EL VIAJE DE LA PEQUEÑA LLAMITA

Nueve de mayo de mil novecientos sesenta y cinco.

-Este día me gusta para iniciar mi nueva aventura, dijo la llama de luz. ¡Me encanta el plan que me has trazado, estoy muy emocionada, vamos a hacerlo!

– Adelante, asintió con la cabeza la otra llama, que era millones de veces más grande. Y mientras ambas observaban la Tierra desde arriba, la llama enorme le dio un empujoncito a la pequeña, haciendo que esta pasara del éxtasis a una desgarradora tristeza.

– Pero ¿qué te pasa? ¿Por qué lloras si tú aceptaste gustosa esta misión?

– ¡No sé, me parece increíble todo lo que voy a vivir, pero no quiero separarme de ti!

– ¡Nadie puede separarnos mi reina! Eres parte de mí… tú eres yo, y a través de ti, experimentaré el amor, el odio, la alegría, la tristeza, las ilusiones, ¡todo eso que he creado!

Pero la llamita ya no escuchó la respuesta. Entró de golpe y porrazo al cuerpo de un jadeante bebé. Aparentemente se le había terminado su contrato en el que antes fuera un espacioso departamento. Este parecía tener vida propia, se contraía cada dos minutos, aplastándolo y empujándolo a la salida sin remedio. El problema era que los guardias aún no abrían la puerta, a pesar de que el bebé tocaba y tocaba con su cabecita. Por fin, después de lo que para la llamita fue una eternidad, la puerta se abrió de par en par y el bebé salió agradecido a los amorosos brazos de un sonriente y orgulloso doctor. Era el papá de la criatura. Después de revisar que todo estuviera bien, le dijo a la mamá del bebé: ¡Es otra niña! Con toda la experiencia que le habían dado los seiscientos ochenta y siete partos que había atendido, cortó el cordón umbilical, le dio la bienvenida a su sexta hijita y se la pasó a su mujer. ¡Ay viejo, gracias a Dios que todo salió bien!

La pequeñita, sabiendo que en realidad era una llama de luz, abrió sus enormes ojos y miró agradecida a esas dos bellísimas llamas y supo que los amaría con locura y que sería correspondida.

Y suspiró llenando su campo áurico y todo su ser con el más puro amor.

De ese hermoso acontecimiento han pasado cincuenta y siete años. La pequeña llamita ha vivido de todo durante ese tiempo, y la Llama grande lo ha experimentado junto con ella. Las dos llamas que ella escogió antes de venir a la Tierra cumplieron ya su misión, dejándole el alma rebosando de amor.

Hoy, al cumplirse esos cincuenta y siete años, yo, la pequeña llamita conocida como Laura Jurado y también como Guny, agradezco al Ser Supremo (Llama Grande) por ayudarme a elegir esta maravillosa encarnación. No pude haber tenido mejores maestros. Mis queridos Gordos, junto con mis hermanos, esposo e hijos han sido lo mejor que me ha pasado.

Si a eso le sumamos a mi familia política, a todos mis tíos, primos, sobrinos, cuñados, amigos, mascotas, atardeceres, el jardín encantado, mis dedos hilando con rapidez una historia, los viajes, el olor a tierra mojada, las cuatro estaciones, la abundancia, la Pacha Mama, la meditación, el círculo de tambores, los abrazos, los besos, los te quiero, el acompañamiento de decenas de terapeutas, la magia manifestándose en mi vida, la paz, la alegría, el mariachi, la música de las grandes bandas, mi pijamita y mi bata en invierno, el bañarme con agua calientita, la satisfacción de hacer bien mi trabajo, el placer de servir… ¡uf! Me podría estar aquí toda la noche y la madrugada y no terminaría, pero el templo de esta pequeña llamita necesita descansar, así que aquí la dejamos.

Solo quiero lanzar un ¡GRACIAS, GRACIAS, GRACIAS! a la vida, a la Fuente, a todo y a todos los que mencioné, y muy especialmente, a quienes hicieron que en mi cumple me sintiera muy querida y/o apreciada. Ya mañana (o más bien hoy pero cuando sea de día) comenzaré a agradecer sus publicaciones en mi muro.

