DAME UN PUNTO DE APOYO

Antes de empezar, déjenme contarles que esta historia se había quedado sin publicar, pues la escribí más o menos cuando surgieron los problemas técnicos del blog. Podría corregir todas las fechas, pero la verdad no tiene caso, mejor aquí se los aclaro y todos felices y contentos. 

Ahí va pues.

Hace algunas semanas mi familia y yo nos fuimos de vacaciones a Playa del Carmen. Mi esposo tuvo la brillante idea de quedarnos en un apartamento en lugar de un hotel y la verdad fue una excelente decisión, pues era como estar en casa y a la vez andar de vacaciones. Como llegamos en la tarde, el primer día solo fuimos a caminar por la Quinta Avenida (que estaba a una o dos cuadras del apartamento) y cenamos en un restaurante yucateco muy rico.

Al día siguiente, cada quien se levantó a la hora que quiso y venimos saliendo a las frescas de las 2. Nos subimos al carro que habíamos rentado en Cancún, decididos a visitar Tulum. No habíamos caminado mucho cuando nos topamos con otro lugar que queríamos conocer: el Río Secreto, por lo que nos bajamos a preguntar. Estábamos de suerte, los grupos eran de diez personas y estaban esperando justamente a cuatro para hacer el último recorrido. La suerte no paraba ahí, pues nos dimos cuenta que el precio que nos habían dado en el hotel era para gringos –sin importar que portáramos orgullosos nuestro nopal -, pero en la taquilla nos cobraron como mecsicanous.  Nos pusieron un video y luego nos transportaron a la entrada del río (bueno, cerca de ésta). Ahí conocimos a Fernanda, nuestra guía, así como a los otros seis miembros del grupo: una familia que venía de Tijuana y una pareja –él mexicano, no sé de dónde, ella brasileña; la guía nos pidió que nos pusiéramos los trajes de baño, que hiciéramos pipí  y nos diéramos un regaderazo. Luego nos formamos frente a un dizque experto que nos daría los trajes de neopreno. Digo ‘dizque’ porque –como me sucede prácticamente con toooda la gente-, el chavalillo determinó que yo era mega flaquita y me dio un traje que me quedó súper apretado. Pensando en que pasaría más de una hora como embutido, le dije que me diera una talla más grande… ¡fiu, qué diferencia!

También nos prestaron zapatos de agua, chalecos, cascos con luz, y palos de madera con pulsera (para no caernos) y nos dirigimos -ahora sí- a la entrada del río, la cual era una caverna; ahí nos sentamos para escuchar las indicaciones de Fernanda.

A los pocos minutos comenzamos a internarnos.  Apenas habíamos dado unos cuantos pasos, cuando vimos un agujero en el techo de la caverna y pudimos observar un bellísimo árbol (obviamente, por fuera). Seguimos avanzando, y pronto los ‘aes’ y ‘oes’ –diría la ridícula de mi madre- no se hicieron esperar al descubrir infinidad de estalactitas y estalagmitas, así como al ver que la caverna estaba llena de agua.

Podría contarles todo lo que sucedió durante el recorrido (que fue espectacular), pero en realidad de lo que quiero platicar es del palo de madera, el cual –supe después- se conoce como ‘bastón de senderismo’.

Rìo Secreto

Siendo tan solo un humilde trozo de madera con un pedazo de cuerda atado en la parte superior, el dichoso bastón me dio no solo la estabilidad necesaria, sino también un extraordinario impulso… ¡me sentí como si tuviera quince años otra vez! Obviamente, las más agradecidas fueron mis rodillitas. Y ahí fue donde surgió la idea del título: DAME UN PUNTO DE APOYO (y moveré el mundo), pues me puse a pensar que muchas veces necesitamos tan solo algo (o a alguien) en quien nos podamos recargar para así tomar impulso.

