SERES EXCEPCIONALES ENTRE NOSOTROS

Primero que nada, permítanme presentarles mi nuevo sitio: el blog de Laura Jurado (elblogdelaurajurado.com). A sugerencia de Mario, la persona que me está ayudando a componer el blog, decidí cambiarle el nombre de  gunistorias porque era un poco difícil de recordar. 

Hasta hoy, doce de marzo de 2017, no se ha arreglado lo de la lista de suscriptores ni la publicación directa en facebook, pero creo que estamos cerca de ver la luz al otro lado del túnel. 

Mientras tanto, y como ya me he tardado mucho en publicar, les dejo esta última gunicharrita, escrita con todo mi corazón. Gracias por su paciencia y comprensión. 

Venga de mi ronco pecho, pues. 

ÁNGELES ENTRE NOSOTROS

A lo largo de mi vida he conocido muchas personas, unas buenas, otras malas y algunas otras que ni fu ni fa. ¿Qué es lo que determina que una persona sea como es? Algunos dicen que lo que hemos vivido moldea nuestro carácter y que casi siempre, detrás de una persona difícil hay una vida difícil, y viceversa, que detrás de una persona linda hay una vida llena de amor… ¿será?

A lo mejor en muchos de los casos eso es cierto, sin embargo yo quiero hoy hablar de tres maravillosos seres humanos que no encajan en esa explicación.

LALE (La Alegría del Hogar)

La primera, a quien llamaré ‘Lale mayor’, es una hermosa señora que me ayudaba en la casa y que ha tenido una cadena interminable de sufrimientos. Su vida comenzó entre carencias (desde muy chiquita tuvo que trabajar para mal comer), con un padre golpeador (no sé si a ella le pegaba pero sé que a su mamá sí… hasta que la mató de una golpiza).

Años más tarde tuvo la fortuna de conocer a un buen hombre con el cual se casó y tuvo nueve hijos. Sin embargo, el gusto le duraría muy poco, ya que se lo asesinaron.

En medio de tanto dolor tuvo que sobreponerse para sacar adelante a sus hijos, trabajando de cocinera y limpiando casas. Admirable, dirán ustedes… sí, claro, pero lo más admirable fue el amor con el que se enfrentó a la vida y a través del cual pudo formar nueve maravillosos seres humanos. Como si no hubiera sufrido lo suficiente, la vida comenzó a arrancarle a sus hijos. Yo la conocí cuando ya llevaba enterrados a cuatro de ellos y a uno de sus nietos (el joven murió a causa de un accidente de arma de fuego… frente a ella).

Por si esto fuera poco, el año pasado perdió la batalla contra el cáncer otra de sus hijas, la que la llevaba y traía para todos lados y en quien se apoyaba tremendamente. En su funeral me tocó conocer al resto de su familia, todos ellos hermosísimas personas, a quienes a leguas se les nota la bondad, la amabilidad y los valores que su madre les ha inculcado.

Aún con tantos golpes de la vida, Lale Mayor no pierde la sonrisa ni el sentido del humor. Cada vez que hablamos me echa una charra (diría mi papá) y me reitera su cariño. Ella está conforme con la vida que le ha tocado vivir y sigue teniendo una fe inquebrantable. Sin lugar a dudas, es una mujer ejemplar.

CHAYO

La segunda, a quien también decidí cambiar el nombre, trabajó durante muchos años en casa de mis papás y siempre se caracterizó por su buen humor, picardía y bondad.

¿Creen que su vida estuvo llena de puras cosas buenas? Para nada. Ella también tuvo un padre golpeador y un buen día, siendo Chayo una niña, la regaló con unos compadres ‘para que les ayudara en su casa’. Los dichosos compadres tampoco eran buenos con ella, la explotaban no solo con el quehacer, sino también la ponían a vender chicles en la calle. Un día Chayo vio pasar un camión urbano y se acordó que esa era la ruta que tomaban para ir a su casa, así que corrió, corrió y corrió tras el camión (me imagino que no tenía para el pasaje) y llegó con la lengua de fuera a su antiguo hogar. La mamá la recibió entre emocionada y angustiada, pues temía que su esposo llegara de un momento a otro y las golpeara. La pobre Chayo no tuvo más remedio que regresar con los compadres.

No sé bien qué haya pasado después, lo único que sé es que se convirtió en una hermosísima persona. Estudió enfermería, se casó y tuvo varios hijos, a quienes dio todo el amor que a ella le fue negado.  Su corazón, en lugar de endurecerse, se ablandó y hoy es un ejemplo para todos.