Esta pequeña llamita honra y reconoce a todas las llamas que iluminan mi vida. Los quiero y así.

Abursito.

NADA ES PARA SIEMPRE

Por Laura Jurado

Esta mañana mientras me lavaba las manos en la cocina observaba embelesada el contraste perfecto del rosa y verde de mi azalea contra el blanco-casa-griega de la maceta que acababa de adquirir. ¡Qué belleza! Mis ojos recorrieron el mueblecito donde la tengo, y todo armonizaba: el tronco de un árbol, la casita de madera en las tablas de abajo, la maceta azul donde mi esposo trasplantó meses atrás unos piecitos de hiedra y que ahora (contrario a su naturaleza) crecen para arriba, inundando la parte superior del mueble, la pesada casita beige con piedras para que las abejas vengan a tomar agua y no se ahoguen. De repente me topo con un corazón de madera que había adquirido hace varios años en una venta de garage. Este venía originalmente atado a otros siete corazones, todos pintados de azul, pero cada uno con una palabra en color blanco: paz, amor, abundancia, y lindeces por el estilo. El inocente corazón que intentaba adornar el mueblecito estaba más pa´llá que pa´cá. La madera ya hinchada, la pintura comida, las letras casi ilegibles. Y pensé, bueno ¿y por qué todavía lo tengo si claramente se ve que ya cumplió con su función? Y eso me hizo reflexionar y darme cuenta de que al tirar o regalar las cosas que se van haciendo feas, que se quiebran, o dejan de funcionar, nos hacemos conscientes de que NADA ES PARA SIEMPRE, de que HAY QUE DEJAR IR. Y eso aplica también a personas. ¿De qué nos sirve una relación tóxica con una supuesta amistad, un amigovio, movida, pareja, conocido o pariente? Sí claro, no digo que hay que salir corriendo a las primeras de cambio, pero sí que hay que quitarse de donde no fluyas. Si cada vez que estás con esa persona te conviertes en algo que no te gusta, ¡ámonos!

Lo mismo aplica para cuando la vida es quien te quita algo o a alguien del camino, ya sea por cambio de trabajo, de residencia, por muerte, o simplemente porque ya no quieren estar contigo. Se acabó. C´est fini.

NADA ES PARA SIEMPRE.

NADIE ES PARA SIEMPRE.

Algún día todos nos graduaremos de esta universidad llamada VIDA. Mientras eso sucede, a disfrutar de lo que ahora podamos. A ESTAR PRESENTES.

Y hablando de estar presentes, un ejercicio que me gusta hacer es adelantarme con la mente unos años y pensar qué se sentirá recordar este tiempo en el que mis hijos aún viven con nosotros. El saber que estos años serán -probablemente- una cuarta parte de su vida, me hace saborearlo aún más. Me hace querer dejarles buenos recuerdos. Porque de eso se alimenta el alma. Porque de eso también vive el espíritu.

Wow… me sorprende la cantidad de pensamientos que surgieron con tan solo observar, pero más me sorprende la paz que siento después de escribirlos… ¡hagan de cuenta que fui a terapia!

¡Gracias pedacito de madera por compartir tu sabiduría conmigo!

LA AMABILIDAD, ESA HERMOSA CUALIDAD QUE NO CUESTA NADA… ¿O SÍ?

Antier tuve que ir a la estación de policía a reportar un accidente de tránsito. Nada serio, un besito que un señor cargando en su maleta ochenta abriles le dio a mi camioneta el sábado pasado. Me dirigía a mi clase de Pilates, y tómala que dando vuelta hacia una calle más transitada nada más sentí el golpe: ¡pum! El pobre señor se había pasado el semáforo en rojo. Nos “orillamos a la orilla”, nos bajamos, y después de comprobar que ambos estábamos bien, le pedí su licencia y su seguro.

