El Perejilazo

Se dirige al baño a retocar su maquillaje. Con su trajecito de blusa sin espalda y minifalda azul cielo de brillitos se pinta la boca en un tono claro, como arena. Lo que ve en el espejo le gusta. Sonríe, y toda su confianza se desploma al descubrir que ha estado dando, no el perejilazo, sino el espinacazo, y peor aún… ¡en el labio inferior! Sí, quién sabe cómo tres pedazos de espinaca (uno un poco más grande que una moneda de 25 centavos -o una cora, como dicen los spanglishparlantes-, otro medianillo y uno chicuelón) salen de su boca a saludarla. ¡No mames! ¿Desde cuándo traigo esta asquerosidad??? ¡Ay no, qué oso! Intenta quitarse los pedazos con agua, pero no puede. Busca un pedazo de papel, no hay. ¡Chetos! ¡Ah ya sé, en el baño de los operadores debe de haber!

Atraviesa media cafetería, tratando de no sonreír. Las miradas de todos están puestas en su escote, ¡fiu! ¡Qué bueno que me puse esta blusa! Sorteando a los trabajadores que avanzan poco a poco con su charola de comida, sus ojos se alegran al medio ver un montón de papeles color estraza. Compermiso, compermiso. Aliviada, toma dos y se regresa al baño. Cuando tiene los papeles a tres centímetros de su boca, un olor nauseabundo la saluda burlón. ¡Hola! ¿Te crees mosca o qué? Sus ojos se abren como prosti en acción y avienta los papeles llenos de caca. ¡No pinche mameeeeeees, qué ascoooooooo! El color beige de sus uñas adquiere unos matices cafesosos. ¡Voy a vomitar! ¿Y ahora cómo chingados me limpio?

Corre al baño de las operadoras, abre la puerta y ve que una viejita está usando el único lavabo que hay, pero ni siquiera se está lavando las manos, la señora ocupa todo el espacio con su bolsa negra de orillas blancas y deshilachadas y su pañalera gris que en sus buenos tiempos fue verde pistacho. La viejita le sonríe con su único diente y le pregunta si quiere limpiarle la cola a su sobrina, una mujer de unos cuarenta y cinco, cuarenta y siete años, claramente afectada de sus facultades mentales.

  • ¿Quéeee?
  • ¡Sí, mija, te pago! Es que yo ya no puedo hacerlo porque me canso.
  • No señora, lo siento, con todo respeto, no creo que pudiera hacerlo… me vomitaría. Ahora si me permite, tengo que lavarme las manos.
  • Ah claro que sí, mija, dispensa.

Sale del baño después de haberse casi acabado el jabón. La propuesta de la viejita y lo sucedido minutos antes la dejan pensando. ¡No mames, qué cosa tan más bizarra me acaba de pasar! ¿Qué me querrá decir el universo con esto? Mmmmm… ¿Que si estoy tratando de limpiar la mierda que hay en mi vida y alguien viene a que me embarre más, TENGO LA CAPACIDAD DE DECIRLE QUE NO? ¡Síiiii! ¡Eso es! Pinche Enrique, no te la vas a acabar. Hasta aquí llegaste cabrón. ¡Se acabó tu pendeja!

Echando su cabello para atrás, y taconeando con enjundia enfila hacia el despacho del licenciado Martínez.

Student photo created by wayhomestudio – www.freepik.com

POR LA BUENA

  • Buenas tardes señoritas, ¡pero miren nada más qué guapas vieneeen!
  • Ay muchas gracias licenciado, usted no hace malos quesos, a ver si me saca a bailar al rato, ¿eh?
  • ¡Cállate pendeja, que no viene solo, ahí está la odiosa de su esposa!
  • Ay, ya la vi… me cae que si yo no tuviera miedo, le decía a la doña las metidotas de mano que me da su marido por debajo de la falda… ¡ya hasta ni calzones me pongo!
  • ¿Y por qué dices que si no tuvieras miedo? ¡Eres la puta más descarada que conozco!
  • Ándale, eh cabrona, que si yo no tuviera miedo, le contaba que su maridito y nosotras hacemos unos tríos que ni los de McDonald’s!
  • ¡Cállate pendeja, ya se te subió! ¡Te dije que no revolvieras tequila con cerveza, güey!
  • ¡Me vale pito! Me cae que si no tuviera miedo, también le exigía a mi lic que me comprara un carrito para ya no levantarme tan temprano… eso de tener que agarrar tres camiones para llegar a la maquila está cabrón. Luego ando todo el día con el chocho apestando a sudor de mil colas…
  • ¡Guácala cochina, vas a hacer que me mee de la risa! Pero pues si a esas vamos, que me compre también uno a mí… ¡má… pos’ esta!
  • Cálmate, no es como que lo vaya a hacer, además yo lo vi primero, y pues no sé mana, yo cada día me enamoro más de ese cabrón. Neta que antes de morir quisiera que Diosito me concediera que la vieja se largara o se muriera y que él se casara conmigo.
  • Ora sí que te volviste loca, ¡no eres mas que una simple operadora venida a más, pinche Bertha!
  • ¿Qué te pasa pendeja? ¡Si yo no tuviera miedo del karma, me cae que te mandaba unos cholos a que te dieran una buena madriza!
  • ¿Ah sí? ¿Harías eso güey? ¡Pues ya te puedes ir largando de mi casa, pinche piruja arrastrada!
  • ¿Qué pasa señoritas? ¿Todo bien? Necesito verlas a las dos en el saloncito que está al fondo de ese pasillo, ¿me pueden acompañar? -dijo el Tom Cruise de la maquila, barriéndolas lentamente con las pestañas de su ojo derecho.
  • ¡Sí licenciado!
  • ¡Salud amiga, por la buena!
  • ¿Por la buena qué güey?
  • ¡Por la buena cogida que nos vamos a dar!
  • ¡Saaalud!

