi tranquilidad, me dijo que eso era muy fácil de cambiar. Yo no veía cómo, pero me sugirió que empezara por una sola cosa. 

Eso hice: de mi lista gigante de fobias y rarezas (curiosamente, todas relacionadas con la limpieza), escogí la número 4. Pero no fue algo consciente; sucedió al entrar al baño, quitarme los zapatos y pisar el tapete sin poner bien la planta porque sabía que todos los demás pisaban con zapatos y éste no estaba tan limpio. Ese “no pisar bien” fue como un toque en mi cerebro… de inmediato me volví a poner los zapatos y conscientemente pisé el tapete, DÁNDOME PERMISO DE HACERLO

Han pasado varios días de eso. Confieso que de repente se me olvida el experimento, pero cuando me acuerdo, sigo con él, sabiendo que es por mi salud física y mental. Me repito que son tarugadas y que nada de eso realmente importa. Lo único importante aquí es llevar una vida feliz, tranquila y aceptar que los demás hagan las cosas como les dé su gana.

Al final, es mi responsabilidad cuidar de esta maravillosa maquinaria que es el vehículo de mi espíritu: el cuerpo.  Por todo lo anterior, le envío un hermosísimo ramo de flores multicolores a mi Ser de Luz.

¡Perdón!!!!

p.d. Quiero aprovechar para incluir aquí una foto de Ricky, la persona de la que les conté en la gunicharrita anterior: “EL SONIDO MÁS LINDO”. Se la tomé la semana pasada que regresé a esa tienda. Le conté sobre la historia, ¡estaba fascinado! Le dije que lástima que no había incluido una foto de él y todo lindo me dijo que si quería, podía tomarla en ese momento y subirla, ¡jajaja! ‘Tons, pues aquí lo tienen: el buen Ricky. 

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