TODA UNA VIDA

Esto que ven aquí soy yo. Bueno, no, no soy yo. Es una peculiaridad del vehículo que transporta eso tan valioso que YO SOY y forma parte de mi historia de vida, de esta vida elegida por Aquel que me creó y aprobada por mí.

Esa peculiaridad cumplió hace dos días cuarenta y cinco añotes y la exhibo con tanto orgullo como a mi cabellera cuando voy a que me peinen. ¡me encanta! Hace muchos años cuando me arreglaba para un concurso de belleza, mi mamá, maquillaje en mano, se ofreció a cubrirla.

– ¡Claro que no! – respingué. No me importa que el vestido deje al descubierto mi cicatriz. Sin ella, sentiría que no soy yo.

Para los que no saben, tengo unas varillas (barras de Luque) en la columna, desde el chakra del plexo solar hasta abajo. Ellas hicieron que una vez me detuvieran en el aeropuerto de Juárez. También lograron que mis hermanos detuvieran su ira y que no me pegaran cuando actuaba como puberta jodona. Detuvieron las intenciones de la SEP de ponerme a hacer ejercicio en secundaria y en la prepa. Bueno, ellas y el hecho de ser hija de médico, quien me solapaba dándome un justificante siempre que se lo pedía.

Lo que no pudieron detener fue mi crecimiento, ya que hasta se quebraron en dos partes.

Tampoco detuvieron mi derecho a crecer como una chava normal, mi derecho a bailar, a patinar, a enamorarme, y posteriormente, mi derecho a formar una familia dando a luz a dos hermosos hijos de la forma en que lo habían hecho todos mis ancestros femeninos: a grito pelado en parto natural.

A cuarenta y siete años de haber sido diagnosticada, no dejo de agradecer a mi hermana Patricia por detectar algo raro en mi columna y a mis padres por haber tomado la decisión de dejar que el gran cirujano Eduardo R. Luque me tomara como conejillo de Indias abriéndome como pescado para detener el avance de la escoliosis. Agradezco también a mi primo Luis Esparza Alonso por habernos sugerido a tan excelente cirujano y por estar al pendiente de mí desde ese día hasta la fecha; agradezco a todos aquellos que ese 9 de septiembre de 1977 me donaron sangre, a todo el personal del hospital, a mis queridos tíos y primos Montejano Alonso por hospedarme en su casa durante un largo mes de convalecencia. Y, sobre todo, pero sobre todo, a mi mamá por haberme cuidado con tanto amor, y a mi papá y a mis hermanos que se regresaron a Chihuahua con dos lugares extras en nuestro lanchón, o que diga, en nuestro guayín y el corazón encogido por lo que estábamos a punto de vivir. Yo sometida a tremenda operación y con el fantasma de las secuelas acechando. Ellos a 1500 kilómetros del ser que tanto amábamos todos (mi mamá, por supuesto).

Varillitas: ha sido un placer recorrer esta vida a su lado. ¡Gracias por todo lo que me han dado!

UN MOMENTO MÁGICO

El mes pasado platiqué en el chat de unas amigas que me he querido apuntar como voluntaria en el área de bebés prematuros de un hospital, pero que no he llenado la solicitud. Les conté que me encantaría cargar bebés todo el día (o el rato que se pueda) y decirles cosas bonitas, como que son un regalo de Dios, que así ya son perfectos, que pueden lograr todo lo que quieran, etc.

La respuesta de doña Eugenia, la más sabia de mis amigas y mi madresanta adoptiva me dejó pensando: “no te esperes, comparte esas bendiciones y ese amor que Dios nos regala para que siga creciendo”.

Y bueno, pues no me he contactado con la chava que me mandó la solicitud ni he hecho nada más, solo que hace unas semanas, en el avión de regreso de San Francisco, esas palabras hicieron eco.

