Bolitas para Adivinar

¿Recuerdan el chiste del que vendía bolitas para adivinar? Bueno, ahí les va para los que no se acuerden o no se lo sepan. 

Está un vendedor en la plaza de un pueblo anunciando su producto a todo pulmón: 

—¡Bolitas para adivinar… bolitas para adivinar…!

Un señor se acerca intrigado y le compra una. Al momento que la prueba, casi se vomita y exclama:

—¡Guácala, esto sabe a pura mierda!

A lo que el vendedor proclama: 

—¡Otro que adivina… otro que adivina!

Jajaja, bueno, pues el tema de hoy nada tiene que ver con ningunas bolitas para adivinar, pero sí con unas piedritas para agradecer, cortesía de mi querida mayestra y amiga Chío. 

Yo las conocí apenas hace unos días que estábamos en la clase de meditación. Antes de empezar, Chío nos pidió que tomáramos una piedrita de varias que había pintado; yo escogí una muy linda con florecitas. Entonces nos puso a hacer un ejercicio de agradecimiento y nos dejó de tarea que la pusiéramos en el buró y que justo antes de dormir, la acariciáramos mientras repasábamos todo aquello por lo que podíamos dar gracias ese día. Aparte de todo lo que se agradece de cajón, como nuestros sentidos, la salud, el trabajo, los amigos, familia, etc., también podemos dar gracias porque alguien nos haya sonreído en la calle, porque hayamos ayudado a alguien, porque nos hayamos topado con una amiga a la que no veíamos hace años, etc. 

Después de hacer esa lista mental, debíamos escoger solo un motivo de agradecimiento y dormirnos pensando en ello. A la mañana siguiente, debíamos recordarlo al despertar. 

Sobra decir que me encantó el ejercicio, ya que me hizo darme cuenta de que, si bien todos los días agradezco muchísimas cosas (despertarme con energía, bañarme con agua caliente, ir al baño con regularidad, tener a mi familia, a mis mascotas, el olor y la vista del jardín, el canto de los pájaros, el cielo, mis múltiples actividades, etc.), hay otras que las paso por alto. 

Y es que tengo la fortuna de que en cuanto pongo la cabeza en la almohada, caigo redondita en los brazos de Morfeo. Todas las noches es lo mismo, me acuesto y comienzo diciendo en mi mente: Buenas noches Diosito, muchas gracias por… zzzzzzzzzzzz

Pues esa noche ya iba en ‘gracias’ cuando me acordé de la piedrita. Rápido la tomé en mis manos, y como por arte de magia, comencé a repasar aquello que ese día merecía un agradecimiento. ¡Me sorprendí de ver cuántas cosas había dejado fuera!

Así lo he estado haciendo desde entonces, pero hace unos días fui un poquito más allá:

Cuando me estaba bañando, agradecí como siempre el agua calientita que caía sobre mi cabeza, y de manera consciente me dispuse a disfrutar el momento, en nombre de todos aquellos que no pueden hacerlo (porque viven en la calle, no tienen agua en su casa, no tienen para pagar el gas, o simplemente porque andan de campamento).  

Entonces pensé en lo rica que es la vida, no solo cuando agradecemos, sino cuando disfrutamos sin remordimiento. Por desgracia, hay muchas personas que no saborean muchas cosas, pongamos por ejemplo, la comida. ¿Por qué no la saborean? Porque en el mundo hay hambruna y sienten culpa por ello. 

A esas personas yo les pregunto: 

  • ¿Esa culpa beneficia a alguien? 
  • ¿Al sentirse mal por tener tanto y otros tan poco los están ayudando? 

Pues no. Si realmente quieren ayudar, compartan con otros su comida –en este caso-, impúlsenlos para que sean autosuficientes, ayúdenlos a conseguir un trabajo, etc. 

Ya sé, ya sé, se han de estar preguntando: ¿y a poco sí ayudamos a los demás al disfrutar algo en su nombre? 

Yo creo que sí. Pienso que con esos pequeños actos las otras personas reciben un regalito de buena vibra, pero independientemente de eso, el beneficio mayor será para ustedes, ya que disfrutarán más con el solo hecho de haberse quitado el lastre de la culpa.

Pero bueno, de cualquier manera, el agradecimiento es siempre algo positivo, y el tener un recordatorio como una piedrita en el buró ayuda bastante. 

Recordemos que cuando somos agradecidos, el Universo dice: ¡Ah mira, a ella (o a él) le gusta lo que le estoy mandando, voy a darle más!

Así que concluyo esta historia dando gracias por Chío y sus enseñanzas, por el placer que me da escribir sobre lo que aprendo, y porque después de toda una vida añorando un grupo de meditación por las mañanas, la vida me lo concedió… y de pilón en mi idioma y con personas muy lindas. 

Y por supuesto, a ti que me lees: ¡gracias, gracias, gracias!