Si bien la idea de escribir sobre esto me fascinó desde ese día, dejé pasar semanas y semanas pues no sabía cómo continuar la historia, hasta que…

Hace como quince días fui a una tienda, decidida a comprar unas flores que complementaran la bella vista que de la ventana de mi cocina se disfruta al lavar los platos: el comedero de los pajaritos. Anteriormente había puesto una mesita enseguida de éste y colocado ahí el geranio de mi marido, junto con otra maceta, pero como que algo faltaba. Entonces vi varias macetas con crisantemos y me llamó la atención una de flores moradas. Creo que era la más bonita, pero por desgracia, tenía una ramita quebrada. Mi primer impulso fue escoger otra, pero sentí lástima, y sin saber nada de esquejes, decidí intentar salvarla. En cuanto llegué a la casa puse la ramita quebrada en agua. Me encantó ver como en cuestión de horas, la inocente empezó a levantarse, y a los pocos días, comenzaron a salirle raíces. Ahora, la otrora frágil y deshidratada ramita es una hermosa planta que está casi lista para ser sembrada.

Esqueje de crisantemo

En este caso, el punto de apoyo fue algo tan simple como el agua.

Y bueno, la naturaleza siguió enseñándome, ahora con alas. Todo empezó el domingo antepasado que mi esposo tuvo la fortuna de ver (y fotografiar) un halcón en uno de los árboles de nuestro jardín encantado.

Halcòn

Lo sorprendió tratando de comerse a un pobre pajarillo mientras otro (uno que siempre molestaba a mi gato Paco –o bueno, uno de esa familia) lo ‘aforismaba’ (como dice mi hermano Virgilio), enfurruñado. Después de aguantar un rato los revoloteos de aquel, la majestuosa ave decidió terminar su comilona en otra parte y mi esposo lo perdió de vista.

Al día siguiente, mientras lavaba los platos y observaba embelesada el paisaje, me llamó la atención un inocente pajarito que se había parado junto al comedero vacío. El pobre parecía haber estado envuelto en una riña de cholos: las plumas del cuello estaban a punto de caérsele e inclusive se le veía un poco de sangre.

Pàjaro desplumado

Pensando que tal vez había escapado de las garras del halcón, y sabiendo que no podía hacer nada por él más que ayudarlo con comida, salí a llenar el recipiente. A los pocos minutos, el pobrecito regresó y dio cuenta de un rico alpiste. Así lo hizo varias veces ese mismo día y los días siguientes. ¡Me encantó poder identificarlo y saber que estaba recobrando fuerzas! Un día ya no lo vi más; no sé si sus heridas cerraron y las plumas le volvieron a salir (y que por eso ya no lo pude identificar), o si de plano ya no la armó, pero como me gusta pensar positivamente, me inclino más por creer que fue lo primero y que el hecho de haberle dado un punto de apoyo (la comida), ayudó a su recuperación.

Estos ejemplos me recordaron el poema de Gabriela Mistral: El Placer de Servir que mencioné en la gunistoria de agosto de 2013. La última frase de éste me encanta (“¿Serviste hoy? ¿A quién? ¿Al árbol, al amigo, a tu madre?”) porque no se limita a personas, sino que incluye a la naturaleza y es justo lo que ese simple palo de madera me inspiró a hacer. 

Espero que esta historia también los inspire a ustedes. 

¡Hasta la próxima!

El Placer de Servir

Toda naturaleza es un anhelo de servicio.
Sirve la nube, sirve el viento, sirve el surco.
Donde haya un árbol que plantar, plántalo tú;
Donde haya un error que enmendar, enmiéndalo tú;
Donde haya un esfuerzo que todos esquivan, acéptalo tú.
Sé el que aparta la piedra del camino, el odio entre los
corazones y las dificultades del problema.

Hay una alegría del ser sano y la de ser justo, pero hay,
sobre todo, la hermosa, la inmensa alegría de servir.
Qué triste sería el mundo si todo estuviera hecho,
si no hubiera un rosal que plantar, una empresa que emprender.

Que no te llamen solamente los trabajos fáciles
¡Es tan bello hacer lo que otros esquivan!
Pero no caigas en el error de que sólo se hace mérito
con los grandes trabajos; hay pequeños servicios
que son buenos servicios: ordenar una mesa, ordenar
unos libros, peinar una niña.
Aquel que critica, éste es el que destruye, tu sé el que sirve.
El servir no es faena de seres inferiores.
Dios que da el fruto y la luz, sirve. Pudiera
llamarse así: “El que Sirve”.

Y tiene sus ojos fijos en nuestras manos y nos
pregunta cada día: ¿Serviste hoy? ¿A quién?
¿Al árbol, a tu amigo, a tu madre?

Gabriela Mistral.

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