TORIBIA LA TORONJA

Laura Jurado 2021

Desperté con los rayos del sol. Mi primo el viento me mece suavemente haciendo que mi cuerpecito roce las hojas amorosas de mi padre/madre.  No soy más grande que una pelota de golf, pero ninguna de mis hermanas lo es, así que eso no me quita el sueño.

Tengo hambre, tan solo con pensarlo, mi papá/mamá abre una válvula ubicada en la ramita que me sostiene y me alimenta con la cantidad correcta de nutrientes.

Volteo para abajo… ¡qué hermoso se ve todo desde aquí! Mis hermanitas comienzan a despertar, y con la ayuda de nuestro primo, nos ponemos a jugar a ver quién alcanza el tronco. ¡Tramposas! ¿Pues cómo lo voy a alcanzar si me tocó estar casi en la orilla? Pero no importa, las risas de mis hermanas y las porras de los pajaritos que parecen llegar de todos lados, hacen que pronto me olvide de ese impedimento.

Veo a lo lejos cómo la casa comienza a llenarse de vida. Estefanía abre las ventanas de par en par y hasta acá escucho que comienza a cantarle a Juan y a Lucía:

Buenos días mis amigos

Otro día llegó ya

Que gocéis el día entero

Paz y felicidad

Ese sol de mediodía

Nos invita a trabajar

Él nos brinda su alegría

Y nos hará triunfar… y con esta última estrofa la veo que se dirige hacia la puerta, desesperada porque no logra despertarlos pero la vocecita de Lucía la hace regresar: tururururu. Escucho las risas de los tres, y mis hermanas y yo soltamos la carcajada junto con ellos.

¡Ay cómo me gusta ese ritual de mi querida familia!

Don Carlos, el papá de Estefanía, ya ordeñó las vacas y está terminando de recoger los huevos. Al escuchar las risas de los niños y de su hija, se descuida, y Camelia, la gallinita pinta sale corriendo, trepa por el tronco de papá/mamá y se desplaza por la rama que me sostiene.

  • ¡Hola Toribia! ¡Hola niñas! -saluda con esa voz estridente que tanto enerva a las otras gallinas.
  • ¡Hola Camelia!!!! -contestamos todas al unísono.

Yo me siento la toronja más importante del mundo por contar con su amistad. Camelia es mi confidente, y aunque tenemos poco de conocernos, nos une un cariño muy especial.

Camelia está hoy más feliz que de costumbre. Me cuenta que ayer llevaron a un nuevo gallo porque el pobre de don Polito ya estaba más pa´llá que pa´cá.

  • ¿Y qué tal? ¿Ya te pisó?
  • ¡Ya!!!!!! ¡No sabes… entró al gallinero cerrándole el ojo a todas, pero en cuanto me vio, se olvidó de las demás y se puso a hacerme el amor con tanta delicadeza y tanta calma que casi me desmayo de la emoción, y entre pisada y pisada se puso a contarme su vida… Me platicó que por su fama de galán, ninguna gallina lo ha querido tomar en serio y la verdad es que él se siente usado. Hubo un momento en que percibí un dejo de tristeza en su voz, así que abrí mis alas y lo abracé lo más fuerte que pude.
  • ¡Ay Camelia, qué emoción!
  • ¡Sí Toribia, estoy enamorada! -y diciendo esto levantó las patitas y se fue de espaldas hasta el suelo.
  • ¡Camelia! ¡Camelia! ¡Auxilio! ¡Alguien que venga a levantarla! -gritábamos mis hermanas y yo desaforadas.

Romualdo, el gallo nuevo, escupió la lombriz que apenas comenzaba a engullir y salió corriendo para dar  respiración de pico a pico a su amada.

Camelia no parecía reaccionar. Desesperado, Romualdo salió corriendo a buscar a don Carlos. Camelia abrió los ojos solo para hacerme un guiño. Entendí perfectamente lo que me quería decir.

¡Romualdo! ¡Romualdo! Me parece que necesita más respiración de pico a pico!!!

El apuesto gallo regresó y la tomó con delicadeza entre sus plumas. ¡Despierta por favor, quiero que seas la mamá de mis pollitos!

