EL CHOLILLO

Desde niño soñaba con ser piloto. Le encantaba ese aire de masculinidad que emanaban los grandes de la pista, esa actitud de mírenme qué chingón soy.

En su ciudad se realizaban domingo a domingo unas carreritas pedorras, pero para él (y el resto de los habitantes de Nueva Rosita) eran las 500 millas de Indianapolis. Se iba desde las ocho a la pista Hermanos Reyes para vivir lo más cerca posible eso que tanto lo apasionaba. Tomaba dos camiones, los choferes ya lo conocían y lo dejaban subir gratis a cambio de que les consiguiera autógrafos de los pilotos.

El corazón se le salía cuando el camión abandonaba la carretera y enfilaba hacia el Autódromo por un camino de terracería. ¡Ya casi llegamos! – gritaba emocionado, como si el chofer no lo supiera.

  • ¿Qué onda, cholillo? ¿Tan temprano y ya por acá? – lo saludaba Beto, el encargado de la taquilla, echándole el tufo en la cara.
  • ¿Qué onda mi Beto? -contestaba sin hacerle el feo.

El Cholillo, como lo conocían todos, era muy querido, ya que como decía su abuelita, sabía granjearse a la gente.

  • Pásale, ya te está esperando el Rulis para que barras las gradas
  • ¡Ya estás mi Beto, gracias!

Y con mucha enjundia comenzaba a trabajar desde temprano; apenas terminaba una tarea, corría con el Rulis para ver qué más se ofrecía.

Lo más emocionante era cuando le pedía que lavara los carros de carreras. Se sentaba al volante y recorría las mejores pistas del mundo, coronándose siempre campeón. Veía el orgullo y la felicidad en la cara de tolteca de su papá, quien finalmente se había convencido de que debía dejarlo realizar su sueño y hasta se había convertido en su entrenador; los otros pilotos levantándolo y paseándolo con su copa por toda la pista, el público gritando su nombre y pidiéndole autógrafos, las mujeres abalanzándose sobre él. Y aquí es cuando su sueño se desinflaba. Algo no estaba bien con esa película. A pesar de haber visto muchas veces en la vida real que todo piloto que se respetara debía de traer mínimo dos viejas gordibuenas, las mujeres no tenían cabida en su mundo.

¿Sería porque era apenas un niño de diez años? Mmmm… no, ya que cuando se hizo adolescente siguió sintiéndose igual respecto al sexo opuesto. Le exasperaban sus cambios repentinos de humor, sus síes disfrazados de noes, sus voces chillonas y estridentes, su falta de lealtad. A él lo que realmente le emocionaba era pensar en los pilotos. ¡No manches! Cerraba los ojos y los veía con sus trajes súper ajustados que no dejaban nada a la imaginación! Bueno, esos son los toreros, pero así los imaginaba el Cholillo, los vestía y los desvestía a su antojo.

Un día, el piloto más famoso de esa época, Santiago Corvera, lo descubrió viéndole el trasero.

  • Ora pinche Cholo, ¿qué te traes? ¿A poco eres puñal o por qué me ves las nalgas?
  • Nooooo, ¿cómo crees mi Santi? A mí lo que me gustan son las viejas, si te estaba viendo es porque con ese traje el que parece puñal eres tú.
  • ¡Jajajajaja, te la llevaste cabrón!

Lo bueno es que el tal Corvera se la creyó todita, tanto, que terminando la carrera lo invitó por fin a una de sus apoteósicas fiestas de la victoria.

Estaba seguro de que esa noche quedaría grabada en sus recuerdos como la peor de su vida. Santiago le endilgó a una de sus amiguitas, quien gustosa dijo que le quitaría lo cherry. ¿Qué no te das cuenta de que si quiero con alguien es contigo, pendejo? -le gritaba con los ojos al guapérrimo piloto.

Tomándolo de la mano, Zulema lo condujo a uno de los bungalows. Desde que vio que su atuendo coordinaba perfectamente y que traía las uñas más arregladas que ella, sospechó que se encontraba ante un caso de Homo Sexualis. Al escucharlo hablar, supo que había acertado, por lo que le ahorró el mal trago y le dijo que su secreto estaba a salvo con ella. Sacó un cigarro y lo invitó a encuerar a sus demonios.

