LA MAMÁ IDEAL VS. LA MAMÁ REAL – HACIENDO LAS PACES CONMIGO MISMA

El otro día me puse a buscar unos papeles y me encontré los apuntes de un curso padrísimo para padres que tomé hace como ocho años. Éste fue magistralmente impartido por Lelia Onsurez, del Hospital Thomason en El Paso.

Con tristeza, leí algo de lo que ahí estaba escrito: Cuando tu hijo te hable, debes parar el mundo para atenderlo.

Pues bien, hoy, una amiga me contó que su marido le había dicho que era una floja. La verdad, nunca he ido a su casa, así que no sé cómo la tenga, pero he visto la atención que le pone a sus hijos. Me he dado cuenta de que mi amiga no solo detiene el mundo cuando ellos la necesitan, sino que va más allá, con juegos, bailes e interminables risas. Qué tristeza que ese papá no se dé cuenta del papel tan importante que mi amiga juega en la vida de sus hijos y del regalo tan grande que les está dando. 

Eso me transportó varios años atrás y recordé que cuando yo tuve a mis hijos, me hice el firme propósito de ser una excelente mamá. Mi biblia era el libro “What to Expect When You Are Expecting” (‘Qué Puedes Esperar Cuando Estás Esperando’), así como la revista “Parents” (Padres). Esa mamá ideal se veía jugando con sus hijos, educándolos con amor, cocinando juntos, etc. Por ahí deben de andar todavía varias carpetas de cosas padres para hacer con los niños (recetas, manualidades, etc.) que yo arrancaba de la revista. Yo creo que de las 200 ideas que junté, tal vez hice una o dos. ¿Por qué? No estoy segura, pero creo que quise ir en contra de mi naturaleza.

Primero, nunca me ha gustado jugar con los niños (ni cuando era más joven; mi sobrina más grande me cuenta toda frustrada que cuando ella era chiquita y nos pedía a mis hermanas o a mí que jugáramos con ella, lo hacíamos como por un minuto y luego le decíamos que las Barbies tenían sueño; acostábamos a las muñecas y se acababa el juego, jajajajaja).

Segundo, no soy muy paciente que digamos. Cuando mi hijo mayor era muy chiquito y hacía berrinche, yo lo abrazaba hasta que se le pasaba… ¡Uf, eso me hacía sentir la mejor mamá del mundo! Todo fue que creciera un poco más, para que él y mi hija conocieran el ogro que llevo dentro: una mamá gritona, poco tolerante y pegalona (y al escribir esto, se me llenan los ojos de lágrimas, deseando que las cosas hubieran sido de otra manera y que la mamá real se asemejara más a la ideal).

Tercero, aunque quisiera ser de las mamás que cocinan con mucho amor para su familia, la realidad es que yo lo hago porque sé que es mi obligación. A veces, esa mamá ideal se apodera de mí y lo logro, pero la mayor parte del tiempo no sucede así. Y bueno, ni qué decir de cocinar con los hijos… mi paciencia casi nunca da para eso.

Cuarto, si bien mi casa no siempre está al 100%, yo invierto mucho tiempo en ella. Tal vez porque soy muy pachorruda y/o muy desorganizada (empiezo tendiendo la cama y en eso me acuerdo de que tengo que lavar, me llevo la ropa a la lavandería, pero en el camino veo unos zapatos; los tomo y los llevo a la recámara que correspondan y ahí me encuentro dos vasos sucios… después de un buen tiempo, la cama sigue sin tender, la ropa está a medio pasillo, los vasos nunca llegaron a la cocina, etc.).

Recuerdo muy bien un día cuando mis hijos eran chiquitos y yo estaba estrenando ayuda doméstica. Aunque ya había tenido trabajadora, esta señora era diferente, ya que se esperó a que termináramos de comer, lavó los platos y todo el sartenerío, los secó y los guardó, así que a las 4 de la tarde, mi casa estaba impecable. ¿Qué hice? Me salí con mis hijos al jardín y por primera vez me pude sentar en la mecedora y pude disfrutar al verlos correr y SER NIÑOS.

Claro que el gusto me duró muy poco, la señora se enfermó y dejó de trabajar y nunca conseguí otra que se fuera después de la comida.

Y créanme que para las señoras que nos gusta tener la casa arreglada y que quisiéramos más tiempo para nuestra familia, esto es algo muy importante. Tengo una amiga muy querida en el sur de México que cuenta con ayuda doméstica cinco días a la semana… Wow! Para los que vivimos en Estados Unidos, eso es algo prácticamente impensable, pues aquí ganan al día lo que allá a la semana. Por supuesto que su casa siempre está impecable, sus comidas son riquísimas y balanceadas, ella está radiante y puede dedicar tiempo a su esposo y a sus hijas.

Pero bueno, volviendo a lo que hablábamos al principio, a casi 17 años de haberme convertido en madre, estoy empezando a hacer las paces conmigo misma por no haber podido alcanzar ese estándar que formé en mi cabeza. Quiero pensar que la mamá que mis hijos necesitaban era ésta, precisamente ésta: la intolerante, la enojona… la PERFECTAMENTE IMPERFECTA, porque, ¿cómo carambas se explica que por más que yo me esforzara por ser esa mamá ideal, nunca lo haya logrado? Aunque bueno, en mi defensa, debo decir que no soy un monstruo. Gracias a Dios, sí he abrazado mucho a mis hijos, les he dicho cuánto los quiero, les he preparado sus platillos favoritos, hemos cocinado juntos (pocas veces, pero lo hemos hecho), les he contado cuentos, los he arrullado, los he chipleado y les he llevado un diario (uno para cada uno), desde que antes de que nacieran hasta aproximadamente los cinco años. Pero sin lugar a dudas, lo más importante es que he reconocido mis errores ante ellos y les he pedido perdón.

Así que, señores, si notan que su esposa está cansada, de malas, que no está con sus hijos o que se la pasa regañándolos, llamen al 1-800-ALEGRÍA DEL HOGAR. Les aseguro que eso resolverá gran parte de sus problemas. Eso sí, no sean piedras, una vez por semana es muy poquito… que sea mínimo tres.

Niños, jóvenes o adultos: recuerden que sus padres hicieron lo que pudieron, con los recursos y la información que ellos tenían en ese momento.

Por último… señoras, disfruten a sus hijos (aunque ya sean grandes, nunca es tarde), el trabajo de la casa puede esperar. Pero lo más importante, no se torturen tratando de ser lo que no son.

Y si a alguien le sirve mi experiencia, qué bien. Si no, no importa… me ha servido a mí.

¡Hasta la próxima!

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