EL ORDEN, ANTIDEPRESIVO NATURAL

El día de ayer, a pesar de ser viernes, amanecí… no sé… apachurrada… un poco negativa. Anduve así como media hora. Cuando me iba a meter a bañar, puse la toalla y la bata en el mueble que está afuera de la regadera; entonces –como siempre que me baño- me molestó el tener que empujar dos cajas que desde hace dos o tres años tengo de adorno en ese mueble. Esas cajas (de cartón, con un estampado bonito y con una solapa en la tapa) me las regaló mi madre adoptiva y me gustaron mucho, sin embargo nunca guardé nada en ellas… solo las tenía de adorno. En ese momento, algo hizo clic en mi cerebro. Me di cuenta que lo que yo tanto odiaba del baño de mis hijos se encontraba en el mío, pero a la quinta potencia. Verán, el baño de ellos tiene dos lavabos y siempre les pongo un adorno en medio y me gusta que solo eso (y las dos jaboneras) esté encima. Y aparentemente a la Alegría del Hogar también le gusta así, pues cada vez que viene, lo deja como yo quiero. Claro que el gusto nos dura unas horas, pues en cuanto pone pie en él mi hijo, comienza el desmadre: saca sus cajas de lentes de contacto (una con 90 para el ojo izquierdo y otra con 90 para el derecho) y las pone enseguida del adorno. Luego conecta una extensión para que no se le descargue el teléfono mientras va al baño. Debajo de esa extensión conecta la secadora, misma que ahí se queda, al igual que unas cuantas cositas más. Y bueno… eso es en el  baño, porque si hablamos de su cuarto y del despacho (que prácticamente ya es de él), se me desmayan. Alguna vez le pregunté a Laura Buendía qué rollo con mi hijo y sus espacios y me dijo: “¿A él le molesta el tiradero? “ –No. “Ah OK, entonces eso es bronca tuya, no de él”. También Haydée Carrasco me dijo que probablemente era un reflejo mío, pero esa explicación no la compré, ya que nuestras recámaras –y closets- distan mucho de parecerse. 

Y aquí vuelvo al momento en que algo hizo clic en mi cerebro. 

Volteando a ver mi desmadre de cremas en el lavabo, tomé una de las cajas y me dije: ¿qué tal si guardas todo aquí y así se ve más ordenado? Emocionada, revisé el reloj y vi que tenía tiempo. Comencé a poner las cremas (desmaquillante, de día, de noche, de ojos, de manos), el desodorante, la pasta de dientes, el bloqueador, el recipiente de vidrio con algodones (que por cierto me lo dio Lolita, la hija de mi madre adoptiva), mis pinturas, el protector labial, unas gotas para los ojos, una bola para masaje, un rollo de papel de baño, y la cajita con ligas para el pelo. Después de acomodar todo artísticamente, cerré la tapa, esquiné la caja, moví una canasta hacia donde tenía originalmente las cremas y donde debía de poner las cosas que se podrían derramar si las acostaba, y me sorprendí de lo bien que me sentí al hacer esos pequeños cambios. Me metí a bañar toda emocionada por el nuevo orden y porque lo había logrado en tan solo cinco minutos. A partir de ese momento, mi día cambió. Fui al gimnasio e hice mi rutina con toda la enjundia del mundo. Luego me fui al super y compré verduras para prepararme algo nutritivo. Llegué a madre a la casa a lavarme los dientes y  a dejar las bolsas, y me fui a la clase de meditación (ahí tomé la decisión de publicar más seguido en el blog y supe de qué se trataría uno de mis próximos relatos).  Salí de la clase y como ya había hecho una carnita en salsa verde para mi familia el día anterior y nadie había comido, solo tuve que preocuparme de comprar unos bolillos. Pasé rápidamente al banco y cuando llegué a la casa me puse a lavar para poder tener el fin de semana libre. Así se pasó el día. 

El orden en mi baño no solo me puso eufórica, sino que me ayudó a organizarme mejor en cuanto a la lavada y a lo que prepararía de comer para mí (que es con lo que más batallo). Bueno, no solo eso, también pude sentarme a dos nachas a disfrutar  SIN REMORDIMIENTOS de un capítulo de “Girfriend´s Guide to Divorce” y de una hermosa película (“Carol´s Journey”).

 Hoy sábado, tampoco me siento culpable de estar sentada frente a la compu escribiendo esto, pues ya lo había planeado así. En cuanto termine de escribir la gunicharrita, tomaré las otras cajas bonitas que tengo y seguiré poniendo orden en mi casa y en mi vida. 

Por todo lo anterior, los invito a echar un vistazo a sus cosas y ver si hay algo que puedan mejorar. Sobre todo, fíjense qué es lo que les molesta de los demás, ya que puede que sea solo un reflejo de algo que les molesta de ustedes mismos; fíjense…y cámbienlo.