¡Ay, discúlpeme señorita, esta mañana no tomé mi café! No pasa nada, lo importante es que los dos estamos bien.

Diez o quince minutos más tarde nos despedimos, y como ya había faltado a Pilates la semana pasada, me dirigí al estudio para -aunque sea- hacer ejercicio una media hora.

Apenas llevaba unas dos cuadras cuando me asaltó la duda: ¿deberé ir o mejor le aviso al seguro (y a mi marido)? El sonido de metal rozando con la llanta me dio la respuesta. Me paré en una calle menos transitada y le llamé al seguro, luego a mi marido y finalmente a la policía (no había nadie que tomara mi reporte, me dijeron que llamara el lunes). Mi esposo, no sé por qué, como que se enojó, pero como buen caballero, llegó en cinco minutos a rescatar a su dama.

  • ¿Pues no que había sido un besito?
  • Pues sí, ¿no? Pero no te preocupes, ya hablé al seguro y el señor va a pagar todo.

Mis palabras no disminuyeron en nada su preocupación ni hicieron que de sus labios brotara una sonrisita. Se puso a revisar los daños, y tras jalar un poco la defensa hacia él, logró que dejara de rozar con la llanta.

  • ¿Vas a ir a otro lado? Yo creo que es mejor que ya no salgas en esta camioneta

Y pues sí tenía varios pendientes, pero estaba consciente de que lo primero era lo primero, así que nos regresamos a la casa.

El lunes se me olvidó hacer lo del reporte de policía, que, si bien no era obligatorio, lo recomendaba la aseguradora, así que el martes saliendo del gimnasio me pasé a la Estación.

Me atendió una señorita que lo que tenía de bonita lo tenía de grosera, maleducada, malencarada y jetona (aunque estos dos últimos sean sinónimos, se los ganó). Le dije a lo que iba, y al comentarle que el buen señor y yo habíamos intercambiado información, casi casi me regaña por ello.

  • Ya no se puede hacer nada, contestó sin expresión.
  • ¿Cómo que nada? Yo hablé el sábado y la persona que me atendió supo que el señor me había dado sus datos.
  • Pues no. Ya no podemos asignar a un detective para que investigue.
  • ¿Y quién quiere que investiguen nada, disculpe? El señor reconoció que fue su culpa y su seguro va a pagar todo.
  • Pues no. No podemos hacer nada.
  • ¿Y entonces para qué me dijeron por teléfono que hablara o viniera el lunes?
  • Pues puede llenar este reporte en línea o por teléfono nada más.
  • Jelou… eso es lo que quiero!!!

Para esto, la vieja jetona hablaba muy bajito. Como en tres ocasiones le dije que no le escuchaba, y la muy “#$%& teniendo el micrófono frente a ella, se movía apenas un milímetro… pero hacia un lado, no hacia enfrente!!! ¡Ay qué frustración! De inmediato vino a mi mente la querida señora Rosa Isela Meléndez, con quien trabajé muy de cerca cuando -junto a otras maravillosas personas, como el Licenciado Roberto García- fundamos la Sociedad Protectora de Animales de Delicias y la Región.

La señora Meléndez, que era (y sigue siendo) toda una dama, nos contaba que cuando le tocaba ser atendida con desgano por alguna persona, les decía: No te gusta lo que haces, ¿verdad?

Estuve a un pelito de decirle eso a la fulana, pero no lo hice por collona… me dio miedo que por trabajar en la policía pudiera tomar represalias.

Al día siguiente fui al taller que me indicaron en la aseguradora, las personas con las que interactué me atendieron muy bien, lo mismo que la muchachita que mandaron de la renta de carros a recogerme.

¡Ah, pero todo fue llegar a Enterprise para que me dieran ganas de decirle lo mismo al hombrote (un joven de veintitantos años, altote y musculoso) que me atendió! ¿Por qué? Pues porque nunca sonrió, y de manera mecánica me pidió mi licencia, tarjeta de crédito y seguro.

Esa actitud -y la de la ruca del día anterior- me hicieron reflexionar sobre la amabilidad.