Don Carlos, que había llegado a ver por qué tanta trifulca, le dijo:

  • ¡No sea mamón, bastante pagué por usted como para que sea crea galán de telenovela! ¡Ámonos… a jalar! -y diciendo esto último, le dio un patadón que lo aventó hasta el gallinero.

Camelia no podía creer lo que escuchaba. ¿Don Carlos diciendo eso? ¡Pero si es un alma de Dios!

Se sentía mareada… a lo lejos escuchó su nombre. Abrió los ojos y lo primero que vio fueron los ojazos de Romualdo.

– ¡Camelia mi amor, gracias a Dios estás bien!

ROGER

Laura Jurado 2021

Las palabras del médico retumbaban en su cabeza: Su esposa tiene una mancha en el pulmón, tenemos que hacer una serie de pruebas para poder darle un diagnóstico.

  • ¿Qué? ¿Mi esposa? ¿Pero por qué? ¡Apenas tenemos cuatro meses de casados! ¿Está seguro doctor?
  • Cálmese Rogelio y escuche lo que le estoy diciendo.
  • Pues lo estoy escuchando, pero el que no parece comprender es usted. ¡Tenemos tantos planes! ¡Usted no me puede estar diciendo esto!

El doctor Piña movió la cabeza de un lado a otro tratando de entender la desesperación del joven cantante.

-Ahorita lo único que podemos hacer es esperar. Me dijeron que usted dará un concierto mañana por la noche, ¿es así?

– Sí.

– Pues váyase a su concierto, disfrútelo y el lunes temprano ingresamos a su esposa para hacerle los estudios.

Rogelio salió del consultorio sintiéndose como personaje de caricatura, de esos que traen un yunque amarrado al corazón.

Arrastrando los pies se dirigió hacia el estacionamiento de la planta baja donde lo esperaba Colette, su asistente, al volante de un precioso Audi. Había rentado ese auto para impresionarla y así ganar puntos para llevársela a la cama.

Ahora esa idea le parecía ridícula, ¿qué fregados andaba haciendo, conquistando jovencitas cuando tenía al amor de su vida en casa?

-Sí que la has regado -se dijo, sintiendo cómo las lágrimas le quemaban las mejillas.

– ¿Estás bien Roger?

La voz ronca de su asistente lo irritó aún más. Le hizo una seña de que no quería hablar y cerró los ojos.

Esa noche volvió a enamorarse de su esposa. Hicieron el amor no sé cuántas veces. Ninguno de los dos tocó el tema, pero ambos sabían que podían estar a punto de perderlo todo.

RAMIRO

Laura Jurado 2021

Ramiro caminó de prisa por el estacionamiento. Su compañero de aventuras, un BMW plateado que le habían dado sus padres como regalo de graduación – lo esperaba ansioso para llevarlo a la cita más importante de su vida.

Su mente repasó lo que acababa de suceder, y soltó una carcajada al caerle el veinte de que todos esos años de sometimiento por fin quedaban atrás.

  • ¿Qué chingados me estás diciendo Ramiro? – ¿Cómo que quieres terminar la relación?

Las palabras de Ana Cecilia se escuchaban ahora tan lejanas… la verdad nunca pensó que tendría los tamaños para poner fin a un proyecto que solo a ella le emocionaba.

Y es que aquello que comenzó como un bello noviazgo se complicó demasiado al aceptar trabajar para ella. Ana Cecilia dejó de ser aquella persona divertida de quien se había enamorado perdidamente en la universidad. Hasta su cuerpo había cambiado, quien fuera la chica más bella del estudiantado ya no caminaba erguida, ya no sonreía…

Pero bueno, eso gracias a Dios ahora quedaba atrás… Ramiro suspiró aliviado al darse cuenta de que ahora era él quien decidiría su futuro. Un futuro sin Ana Cecilia.

Estacionó su carro junto al de Rocío, y por bajarse corriendo, por poco pisa al gato de Cristina, la hija de la portera. Saludó a don José, que como todas las noches ofrecía sueños disfrazados de cachitos de lotería. Sintiéndose el hombre más afortunado del mundo por haber vencido a sus demonios, le compró no uno, ni dos, sino todos los que quedaban, y con una gran sonrisa, se los regaló a Cristina. Esta no supo qué decir, y antes de que su mamá la obligara a devolvérselos, ya Ramiro había entrado al edificio y subía la escalera de dos en dos.