Dos asientos delante de mí venía berreando un bebé. De inmediato me acordé de mi amiga Chío Soto, quien en cierta ocasión calmó a un bebé llorón (también en un avión) enviándole amor. Entonces me cayó el veinte y sonreí: si bien aún no estoy autorizada para ir a cargar bebés y decirles cositas bonitas que llenen su alma, en ese momento la vida me estaba dando una oportunidad de volcar mis buenas intenciones en ese bebé en particular. Sin pararme de mi asiento (obvio, me vería muy creepy tratando de cargarlo), empecé haciéndole ho’oponopono y diciéndole todo aquello que tenía reservado para los bebecitos del hospital. Como por arte de magia, el llanto cesó. Y entonces experimenté algo rarísimo: una oleada de amor comenzó a agolparse en el chakra del corazón y sentí la necesidad de extender el procedimiento a todos los pasajeros y tripulación del avión. Así lo hice, pero no fue suficiente, el amor seguía creciendo y creciendo y yo sentía que me iba a estallar el pecho. Emocionada y con el ojo de Remi, bañé a todo el planeta de buenos deseos, afirmaciones positivas, agradecimiento y AMOR.

¡Fue poderosísimo, nunca me había pasado!

Esa experiencia me mostró el poder de la palabra. ¿Qué hubiera sucedido si la respuesta de doña Eugenia fuera otra o si sus palabras no hubieran encontrado un terreno fértil en mí? Lo más probable es que nada. Hubiera recordado el ejercicio de Chío, tal vez lo hubiera intentado con el bebé y ya, pero ese momento mágico nunca se hubiera dado.

Así que la próxima vez que sienta el impulso de hacer algo bueno, no voy a esperar a que se den las cosas como creo que se deben de dar (en este caso, llenar la solicitud para el hospital, que me acepten, y que acomode esta nueva actividad a mi rutina).

Al fin que para que el amor fluya, nada de eso es necesario.

NADA ES PARA SIEMPRE

Por Laura Jurado

Esta mañana mientras me lavaba las manos en la cocina observaba embelesada el contraste perfecto del rosa y verde de mi azalea contra el blanco-casa-griega de la maceta que acababa de adquirir. ¡Qué belleza! Mis ojos recorrieron el mueblecito donde la tengo, y todo armonizaba: el tronco de un árbol, la casita de madera en las tablas de abajo, la maceta azul donde mi esposo trasplantó meses atrás unos piecitos de hiedra y que ahora (contrario a su naturaleza) crecen para arriba, inundando la parte superior del mueble, la pesada casita beige con piedras para que las abejas vengan a tomar agua y no se ahoguen. De repente me topo con un corazón de madera que había adquirido hace varios años en una venta de garage. Este venía originalmente atado a otros siete corazones, todos pintados de azul, pero cada uno con una palabra en color blanco: paz, amor, abundancia, y lindeces por el estilo. El inocente corazón que intentaba adornar el mueblecito estaba más pa´llá que pa´cá. La madera ya hinchada, la pintura comida, las letras casi ilegibles. Y pensé, bueno ¿y por qué todavía lo tengo si claramente se ve que ya cumplió con su función? Y eso me hizo reflexionar y darme cuenta de que al tirar o regalar las cosas que se van haciendo feas, que se quiebran, o dejan de funcionar, nos hacemos conscientes de que NADA ES PARA SIEMPRE, de que HAY QUE DEJAR IR. Y eso aplica también a personas. ¿De qué nos sirve una relación tóxica con una supuesta amistad, un amigovio, movida, pareja, conocido o pariente? Sí claro, no digo que hay que salir corriendo a las primeras de cambio, pero sí que hay que quitarse de donde no fluyas. Si cada vez que estás con esa persona te conviertes en algo que no te gusta, ¡ámonos!

Lo mismo aplica para cuando la vida es quien te quita algo o a alguien del camino, ya sea por cambio de trabajo, de residencia, por muerte, o simplemente porque ya no quieren estar contigo. Se acabó. C´est fini.

NADA ES PARA SIEMPRE.

NADIE ES PARA SIEMPRE.

Algún día todos nos graduaremos de esta universidad llamada VIDA. Mientras eso sucede, a disfrutar de lo que ahora podamos. A ESTAR PRESENTES.

Y hablando de estar presentes, un ejercicio que me gusta hacer es adelantarme con la mente unos años y pensar qué se sentirá recordar este tiempo en el que mis hijos aún viven con nosotros. El saber que estos años serán -probablemente- una cuarta parte de su vida, me hace saborearlo aún más. Me hace querer dejarles buenos recuerdos. Porque de eso se alimenta el alma. Porque de eso también vive el espíritu.

Wow… me sorprende la cantidad de pensamientos que surgieron con tan solo observar, pero más me sorprende la paz que siento después de escribirlos… ¡hagan de cuenta que fui a terapia!

¡Gracias pedacito de madera por compartir tu sabiduría conmigo!