ABRAZANDO A MIS PINCHES TIRANOS

Esto que voy a platicar a continuación ya lo he dicho en otras gunicharritas, pero siento la necesidad de compartirlo una y otra vez, ahora convirtiéndolo en el punto focal de la historia. Ahí les va pues:

Últimamente me he convencido más de la importancia de hacer un alto en nuestras vidas para identificar a nuestros pinches tiranos, como acertadamente llama Carlos Castañeda a todos aquellos que nos hacen la vida de cuadritos.

Me gusta salirme de mi drama personal y visualizar a la persona (o personas) con las que tengo conflicto, fuera de la Tierra, platicando animadamente junto a mí, pues estoy segura de que no hay nadie que quiera hacerme daño nomás porque sí y viceversa. Realmente creo que todo obedece a algo más grande que un simple berrinche…o inclusive, que un verdadero odio. 

Y es que eso lo he pensado más en este último año, no solo cuando me pasan cosas desagradables, sino cuando alguien me cuenta sus desgracias.

Para mí, es como una manera de escaparme de lo que llamamos realidad. Es ir al punto donde todo se originó y ver la creación del plan maestro de mi vida: mi aprendizaje. Ahí veo a mis pinches tiranos hablándome amorosamente y diciéndome cosas como: “…entonces yo voy a hacer (y como diría mi sobrina Patita: inserte una mega-gachada aquí) para que tú aprendas el valor de (el perdón, la caridad, la abnegación, el agradecimiento, la familia, la amistad, la honradez, o güarever). En ese estado ideal, yo sonrío a esa o esas personas y mi corazón desborda de amor y de gratitud por ella (s). Al final, nos fundimos un abrazo, rodeados de nuestros Maestros y Guías, de los Ángeles y, por supuesto, de Dios. 

Ya de regreso de mi “escape”, puedo ver con otros ojos a quien me hace sufrir y si me doy cuenta, puedo pedir perdón –mentalmente o mejor aún, en persona- a aquellos para quienes yo sea su pinche tirano. 

Así que, mi regalo de fin de año para ustedes, mis queridos lectores, es sugerirles que hagan lo mismo. Cuando se sientan ofendidos o heridos por alguien, dense un momento para reconocer la maravillosa enseñanza que se esconde tras esa acción. Les aseguro que se sentirán más ligeros después de eso. 

A todos los que yo amorosamente –no lo olviden, jajaja- he fregado, lastimado o herido… gracias por permitirme ser parte de su aprendizaje. Recibo esos violincitos y esas ralladas de madre con mucho orgullo. Y a los que me han ayudado a crecer a lo largo de mi vida… todo mi amor y agradecimiento (y un que otro violincito también, jajaja).

¡Gracias por un gran año!!!!

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