Cuando estuvo frente a la puerta de Rocío, comenzó a repasar lo que tantas veces había imaginado que le diría.

Su corazón latía a mil por hora. No sabía por dónde empezar… el recuerdo de aquella noche en casa de sus papás le quemaba la sangre… Aún podía verla… cerró los ojos y se transportó a ese mágico momento. Su amiga de toda la vida lo había invitado para enseñarle su nuevo telescopio, o por lo menos eso le había dicho, pero la actitud de Rocío dejaba ver que había algo más.

Tomándolo de la mano, lo condujo por la escalera de servicio hasta la azotea. Le había vendado los ojos. Ramiro, emocionado y confundido, se dejaba llevar. ¿Estoy alucinando o la chaparrita me anda tirando los perros? Nooo, no creo. Además ya sabe que yo ando con Ana Cecilia… bueno, pero… ¿y si sí? Ay güey! La idea de echarse una canita al aire con Rocío no le disgustó en lo absoluto.

Tenían años de conocerse y de contarse todo.

Y llegaron a la azotea. Rocío le pidió que se agachara para quitarle la venda de los ojos. Así lo hizo y Ramiro pudo percibir su perfume. No mames… pinche chaparra, hueles a pecado, güey!!! Ese pensamiento fue cobrando fuerza cuando vio lo que le esperaba: una mesa adornada como de revista, dos sillas, queso, pan y vino.

Quiso preguntarle qué rollo con eso, pero la veía tan emocionada que no dijo nada.

  • De seguro que has de estar pensando que estoy loca, ¿verdad? Pero no digas nada y solo déjate llevar, pues necesité muchos huevos para hacer esto.

Y diciendo lo anterior, se pegó a su cuerpo y comenzó a moverse al compás de una romántica canción de Michael Bublé.

¡NO MA-MES! Ahora sí se destrampó la chapis… Ah cabrón, qué rico se siente abrazar a esta güey. Y qué bien huele… mmmh!

Y valiéndole madre Ana Cecilia, buscó sus labios. Rocío respondió a ese beso con todo su ser… ¡Nunca la habían besado así!

No hablaron ni una palabra, pero la comunión que se había dado entre ellos los alimentaba.

Esa noche se despidieron soñando con repetir ese mágico momento.

Al día siguiente, Ramiro estaba entre emocionado por lo que había pasado con la Chaparra y arrepentido por haber traicionado a su prometida.

Sin embargo, antes de que tomara alguna decisión, se enteró de que la muy cobarde se había ido sin decir nada a nadie, y por más que él insistió, ella nunca contestó a sus mensajes.

Pasó casi un año.

Un buen día, Ramiro se enteró de que ya había regresado. ¡No lo podía creer! Esta vez  no la iba a dejar escapar, pero antes debía finiquitar aquella relación que lo ahogaba.

En eso, la voz de Rocío lo sacó de sus recuerdos: ¡Voy!

MARTINA

Laura Jurado 2021

¿Por qué chingados tengo que obedecer? ¿Quién me tiene haciendo esto? Ese pensamiento se repetía una y otra vez en la cabeza de Martina mientras le hacía un jale a su novio, entre cansada y asqueada.

Se habían conocido en la quinceañera de su mejor amiga, y no, no fue flechazo. De hecho se le hizo súper naco que llegara a los ensayos mostrando sus pinches musculillos todos tatuados, como si estuviera bien bueno. Y no era la única que pensaba así, el pobre lepe era la comidilla de todos. Aparte, era bien ruidoso, comía… bueno, no, no comía, tragaba con la boca abierta y repartía suculentos pedazos de comida sin digerir a todo el que tuviera enfrente… ew!

Pero la convivencia semanal (y el hecho de que ella no era muy agraciada que digamos) hizo que Martina comenzara a verlo con otros ojos.

  • La verdad no está tan piors -decía a sus amigas más para convencerse que para convencerlas a ellas.
  • Pus llégale mi reina, al fin que en el trampe no le vas a ver la cara -era la respuesta de las lepas calenturientas.

Y así lo hizo. Bajó la guardia y aceptó que la pretendiera. Al principio todo era padre, Lucio -que así se llamaba- hacía todo para complacerla, la llevaba al cine, le compraba comida, se interesaba por sus cosas, pero sobre todo, la besaba despacito, despacito, haciéndole sentir que no tenía prisa por llevarse el tesorito.