La Verito en Seúl

Toda su vida soñó con este momento.

Recordaba perfectamente el día que le preguntaron en kínder qué quería ser de grande. ¡Aeromoza! -contestó con una sonrisa, dejando ver lo que en cuestión de meses sería catafixiado con el Ratón Pérez.

-No sé por qué no me sorprende tu respuesta, Verito, ¿será porque no hablas de otra cosa? -dijo la miss en tono entre burlón y divertido.

Sus papás deseaban otra profesión para ella. La mamá quería que fuera ginecóloga pues tenía la bizarra idea de hacerse su examen anual con ella. El papá, por su parte, quería que fuera contadora como él y como todos los Gómez Junco.

  • ¡Cuántos muchachitos darían lo que fuera por tener la mesa puesta mijita! Mira que hacerle feo al mejor despacho de contadores de Tamaulipas!

Pero Verito no era fácil de convencer, ni siquiera cuando su novio amenazó con terminar la relación si no desistía de ingresar a la Escuela de Aviación. Podía ceder en muchas cosas. Bueno, no solo podía, ¡lo hacía! En efecto, Vero cedía en muchas cosas, por no decir que prácticamente en todas, menos en lo que tenía que ver con su sueño.

  • Pues hazle como quieras mi cielo, bastante hago con aguantar que seas siempre tú el que decide desde qué ropa me debo poner hasta a qué amigas debo conservar.
  • Achis achis los mariachis, ¿y ‘ora qué mosca te picó? ¿A qué vienen tantos reclamos?
  • A nada en particular. Tú sabes que te amo y que nada de eso me importa, pero también sabes que ser sobrecargo es lo que más quiero en la vida.
  • Sí, ya vi, lo quieres más que a mí.
  • Ay ya, no te hagas el sufrido, mejor llévame a la casa antes de que mi papá te haga bailar un zapateado.

Y así, Vero Gómez Junco defendió aquello para lo que había nacido. Entró a la escuela y pronto se convirtió en la favorita de los maestros, gracias a su empeño y dedicación. Logró graduarse con los alumnos que habían empezado un año antes que ella y a nadie le extrañó que la eligieran para dar el discurso de despedida.

A nadie le extrañó tampoco que Verito fuera contratada por una de las aerolíneas más importantes del mundo: Air Korea, de hecho tuvo que pedirles permiso de comenzar siete días después de lo que ellos querían para poder asistir a su graduación y preparar lo necesario para la mudanza, ya que el centro de operaciones estaba en Seúl.

  • Papi, Manuel me puede acompañar a Atlanta, dijo Verito así como que no quería la cosa durante el baile de graduación
  • ¿No será mucha molestia?
  • ¿Cómo cree señor? Sería un honor que me permitiera escoltar a su hija para que no se vaya sola.
  • ¿Y no quieres mejor llevarla hasta Seúl? Digo, y de una vez adelantan la luna de miel, ¡porque de seguro para eso la quieres llevar!
  • ¡Viejo, cómo dices eso? ¡Respeta a la niña!
  • ¡Pues que me respete ella! ¿A quién se le ocurre semejante plan? Por supuesto que no, jovencito. Mi esposa y yo la vamos a llevar hasta Seúl, ahora que si quiere acompañarnos, puede hacerlo, pero usted paga su boleto.
  • Ay papá, puras vergüenzas contigo, me cae que si no estuviera tan contenta no te perdonaría este lapsus groserus.
  • Ay bueno ya, mejor váyanse a bailar Verito, que yo me encargo de este viejillo renegado. Y diciendo esto, le plantó un tierno beso en la mejilla.

Recordando esa escena, Verito sonrió. Cuando llegó a la sala de espera, pensó que se había equivocado de aerolínea. Air Korea. ¿Air Korea? ¿Y por qué hay tanto mexa, preguntó a María, la jefa de sobrecargos que era de Campeche.

-Ah pues vinieron a la boda de un político.

Vero tomó eso como un buen augurio.

Para su sorpresa, todos los pasajeros subieron mostrando el más absoluto respeto. -Mira tú, lo que no hacen en su país, lo vienen a hacer afuera. Bueno, por lo menos no enseñan el cobre.

Se movía como pez en el agua, ayudando a las personas a encontrar sus lugares y acomodando sus pertenencias en la parte superior.

