ACEPTACIÓN

Hoy es 16 de enero y sigo sin encontrar cómo arreglar el asunto de los suscriptores y la publicación automática en Facebook, pero no le hace. Hoy decidí seguir escribiendo aunque solo me lea el perro  (ah no, ¿verdad? los perros no leen…jajaja), bueno, aunque nadie lo reciba por correo. 

Tengo mucho qué platicarles. Déjenme ver con qué empiezo… OK, ahí va:

Algunos hombres dicen que las mujeres somos muy complicadas, que nadie nos entiende, y después de las fluctuaciones que ha tenido mi mente respecto a mi cabello, creo que les voy a dar la razón. 

Verán, yo fui una bebé rizozina  (palabra inventada por mi mamá –creo, pues no la encuentro en ningún diccionario, y pronunciada con acento español) y tuve la fortuna de que mi adolescencia se diera en una época en la que estaba de moda tener el pelo rizado. Mientras que muchas de mis amigas tenían que ir a hacerse el permanente, yo lucía una cabellera amandamiguelesca natural (¡y con un copete de aquellos!).

Los años pasaron y los rizos dejaron de estar de moda, por lo que me compré un cepillo secadora que me estilizaba el cabello en la mitad del tiempo que las secadoras normales. Claro que como tengo una mata muy abundante (por fortuna), no la usaba a diario, así que gran parte de mi vida anduve greñuda. 

Luego comenzó a usarse el pelo planchado… alguna vez me lo hice, pero sentí que mi cara no era para ese estilo, sin embargo, no me convencía del todo el cabello rizado… bueno, hablo del mío, ya que mi rizo se veía bonito solo al salir de la regadera pues en cuanto se secaba, se me engrifaba. 

Cada vez que veía una chava con pelo rizado (y bonito), le preguntaba cómo le hacía para que le quedara así.

Durante años probé todos los productos habidos y por haber, sin lograr el efecto que quería, hasta que por fin, en marzo del año pasado le atiné. Me acababa de hacer las transparencias y mi cabello había quedado muy dañado. Como ya usaba el shampoo y el acondicionador de Moroccan Oil (¡gooool!), compré la crema para rizos, misma que sigue casi intacta en mi baño. Entonces pregunté en la estética donde compraba el producto qué podía hacer para componer mi cabello. Me recomendaron la crema hidratante de la misma marca y… voilà! Mis rizos dormidos comenzaron a emerger, más hermosos que nunca… y comencé a enamorarme de mi cabello. Y así como meses antes (o después, ya no me acuerdo)  llegué a aceptar que mi verdadera yo era flaca y  embarnecida (con nalgas, pues) a punta de Ensure Plus, comprendí y acepté que esa flacuchenta (pero bien nutrida con proteína vegetal Sun Warrior y semillas de cáñamo, girasol y calabaza germinadas ) también tenía el pelo rizado… Y ESO ESTABA BIEN. 

Así que de marzo a diciembre del año pasado anduve por la vida como Dios me trajo al mundo… ¡no, no como están pensando, pelad@s!, sino con una cabellera rizada y escandalosa… 

Claro que el gusto me duró muy poco, porque a los nueve meses de haberme aceptado, comenzó a rondarme la idea de ponerme queratina. Para los que no sepan qué es eso, les diré (sin saber mucho, tampoco) que es algo que se pone en el cabello y digamos ‘mata’ temporalmente el rizo. Algunas amigas se la ponían desde hace algunos años, pero yo no me animaba por miedo a que cambiara la textura de mi cabello una vez que pasara el efecto. Arrebatada como soy, un día tomé la decisión y le pregunté a una amiga cómo estaba el rollo y si ella me la podía poner. Me dijo que sí, pero como hacía poco me había retocado el tinte, tuve que esperar hasta el diez de enero para hacerlo. ¡Los días se me hicieron eternos! Esos rizos hermosos a los que había aprendido a amar, comenzaron a caerme gordos…

Y bueno, el día se llegó y desde entonces estoy fascinada con mi cabello!!!!!! No solo me gusta más cómo me veo, también lo siento súper sedoso y saludable. 

¿Y dónde está la reflexión de esta gunicharrita? –dirán ustedes… Ah, pues para allá voy. 

Ese cambio repentino de opinión me hizo pensar en lo importante que es el ACEPTAR lo que la vida nos ponga enfrente, ya que una vez que llegamos a ese punto, aquello que tanto nos afligía o molestaba, deja de hacerlo. 

En mi caso, los rizos se fueron (temporalmente, si quieren) una vez que los hube abrazado y apreciado, y en su lugar apareció una nueva yo… más moderna y a gusto con su imagen. 

Eso me hizo recordar otro ejemplo de aceptación que sucedió con un conocido. Él vivía en Juárez pero tenía que cruzar todos los días a El Paso e invariablemente le tocaba el mismo oficial malacariento de migración. Mi conocido sudaba, pues aunque no estuviera haciendo nada malo, el solo hecho de verle la cara al oficial lo ponía de nervios. En varias ocasiones trató de esquivarlo cambiándose de fila, pero parecía que sus destinos estaban unidos pues a donde él fuera, se lo encontraba. Hasta que un día tomó la decisión de no sacarle más la vuelta y enfrentarlo, pues pensó que tal vez traían algo arrastrando de otra vida. Se formó en la fila en la que generalmente se lo topaba, y para su sorpresa, no lo vio… ¡ni ese día ni nunca más! ¿Cuál fue el secreto? Sin lugar a dudas, la aceptación. 

Y bueno, hoy yo también acepté que tal vez nadie va a venir a salvar mi lista de suscriptores, pero eso está bien. Disfruto mucho escribiendo el blog, como para privarme de hacerlo solo por tal motivo. ¿Encontraré la olla con monedas detrás del arcoíris? Quién sabe… por lo pronto, ya el hecho de retomar la escritura es un gran regalo que yo me hago.

Para despedirme, los invito a reflexionar en aquello que les cuesta trabajo aceptar, deseando que los resultados después de que lo hagan sean muy favorables. 

Un abrazo a tod@s (o a nadie, si es que nadie lee esto, jajajajajajaja).

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