Pinche lepe labioso… eso era lo único que Martina necesitaba, sentirse un poco segura para aflojar. Esa virginidad que había guardado -según ella por tantos años -15- estaba a punto de pasar a la historia.

Hizo planes con sus amigas para que todo sucediera el día de su graduación de secundaria. Pidió permiso a sus papás para quedarse en casa de la Nayeli pero obviamente se fue al cincoletras con el tal Lucio.

El puberto andaba muy emocionado porque sabía que su novia era virgencita y regaba las flores, justo como a él le gustaban.

Y llegaron al hotel. Al principio Lucio empezó despacito, pero luego le ganó la lujuria y no le importaron los gritos de dolor de la pobre Martina. Lo hicieron no una, ni dos ni tres, sino siete veces esa noche! Y el muy pendejo ni siquiera fue para despedirse o llevarla a su casa al día siguiente. Cuando Martina despertó, estaba sola en un hotelucho cucarachiento.

Le dolía todo. Recogiendo entre lágrimas su ropa, se fue caminando a casa de Nayeli. Cuando esta abrió la puerta, se asustó al ver el estado en el que iba. Parecía que habían pasado 15 años desde la noche anterior. Martina se veía demacrada, y en sus brazos, piernas y panza había huellas de violencia.

-Pero qué te pasó manta? ¿Qué no estabas con el naco?

Mientras asentía con la cabeza, Martina trataba de explicarle lo sucedido, pero las palabras se confundían en medio de tantos sollozos. Los ojos de Nayeli se hacían cada vez más grandes conforme su amiga le iba contando cómo sucedieron las cosas.

– ¡No mames güey, tienes que denunciarlo!

– Ay no, me da miedo, ¿y si me golpea otra vez? Además, ahora que la pienso bien, yo tuve la culpa.

– ¿Khaaaaaaa?

– Sí güey, es que yo me freseé bien gacho… y pues le había dicho que ya iba a aflojar…

Nayeli no podía dar crédito a lo que estaba escuchando.

  • ¿Es neta güey? NO MA-MES, sí estás pero bien pendeja!
  • Ay ya, mejor deja te termino de contar cómo estuvo el rollo.

Y con la inocencia en su carita, a pesar de la chinga que le habían metido, Martina recordó los momentos rescatables de la noche anterior.

Y a las dos lepas pendejas se les olvidó pronto la gravedad del asunto y celebraron la primera cogida de Martina.

Una semana después, el tal Lucio volvió a buscarla, le inventó que había tenido que salir de la ciudad y quién sabe qué más piñas. Y la lepa cayó. Nuevamente fueron al hotelucho y la misma historia de abuso psicológico y violencia se repitió semana tras semana durante siete largos meses.

Al principio Martina trataba de justificarlo. “Es que la neta sí me veía bien piru con ese vestido”, “Yo me lo busqué…”, “Si Lucio es bien buena gente pero yo lo hago enojar”… y así por el estilo.

Un día oyó a su mamá platicando con la vecina. La señora le contaba que en la escuela de su hija la Jeni les habían ido a dar una plática sobre violencia en el noviazgo y que les habían dicho que al primer síntoma cortaran de raíz.

  • ¡Uta! -pensó, si hubiera sabido eso hace siete meses…

La señora le dio a su mamá unos folletos, pensando que a Martina le pudieran servir.

Incapaz de reconocer que estaba metida en una película de miedo, Martina hizo como que no le interesaba el tema, pero en cuanto la mamá se fue a dormir, fue por los folletos.

Con cada palabra que leía se le encogía más el corazón. Se daba cuenta de que nada de lo que él le decía era cierto.

Pero… la hormona es la hormona, y a los dos días que llegó el naco a buscarla, salió encantada de la vida.

Se fueron al taller donde trabajaba Lucio, y por supuesto que en el camino se la cagoteó por x y por y, igual que cuando llegaron, pues según él, había saludado muy efusiva a los otros mecánicos. O sea, ¿neta? ¿Al ojos de sapo y al viejito desnalgado? ¿Qué le pasa a este? Cada día está peor -pensó.