Cerraron las puertas.

Y aquí estaba, a punto de decir lo que tantas veces había practicado: Señores pasajeros, solicitamos prestar atención a las instrucciones de nuestro avión. Por favor tengan cuidado al abrir y sacar objetos de los compartimientos, bla, bla, bla…

– Ándale chihuahuita, es tu turno -dijo María .

– ¿Chihuahuita? Yo soy de Tamaulipas señora

– P´al caso es lo mismo, está en el norte, ¿no? Dale mijita, sé que lo vas a hacer muy bien. Vienes más recomendada que Marilyn para una despedida de soltero.

– Va pues.

Y tomando un gran respiro, comenzó:

Señores pasajeros, solicitamos prestar atención a las instrucciones de nuestro avión. Por favor tengan cuidado al abrir y sacar objetos de los compartimientos… y justo en el momento que decía eso, una güera oxigenada casi le parte la cabeza a un pelón al tratar de sacar su mochila.

-Ora ora!

-Oh excuse me sir!

(¿Excuse me? Ay sí, muy gringa, ¿no? Bueno, qué me importa). Como decía, favor de tener cuidado al abrir y sacar objetos de los compartimientos superiores ya que pueden caer y dañar a otras personas (y al decir esto le echa unos ojos de pistola a la güerosca). Los juguetes a control remoto y celulares deben permanecer apagados a partir de este momento. (Y el grupito de adolescentes pendejos, pegados a sus pinches iPads y iPhones. Ay hijos de su madre, ahorita que termine se los confisco!). No está permitido fumar a bordo. La señal de encendido indica que debe abrochar y ajustar su cinturón de seguridad. Abróchelo de esta manera (hey, así pendejetes!) y ábralo levantando la tapa así. Recomendamos mantener su cinturón de seguridad ajustado durante el vuelo (especialmente esos lepes chillones, no los quiero corriendo por todo el pasillo). Este avión cuenta con ocho salidas de emergencia.

A este punto, la pobre de Verito quería llorar. Nadie la estaba pelando, ni siquiera el viejillo asqueroso de gazné azul turquesa que la había desnudado con la mirada cuando pasó junto a ella para acomodarse en su asiento.

De pronto se vio en el gran comedor de su abuela. Todos los adultos platicando de cosas que ella o no comprendía o no le importaban. Tratando de impresionar a esa señora a la que solo veía una vez al mes, le dijo que quería ser sobrecargo. ¿Y cuál fue la respuesta de doña Carlota? -Ah. Y ajustándose los anteojos, se volteó para seguir platicando con quien tenía a su lado.

Ese recuerdo la hizo enojar y moviendo la nariz como mi Bella Genio les cambió la cara a los distraídos pasajeros y les puso la de su odiosa abuela.

¡Ahora me oyes porque me oyes viejilla estirada!

En su mente tomó de la mano a la pequeña Verito, aquella que todos los días practicaba las instrucciones, respiró profundo, y con una gran sonrisa continuó:

-Señores pasajereichons, les suplico su atencienchon porque si no me peleichon me correreichon

Eso fue más que suficiente para captar la atención de todos los pasajeros. Estos, entre risas ahogadas y caras divertidas, hasta le aplaudieron cuando terminó.

Lo hizo usted muy bien señorita chihuahuita, de hecho nunca había visto a nadie manejar así a la gente, ¡bienvenida al equipo!

Las otras sobrecargos todas coreanas, estaban sorprendidas con la respuesta que la joven mexicana había obtenido del público y emocionadas también le aplaudieron, augurándole el mejor de los futuros.

Shantelle

Lo más pesado no es cambiar de cama cada tercer día ni tener que mostrar su sonrisa hueca a periodistas y fans metiches cuando lo que realmente quiere es rayarles la madre y gritarles que la dejen en paz. No. Lo más pesado es pensar que su abuela puede morir en cualquier momento porque nadie de su familia ha pasado de los sesenta y ella está por cumplir los cincuenta y nueve.  Lo más pesado también es no poder abrazar a Princess cuando todo sale mal, cuando el ser famosa solo le deja un hueco en el alma.

Ese día era un miércoles cualquiera. Mentira. Para ella no existían días así. Todo giraba alrededor del basquet: la comida, el descanso, las terapias, el entrenamiento.