¿Qué les cuesta? -pensaba. ¡Tan fácil que es sonreírle a la gente y tratarlos bien! De hecho, me sorprende cuando las personas que atiendo (en los seguros) agradecen mi amabilidad.

 ¡Es que no me cuesta nada, al contrario, creo que mi vida sería horrible si tratara mal a la gente! Además, fue lo que siempre nos inculcaron mis papás.

Sin embargo, luego recordé a mi hijo, quien es muy buen muchachito, pero batalla para sonreír a personas que no conoce, o con quienes no convive mucho, como mis amigas, por ejemplo.

¿Por qué lo hace? ¿Por grosero? No, mi hijo en realidad es tímido (todo lo contrario de Catalina, quien tiene la sonrisa a flor de piel… ¡y eso me encanta!). Eso me hizo pensar que probablemente el hombrote y la amargada también lo son.

¿Qué puede hacer una persona que nomás no puede ser amable, ya sea por timidez o por jetonez, pero que entiende que la primera beneficiada si cambia de actitud va a ser ella?

Si es tímida, recordar que las demás personas no necesariamente saben cómo te sientes. Muchos de los grandes actores se siguen poniendo nerviosos frente al público o frente a las cámaras. Ay sí, pero ellos son actores y yo no. Bueno, nadie te está pidiendo que repitas un soneto de Shakespeare frente a trescientas personas. Lo único que tendrías que hacer (si quieres…) es respirar profundo, RECORDAR QUE LOS DEMÁS SON TAN HUMANOS COMO TÚ, y sonreír, lo demás viene por añadidura. Una sonrisa te abre puertas, derriba barreras. ¿Por qué? Porque a todos nos gusta que nos traten bien. No creo que haya alguien que disfrute de una mala cara, ¿tú sí? I don´t think so. ¿Te imaginas que alguien estuviera ansioso por verle la jeta al cajero del banco? ¿Por saludar a la vecina geniosa sabiendo que lo va a dejar con el ‘buenos días’ en la boca? No. El mundo no funciona así. En realidad, tendemos a buscar a la gente que nos hace sentir bien y a evitar a la que no.

Bueno, pero ¿y si no es timidez sino ganas de chingar al prójimo o falta de empatía? Lo mismo: empieza sonriendo. Y RECUERDA QUE LA VIDA ES UN BÚMERAN (boomerang para los que no sabían que así se dice o también bumerán). Tiras buena onda, se te regresa buena onda. Tiras mierda, se te regresa mierda. ¿Qué quieres atraer? Me parece que es fácil la decisión.

Me viene a la mente la bellísima canción “Don´t let it show” (The Alan Parsons Project), traducida al español como “Finge que no” y magistralmente interpretada por Mimí la de Flans. Así tú, finge que no te da flojera sonreír; finge que no te choca que lleguen los clientes a tu ventanilla y trátalos bien. Comienza fingiendo, sonríe, sonríe, sonríe, que tu cerebro no sabe la diferencia entre lo real y lo actuado. Llegará el momento en que la sonrisa saldrá de forma automática, y para entonces ya estarás acostumbrado al torrente de endorfinas, serotonina y dopamina que ese sencillo acto libera y a las reacciones positivas que obtendrás de las personas con quienes convivas.

Bueno, aquí están mis cinco centavos. Mientras tanto, seguiré sintiéndome muy orgullosa por haber tenido los padres más amables y serviciales del mundo.

Nos dieron buen ejemplo Gorditos queridos, ¡gracias por ello!

Toby

Nadie nace sabiendo todo. Bueno, habrá unos cuantos elegidos que sí, pero yo no soy de esos.

Cuando nos cambiamos a Estados Unidos solo teníamos a Ron, un Cocker Spaniel, quien fue nuestro primer bebé. Ignorantes de muchas cosas, nunca lo operamos. No sabíamos que el número de perritos crecía exponencialmente y que muchos de ellos terminaban abandonados a su suerte y/o sacrificados en el antirrábico. Con esa ignorancia se lo presté un día a mi amiga Marcela Atkinson para que cortejara a su perrita Nala y pues ese par nos hizo abuelas.