Agradecimiento

El otro día en la clase de meditación, la mayestra Chío nos pidió que tomáramos una piedrita de varias que ella había pintado, yo escogí una muy linda con florecitas. Entonces nos puso a hacer un ejercicio de agradecimiento y nos dejó de tarea que la pusiéramos en el buró y que justo antes de dormir, la acariciáramos mientras repasábamos todo aquello por lo que podíamos dar gracias ese día. 

El ejercicio me gustó mucho, ya que me hizo darme cuenta de que, si bien agradezco muchísimas cosas (despertarme con energía, bañarme con agua caliente, ir al baño con regularidad, tener a mi familia, a mis mascotas, el olor y la vista del jardín, el canto de los pájaros, el cielo, mis múltiples actividades, etc.), hay otras que las paso por alto. 

Y es que tengo la fortuna de que en cuanto pongo la cabeza en la almohada, caigo redondita en los brazos de Morfeo. Todas las noches es lo mismo, me acuesto y comienzo diciendo en mi mente: Buenas noches Diosito, gracias por… zzzzzzzzzzzz

Pues esa noche ya iba en ‘gracias’ cuando me acordé de la piedrita. Rápido la tomé en mis manos, y como por arte de magia, comencé a repasar aquello que ese día merecía un agradecimiento. ¡Me sorprendí de ver cuántas cosas había dejado fuera!

Así lo he estado haciendo desde entonces, pero hoy fui un poquito más allá:

Cuando me estaba bañando, agradecí como siempre el agua calientita que caía sobre mi cabeza, y de manera consciente me dispuse a disfrutar el momento, en nombre de todos aquellos que no pueden hacerlo (porque viven en la calle, porque no tienen agua en su casa, porque no tienen para pagar el gas, o simplemente porque andan de campamento).  

Entonces pensé en lo rica que es la vida, no solo cuando agradecemos, sino cuando disfrutamos sin remordimiento. Por desgracia, hay muchas personas que no saborean muchas cosas, pongamos por ejemplo, la comida. ¿Por qué? Porque en el mundo hay hambruna. 

A esas personas yo les pregunto: 

  • Esa culpa que sienten, ¿beneficia a alguien? 
  • Al sentirse mal por tener tanto y otros tan poco, ¿los están ayudando?

Siento decirles que no. Los ayudarían si compartieran con otros su comida –en este caso-, si los impulsaran para que fueran autosuficientes, si los recomendaran  para que consiguieran un trabajo, etc. 

Sí, me imagino que se están preguntando: y bueno, al disfrutar algo en nombre de otros, ¿los ayudamos? No lo sé… quiero pensar que tal vez ellos reciban un regalito de buena vibra, pero lo que sí sé es que ese pequeño acto hará que ustedes lo disfruten más, libres de toda culpa. 

Bueno, de cualquier manera, el agradecimiento es siempre algo positivo. Si necesitan ayudarse de algo como la piedrita en el buró, háganlo, pero cultiven esa costumbre. 

Recuerden que cuando somos agradecidos, el Universo dice: ¡Ah mira, a ella (o a él)  le gusta  lo que le estoy mandando, voy a darle más!

Así que concluyo esta historia dando gracias por Chío y sus enseñanzas, así como por el placer que me da compartir lo que aprendo, especialmente cuando lo hago por escrito. 

Gracias, gracias, gracias. 

El Patito Feo

¿Alguna vez te has sentido ‘el prietito en el arroz’? Ya sabes, esa sensación de incomodidad, de sentir que no perteneces a un grupo.

Esta pregunta me despertó ayer a las tres de la mañana y le dio un giro a la gunicharrita que había empezado un día antes:

Para quienes no lo saben, yo vivo en una colonia en donde la mayoría de las casas son viejitas. La nuestra, por ejemplo, es de 1978 y me encanta. Pues no sé a qué arquitecto se le ocurrió construir aquí una casa híper moderna que –como dicen en mi familia-  no casca ni máis con el vecindario, por lo que todos los días, cuando pasábamos frente a ella, mi hija y yo “la corríamos” y le decíamos que está bonita (para los que les gusta ese tipo de arquitectura), pero que desentona con las demás casas.

¿Y por qué lo menciono en tiempo pasado? Porque si bien la casa sigue sin gustarme y todavía me parece  una mentada de madre que la hayan construido aquí, me he dado cuenta de que esa casa (como tooooodo lo que sucede a mi alrededor) simplemente me está haciendo de espejo, mostrándome que así como soy intolerante ante su “prietez (si se me permite la palabra)”, lo soy ante otras cosas o situaciones. ¡Gulp!

Originalmente, cuando decidí el tema del que iba a hablar hoy, pensaba analizar más a profundidad esos momentos de intolerancia, pero después de haber sido despertada con esa pregunta, siento que la atención debe centrarse en todas aquellas personas (y me incluyo) que son o han sido alguna vez el prietito en el arroz.