¡Ah qué ganas tenía de que acabara la temporada para poder irse a casa de su abuela Shaquana, acurrucarse con ella en su amplia mecedora de ratán y cargar día y noche a su adorada Princess! Ahí no había horarios, por lo menos no para ella. Su abuela y sus tías la consentían demasiado, parecía que querían compensar el hecho de que su mamá la hubiera abandonado de chiquita por irse a probar suerte de bailarina a Las Vegas. Y es que Lashonda Williams era demasiado hermosa, demasiado sexy, demasiado inmadura como para pasar sus mejores años cuidando bebés. Aunque fuera solo uno. Aunque fuera la niña más tierna y menos demandante del mundo. Así es, la pequeña Shantelle ni siquiera lloraba cuando tenía hambre, solo chupaba sus manitas esperando que cayera el maná del cielo. Y claro que este nunca caía, y menos cuando su mamá -entonces de dieciséis años y con la calentura queriendo escapar de sus brevísimas tangas- se iba con el galán de turno dejándola encerrada. Nadie se explica cómo es que la bebé resistió a los fríos de Detroit en ese cuartucho de mierda. De no haber sido por doña Chonita, la portera del edificio que parió a diecisiete hijos en su natal Zacatecas y tenía ojos en la nariz, la suerte de Shanti hubiera sido muy diferente. Un martes de Febrero, Mientras limpiaba las escaleras, doña Chonita detectó un olor a podrido. Achis, ¿qué es eso que huele tan hediondo? Metió sus regordetas manos a los bolsillos del delantal -sí, a su eterno delantal a cuadritos y con holanes rematados con un bies blanco en la parte superior, que tenía remiendos en los remiendos. Tomó el manojo de llaves, y como el mejor sabueso caminó puerta por puerta hasta encontrar aquello que se regodeaba en golpear sus células olfativas en una sinfonía de moléculas: en medio de la sala, en una caja de cartón donde tiempo atrás hubo unas botas grises, una plasta impresionante de caca cubría gran parte del pequeño cuerpecito de una bebé negrita. Las moscas zumbaban a su alrededor, enojadas porque sabían que el festín acabaría pronto. -¡Virgen bendita, pero qué es esto Dios mío? La pobre bebé no tenía fuerzas ni para abrir sus ojitos. Se encontraba en un estado avanzado de deshidratación, y por si eso fuera poco, tenía caca de cucaracha por toda la cara. Doña Chonita quería agarrar a la desgraciada de la madre y aventarla por la ventana, gracias a Dios que andaba de puta porque si no, sí lo hubiera hecho. Abrió su viejo Nokia y marcó al 911. Los paramédicos llegaron en menos de cinco minutos y detrás de ellos entró una trabajadora social, ¿o era trabajador? Ah caray, esas modas de ahora eran incomprensibles para la humilde portera. ¿Qué les cuesta a estos muchachitos pendejos decidirse por uno de los dos sexos? Ah no, pero ahí andan con esa mamada de que son andróginos. ¡Andróginos mis huevos! -dijo doña Chonita en voz muy baja mientras le daba el pase a dicho personaje. Los paramédicos ya habían comenzado su labor, lo hacían con tanta rapidez como si de eso dependiera su vida. Bueno, no dependía la de ellos, pero sí la de la pequeña. La limpiaron, la desinfectaron y le colocaron una sonda para ponerle suero. La bebé apenas pudo medio abrir los ojos y les dedicó una mueca que quiso ser una sonrisa. Los héroes anónimos, ahí donde la ven dos fortachones de más de dos metros, sintieron cómo un liquidito salado les empañaba la vista y le prometieron que harían todo lo posible por salvarla.

Otra que lloraba pero a moco tendido era Doña Chonita, recriminándose por no haberse dado cuenta antes de lo que estaba sucediendo en el trescientos ocho.

  • Cálmese señora, gracias a Dios y a usted la niña aún vive, va a ver que se va a recuperar, dijo la trabajadora/trabajador social.

Y así fue. Las autoridades localizaron a la familia de Lashonda, quienes obtuvieron la custodia de la bebé y estuvieron de acuerdo en que la hija debía pagar por su crimen. Fue enviada a la cárcel del condado donde el 90% de las presas eran latinas. Pero como dije, Lashonda era demasiado sexy y los guardias de la prisión pronto la bautizaron como Lashonda la Cachonda. Ella no entendía nada, no sabía español, pero su nuevo apodo le causaba gracia, y tras acostarse con todo el personal y con el juez que dictaría su sentencia, logró salir hasta con una carta de recomendación.

Ni siquiera preguntó por su hija. En su mente solo tenía una cosa fija: convertirse en bailarina exótica.

Pero bueno, volvamos a ese miércoles en que se disputaría el pase a la final. Despertó nostálgica como siempre, deseando que aunque fuera solo por un día, su desayuno no hubiese sido fríamente preparado, calculando cada gramo de carbohidrato, cada porción de proteína, cuidando que la grasa y la fibra no sobrepasaran la recomendación diaria. ¡Lo que daría por poder desayunar wafles con tocino y manzana frita!

La voz de su entrenador la sacó de sus pensamientos. Tenía hambre, sí, pero aún no era capaz de decir que quería desayunar. No. Esperaba a que Phillip le dijera que bajara al comedor. ¿Hasta cuándo vas a pedir lo que quieres Shanti? -le decía una y otra vez su psicóloga, pero ella no encontraba esa fuerza para expresar sus deseos, y como el ser la mejor basquetbolista de los últimos treinta años le había permitido tener todo lo que deseaba sin siquiera abrir la boca, no tenía prisa por resolver ese asunto.