Años más tarde, cometimos otro acto que ahora muchos reprobamos, y con justa razón: compramos un cachorrito de Golden Retriever a una familia que a eso se dedicaba. Sí, ahora lo veo todo diferente, pero bueno, ese era nuestro nivel de conciencia. Le pusimos Manolo, y en nuestra defensa, les diré que a ese sí lo esterilizamos (de hecho, no me acuerdo si llegamos a esterilizar finalmente a Ron o no).

Luego nos regalaron un gatito (Gatichico), quien vino a llenar ese vacío que solo los amantes de los gatos pueden entender.

Más tarde, cuando nos cambiamos a esta casa, invitamos un día a comer a nuestros amigos Sol y Joe. Me lancé a Walmart a comprar todo para unas hamburguesas, y cuando venía de regreso, me cerró el ojo un carro lleno de cachorritos de Golden Retriever que estaba estacionado, y pues ya entrados en gastos me traje uno. Sí, ya sé, mi nivel de conciencia seguía pa´la chingada.

Al poco tiempo llegó Jesusito (otro Golden Retriever de mega alcurnia), regalo de nuestros amigos Marisa y Rogelio, y meses después, Paco, el único gatito con ojos delineados que adoptamos de un albergue. ¿Qué pasó con Gatichico? Pues que tuve a mal dejarlo salir a sabiendas de que los gatos no se enamoraban de las personas sino del terreno, pero no pude resistir el verlo con ganas de salir a disfrutar de tanto árbol. Nunca regresó.

Después llegaron: Zorry (también adoptado, pero de otro albergue), el buen Beno (cruza de no sé qué ovejero, rescatado de las garras de una vieja que lo tenía en un mini espacio a la intemperie -en pleno invierno, grrrr-), Matute (un espectacular Gigante de los Pirineos adoptado de Canhijolandia, el albergue de mi amiga Bella en Chihuahua), Sasha (mi niña hermosa, una Pointer, también de los canhijos de Bella) y finalmente, Lola (una dizque cruza de Labrador y Ovejero Australiano que nos regalaron, y aunque está feisita como murciélago, ya sentimos que la queremos).

Pues bien, los últimos que quedaron de todos ellos fueron Toby, Beno y Dolores.

Toby resultó el más mandilón y faldero de todos y se enamoró perdidamente de mi marido. Una vez que nos fuimos de vacaciones y lo dejamos junto con los otros en la guardería, nos habló mi vecina para decirnos que le habían llamado del lugar, ya que la habíamos puesto de contacto de emergencia. Resulta que el niño no quería comer, estaba muy triste. Ella muy linda se ofreció a recogerlos, llevarlos a nuestra casa y atenderlos mientras no estuviéramos. ¡Por supuesto que le tomamos la palabra y Toby fue el más feliz!

Como vieron en las últimas fotos, recientemente tuvimos que comprarle unos calcetines antiderrapantes porque se le abrían las patitas como a Bambi.

Pero eso no fue todo. Hace unas semanas dejó de comer. Yo intuí que ya no le gustaban las croquetas, y ni cómo llevarle la contraria, estoy convencida de que no es la mejor comida para los pobres animales. Me puse a investigar y encontré un video de una veterinaria que prepara la comidita de sus perros, y ayudada por mi hijo, pude incorporar un poco más de nutrición al plato de mis bebés.

Sin embargo, desde la semana pasada empezó Toby a hacerle el feo nuevamente a la comida, y también le dio diarrea y vómito. Mi hijo sugirió que le diéramos pollo, pero como ya era noche y no teníamos, le preparó un arroz. Se lo engulló. Durante los días siguientes esa fue su dieta: pollo y arroz. Luego volvimos a incorporar poco a poco la otra comidita casera y las croquetas, y ahí la llevaba.

