Carta a mi Españolito

Mi rey: si me muero y te encuentras esta carta, es una tarea del taller de Kato, ¿eh? Pensando en que te ibas a sacar de onda si la leías, la había hecho de un hombre hacia una mujer, pero creo que eso está peor, así que aclaro: los personajes y las situaciones son ficticias. ¿Quén lo queye a él?

Mi españolito:

Me encuentro estudiando para el examen final del doctorado, de pronto me asalta el recuerdo de tus labios carnosos recorriendo cada parte de mi cuerpo, mordisqueándolo, lamiéndolo, provocándolo.

¿Qué es todo esto que me haces sentir? ¡Yo que juraba que moriría siendo una vieja solterona, ahora agradezco al Universo por haberme permitido encontrarte para que voltearas mi mundo de cabeza!

Mis amigas se han cansado ya de advertirme que no me ponga de pechito, que no te crea todo lo que me dices, mas ¿cómo no hacerlo? ¿Cómo no enamorarse de esa voz ronca, de tu bellísimo acento? A ver dime, ¿quién puede resistirse a tus encantos? Yo no puedo, me rindo. Hubo un momento en que intenté hacerlo, no sabía nada de ti.

Recién llegado de España, te paseaste por la universidad una tarde en que todo era más gris que nunca. Llovía como suele llover en la ciudad de México, como si Tlaloc se ensañara conmigo por haberme dejado pisotear por mi jefe. ¿Hasta cuándo te vas a defender, pendeja? Aunque suene a cliché, aproveché la lluvia para llorar, aproveché los truenos para gritar a mis anchas, a media explanada.

Tú me veías, no sé si divertido o conmovido. Te acercaste corriendo hacia mí, pensé que me ofrecerías tu paraguas, estaba equivocada; lo botaste en la primera banca, me tomaste de la cintura… comenzamos a bailar. Yo estaba como hipnotizada, jamás alguien tan bello había siquiera volteado a verme.

  • ¿Ya estás mejor? -preguntaste secando mis lágrimas.
  • ¿De qué? No estaba llorando, era la lluvia
  • ¡Ah claro!

Reímos.

Me ofreciste tu abrigo que previsoramente te habías quitado para que no se mojara. Me lo puse… aspiré tu loción… olía a bigote. Olía a aquello que tanto deseaba… sentí un cosquilleo.

Coqueto, te ofreciste a llevarme a tu casa para que me secara. Sabiendo en lo que me estaba metiendo, accedí. Era el perfecto departamento de soltero. Te confieso que mi primer pensamiento fue: Hijo de su madre, a cuántas viejas invitará este…

Saludaste al portero, sentí su mirada como enjuiciándome, como si en ella se hubieran conjuntado las miradas de mis beatos padres, de mis tías las de la vela perpetua, del pinche cura hipócrita del pueblo, de los Caballeros de Colón. Me valió madre, ya me habías hipnotizado. Si en ese momento me hubieras pedido un riñón, te lo habría dado con gusto. Aunque no, no era eso lo que querías. Lo que tú buscabas era algo que yo no sabía que tenía.

El cosquilleo se hizo más intenso cuando me besaste.

Aún recuerdo minuto a minuto, segundo a segundo todo lo que vivimos.

Todo era nuevo para mí, jamás nadie me había besado. Fuiste muy tierno conmigo, muy paciente, eso te lo voy a agradecer siempre. Una a una fuiste quitándome cada prenda, dizque para que se secaran. Mis ojos no podían ver otra cosa que tu bello rostro. Cuando me quedé desnuda frente a ti, comencé a temblar. Me envolviste con una cobija, me acostaste frente a la chimenea, te quitaste la ropa. Yo no quería verte. Bueno, sí, aunque me moría de la pena. Tú comprendiste que esa sería mi primera vez… ¡fuiste tan tierno! Me preguntabas si estaba bien si me besabas, si estaba bien si me acariciabas, si estaba bien si mordías mi cuello, si besabas mis orejas. Yo asentía con la cabeza, insisto, me moría de la pena, mas no quería que pararas.
Eran mil sensaciones desconocidas. Eran veintiocho años de pasión reprimida. Cuando me dijiste que querías hacerme tuya, lo primero que vino a mi mente fueron las cursis novelas de Corín Tellado. Por primera vez me sentí como esas amazonas que ella tan bien describía: solo me faltaban los vaqueros ajustados.

Fui tuya no una, sino ¡dos, cuatro, siete veces! La verdad es que perdí la cuenta cuando dejó de importarme que mis papás o las monjas del colegio pudieran estarme viendo. Ese cosquilleo se convirtió en una retroexcavadora que revolvía mis entrañas, haciéndome querer más de ti.

Así hemos pasado nuestras noches. Hoy se cumplen exactamente tres meses, bendigo al cabrón de mi jefe por haberse robado mi proyecto. Bendigo mi pendejez, bendigo la lluvia, bendigo al avión que te trajo de la Madre Patria a mis brazos.

Gracias mi vida por existir, gracias por amarme tanto como te amo yo a ti.

Tuya por siempre,

Mariana.

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