El Cholillo suspiró aliviado. Nunca había tenido el valor de contar lo que sentía, pero con Zulema las palabras salían con facilidad de su escondite.

Esa noche se convirtieron en los mejores amigos, y semanas después, inventaron que eran novios.

Siendo Nueva Rosita una ciudad demasiado tradicionalista, eso era lo mejor que podían hacer. Santiago se convirtió en una especie de padrino y vio con buenos ojos su relación. Quería mucho a Zulema y le encantaba la idea de que dejara atrás esa vida licenciosa (como dirían las distinguidas damas de la vela perpetua). También sentía un cariño especial por el Cholillo, le inspiraba mucha ternura, así que se dedicó a entrenarlo pasándole todos sus secretos. Nadie se sorprendió cuando el joven piloto se coronó campeón estatal.

A partir de ese momento, el éxito fue su fiel compañero, carrera a la que entraba, carrera que ganaba. Sus papás también estaban muy contentos por su “noviazgo” con Zulema y esperaban ansiosos el molito. Él les callaba la boca con las carretadas de dinero que les mandaba.

Para ellos y para todo el mundo, Mauricio Zavala, alias el Cholillo, era el hombre más afortunado del planeta. Nada más alejado de la realidad. No soportaba el acoso de las muchachitas haciendo sus-bocas-de-pato mientras intentaban conquistarlo con sus chiquifaldas o de las mujeres ya más maduritas con sus escotes hasta el ombligo. ¡Por Dios, se les ve hasta el queque, me van a sacar los ojos con esas cosotas, qué asco!

Pa´acabarla, el ambiente no ayudaba en nada, los pilotos a todos tiros querían endilgarle alguna vieja, les valía madre que tuviera novia.

 Mi querido Mau, estás a punto del colapso, se dijo un día al verse en el espejo antes de una carrera y no reconocer su propia imagen. ¿Quién eres güey? ¿Cómo te metiste a mi vida? ¡Ya déjame en paz! Llorando, comenzó a dar de manotazos al espejo, lo que hizo que se arruinara su perfecto ‘maniquiur’ y terminó por desmoronarse. Si él fuera tan macho como todos pensaban que era, quebraría el pinche espejo de un puñetazo, pero ni eso podía hacer bien.

¡Ahhhhhh! ¡Ya no puedo máaaaaaaas! -gritó Mauricio y junto con él, gritó el niño de diez años que se emocionaba viéndole las nalgas a los pilotos.

Santiago lo encontró en el piso.

  • ¿Qué te pasa cabrón? ¿Estás bien?
  • No, no estoy bien! Mi vida es una farsa! Yo no quiero ser piloto!

Y abrazado a su padrino, el Cholillo confesó aquello que solo Zulema y él sabían.

  • ¿Y por qué te hiciste piloto pues, cabrón?
  • ¡Porque de chiquito me gustaban las carreras, pero cuando fui creciendo me di cuenta de que realmente lo que me fascinaba era estar rodeado de hombres! Pero ya estoy hasta la madre, ya no soporto mentir! Quiero ser yo… lo de Zulema son puras piñas, nos queremos mucho pero solo como amigos.

La cara de Santiago se fue transformando mas no por oír lo que el Cholillo le decía, sino porque toda la escudería había escuchado la confesión.

Antes de que pudiera decirles algo, el más chaparrito del grupo dio un paso al frente y dijo:

  • ¡Cuéntanos algo que no sepamos!
  • Ah cabrón, ¿cómo que ya sabían?
  • Pues claro, se te nota mi rey!!! Pero no te apures, no eres el único, mira, aquí el Gustavo, el Mike y el Tomás también son del club de los muerde-almohadas
  • Eh eh, ni máis, yo soy sopla-nucas dijeron los tres al mismo tiempo, lo que hizo que todos soltaran la carcajada y le hicieran bolita al buen Mau.

Bueno, ya, ya, que esto no es Mujer Casos de la Vida Real y tenemos una carrera por ganar. ¡Vámonos! -dijo Santiago, emocionado por la gran muestra de madurez que esos jovencitos habían dado.