Hace unos días comenzó a vomitar y a respirar muy curioso, la verdad es que nos extrañó porque siempre había sido muy saludable (a excepción, claro de los gusanos del corazón que contrajo hace unos años). Eso fue este fin de semana. El lunes siguió igual, por lo que el martes tempranito hice cita para llevarlo al veterinario. Me dieron cita para las 11:30.

Esa mañana se levantó a ver a su amor (o sea mi marido) y se estuvo un buen rato con él en el jardín. Me tardé en darles de comer, antes de poder servirles noté que Toby tenía rato en la misma posición: parado en cuatro patas, miraba despacito para un lado y para el otro, como comiéndose el jardín con la mirada. Yo creo que duró así una media hora. Salí para ver cómo estaba, se veía que había seguido vomitando.

Al poco rato salí con la comida y me extrañó que no viniera. Dejé los platos de Beno y Lola y lo busqué por todo el jardín. Me empecé a paniquear porque no lo encontré por ningún lado, por un momento pensé que se habría caído a la alberca, pero no. Lo busqué en los arbustos donde se resguardó Sasha sus últimos días. Nada tampoco. Entonces lo busqué en otros arbustos, y ahí estaba, muy paradito viéndome. Le acerqué su plato con pollito, ni me peló. Entonces se lo dejé ahí y me fui a bañar.

Al rato salí para revisar si había comido. El plato estaba intacto. Para esto, mi niño ya se había ido para otro lado, cerca de la cocina. Traté de meterlo para que mi hijo no batallara cuando se lo llevara al veterinario, pero por más que traté, no pude moverlo. Bueno -pensé-, le hace bien estar en contacto con la Madre Tierra.

Arreglada ya para una junta, abrí la cochera pasaditas las 11. En eso me grita mi hijo: ¡Ven rápido, no sé qué le está pasando! Salí al patio (precisamente por el club de Toby) y lo encontré tirado. Mi hijo estaba verdaderamente angustiado, le decía a Toby que no se muriera y me preguntaba qué hacíamos. Cuando me acerqué, supe que su bella alma estaba dejando ese viejo cuerpecito: se le notaba en sus ojitos, como vacíos ya, y poco a poco se le fue yendo la lengua de lado. – No hay nada que hacer, hijo, yo creo que ya se está muriendo. ¿Sigue respirando?

Y en eso, todo terminó. El perrito más bueno (o uno de los más buenos) concluía su ciclo en esta tierra y en nuestras vidas. No fue un perro espectacularmente bello por fuera ni se sabía trucos ni nada, pero su alma o eso que lo habitaba, era hermosa.

Mi esposo, que originalmente iba a encontrarlos en la veterinaria, llegó a la casa. Dice que fueron por un edredón para subirlo a la camioneta y llevárselo para ser cremado, y que cuando regresaron con él, estaban Beno y Lola junto a mi niño.

Lola, como siempre, acurrucada junto a él. No sé si entendía que estaba entrando de golpe a la orfandad. 

La vida sigue. Todos mis hermanos y mi Cuñis nos mandaron mensajes muy bonitos. Virgilio me habló, también me dijo cosas muy lindas, y por supuesto terminó con un dicho ranchero (el muerto al hoyo y el vivo al pollo). Lo curioso es que aquí quedó perfectamente, ya que el pollito que había reservado para Tobitas, se lo cedió a mi familia.

Estas fotos son de ayer en la mañana. Creo que su bonhomía (o en este acaso, bonperría) le ganaron una muerte tranquila y poco dolorosa.

Vaya pues un abrazo grande a mi querido Tobillitas quien ha cruzado ya el Puente del Arco Iris. Ahora corre libre junto a todos sus hermanitos y espera ansioso el momento en que se vuelva a reunir con su amado.

¡Te querremos siempre mi niño, gracias por todo y por tanto!

El Paso, Texas, septiembre 28, 2021

¡TAN GÜENO QU´ERA!