-Coming dear! -gritó mientras brincaba de la cama para dirigirse al baño, ya que sus intestinos comenzaban a trabajar en el preciso momento en que abría los ojos. Siempre que estaba en ese trance, daba gracias a Dios por su perfecta digestión. Luego se daba un regaderazo con agua fría para activar la circulación y se limpiaba la lengua con una U de metal. A pesar de que solo podía pasarlo unas dos o tres veces porque si seguía se vomitaba, lo hacía pensando en lo contento que su hígado se ponía al ayudarlo a eliminar toxinas. Posteriormente se lavaba los dientes y al terminar le echaba un chorrito de agua oxigenada al cepillo.

No tenía ni que pensar qué ponerse. Para eso estaba Morita, su asistente japonesa, que para su clase de Pilates le había elegido unos leggins morados de leopardo, un brassiere deportivo del mismo color, una cortísima blusa amarilla que se empeñaba en dejar ver cada pulgada de músculo de su abdomen. Ah, y por supuesto unos calzones de algodón orgánico color azul turquesa y sus calcetines favoritos, morados también pero con los dedos amarillos.

Ver su ropa bien acomodadita en la cama la puso de buen humor. Y sintiendo que el baño se había llevado esa nostalgia inútil, ese descontento por la vida, dio gracias a Dios porque sabía que estaba viviendo un sueño, y decidió, al menos por ese día, cambiar de actitud. Solo por hoy. El recuerdo de su tía Virginia, fiel testigo de la eficacia de AA, vino a su mente.

Devoró la comida, fingiendo que cada bocado de esos alimentos tan perfectamente balanceados eran en realidad sus platillos favoritos. ¡Mmmmh, pollo frito… mmmmh, pudín de plátano… mmmh pastel de elote! Y así entre juego y juego terminó su desayuno.

Se lavó los dientes, y mientras esperaba que se le bajara la comida para no vomitar encima del Reformer, salió a meditar a la terraza. Lo hacía todos los días, era el secreto de su éxito. Shanti se visualizaba triunfadora, se sumergía tanto que hasta podía escuchar el rugido de la gente enloqueciendo con su juego perfecto y ver la cara de felicidad de sus compañeras, de Phillip, de su abuela, de sus tías, de los miles de fanáticos que pagaban lo que fuera por verla jugar. Sí, ella experimentaba todo eso, e invariablemente, se hacía realidad. ¿Brujería? No, física cuántica.

Diecisiete minutos y veintidós segundos después abrió los ojos y suspiró sintiéndose renovada. Bajó al área de Pilates. Algunas de sus compañeras ya estaban ahí. Se saludaron rápidamente, ajustaron sus máquinas, y contrayendo el abdomen, dedicaron los siguientes cincuenta minutos a estirar, fortalecer y dar tono a sus músculos. Ese día tocaba trampolín, yay! Era uno de los ejercicios favoritos de Shanti, bueno, todos, pero ese y el que hacían al final para estirar los músculos de la parte posterior de las piernas eran lo máximo. En este se acostaban boca arriba en el Reformer, ponían los dedos de los pies en la barra y empujaban los talones hacia enfrente. La orden era mover los pies como si estuvieran corriendo, pero ella se pasaba por el Arco del Triunfo las instrucciones. Mal se acostaba cuando ya estaba estirando las dos piernas por igual. ¡Era orgásmico, no quería que terminara! Sin embargo, como eyaculador precoz o marido poco motivado pero cumplidor, en un minuto se le acababa el veinte. Ni hablar.

Lo que seguía era una deliciosa zambullida en la piscina para relajarse. Claro que antes de echarse el clavado se daba un regaderazo, pues le sudaba hasta el apellido.

Su traje de baño color verde perico hacía resaltar su piel, la cual tenía el clásico brillo de la gente de color. Y aquí hago una pausa, ¿cómo que gente de color? ¿Y los demás qué somos? ¿Gente de forma o gente de qué? Me no comprende las frases hechas, así que hagan de cuenta que no dije nada y permítanme corregirlo: su traje de baño color verde perico hacía resaltar su piel, la cual tenía el clásico brillo de las afroamericanas y aunque no era un sexy chiquini sino un traje de baño de una sola pieza, Shanti parecía modelo de Playboy. Ni hablar, había heredado los genes sexosos de la madre. Claro que ese sex appeal se acababa al momento de ponerse el uniforme. Con sus shorts de cholo, todos aguados, y sus camisetas se veía todo menos sepsi.

En fin. Después de relajarse media hora en la piscina, se dio un regaderazo y pasó al comedor. El ejercicio le había abierto el apetito. Devoró todo lo que le pusieron enfrente: pasta con brócoli, pimiento morrón, zucchini, champiñones, queso mozzarella y crema agria, acompañada de unos ricos panecitos de ajo con harta mantequilla y un trozo enorme de salmón con miel de abeja del Gólgota (o alguna mamada de esas), aceite de oliva y limón.

Mr. Thomas, el entrenador general les tenía prohibido socializar para que no gastaran energía y la reservaran para el juego. Parecería una regla chirulera pero a él le había funcionado muy bien. Y pues ya tenía cincuenta años como coach y jamás había perdido un partido, así que lo que hacían las jovencitas después de comer era salir a los jardines con un buen libro y una jarra grande de suero de sabor.

