EL GATITO MÁS HERMOSO DEL MUNDO

Escribo estas líneas teniendo a Zorry detrás de mi compu, esperando que no vaya a venir de Tolín y se ofenda al saber que no hablo de él.

Así es, algunos de ustedes ya saben de quién hablo. De nuestro querido Paquito, no solo el gato más hermoso del mundo, también el más tierno.

Su llegada a nuestras vidas se la debo a Gaty, otro gatito que, por culpa mía, nunca regresó. Teníamos poco de habernos cambiado a esta casa y el pobre se la vivía en las ventanas, añorando salir al Jardín Encantado. Un mal día, mi corazón de pollo no aguantó verlo sufrir y lo dejé salir. Lo metí a los pocos minutos. Al día siguiente, lo mismo. Hasta que al tercer día (o algo así), ya nunca más regresó. Peló gallo. Nunca supimos si se había muerto, si había intentado llegar a nuestra casa anterior o qué, pero una vez más le pido perdón a ese chiquito por no haberlo cuidado.

En fin. Gracias a ese descuido, llegamos mi familia y yo a la vida de Paco. O él a la nuestra. Ya también he contado que el día de Acción de Gracias de 2009, a tres meses de la desaparición de Gaty, fuimos una vez más a la perrera municipal (¿o deberé decir la gatera?) a ver si de casualidad aparecía. Yo había pasado las últimas semanas de voluntaria en ese lugar, precisamente para estar ahí si es que él llegaba, pero nada. Ese día no fue la excepción. Me bajé a revisar todas las jaulas y regresé muy triste al carro. No había señas de Gatichico. Entonces a mis hijos y a mí se nos ocurrió la grandiosa idea de adoptar un gatito, a lo que mi marido dijo que no. Le rogamos y le rogamos, le dijimos que no nos diera regalo de Navidad por cinco años pero que nos dejara tener un gatito de nuevo. Por fin accedió.

Entramos al paraíso, o que diga, al lugar. Gatos de todos colores y sabores. Chicos, grandes, con cola sin cola, cafés, grises, anaranjados, negros, you name it.

Yo me enamoré de unos chiquitines peludos sin cola, yo creo que eran un poco más grande que mi mano. Mi marido dijo que no, que era mejor buscar un gatito que ya hubiera sufrido para que apreciara más (bueno pues…). Seguí viendo. Las reglas del lugar eran muy claras: una persona podía cargar solo a un gato para evitar cualquier contagio. Mis hijos ya se habían engolosinado, no recuerdo con qué gatitos. Yo no quería gastar mi única bala. Volteaba para todos lados y no había ninguno que me cerrara el ojo. En eso mi marido señala uno anaranjado y dice: quiero ver ese. ¿Qué les parece? Yo lo vi, y aunque amo a los gatos desde que tengo uso de razón, no sentí ningún clic y me encogí de hombros, resignada. En eso, el rabillo del ojo izquierdo captó un movimiento. Volteo, y está Paco desgañitándose para que lo saquemos, brincando como loco, casi casi con bastón y con bombín, jajaja, ¡hermoso! A todos se nos fueron los ojos y pedimos que nos abrieran su jaula. Lo tomé en mis brazos, su ronroneo se escuchaba a tres cuadras a la redonda, y nos derritió cuando comenzó a darme besitos en toda la cara con su naricita. ¡Su carita era la más hermosa, parecía que tenía los ojos delineados! Nos flechó a todos al instante y pedimos a la persona encargada que nos lo diera en adopción. Comenzamos el papeleo. No sé qué pasa con los gatos chiquitos, pero igual que pasó con Gatichica que resultó ser Gatichico, nos dieron Paco por Paca. Pero eso lo supimos semanas después.

Con todo el dolor de nuestro corazón tuvimos que dejar a nuestro nuevo bebé unos días más para que lo esterilizaran. Era jueves… fue el fin de semana más largo de nuestras vidas. A mí me angustiaba el pensar que Paquito creyera que no nos había conquistado.

Y por fin llegó el día. Mis hijos y yo fuimos por él, y como dice la canción, Oh Happy Day!

Se hizo súper compa de los tres perros, Manolo, Toby y Chuy (y después de Matute, Sasha, Majo y Lola), y se ganó el cariño de todos nuestros amigos y familiares.

Siempre pensé que me leía la mente pues por muchos años, en cuanto yo me despertaba, ya sea que abriera los ojos o no, Paquito llegaba a maullarme para que le diera comida, o que diga, para que lo viera comer, ¡jajaja!