¿Han visto cómo de repente un pensamiento te lleva a otro y a otro y a otro? Pues así me sucedió el otro día cuando me puse a pensar en el funeral de la mamá de una amiga. Yo no estuve ahí, pero fácilmente pude imaginar los abrazos, las lágrimas, las palabras de consuelo, los recuerdos bonitos y hasta divertidos que diferentes personas tendrían de la buena señora.

Y entonces pensé: bueno, ¿y por qué nos esperamos a que alguien muera para decir cosas positivas de él o de ella?

¿Y si instituyéramos que en los cumpleaños realmente nos volcáramos a celebrar la vida del festejado y a hacerlo sentir especial? ¡Imagínense qué bonito sería! Digo, no tenemos que olvidarnos del “Felicidades/Que tu día esté lleno de muchas sorpresas/Te mando un abrazote/Come mucho pastel…”, simplemente lo vamos a complementar con lo que diríamos en su funeral, ya que en estos generalmente se nos olvidan los defectos del difuntito.

Pues con eso de que estamos en una era de materialización gracias al prana que fluye ahora más que nunca, hace tres jueves tuve la oportunidad de presenciar mi idea hecha realidad. ¿Cómo? En el festejo de cumple de mi querido doctor Carlos Mendoza, un extraordinario médico que de la Oncología se pasó a la Acupuntura y a la Psicoterapia Gestalt. Con ello y con meditación, ha logrado mejores y más rápidos resultados para sus pacientes. Y algunos suertudotes tenemos la dicha de reunirnos con él una vez por semana para sanar, para aprender, para abrir los ojos del alma.

Me pudo encantar cómo en el festejo, uno a uno fuimos diciéndole lo que él y/o sus terapias significaban para nosotros. Hubo lágrimas, risas, abrazos, chistoretes, pero, sobre todo, mucho amor volcado hacia esa gran persona.

Yo le repetí lo que en alguna ocasión le había dicho: que me sentía muy afortunada por contar con su guía, especialmente en estos tiempos apocalípticos, que una imagen que tenía muy clara era de la Tierra vista desde el espacio, y luego un acercamiento a nosotros, su pequeño grupo reunido alrededor del Maestro, absorbiendo todo ese conocimiento e intentando entender la locura que ahora vive la humanidad. También le dije que sentía como si él fuera Sócrates y nosotros sus discípulos; le conté de la idea que había estado revoloteando en mi mente y que ahora, gracias a él, a lo que inspira, se hacía realidad.

Varios de mis compañeros le dijeron que lo veían como a un padre, que era un ángel, un hermoso ser de luz, que estaban eternamente agradecidos por su presencia en sus vidas.

El doc no cabía en sí de la emoción. Su siempre amplia sonrisa se hizo aún más grande y se quedó así por mucho tiempo. Las comisuras de sus labios eran misteriosamente jaladas por unos hilos… sí, unos hilos dorados, bañados de amor, con los que él pacientemente fue tejiendo las historias de sanación de cada uno de nosotros.

Fue realmente hermoso. Y me di cuenta de lo afortunada que soy, ya que cuento con los mejores maestros: los martes tengo la dicha de participar en el taller de narrativa del célebre novelista regio Kato Gutiérrez. ¿Han leído su blog o sus libros? ¿Han escuchado su podcast? ¡Uf! Precisamente el día que comencé a escribir esto, terminé Cuatro Segundos… ¡qué creatividad, qué manera de entrelazar historias y de salpicarlas con su bella prosa! ¡Aplausos, mi estimado Kato, en verdad que los martes son los nuevos viernes para mí, gracias por eso!

Los miércoles los estoy llenando de música, mi esposo y yo tenemos tres semanas de haber comenzado a tomar clases de canto con el extraordinario José Sandoval, quien tiene una carrera impresionante en el mundo de la música, tanto en México como en Estados Unidos. En este país, acompañó ni más ni menos que a Frank Sinatra (no es la primera vez que tomo clases de canto, desde hace varios años quise aprender, mi maestro era un joven y talentoso músico, pero se me atravesó la bronquitis y tuve que dejar las clases. Luego, hace como uno o dos años, intenté con otra excelente maestra, sin embargo, a pesar de que ella tenía muy buen método y de que es una hermosísima persona, nunca pude vencer la vergüenza de realmente soltar la voz).