ALMA LA BANDOLERA

La tercera persona  (mi querida tía Alma, a quien mi papá le decía “la Bandolera”) también tuvo una vida difícil. Su madre murió cuando ella tenía doce años, y siendo la mayor, le tocó cuidar a sus seis hermanitos (la menor de tan solo un año). Su papá era bastante estricto y méndigo con ella. Alma estuvo a punto de quedarse sin estudiar, ya que mi abuelo le decía que estudiara en casa, con los libros de su biblioteca. Por fortuna, las lágrimas de mi tía ablandaron su corazón y así pudo estudiar la secundaria y la prepa.

No sé tantos detalles de su vida, solo que pasó muchas penurias (y porque no me corresponde, no las voy a contar aquí). A los veinticinco años enfermó de tuberculosis y perdió un pulmón, pero eso no fue impedimento para que trabajara toda la vida, primero en la granja que tuvo con su tercer esposo, el doctor Esnaurrizar, y años después, en el restaurante que puso con su último marido, Herbert Bostelmann.

En realidad fueron dos restaurantes: el Edelweiss que ya no existe y la Hostería de la Selva Negra que sigue funcionando en Polanco.

Mi tía cocinaba como los ángeles… todo lo que ella hacía era delicioso, y cuando se lo hacíamos saber, decía que era porque estaba hecho con amor. Y lo creo…

Ella tuvo seis hermanos, cuatro cuñadas, dos cuñados, siete hijos, muchos sobrinos, nietos y biznietos y a todos nos dio lo mejor de ella: un gran corazón que desbordaba de amor. ¡Jamás la escuché expresarse mal de nadie! Para ella, todo mundo era “mi”: ‘mi Flaquito’ y ‘mi Ramoncita’ (mis papás), mi Paty, mi Taly, mi Norita (mis hermanas), etc.

Mi tía se vino abajo cuando murió Herbert ya que él era su gran amor. Con el paso de los años, su salud fue empeorando, a pesar de los cuidados y el cariño que le prodigaban todos sus hijos y nietos.

A finales de diciembre pasado tuvo una gran crisis… el único pulmón que le quedaba se le había colapsado. Todos pensamos que había llegado su fin, pero no fue así. Milagrosamente se recuperó, hasta que más o menos durante la segunda semana de febrero volvió a recaer, esta vez más fuerte que la anterior.  La volvieron a hospitalizar y pasó varios días sedada, inconsciente y con un tubo en la garganta.

Yo sentía la necesidad de ir a verla y un buen día que intercambiaba mensajes con Anrín, una amiga a la que casi no veo y con la que casi no me escribo, me dijo que el clásico “a ver cuándo nos vemos” iba a tener que esperar, ya que al día siguiente se iba al DF con unas señoras, todas con sus hijas adolescentes. Bromeando, le dije que si les sobraba un boleto me lo vendieran. Me contestó que no, pero que me fuera con ellas… no me lo dijo dos veces. Me puse a investigar si todavía había boletos, me comuniqué con mi marido que andaba de viaje y me dispuse a preparar todo para rendir homenaje -o como le dije a mi geme Nora, a hacer el último brindis por una reina- a ese maravilloso ser que tanto hizo por sus hermanos.

Nora también se apuntó y eso fue la cereza en el pastel. Ella llegó una hora antes que nosotros, nos despedimos de Anrín y nos dirigimos a casa de Lety, una de nuestras primas a quien no habíamos visto en muchos años.

A pesar de que las visitas estaban restringidas, tuvimos la fortuna de ver dos días a mi tía. La inocente seguía entubada, pero ya estaba consciente. Cuando la vi, la saludé diciéndole quién era yo y que había ido para agradecerle que hubiera cuidado con tanto amor a mi papá. Al escuchar mis palabras, sus ojitos se le llenaron de lágrimas, y cuando le dije que la quería mucho, trató de hablar. Por supuesto que el tubo se lo impidió, así que le dije que no se fatigara, que yo sabía que me estaba diciendo que ella también me quería.

Esa noche salimos de ahí con sentimientos encontrados: felices de haberla visto, pero tristes por su sufrimiento.

Al día siguiente, antes de ir al hospital, comimos unas delicias en la Hostería de la Selva Negra, que ahora es atendida por los hijos de Lety. Entrar ahí fue como retroceder varias décadas y suspiramos al recordar los bellos momentos que ahí pasamos con mis papás, hermanos, tíos y primos.