Para lo cual, vuelvo a preguntarte:

¿Alguna vez te has sentido que no encajas, que no perteneces? Bien, pues aunque yo no tenga vela en el entierro (o quizás sí, para algunos), en lo que valga, quiero ofrecer una disculpa de todo corazón a nombre de quienes te hayan hecho sentir mal.

Y así como hoy que pasé frente a la casa ultramodernaquenocascanimáis le pedí perdón por decirle cosas feas y le di la bienvenida a la colonia, así les pido perdón a ustedes y les doy la bienvenida a (inserte aquí el grupo, diría mi sobrina Patita).

Te invito a que te visualices en la situación o grupo en los que te sientas así, toma una respiración profunda e imagina cómo todas las personas que ahí se encuentran te sonríen, te dan la bienvenida y te admiran por ser quien eres. Recuerda que, al final, todos somos exactamente lo mismo: unos hermosos seres de luz, similares a la flama de una vela, así que avanza hacia ellos y déjate abrazar.

Toma otra respiración y date cuenta de que has dejado de ser el prietito en el arroz para contribuir con tu sabor único al más exquisito platillo: la vida.

Disfrútalo.  

CONGRUENCIA, CONGRUENCIA, CONGRUENCIA

Últimamente he hablado mucho de la congruencia y a lo mejor ya hasta caigo gorda con eso, pero recuerden que yo escribo pensando en mis experiencias y lo comparto para que quien guste, tome aquello con lo que resuene y deseche el resto. ¿Y por qué insisto en el tema? Pues porque mi real ser o mi yo supremo me ha estado diciendo que ponga atención a ello.

El último recordatorio me sacó hoy de las cobijas cuando cerca de las cuatro de la mañana me desperté pensando en una serie buenísima que estoy viendo (Tiempos de Guerra o Morocco: Love in Times of War). En ella, los protagonistas están metidos en un lío, precisamente por no ser congruentes entre lo que piensan, dicen (o hacen) y sienten. 

Yo lo veo como que la energía divina que entra por nuestra cabeza no fluye libremente cuando la “tubería” (por así decirlo) de los chakras superiores es diferente. ¿Qué la hace diferente? Nuestros pensamientos, palabras o acciones, y sentimientos. Es como esos juegos para bebés en donde tienen que meter una figura en un recipiente. Si la forma de ambos coincide, se logra el objetivo. Si no, comienzan las frustraciones. 

El 2018 ha sido bautizado por mí como “el año de la congruencia”, ya que ese es mi único propósito en la actualidad. Eso no quiere decir que ya camino sobre el agua, nada más alejado de la realidad, pero sí que toda mi atención está puesta en mejorar en ese aspecto. Desde finales de diciembre empecé a hacer cambios, comenzando por salirme de tres chats de WhatsApp que si bien estaban compuestos por personas a las que sigo queriendo o apreciando, sus notificaciones (o la falta de estas a lo que yo publicaba -y no me refiero a chistes, sino a preguntas directas hechas a todo el grupo… de las que si estuviéramos físicamente en una reunión, sería muy grosero que nadie o casi nadie contestara) me hicieron tomar la decisión de alinear lo que pensaba (“qué feo cuando no me pelan en cosas que para mí son importantes”), lo que decía o hacía (me frustraba cuando algo así volvía a pasar pero no decía nada) y lo que sentía (me ponía muy triste pues me parecía que no era totalmente aceptada). Quien no conozca mi proceso con los grupos de WhatsApp, puede pensar que soy una inmadura, pero esa inmadurez ya la viví mucho antes de formar parte de estos tres grupos de que hablo y la superé (bueno, más que madurez o inmadurez, se trataba de una herida abierta). Antes era una ofensa para mí que no me dieran acuse de recibo cada vez que ponía un chiste o una publicación de esas de las que te hacen pensar (no las de ´bonito día´ o ´que Dios derrame bendiciones en tu vida´ que, si las llego a mandar, es a contadas personas y solo por joder, pues les chocan igual que a mí), no se diga cuando escribía algo que los buenos modales obligarían a las personas a contestar si estuviéramos frente a frente. Les confieso que, por mucho tiempo, mi Gunita interior sufrió lo indecible a causa de eso, pero por fortuna pudimos (ella y yo) entender que la gente era libre de contestar o no, así que opté por aceptarlos (parcialmente) como son. Digo parcialmente, porque en los grupos a los que sigo perteneciendo sí les digo: ‘¡Pélenme… les estoy preguntando algo!’.

¡EN ESTE MOMENTO ESTOY ENTENDIENDO POR QUÉ LOS ANGELES ME HAN ESTADO ENVIANDO LOS MISMOS MENSAJES DESDE HACE VARIAS SEMANAS!  Estos son ‘Haz Brillar tu Luz Intensamente’ y ‘Elije la Paz’… ¡claro! Cuando la LUZ de Dios no fluye por falta de congruencia, se debilita y no BRILLA CON LA MISMA INTENSIDAD y cuando permanezco en una situación que me molesta, estoy robándome mi PAZ… Wow!

¿Así o más claro?