Entraron al cuarto de herramientas. Lucio se quitó el pantalón, con una mano agarró una cerveza, y colocando la otra en la cabeza de su novia, la empujó hasta que esta quedó agachada frente a él.

  • A ver si ahora sí te sale bien, güey, lúcete -le dijo.

Marina nunca se había dado cuenta de lo mal que olía el hombre, especialmente del aquellín. Trató de concentrarse aguantándose el asco… un sentimiento de rabia se iba apoderando de ella.

Bueno y… ¿por qué chingados tengo que obedecer? ¿Quién me tiene haciendo esto?

De reojo vio unas enormes tijeras. Su primer pensamiento fue hacerle a la Lorena Bobitt pero recordó las palabras del folleto: la violencia no se arregla con más violencia.

Y diciendo mentalmente las afirmaciones de Louise Hay y Marisa Peer para aumentar la autoestima que su mamá escuchaba todos los días, se puso de pie y con gran calma se dirigió hacia la puerta.

Encabronado porque le pinche lepa le había cortado la inspiración, se paró hecho un energúmeno y quiso jalarla de los cabellos, pero ella lo esquivó. Lo miró a los ojos y le dijo:

  • Se acabó. Y no me busques más porque te acuso de violencia, y no solo eso, le digo a tu patrón que le estás robando…

Su tono de voz fue tan contundente y su reacción tan inesperada, que Lucio se quedó como congelado, viéndola alejarse para siempre.

LUPITA Y LA MONTAÑA

Laura Jurado 2021

Despierto, como siempre, un minuto antes de que suene mi alarma. Cobro conciencia de que estoy viva y doy gracias por ello. Me incorporo, y lo primero que veo a través de la ventana es a Nicole. Parece salida de un anuncio de Adidas, lista para su trote matutino. Me levanta el asqueroso olor a café… sí, ya sé que para todos ese es el olor más delicioso del mundo, pero a mí en ayunas me revuelve el estómago. Hace un frío de la tiznada, estamos a 14 grados bajo cero, por fortuna la cabaña que rentamos es súper calientita. Valiéndome madre que me vean en pijama y sin pintar, alcanzo a Homero y a Kato en el desayunador. Los dos se dejan consentir por Cuquita, una dulce viejecita con arrugas en las arrugas pero con más energía que todos nosotros juntos. Los tres responden a mi saludo y Cuquita me sirve un delicioso atolito de guayaba, cien por ciento natural.

Ellos con su café y yo con mi taza de atole, hacemos hambre para desayunar con el resto del grupo. Diez minutos más tarde, baja Jessica, recién bañada, con sus ojos perfectamente delineados. Nicole también hace su aparición, se ve renovada después de haber salido a correr.

Reunidos ya los cinco, les pregunto lo que me ha estado consumiendo por horas:

  • Oigan, ¿alguno de ustedes escuchó o sintió algo anoche?

El rostro de Cuquita se pone blanco y se lleva una mano a la boca.

  • ¿Cómo de qué o qué? -pregunta Kato como sin mucho interés, pero su boca torcida indica que sabe de qué hablo. Homero está igual… me parece que algo esconden.
  • Ahora que lo mencionas, yo sí -dice Nicole-. Al principio me quiso dar miedito, pero pensé que podían ser los ruidos normales de una casa vieja.
  • Nombre, yo no oí nada, caí como tronco -responde Jessica. Los últimos tres shots de tequila acabaron conmigo, jajaja!

Me río del chistorete de Jessica y prosigo.

Bueno, les cuento. Anoche, ya cerca de las cuatro de la mañana, después de mi ritual de belleza, lavarme los dientes y ponerme mi pijamita, me acosté. Como todas las noches, di un suspiro de agradecimiento al sentir cómo la cama recibía cada parte de mi cuerpo. Cerré los ojos, y justo cuando empezaba a dar gracias a Dios por todo lo vivido ese día, sentí que alguien se subía a la cama.

  • ¡No mames! Abrí los ojos, la luz de la luna alumbraba mi cama, por lo que pude ver claramente la silueta… de nadie!!!  Sintiendo una extraña emoción, pregunté a la nada: ¿Quién eres y qué quieres?

Al instante, la sensación de que había alguien más en mi cama, desapareció.