Media hora de lectura y pa´dentro. A dormir se ha dicho.

Quince minutos después, ya estaban todas rozagantes.

Shanti brincó a la regadera. Nuevamente se duchó con agua fría y se dio un baño de aviador. ¿Para qué volver a enjabonarme todo si nomás el aquellín y las axilas me sudaron? -reía pensando en lo acertado de ese nombre.

También nuevamente encontró su ropa bien acomodadita en la cama. Con gran emoción se puso el uniforme, recogió su cabello con una liguita, besó la foto de su abuela que siempre llevaba consigo y bajó a reunirse con el equipo.

¿Recuerdan que les dije que Mr. Thomas jamás había pedido un partido? Pues siempre hay una primera vez, no sé si fue por habérselos contado, pero después de un juego reñidísimo, las Panteras de Minessota cayeron ante las Amazonas de Carolina del Norte.

Aquello era la locura. Las Panteras habían sido las favoritas durante toda la temporada y ahora que se disputaban el pase a semifinales habían quedado eliminadas. Nadie daba crédito a lo que estaba sucediendo. Shanti veía todo como en cámara lenta, pero no le afectaba de la misma manera que a sus compañeras a pesar de que sus famosos tiros de tres le habían fallado en dos ocasiones. Lo que ella veía era la casa de la abuela, esperándola con sus olmos imponentes, con sus rosales morados, blancos y amarillos, con sus mecedoras azules en el porche de la casa, sus tías entrando y saliendo con jarras y jarras de sangría y limonada, escuchando embelesadas todas las historias que su única sobrina tenía para contarles. Y ella ahí, en medio de todos, sentada en el jardín, disfrutando de Princess y su constante ronroneo, se dejaba querer.

Y entonces supo que estaba bien perder porque lo que para unos era una derrota, para ella era un gran regalo. Y sonrió.

Laura Jurado / Junio 2021

Carta a mi Españolito

Mi rey: si me muero y te encuentras esta carta, es una tarea del taller de Kato, ¿eh? Pensando en que te ibas a sacar de onda si la leías, la había hecho de un hombre hacia una mujer, pero creo que eso está peor, así que aclaro: los personajes y las situaciones son ficticias. ¿Quén lo queye a él?

Mi españolito:

Me encuentro estudiando para el examen final del doctorado, de pronto me asalta el recuerdo de tus labios carnosos recorriendo cada parte de mi cuerpo, mordisqueándolo, lamiéndolo, provocándolo.

¿Qué es todo esto que me haces sentir? ¡Yo que juraba que moriría siendo una vieja solterona, ahora agradezco al Universo por haberme permitido encontrarte para que voltearas mi mundo de cabeza!

Mis amigas se han cansado ya de advertirme que no me ponga de pechito, que no te crea todo lo que me dices, mas ¿cómo no hacerlo? ¿Cómo no enamorarse de esa voz ronca, de tu bellísimo acento? A ver dime, ¿quién puede resistirse a tus encantos? Yo no puedo, me rindo. Hubo un momento en que intenté hacerlo, no sabía nada de ti.

Recién llegado de España, te paseaste por la universidad una tarde en que todo era más gris que nunca. Llovía como suele llover en la ciudad de México, como si Tlaloc se ensañara conmigo por haberme dejado pisotear por mi jefe. ¿Hasta cuándo te vas a defender, pendeja? Aunque suene a cliché, aproveché la lluvia para llorar, aproveché los truenos para gritar a mis anchas, a media explanada.

Tú me veías, no sé si divertido o conmovido. Te acercaste corriendo hacia mí, pensé que me ofrecerías tu paraguas, estaba equivocada; lo botaste en la primera banca, me tomaste de la cintura… comenzamos a bailar. Yo estaba como hipnotizada, jamás alguien tan bello había siquiera volteado a verme.

  • ¿Ya estás mejor? -preguntaste secando mis lágrimas.
  • ¿De qué? No estaba llorando, era la lluvia
  • ¡Ah claro!

Reímos.

Me ofreciste tu abrigo que previsoramente te habías quitado para que no se mojara. Me lo puse… aspiré tu loción… olía a bigote. Olía a aquello que tanto deseaba… sentí un cosquilleo.

Coqueto, te ofreciste a llevarme a tu casa para que me secara. Sabiendo en lo que me estaba metiendo, accedí. Era el perfecto departamento de soltero. Te confieso que mi primer pensamiento fue: Hijo de su madre, a cuántas viejas invitará este…

Saludaste al portero, sentí su mirada como enjuiciándome, como si en ella se hubieran conjuntado las miradas de mis beatos padres, de mis tías las de la vela perpetua, del pinche cura hipócrita del pueblo, de los Caballeros de Colón. Me valió madre, ya me habías hipnotizado. Si en ese momento me hubieras pedido un riñón, te lo habría dado con gusto. Aunque no, no era eso lo que querías. Lo que tú buscabas era algo que yo no sabía que tenía.

El cosquilleo se hizo más intenso cuando me besaste.

Aún recuerdo minuto a minuto, segundo a segundo todo lo que vivimos.