Espero que no se tarden dos años como yo, y que una vez que lo hagan, puedan sentir lo que yo sentí… o inclusive, algo mejor. 

¡Ah! Casi se me olvida contarles que, como por arte de magia, también ayer -¡pooooor fin!- me dieron el dato de una persona que me puede ayudar a arreglar los problemas técnicos del blog (yay!). Lo veré la semana que entra, así que espero muy pronto volver a tener el cuadrito para suscripciones y el enlace en automático a Facebook.

Y como sigo muy contenta, me despido diciéndoles que los quiero y así. 

Gracias.

Laura Guny. 

ACEPTACIÓN

Hoy es 16 de enero y sigo sin encontrar cómo arreglar el asunto de los suscriptores y la publicación automática en Facebook, pero no le hace. Hoy decidí seguir escribiendo aunque solo me lea el perro  (ah no, ¿verdad? los perros no leen…jajaja), bueno, aunque nadie lo reciba por correo. 

Tengo mucho qué platicarles. Déjenme ver con qué empiezo… OK, ahí va:

Algunos hombres dicen que las mujeres somos muy complicadas, que nadie nos entiende, y después de las fluctuaciones que ha tenido mi mente respecto a mi cabello, creo que les voy a dar la razón. 

Verán, yo fui una bebé rizozina  (palabra inventada por mi mamá –creo, pues no la encuentro en ningún diccionario, y pronunciada con acento español) y tuve la fortuna de que mi adolescencia se diera en una época en la que estaba de moda tener el pelo rizado. Mientras que muchas de mis amigas tenían que ir a hacerse el permanente, yo lucía una cabellera amandamiguelesca natural (¡y con un copete de aquellos!).

Los años pasaron y los rizos dejaron de estar de moda, por lo que me compré un cepillo secadora que me estilizaba el cabello en la mitad del tiempo que las secadoras normales. Claro que como tengo una mata muy abundante (por fortuna), no la usaba a diario, así que gran parte de mi vida anduve greñuda. 

Luego comenzó a usarse el pelo planchado… alguna vez me lo hice, pero sentí que mi cara no era para ese estilo, sin embargo, no me convencía del todo el cabello rizado… bueno, hablo del mío, ya que mi rizo se veía bonito solo al salir de la regadera pues en cuanto se secaba, se me engrifaba. 

Cada vez que veía una chava con pelo rizado (y bonito), le preguntaba cómo le hacía para que le quedara así.

Durante años probé todos los productos habidos y por haber, sin lograr el efecto que quería, hasta que por fin, en marzo del año pasado le atiné. Me acababa de hacer las transparencias y mi cabello había quedado muy dañado. Como ya usaba el shampoo y el acondicionador de Moroccan Oil (¡gooool!), compré la crema para rizos, misma que sigue casi intacta en mi baño. Entonces pregunté en la estética donde compraba el producto qué podía hacer para componer mi cabello. Me recomendaron la crema hidratante de la misma marca y… voilà! Mis rizos dormidos comenzaron a emerger, más hermosos que nunca… y comencé a enamorarme de mi cabello. Y así como meses antes (o después, ya no me acuerdo)  llegué a aceptar que mi verdadera yo era flaca y  embarnecida (con nalgas, pues) a punta de Ensure Plus, comprendí y acepté que esa flacuchenta (pero bien nutrida con proteína vegetal Sun Warrior y semillas de cáñamo, girasol y calabaza germinadas ) también tenía el pelo rizado… Y ESO ESTABA BIEN. 

Así que de marzo a diciembre del año pasado anduve por la vida como Dios me trajo al mundo… ¡no, no como están pensando, pelad@s!, sino con una cabellera rizada y escandalosa… 

Claro que el gusto me duró muy poco, porque a los nueve meses de haberme aceptado, comenzó a rondarme la idea de ponerme queratina. Para los que no sepan qué es eso, les diré (sin saber mucho, tampoco) que es algo que se pone en el cabello y digamos ‘mata’ temporalmente el rizo. Algunas amigas se la ponían desde hace algunos años, pero yo no me animaba por miedo a que cambiara la textura de mi cabello una vez que pasara el efecto. Arrebatada como soy, un día tomé la decisión y le pregunté a una amiga cómo estaba el rollo y si ella me la podía poner. Me dijo que sí, pero como hacía poco me había retocado el tinte, tuve que esperar hasta el diez de enero para hacerlo. ¡Los días se me hicieron eternos! Esos rizos hermosos a los que había aprendido a amar, comenzaron a caerme gordos…

Y bueno, el día se llegó y desde entonces estoy fascinada con mi cabello!!!!!! No solo me gusta más cómo me veo, también lo siento súper sedoso y saludable. 