Volví a cerrar los ojos, y esta sensación regresó… ¡Qué emoción! Uno de mis anhelos de los últimos tiempos había sido convertirme en médium, y esta era la primera vez que experimentaba algo así.  Sin embargo, sabiendo que hay entidades que podrían aprovecharse de eso, le dije en voz alta y con los ojos bien abiertos:

  • Si eres un ser de luz enviado por Dios, bienvenido. Si eres un alma que anda perdida, vete hacia la luz, aquí no es. Si necesitas que yo te ayude en algo, dímelo y lo haré con mucho gusto. Pero si eres alguien malo y de baja vibración, te me vas mucho a la chingada… pero ya!!!!

Y diciendo esto, cerré nuevamente mis ojitos dispuesta a dormir. Y el fantasma se volvió a subir.

  • Ta güeno pues… deduzco entonces que eres buena onda, te puedes quedar aquí pero sin tocarme ni asustarme, OK?

Y al instante me dormí.

  • ¡Ay, señorita! –  dijo Cuquita dirigiéndose a mí mientras las lágrimas le salían a borbotones. ¿Les puedo contar? -preguntó a Homero y a Kato, y ellos asintieron con un ligero movimiento de cabeza, como diciendo ‘pues ya qué’…
  • Ay, niña… es que eso que usted sintió creemos que es mi hija Lupita. Ahí dormía ella cuando los patrones no usaban la casa.
  • ¿Y qué le pasó? -pregunté intrigada.
  • Pos´ un día se le ocurrió subirse a una cosa desas con cuatro llantas con un amigo del niño Kato. Ese muchachito no me gustaba para nada porque coqueteaba con mi Lupita, pero lo hacía enfrente de su novia. Su papá de ella y yo le decíamos que no juera tonta, que ese plebe nada más la quería para pasar el rato, pero pos el desgraciado ese la tenía toda encandilada, le regalaba ositos de peluchi, chocolates, flores que se robaba de los arreglos del comedor y cuanta cosa… y pos claro, mi niña se enamoró como pendeja.

Un día llegó el viejo ese, todo borracho y a juerza quería llevar a pasear a mi Lupita. Ella le dijo que no porque ya iba a escurecer pero el muy cabrón la subió a la cosa esa y le dio a madre! Mi viejo y yo salimos tras dellos en la troquita… podíamos oyir los gritos de mi niña pero por más que le pisaba mi viejo, no los alcanzábanos. Los vimos cómo agarraban para la montaña, y cuando apenitas iban a subir, ¡que se les echa encima un camión que venía del aserradero! Mi Rufino y yo vimos el momento en que mi muchachita salió volando y su cabecita se estrelló contra unas piedras. Dicen que murió istantániamente.

Emocionada, doña Cuquita ya no pudo continuar.

Todos quedamos con un nudo en la garganta y casi ni pudimos probar bocado. Yo me propuse averiguar si en efecto se trataba de Lupita y qué se le ofrecía.

Me retiré a mi habitación relativamente temprano. Antes de acostarme me di un baño con sales de Epson, hice una meditación con cristales y alineé mis chakras con el péndulo.

Me acosté en la cama, cerré los ojos… y ahí estaba ella… no solo la sentí, sino que con los ojos cerrados la pude ver. De cabello muy negro y sedoso, con unos pantalones de mezclilla, blusa verde clarito y botas vaqueras. Realmente era muy bonita, en ese momento comprendí por qué se había clavado tanto el lepe ese.

En su mirada había un dejo de tristeza, a pesar de que estaba sonriéndome.

No dijo ni una palabra, pero pude leer lo que su alma anhelaba… Con mucho amor y escogiendo las palabras, le dije que ella había fallecido cinco años atrás, que ese cuerpo físico que su espíritu había escogido para manifestarse aquí en la Tierra ya no existía, pues ella había cumplido con su misión.

Telepáticamente, Lupita me hizo saber que no sabía dónde estaba, se sentía atrapada y desorientada. Envolviéndola en una luz violeta, la tranquilicé y le dije que confiara en mí.

Entonces pedí a Dios que me permitiera ayudarla.

Un extraño sopor comenzó a invadirme. Mi cuerpo se durmió, pero mi alma brincó hacia esa dimensión donde Lupita se encontraba. Y ahí la vi… triste, muy triste, rodeada de seres oscuros igual de confundidos.