En ese tiempo yo pasaba mucho tiempo escribiendo y haciendo traducciones desde la comodidad de mi reposet y el buen Paco brincaba a mi regazo en cuanto me veía sentada. Comenzaba a ronronear y nos decíamos todo con la mirada, ¡podía sentir cómo nuestras almas se entrelazaban! Había días en que yo andaba a gorro y no me sentaba en todo el día, y el pobre de Paco me perseguía como alma en pena, maullando como enajenado, hasta que me caía el veinte y me iba a sentar con él. Quiero pensar que mi niño necesitaba mi cariño, pero más bien creo que él sabía que yo necesitaba tranquilizarme. ¡Ay hermoso!

Luego llegó Zorry varios años después y Paquito se volvió un rufián, jajaja! ¡Le daba sus buenos zapes, lo odiaba! El pobre Zorry nunca se le puso al brinco.

Lo operaron dos o tres veces porque se le tapó la uretra, y nunca volvió a ser el mismo. De dos años para acá dio el viejazo. Se quedaba como hipnotizado junto a su agua y maullaba tooooooodo el día. Hasta que un veterinario me dijo que esos eran signos de demencia senil. Entonces comenzamos a darle un polvito para el cerebro que medio lo volvió a la normalidad. También le compramos una fuente y Paco fue el más feliz del mundo.

Comenzó a perder peso. Aparentemente, era también parte de lo mismo. Comenzó a hacerse pipí adentro de la casa, le encantaba venir al baño de mis hijos y hacerse en los tapetes, ¡jajaja! Le puse un arenero y nada. Le puse otro y tampoco. Optamos entonces por comprarle tapetitos entrenadores para perro. A veces le atinaba, a veces no, pero como que le gustaba más imitar a los perros que ser gato.

De unas semanas para acá, la alfombra de la tele comenzó a oler bien rico. Yo creo que al inocente ya le daba hueva salir y se hacía donde fuera. A veces hasta en su camita. ¿Y cómo enojarse con él?

También noté que dejó de venir a las recámaras, donde tenemos sus croquetas, así que comenzamos a darle más comida de lata. Cada vez fue comiendo más poquito. En ocasiones movía su boquita como viejito molacho.

El lunes hice cita con su doctor, pero me la dieron hasta el jueves, así que me lo llevé a otra clínica. Había bajado tremendamente de peso, de cuando era un gatito normal (sano, pues) con 13 libras a tan solo 7 (¿o 6?). Se lo llevaron para sacarle sangre. La doctora regresó con malas noticias. Mi niño tenía falla renal y una anemia tremenda. Por eso se pasaba todo el día tirado en la alfombra. Por eso seguía tomando agua como enajenado. Por eso hacía pipí donde le daba la gana. ¡Ay mi chiquito! Según la doctora, lo mejor era dormirlo, pues estaba sufriendo mucho. La verdad esa noticia me cayó de sorpresa, pues, a diferencia de Manolo, Matute y Chuy, que batallaban ya para respirar, Paco nunca se vio así de mal. Yo pensaba que simplemente estaba viejito.

Salí llorando de ahí. Les avisé a los niños y a Willy. Ricardo fue el que lo tomó más mal. No estaba de acuerdo. Él quería que se fuera apagando poco a poco y que muriera en la casa. Nos convenció. Sin embargo, les dije que iba a ir al día siguiente (ayer) con su veterinario para dejarle los resultados de laboratorio, a ver qué decía él. Así lo hice, pasé a la clínica, dejé los papeles, y antes de una hora ya me estaba llamando el doctor para confirmarme lo que me había dicho la doctora el día anterior. Le pregunté si podíamos dejarlo que muriera en casa, pero me dijo que no, que el inocente se estaba sintiendo de la patada, con náuseas y dolor de cabeza, así que quedamos en que lo llevaríamos esa misma tarde.

Mandé un mensaje a mi familia. Ricardo no había ido a trabajar por si sí lo dormíamos y se pasó todo el día con Paco. Le dio pollito. Luego le dio atún. Le puso pintura vegetal en sus patitas para tomar sus huellas. Puso un banquito junto a él y no sé qué tantas cosas le habrá dicho. Lloró y lloró, igual que lo había hecho la noche anterior.

Finalmente se llegó la hora. Fue por una cobijita para cargarlo. Escogió una delgadita de Gymboree que él usaba de bebé. Catalina nos alcanzó allá. Esperamos, esperamos y esperamos.

El doctor estaba hasta el gorro de pacientes. Los cuatro tuvimos la oportunidad de cargarlo un rato más y de despedirnos de él. Por fin nos pasaron al consultorio. Le pedí al doctor que repitiera a mi familia lo que me había dicho por teléfono. Mi hijo había contemplado la posibilidad de un trasplante, y bueno, no era algo tan descabellado, pero lo descartamos por su avanzada edad. La señorita que se encargó de liberar a Paquito de su dolor nos trajo una cobijita más mullida para que estuviera un poco más cómodo. Luego le aplicó un sedante. Nunca dejó de mover su colita y todo el tiempo tuvo sus ojitos abiertos. Aparentemente eso es normal. Pasó un rato. Revisó sus reflejos y nos preguntó si queríamos que lo sedara más. Le dijimos que no, que ya le pusiera la inyección letal. Así lo hizo. Entre moqueada y moqueada. el alma de Paquito se elevó por encima de nuestras cabezas, y quiero pensar que nos dio besitos con su nariz, feliz de acabar por fin con ese suplicio.