¿Y dónde está la reflexión de esta gunicharrita? –dirán ustedes… Ah, pues para allá voy. 

Ese cambio repentino de opinión me hizo pensar en lo importante que es el ACEPTAR lo que la vida nos ponga enfrente, ya que una vez que llegamos a ese punto, aquello que tanto nos afligía o molestaba, deja de hacerlo. 

En mi caso, los rizos se fueron (temporalmente, si quieren) una vez que los hube abrazado y apreciado, y en su lugar apareció una nueva yo… más moderna y a gusto con su imagen. 

Eso me hizo recordar otro ejemplo de aceptación que sucedió con un conocido. Él vivía en Juárez pero tenía que cruzar todos los días a El Paso e invariablemente le tocaba el mismo oficial malacariento de migración. Mi conocido sudaba, pues aunque no estuviera haciendo nada malo, el solo hecho de verle la cara al oficial lo ponía de nervios. En varias ocasiones trató de esquivarlo cambiándose de fila, pero parecía que sus destinos estaban unidos pues a donde él fuera, se lo encontraba. Hasta que un día tomó la decisión de no sacarle más la vuelta y enfrentarlo, pues pensó que tal vez traían algo arrastrando de otra vida. Se formó en la fila en la que generalmente se lo topaba, y para su sorpresa, no lo vio… ¡ni ese día ni nunca más! ¿Cuál fue el secreto? Sin lugar a dudas, la aceptación. 

Y bueno, hoy yo también acepté que tal vez nadie va a venir a salvar mi lista de suscriptores, pero eso está bien. Disfruto mucho escribiendo el blog, como para privarme de hacerlo solo por tal motivo. ¿Encontraré la olla con monedas detrás del arcoíris? Quién sabe… por lo pronto, ya el hecho de retomar la escritura es un gran regalo que yo me hago.

Para despedirme, los invito a reflexionar en aquello que les cuesta trabajo aceptar, deseando que los resultados después de que lo hagan sean muy favorables. 

Un abrazo a tod@s (o a nadie, si es que nadie lee esto, jajajajajajaja).

TE AMARÉ, TE AMARÉ

El otro día escuché en la radio la famosa canción de Whitney Houston: ‘I Will Always Love You’. Me puse a cantarla a todo pulmón, cuando de pronto me di cuenta de la carga tan tremenda que conlleva el decirle a alguien: “Te amaré por siempre” y recordé un video que el coach Ricky Angulo subió a youtube en el que explica cómo te pueden estar afectando los votos que hiciste en otras encarnaciones. Si bien en el video Ricky se refiere a votos de castidad, pobreza, silencio, etc., también el jurar amor eterno entra aquí.  

Y bueno, aparte de carga, me parece una mentira, ya que por más enamorados que estemos al momento de decir esas palabras, no sabemos qué va a pasar en el futuro. Claro que todos –o muchos- tenemos la idea romántica de un amor eterno, pero, ¿no sería más honesto decir “te amo (y en este momento SIENTO que te voy a amar por siempre)”?

Es como cuando alguien está muy grave y las personas tratan de consolar a sus seres queridos usando frases como:

“No te preocupes, vas a ver que todo sale bien”, ó

“Yo sé que fulanito se va a recuperar”

… o sea, ¿tienen una bola de cristal o cómo? Escuchar eso es un insulto a mi inteligencia; me parecería más apropiado que dijeran: 

“Confiemos en que fulanito se recupere pronto”.

Curiosamente, el mismo día que escuché la canción comencé a ver una serie que trata sobre tres parejas y una de ellas tiene un problema por causa de la falta de compromiso del chavo. No les voy a decir el nombre para no echarles a perder la sorpresa si es que la quieren ver.

Pues bien, en una reunión en la que se encuentra esta pareja, la muchacha oye a su futuro marido platicando con sus amigos. Uno de ellos le pregunta si está dispuesto a acostarse única y exclusivamente con su novia durante sesenta años. El chavo contesta que no necesariamente tiene que ser así… obviamente, la chava hace ¡plop! como Condorito y se acerca a preguntarle qué quiso decir con eso. No les voy a contar tanto, solo que llega un momento en que la chava pierde toda la confianza en su novio porque él no quiere decir “TE SERÉ FIEL POR SIEMPRE”. 

Ahora que estoy un poco más metida en los temas de la conciencia, entiendo perfectamente al chavo… bueno, los entiendo a los dos, lo que quiero decir es que hace veinte años hubiera pensado que el muchacho era un descarado hijo de su re tiznada abuela, pero hoy aplaudo su honestidad y su sentido de la responsabilidad.

¿Ustedes qué preferirían que les dijeran?