Confieso que aquella visión me impresionó al principio, pero cuando vi que mi cuerpo había desaparecido, que yo era una gran luz y que de mis manos (o donde debían de ir estas) salían unos haces de luz que me conectaban al Creador, me invadió un hermoso sentimiento de paz.

Me acerqué a ella y le dije que había venido para llevarla a donde pertenecía. Le pregunté si quería venir conmigo… de inmediato dijo que sí. Mi luz la envolvió como en un capullo y su rostro se transformó. Hice lo mismo con los seres que ahí estaban, unos me suplicaron que los llevara conmigo, mientras otros se retorcían haciendo los ruidos más extraños.

Horas más tarde, me despertó un bello sueño. Era Lupita, quien me daba las gracias por haberla sacado de ese horrible lugar y me decía que ahora podía continuar con su crecimiento espiritual.  Me contaba que en su nuevo mundo les permiten venir a visitar a sus seres queridos, unos cuantos minutos antes de que estos despierten. Por supuesto que su primera visita fue para ellos, luego se pasó conmigo para que le dijera a sus papás lo mucho que los quería y que prometía que vendría de nuevo a visitarlos.

Abrí los ojos y no pude más que llorar de emoción.

ISABEL

Laura Jurado 2021

El día había sido endemoniadamente largo. El Dr. Luque la había escogido para ser su asistente en la operación que lo llevaría a la cima: el primer implante de barras en columna.

-¿Por qué ella? -cuchicheaban envidiosas las otras residentes.

-De seguro que se anda tirando al doctor

-Ay cómo crees? Si podría ser su padre.

Los comentarios parecían no terminar pero eso a Isabel no le importaba… ¡estaba a punto de pasar a la historia, junto con su ángel guardián, el jefe de Ortopedia del Hospital Díaz Lombardo.

La cita era el sábado 9 a las 7 de la mañana. Isa llegó desde las 4 y encontró a su paciente aún dormida. La mamá, por el contrario, no había podido pegar ojo y dejando por un momento su Rosario, saludó angustiada a la joven doctora.

-Buenos días señora Mona, ¿qué hace despierta a estas horas?

-Ay mijita, ¿cómo crees que voy a dormir cuando están a punto de abrir a mi hija como pescado? – contestó la pobre mujer.

-No se preocupe, su muñeca está en las mejores manos.

-Dios te oiga mijita, Dios te oiga.

El sol comenzó a asomarse por los grandes ventanales del ala oeste del hospital y poco a poco fueron entrando en escena los personajes principales del evento del día: el renombrado doctor Luque, quien a sus cuarenta y seis años revolucionaba ya la ortopedia mundial, Rubén el anestesiólogo gordito y bonachón, el residente de quien nunca pudo aprenderse su nombre (tal vez porque era mamón como él solo), Lupita la dulce jefa de enfermeras, Ramón, el simpático camarógrafo encargado de dejar plasmado ese histórico evento, y por supuesto Laurita, la tímida niña que ese día se convertiría en conejillo de Indias con la esperanza de frenar su incipiente escoliosis.  Las enfermeras, las afanadoras y los doctores le llamaban “la estrella”, y eso a ella le encantaba.

Isabel cuidaba todos los detalles. Regañó a una de las enfermeras porque la muy infame rasuraba la espalda de la niña en una de las habitaciones más frías del hospital.

  • ¿Pero qué te pasa Cecilia? ¿Qué no sabes que debemos cuidar que no se nos resfríe la estrella?  ¡Corre al almacén por un calentoncito! Y diciendo eso, cerró la bata de la niña y tapó a esta con una sábana.
  • No te preocupes mi reina, ahorita entras en calor- le dijo. Laurita asintió y le dio las gracias.

Horas después, a las 6:50 de la mañana, estaba todo listo para la operación. Justo antes de entrar al quirófano, Laurita vio unos ganchos colgando (como los que tienen en las carnicerías) y preguntó si eso era lo que le iban a poner. Las enfermeras que la transportaban soltaron la carcajada, contestando que no.

Y las puertas se cerraron.

La señora Mona se quedó ahí parada, como zombie, hasta que una trabajadora social la vio y la llevó a la cafetería. Por fortuna, ahí estaba ya su hermana la Güera, y juntas pasaron las horas más angustiosas de la vida de Mona.