Todo era nuevo para mí, jamás nadie me había besado. Fuiste muy tierno conmigo, muy paciente, eso te lo voy a agradecer siempre. Una a una fuiste quitándome cada prenda, dizque para que se secaran. Mis ojos no podían ver otra cosa que tu bello rostro. Cuando me quedé desnuda frente a ti, comencé a temblar. Me envolviste con una cobija, me acostaste frente a la chimenea, te quitaste la ropa. Yo no quería verte. Bueno, sí, aunque me moría de la pena. Tú comprendiste que esa sería mi primera vez… ¡fuiste tan tierno! Me preguntabas si estaba bien si me besabas, si estaba bien si me acariciabas, si estaba bien si mordías mi cuello, si besabas mis orejas. Yo asentía con la cabeza, insisto, me moría de la pena, mas no quería que pararas.
Eran mil sensaciones desconocidas. Eran veintiocho años de pasión reprimida. Cuando me dijiste que querías hacerme tuya, lo primero que vino a mi mente fueron las cursis novelas de Corín Tellado. Por primera vez me sentí como esas amazonas que ella tan bien describía: solo me faltaban los vaqueros ajustados.

Fui tuya no una, sino ¡dos, cuatro, siete veces! La verdad es que perdí la cuenta cuando dejó de importarme que mis papás o las monjas del colegio pudieran estarme viendo. Ese cosquilleo se convirtió en una retroexcavadora que revolvía mis entrañas, haciéndome querer más de ti.

Así hemos pasado nuestras noches. Hoy se cumplen exactamente tres meses, bendigo al cabrón de mi jefe por haberse robado mi proyecto. Bendigo mi pendejez, bendigo la lluvia, bendigo al avión que te trajo de la Madre Patria a mis brazos.

Gracias mi vida por existir, gracias por amarme tanto como te amo yo a ti.

Tuya por siempre,

Mariana.

EL CHOLILLO

Desde niño soñaba con ser piloto. Le encantaba ese aire de masculinidad que emanaban los grandes de la pista, esa actitud de mírenme qué chingón soy.

En su ciudad se realizaban domingo a domingo unas carreritas pedorras, pero para él (y el resto de los habitantes de Nueva Rosita) eran las 500 millas de Indianapolis. Se iba desde las ocho a la pista Hermanos Reyes para vivir lo más cerca posible eso que tanto lo apasionaba. Tomaba dos camiones, los choferes ya lo conocían y lo dejaban subir gratis a cambio de que les consiguiera autógrafos de los pilotos.

El corazón se le salía cuando el camión abandonaba la carretera y enfilaba hacia el Autódromo por un camino de terracería. ¡Ya casi llegamos! – gritaba emocionado, como si el chofer no lo supiera.

  • ¿Qué onda, cholillo? ¿Tan temprano y ya por acá? – lo saludaba Beto, el encargado de la taquilla, echándole el tufo en la cara.
  • ¿Qué onda mi Beto? -contestaba sin hacerle el feo.

El Cholillo, como lo conocían todos, era muy querido, ya que como decía su abuelita, sabía granjearse a la gente.

  • Pásale, ya te está esperando el Rulis para que barras las gradas
  • ¡Ya estás mi Beto, gracias!

Y con mucha enjundia comenzaba a trabajar desde temprano; apenas terminaba una tarea, corría con el Rulis para ver qué más se ofrecía.

Lo más emocionante era cuando le pedía que lavara los carros de carreras. Se sentaba al volante y recorría las mejores pistas del mundo, coronándose siempre campeón. Veía el orgullo y la felicidad en la cara de tolteca de su papá, quien finalmente se había convencido de que debía dejarlo realizar su sueño y hasta se había convertido en su entrenador; los otros pilotos levantándolo y paseándolo con su copa por toda la pista, el público gritando su nombre y pidiéndole autógrafos, las mujeres abalanzándose sobre él. Y aquí es cuando su sueño se desinflaba. Algo no estaba bien con esa película. A pesar de haber visto muchas veces en la vida real que todo piloto que se respetara debía de traer mínimo dos viejas gordibuenas, las mujeres no tenían cabida en su mundo.

¿Sería porque era apenas un niño de diez años? Mmmm… no, ya que cuando se hizo adolescente siguió sintiéndose igual respecto al sexo opuesto. Le exasperaban sus cambios repentinos de humor, sus síes disfrazados de noes, sus voces chillonas y estridentes, su falta de lealtad. A él lo que realmente le emocionaba era pensar en los pilotos. ¡No manches! Cerraba los ojos y los veía con sus trajes súper ajustados que no dejaban nada a la imaginación! Bueno, esos son los toreros, pero así los imaginaba el Cholillo, los vestía y los desvestía a su antojo.

Un día, el piloto más famoso de esa época, Santiago Corvera, lo descubrió viéndole el trasero.

  • Ora pinche Cholo, ¿qué te traes? ¿A poco eres puñal o por qué me ves las nalgas?
  • Nooooo, ¿cómo crees mi Santi? A mí lo que me gustan son las viejas, si te estaba viendo es porque con ese traje el que parece puñal eres tú.
  • ¡Jajajajaja, te la llevaste cabrón!