Algunos domingos medito con un selecto grupo de mujeres, dirigidas por mi querida canalizadora Alexandra Treviño, a quien el destino puso frente a mí cuando entré a trabajar en los seguros. Con gran firmeza, pero a la vez con dulzura, nos lleva a enfrentar nuestros demonios.  Y ni qué decir de las asistentes, especialmente de la hermosa Claudia Delgado, ella invariablemente recibe mensajes para todas las que estemos ahí.

¿Así o más privilegiada?

Por eso, con más ganas vuelvo a mi propuesta para los cumples. Cambiemos la tan socorrida frase de funeral “tan güeno qu´era” por “tan güeno qu´eres”.

Estoy segura de que sería un regalazo para nuestra autoestima, ya que todos tenemos cosas buenas, solo necesitamos unos de otros para recordarlas.

¿Qué dicen? ¿Les late? Arre pues.

¿Y LA LIMONADA APÁ?

El día de ayer tenía los mismos planes que había tenido los últimos sábados y domingos, levantarme, dar de comer a los perros, tomar mis suplementos y la proteína, y sentarme a dos ignacias a sacar dos de mis más grandes pendientes: las millas que recorrí el año pasado (para la declaración de impuestos) y la revisión de Mamá con Soda.

¿Revisión? ¿Cómo para qué o qué? Pues porque después de varios meses en un taller de narrativa con el gran Kato Gutiérrez (un regio que hace honor a su gentilicio), me di cuenta de lo que es literatura en verdad. Y con esto no estoy satanizando a mi primer bebé literario, si lo escribí y publiqué fue simplemente porque sentí el impulso de hacerlo, mas nunca pensando que ganaría el Premio Nobel con él.

Así que un buen día me animé a contratar sus servicios de tallereo (corrección de estilo), y ahora tengo una descomunal tarea frente a mí.

Hace ya casi un mes que me envió el primer paquete con sus observaciones, y todavía es hora de que no me siento a trabajar en ellas.

Y bueno, ayer que no sé por qué fregados decidí ponerme a lavar ropa y lavar platos en lugar de hacer lo que había dicho, de repente me cayó el veinte al sentirme súper culpable por postergar -una vez más- mis pendientes. Y me di cuenta de que estaba haciendo las cosas no solo con desgano sino así como “¡chin, otro fin de semana desaprovechado!”.

Ese descubrimiento no me gustó en lo absoluto, ya que me pude percatar de que NO ESTABA EN EL AQUÍ Y EN EL AHORA y eso me producía una especie de ansiedad.

¡Ah cabrón! ¡Y yo que juro que cuando la vida me da limones hago limonada! ¡Nombre… nada más alejado de la realidad!

Y me di cuenta de que eso me pasa en muchas otras ocasiones, así que ahí les va una lista de las que me acuerdo:

Cuando estoy apurada y alguien me intercepta para contarme algo y yo me frustro, NO HAGO LIMONADA.

Cuando veo el polvo en mis muebles y quiero huir a Las Malvinas porque no tengo ayudante, NO HAGO LIMONADA.

Cuando alguna amiga quiere desahogarse diciendo únicamente cosas negativas y yo me desespero, NO HAGO LIMONADA.

Cuando un cliente potencial me dice que no y yo me agüito, NO HAGO LIMONADA.

Cuando estoy platicando con alguien que no me deja emitir palabra y me empiezo a traumar porque no puedo hablar de lo que A MÍ me sucedió o de cómo YO lo resolvería, en lugar de simplemente escuchar, NO HAGO LIMONADA.

¡Ups!

Confieso que al principio me desinfló un poco el hecho de ver de frente a mi lado oscuro, pero sé que estaría peor si nunca lo hubiera descubierto.

En fin, espero ser la única en el mundo a la que le pase eso, pero por si las dudas, los invito a pensar qué están haciendo con sus limones.

¡Abursito!