Por fin, nueve horas más tarde, la operación concluyó. Había sido todo un éxito e Isabel se sentía muy satisfecha, se había portado a la altura. El doctor Luque la había felicitado delante de todos y le dijo que la quería presentar en la rueda de prensa que daría a las 6 de la tarde.

Faltaban todavía dos horas… tiempo suficiente para darse un buen baño de agua caliente y desestresarse. Su departamento quedaba a dos cuadras del hospital, así que se fue caminando. Esa pequeña caminata era todo un regalo para los sentidos: el olor a lluvia, la exuberancia de las jacarandas, la alharaca de los pájaros en los árboles del camellón… todo eso la hacía sentir viva, y el recuerdo de las últimas horas vividas le confirmaba su misión… ¡amaba lo que hacía!

Llegó a su casa, directo a la regadera. Agradeciendo al agua que la envolvía en un cálido abrazo, se dispuso a disfrutar por todos aquellos que no podían darse un baño de agua caliente. ¡Va por ustedes! -gritó a nadie en especial.

Media hora más tarde, con la piel absurdamente roja, Isa se envolvía en la toalla felpuda que Mario había olvidado en el club… ¡Ah Mario… cómo lo extrañaba! Pero esa relación no tenía futuro -se decía- ¿para qué quiero yo un loser en mi vida? Sí claro, había sido la relación más importante que había tenido en  varios años… bueno, no la más importante, la única pues, la verdad es que Isabel era bastante clavada en los estudios y si no hubiera sido por Rocío, su vecina, jamás hubiera conocido a Mario.

Una voz en el pasillo la sacó de sus pensamientos.

Abrió la puerta, envuelta aún en la toalla gris.

  • ¿Mario? ¿Qué haces aquí?
  • ¡Isa! Vine a entregarle un libro a Rocío, pero parece que no está.
  • Ah pues si gustas dámelo y yo se lo entrego.
  • Eh… sí, está bien, gracias. Oye, ¿puedo usar tu baño?
  • Claro, pasa.

Por supuesto que lo del baño era solo un pretexto para estar a solas con ella. Los dos lo sabían.

  • Veo que sigues usando mi toalla y eso no me gusta.
  • Ah no, ¿y qué vas a hacer? -preguntó Isa provocativa.
  • Pues me la pienso llevar…

Cerraron la puerta, y aunque Isabel se había prometido no volver a caer, no pudo resistirse. Y es que Mario tenía no sé qué en sus dedos… el más leve roce le erizaba la piel.

A pesar de que habían pasado ya seis meses desde la última vez que habían hecho el amor, sus cuerpos se recordaban sin problema y se amoldaban a la perfección… parecía que habían sido hechos a la medida. Isa sonrió al recordar que sus tías le contaban que en las fotonovelas ponían escenas de volcanes en erupción para dar a entender lo que ella estaba a punto de vivir nuevamente. Y se dejó llevar.

Después de una increíble sesión de lamidas, mordiscos, besos, susurros, contoneos, explosiones, risas, revolcadas y demás, Isabel perdió la noción del tiempo. Solo supo que llevaba ya varios orgasmos y que no quería que Mario se fuera.

De pronto, las luces de su arbolito de Navidad se encendieron…

No mames!!!!! La conferencia de Prensa ya debe de haber terminado… y yo aquí cogiendo!!!!!

Mario ni la peló, como siempre, se había quedado dormido.

Isa se vistió lo más rápido que pudo y salió corriendo hacia el hospital. La conferencia había terminado una hora antes. El doctor Luque estaba muy molesto con ella porque había desperdiciado esa gran oportunidad… misma que el residente mamón aprovechó para brillar. El doctor Luque, a falta de su ayudante estrella, le había dado a él la oportunidad de explicar los pormenores de la cirugía.

Sí, por su falta de profesionalismo, Isabel, la joven promesa de la Ortopedia mexicana, caía del pedestal en el que la habían puesto los directivos del hospital, y a partir de ese momento, dejaba de ser la Jefa de Residentes.

Sintiendo una patada en el estómago, Isabel corrió hacia el estacionamiento, y mentándole la madre a Mario, al residente, al propio doctor Luque, y hasta a ella misma, se subió a su Jeep y no paró hasta llegar a casa de sus papás.