Esa mañana habían operado a mi tía, no sé qué le iban a hacer en la pleura. Cuando entré a verla, estaba dormidita. Le hablé nuevamente y le dije que muy pronto se despojaría de su viejo cuerpo y que todo sería paz y felicidad. Como Nora lo había hecho en su tiempo con mi papá, le dije que pidiera perdón y perdonara… a los demás y especialmente a ella misma. Luego le puse una meditación de Susana Majul (Paz), diciéndole que su hija Lety me había dado permiso de hacerlo. Curiosamente, esa meditación te lleva al otro lado del velo, de donde todos venimos.

Mientras duró la meditación no obtuve ninguna respuesta, únicamente una levantada de cejas, pero como le dije a ella, aunque su mente no la pudiera escuchar, su alma sí lo haría. Salí de ahí relajada, en paz y feliz.

Esos dos días pudimos ver a casi todos los hermanos de Lety (nuestros primos), eso fue también un regalazo para nosotras, pues todos son hermosos.

Al día siguiente, como era sábado, ya no fuimos al hospital para no ocupar el lugar de los hijos y nietos a la hora de la visita.

Un primo del lado materno (el famoso Feralonchi) nos invitó a comer a casa de su adorada madre, la tía Luchita, y abusando de su bondad, nosotras invitamos también a Piqui, el hijo de una hermana de mi papá.

Llegamos casi al mismo tiempo y fue padrísimo reencontrarnos con ellos. Mi tía y el Feralonchi son súper cariñosos y Piqui es el historiador de la familia. Al calor de unas cervezas comenzamos la tarde y después de una rica plática, pasamos al comedor. De pronto, al estar siendo atendida con tanto amor por mi tía y compartiendo el pan y la sal con personas tan queridas, me invadió la nostalgia, y se me llenaron los ojos de lágrimas pensando en mis padres y en la maravilla que es que los Alonso Chirino todavía tengan madre (en el buen sentido de la palabra, jajaja).

Esa tarde dimos un paseo por la colonia (con algunos de los seis perros que Fer ha rescatado), ya que según nos dijo Piqui, ahí vivieron tanto mi papá como mi mamá de jóvenes (otro regalo). Luego nos despedimos y dejé a Nora en el aeropuerto para dirigirme a casa de mis suegros. Ahí, ellos me recibieron con mucho cariño y al día siguiente –después de unos deliciosos sopes que hizo mi suegra- me llevaron a un tianguis que queda cerca de su apartamento.

Más tarde fuimos a comer con Carmina (Mina), una de las hijas de mi suegro (no el papá de mi marido) que es una gran pintora, y aproveché para decirle que me fascinaban unos cuadros hermosos de ángeles que había visto en casa de su papá. Me dijo que iba a ver si tenía todavía algunos. La dejamos en su apartamento y regresamos al nuestro (bueno, al de ellos). Como a las dos horas, nos llamó para decirnos que sí había encontrado… yay! Nos adelantamos mi suegra y yo y escogí uno muy bonito. Ya casi para despedirnos, me habló Piqui para darme la noticia de que mi querida tía Alma por fin se había liberado.  Al revisar mi teléfono me di cuenta que no traía datos, se los puse y me di cuenta que minutos antes me había hablado Norma, otra de las hijas de mi tía Alma.

Le di la noticia a Caro, otra prima muy querida por parte de mi papá, y quedamos en que pasaría por mí para ir esa misma noche a la funeraria, sin embargo los trámites fueron muy largos y el cuerpo llegó ya muy tarde.

Esa noche también tuve sentimientos encontrados. Estaba feliz de que mi tía hubiera dejado de sufrir, pero triste por lo que le había tocado vivir en sus casi noventa y ocho años (los cumpliría en abril).

Pero bueno, ella había enfrentado todo con amor y llegó a convertirse en un pilar, primero para sus hermanos y luego para sus hijos, nietos y biznietos.

Al día siguiente estuve en la funeraria unas cuantas horas antes de que saliera mi vuelo. Una vez más, sentí cómo la vida me consentía al permitirme acompañar a la Bandolera  en sus últimos días.

Fue un honor y un privilegio el haber coincidido en esta vida con esa gran mujer y el haber formado parte de su familia.

¡Hasta pronto querida Tía Alma, gracias por tanto amor!!!!

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Así que como pueden ver, aquí podemos aplicar la tan conocida frase de  César Lozano: No es lo que te pasa, sino cómo reaccionas a lo que te pasa. 

¡Hasta la próxima!

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