Lo bueno es que el tal Corvera se la creyó todita, tanto, que terminando la carrera lo invitó por fin a una de sus apoteósicas fiestas de la victoria.

Estaba seguro de que esa noche quedaría grabada en sus recuerdos como la peor de su vida. Santiago le endilgó a una de sus amiguitas, quien gustosa dijo que le quitaría lo cherry. ¿Qué no te das cuenta de que si quiero con alguien es contigo, pendejo? -le gritaba con los ojos al guapérrimo piloto.

Tomándolo de la mano, Zulema lo condujo a uno de los bungalows. Desde que vio que su atuendo coordinaba perfectamente y que traía las uñas más arregladas que ella, sospechó que se encontraba ante un caso de Homo Sexualis. Al escucharlo hablar, supo que había acertado, por lo que le ahorró el mal trago y le dijo que su secreto estaba a salvo con ella. Sacó un cigarro y lo invitó a encuerar a sus demonios.

El Cholillo suspiró aliviado. Nunca había tenido el valor de contar lo que sentía, pero con Zulema las palabras salían con facilidad de su escondite.

Esa noche se convirtieron en los mejores amigos, y semanas después, inventaron que eran novios.

Siendo Nueva Rosita una ciudad demasiado tradicionalista, eso era lo mejor que podían hacer. Santiago se convirtió en una especie de padrino y vio con buenos ojos su relación. Quería mucho a Zulema y le encantaba la idea de que dejara atrás esa vida licenciosa (como dirían las distinguidas damas de la vela perpetua). También sentía un cariño especial por el Cholillo, le inspiraba mucha ternura, así que se dedicó a entrenarlo pasándole todos sus secretos. Nadie se sorprendió cuando el joven piloto se coronó campeón estatal.

A partir de ese momento, el éxito fue su fiel compañero, carrera a la que entraba, carrera que ganaba. Sus papás también estaban muy contentos por su “noviazgo” con Zulema y esperaban ansiosos el molito. Él les callaba la boca con las carretadas de dinero que les mandaba.

Para ellos y para todo el mundo, Mauricio Zavala, alias el Cholillo, era el hombre más afortunado del planeta. Nada más alejado de la realidad. No soportaba el acoso de las muchachitas haciendo sus-bocas-de-pato mientras intentaban conquistarlo con sus chiquifaldas o de las mujeres ya más maduritas con sus escotes hasta el ombligo. ¡Por Dios, se les ve hasta el queque, me van a sacar los ojos con esas cosotas, qué asco!

Pa´acabarla, el ambiente no ayudaba en nada, los pilotos a todos tiros querían endilgarle alguna vieja, les valía madre que tuviera novia.

 Mi querido Mau, estás a punto del colapso, se dijo un día al verse en el espejo antes de una carrera y no reconocer su propia imagen. ¿Quién eres güey? ¿Cómo te metiste a mi vida? ¡Ya déjame en paz! Llorando, comenzó a dar de manotazos al espejo, lo que hizo que se arruinara su perfecto ‘maniquiur’ y terminó por desmoronarse. Si él fuera tan macho como todos pensaban que era, quebraría el pinche espejo de un puñetazo, pero ni eso podía hacer bien.

¡Ahhhhhh! ¡Ya no puedo máaaaaaaas! -gritó Mauricio y junto con él, gritó el niño de diez años que se emocionaba viéndole las nalgas a los pilotos.

Santiago lo encontró en el piso.

  • ¿Qué te pasa cabrón? ¿Estás bien?
  • No, no estoy bien! Mi vida es una farsa! Yo no quiero ser piloto!

Y abrazado a su padrino, el Cholillo confesó aquello que solo Zulema y él sabían.

  • ¿Y por qué te hiciste piloto pues, cabrón?
  • ¡Porque de chiquito me gustaban las carreras, pero cuando fui creciendo me di cuenta de que realmente lo que me fascinaba era estar rodeado de hombres! Pero ya estoy hasta la madre, ya no soporto mentir! Quiero ser yo… lo de Zulema son puras piñas, nos queremos mucho pero solo como amigos.

La cara de Santiago se fue transformando mas no por oír lo que el Cholillo le decía, sino porque toda la escudería había escuchado la confesión.

Antes de que pudiera decirles algo, el más chaparrito del grupo dio un paso al frente y dijo:

  • ¡Cuéntanos algo que no sepamos!
  • Ah cabrón, ¿cómo que ya sabían?
  • Pues claro, se te nota mi rey!!! Pero no te apures, no eres el único, mira, aquí el Gustavo, el Mike y el Tomás también son del club de los muerde-almohadas
  • Eh eh, ni máis, yo soy sopla-nucas dijeron los tres al mismo tiempo, lo que hizo que todos soltaran la carcajada y le hicieran bolita al buen Mau.

Bueno, ya, ya, que esto no es Mujer Casos de la Vida Real y tenemos una carrera por ganar. ¡Vámonos! -dijo Santiago, emocionado por la gran muestra de madurez que esos jovencitos habían dado.