Tuvo una vida hermosa. Fue un gatito muy amado. Fue el gatito más hermoso del mundo.

¡Gracias, mi querido Paquito por haberme escogido como tu madre, ¡ha sido uno de los más grandes privilegios de mi vida! Ya pronto nos volveremos a ver… Gracias por todo y por tanto!!!

TODA UNA VIDA

Esto que ven aquí soy yo. Bueno, no, no soy yo. Es una peculiaridad del vehículo que transporta eso tan valioso que YO SOY y forma parte de mi historia de vida, de esta vida elegida por Aquel que me creó y aprobada por mí.

Esa peculiaridad cumplió hace dos días cuarenta y cinco añotes y la exhibo con tanto orgullo como a mi cabellera cuando voy a que me peinen. ¡me encanta! Hace muchos años cuando me arreglaba para un concurso de belleza, mi mamá, maquillaje en mano, se ofreció a cubrirla.

– ¡Claro que no! – respingué. No me importa que el vestido deje al descubierto mi cicatriz. Sin ella, sentiría que no soy yo.

Para los que no saben, tengo unas varillas (barras de Luque) en la columna, desde el chakra del plexo solar hasta abajo. Ellas hicieron que una vez me detuvieran en el aeropuerto de Juárez. También lograron que mis hermanos detuvieran su ira y que no me pegaran cuando actuaba como puberta jodona. Detuvieron las intenciones de la SEP de ponerme a hacer ejercicio en secundaria y en la prepa. Bueno, ellas y el hecho de ser hija de médico, quien me solapaba dándome un justificante siempre que se lo pedía.

Lo que no pudieron detener fue mi crecimiento, ya que hasta se quebraron en dos partes.

Tampoco detuvieron mi derecho a crecer como una chava normal, mi derecho a bailar, a patinar, a enamorarme, y posteriormente, mi derecho a formar una familia dando a luz a dos hermosos hijos de la forma en que lo habían hecho todos mis ancestros femeninos: a grito pelado en parto natural.

A cuarenta y siete años de haber sido diagnosticada, no dejo de agradecer a mi hermana Patricia por detectar algo raro en mi columna y a mis padres por haber tomado la decisión de dejar que el gran cirujano Eduardo R. Luque me tomara como conejillo de Indias abriéndome como pescado para detener el avance de la escoliosis. Agradezco también a mi primo Luis Esparza Alonso por habernos sugerido a tan excelente cirujano y por estar al pendiente de mí desde ese día hasta la fecha; agradezco a todos aquellos que ese 9 de septiembre de 1977 me donaron sangre, a todo el personal del hospital, a mis queridos tíos y primos Montejano Alonso por hospedarme en su casa durante un largo mes de convalecencia. Y, sobre todo, pero sobre todo, a mi mamá por haberme cuidado con tanto amor, y a mi papá y a mis hermanos que se regresaron a Chihuahua con dos lugares extras en nuestro lanchón, o que diga, en nuestro guayín y el corazón encogido por lo que estábamos a punto de vivir. Yo sometida a tremenda operación y con el fantasma de las secuelas acechando. Ellos a 1500 kilómetros del ser que tanto amábamos todos (mi mamá, por supuesto).

Varillitas: ha sido un placer recorrer esta vida a su lado. ¡Gracias por todo lo que me han dado!

UN MOMENTO MÁGICO

El mes pasado platiqué en el chat de unas amigas que me he querido apuntar como voluntaria en el área de bebés prematuros de un hospital, pero que no he llenado la solicitud. Les conté que me encantaría cargar bebés todo el día (o el rato que se pueda) y decirles cosas bonitas, como que son un regalo de Dios, que así ya son perfectos, que pueden lograr todo lo que quieran, etc.

La respuesta de doña Eugenia, la más sabia de mis amigas y mi madresanta adoptiva me dejó pensando: “no te esperes, comparte esas bendiciones y ese amor que Dios nos regala para que siga creciendo”.

Y bueno, pues no me he contactado con la chava que me mandó la solicitud ni he hecho nada más, solo que hace unas semanas, en el avión de regreso de San Francisco, esas palabras hicieron eco.

Dos asientos delante de mí venía berreando un bebé. De inmediato me acordé de mi amiga Chío Soto, quien en cierta ocasión calmó a un bebé llorón (también en un avión) enviándole amor. Entonces me cayó el veinte y sonreí: si bien aún no estoy autorizada para ir a cargar bebés y decirles cositas bonitas que llenen su alma, en ese momento la vida me estaba dando una oportunidad de volcar mis buenas intenciones en ese bebé en particular. Sin pararme de mi asiento (obvio, me vería muy creepy tratando de cargarlo), empecé haciéndole ho’oponopono y diciéndole todo aquello que tenía reservado para los bebecitos del hospital. Como por arte de magia, el llanto cesó. Y entonces experimenté algo rarísimo: una oleada de amor comenzó a agolparse en el chakra del corazón y sentí la necesidad de extender el procedimiento a todos los pasajeros y tripulación del avión. Así lo hice, pero no fue suficiente, el amor seguía creciendo y creciendo y yo sentía que me iba a estallar el pecho. Emocionada y con el ojo de Remi, bañé a todo el planeta de buenos deseos, afirmaciones positivas, agradecimiento y AMOR.

¡Fue poderosísimo, nunca me había pasado!

Esa experiencia me mostró el poder de la palabra. ¿Qué hubiera sucedido si la respuesta de doña Eugenia fuera otra o si sus palabras no hubieran encontrado un terreno fértil en mí? Lo más probable es que nada. Hubiera recordado el ejercicio de Chío, tal vez lo hubiera intentado con el bebé y ya, pero ese momento mágico nunca se hubiera dado.

Así que la próxima vez que sienta el impulso de hacer algo bueno, no voy a esperar a que se den las cosas como creo que se deben de dar (en este caso, llenar la solicitud para el hospital, que me acepten, y que acomode esta nueva actividad a mi rutina).

Al fin que para que el amor fluya, nada de eso es necesario.

NADA ES PARA SIEMPRE

Por Laura Jurado

Esta mañana mientras me lavaba las manos en la cocina observaba embelesada el contraste perfecto del rosa y verde de mi azalea contra el blanco-casa-griega de la maceta que acababa de adquirir. ¡Qué belleza! Mis ojos recorrieron el mueblecito donde la tengo, y todo armonizaba: el tronco de un árbol, la casita de madera en las tablas de abajo, la maceta azul donde mi esposo trasplantó meses atrás unos piecitos de hiedra y que ahora (contrario a su naturaleza) crecen para arriba, inundando la parte superior del mueble, la pesada casita beige con piedras para que las abejas vengan a tomar agua y no se ahoguen. De repente me topo con un corazón de madera que había adquirido hace varios años en una venta de garage. Este venía originalmente atado a otros siete corazones, todos pintados de azul, pero cada uno con una palabra en color blanco: paz, amor, abundancia, y lindeces por el estilo. El inocente corazón que intentaba adornar el mueblecito estaba más pa´llá que pa´cá. La madera ya hinchada, la pintura comida, las letras casi ilegibles. Y pensé, bueno ¿y por qué todavía lo tengo si claramente se ve que ya cumplió con su función? Y eso me hizo reflexionar y darme cuenta de que al tirar o regalar las cosas que se van haciendo feas, que se quiebran, o dejan de funcionar, nos hacemos conscientes de que NADA ES PARA SIEMPRE, de que HAY QUE DEJAR IR. Y eso aplica también a personas. ¿De qué nos sirve una relación tóxica con una supuesta amistad, un amigovio, movida, pareja, conocido o pariente? Sí claro, no digo que hay que salir corriendo a las primeras de cambio, pero sí que hay que quitarse de donde no fluyas. Si cada vez que estás con esa persona te conviertes en algo que no te gusta, ¡ámonos!

Lo mismo aplica para cuando la vida es quien te quita algo o a alguien del camino, ya sea por cambio de trabajo, de residencia, por muerte, o simplemente porque ya no quieren estar contigo. Se acabó. C´est fini.

NADA ES PARA SIEMPRE.

NADIE ES PARA SIEMPRE.

Algún día todos nos graduaremos de esta universidad llamada VIDA. Mientras eso sucede, a disfrutar de lo que ahora podamos. A ESTAR PRESENTES.

Y hablando de estar presentes, un ejercicio que me gusta hacer es adelantarme con la mente unos años y pensar qué se sentirá recordar este tiempo en el que mis hijos aún viven con nosotros. El saber que estos años serán -probablemente- una cuarta parte de su vida, me hace saborearlo aún más. Me hace querer dejarles buenos recuerdos. Porque de eso se alimenta el alma. Porque de eso también vive el espíritu.

Wow… me sorprende la cantidad de pensamientos que surgieron con tan solo observar, pero más me sorprende la paz que siento después de escribirlos… ¡hagan de cuenta que fui a terapia!

¡Gracias pedacito de madera por compartir tu sabiduría conmigo!