BELLEZA FUNCIONAL

El otro día -recién levantada- me paré frente al espejo del baño y comencé a inspeccionar mi cara. En lo que me fijaba si mi piel estaba humectada o no, o si había amanecido más ojerosa o menos, me cayó el veinte de que me estaba viendo por encimita.

Mujer en un espejo

Y así como en el pasado he podido darme cuenta de que el cuerpo es el vehículo que aloja y transporta a mi verdadero YO (el espíritu), ese día comencé a valorarlo y me dije: ¿Qué importa si tengo o no arrugas, si soy celulítica o mamazota? Y me puse a repasar parte por parte de mi maravilloso cuerpo y a dar gracias porque TODO funcionaba a la perfección: ojos, oídos, nariz, boca, extremidades, órganos, etc.

A los pocos días me tocó ir con el dentista, ya que estaba como el perrito: me dolía la muela. Me habían revisado meses atrás (cuando había comenzado el dolor) y no habían encontrado nada, pero ahora resulta que traía una infección. Me recetaron un antibiótico y me mandaron con el periodoncista para que hiciera una evaluación más completa.

Dentista

A la semana siguiente acudí a mi cita. Cuando me pasaron al sillón para que me revisaran dos asistentes, de inmediato comenzaron a chulearme: la bolsa de Fridita, mi piel (¡plop!) y los dientes (¡plop y más plop!). La primera me la creí al instante; la segunda, más o menos, pero como mi mamá tenía una piel súper tersa, contemplé –por primera vez- la posibilidad de que pude haberla heredado; lo que sí se me hacía muy jalado de los pelos es que a alguien le pareciera que mis dientes estaban bonitos… hasta que entendí que ellas estaban viendo más allá del color o de la forma, y recordé esa mañana frente al espejo del baño, así como todas las veces que iba con mi dentista favorito en Chihuahua (el Dr. Rogelio Madrigal) y lo escuchaba decirme lo mismo. Todo comenzó a tener sentido y di gracias al encargado de darme este magnífico cuerpo (y no hablo de buenuras) porque realmente me ha salido muy bueno y aguantador (y hasta me gusta la carrocería, jajaja).

Para no hacer el cuento largo, resulta que aunque mis dientes estaban en general muy sanos, traía una hiper-mega infección, por lo que tuvieron que extraer la pieza ese mismo día.

Di gracias entonces por lo oportuno de la cita, porque si bien en dos horas llegaban mis suegros, al día siguiente mis cuñados con sus hijos y el futuro yerno, y dos días después tendríamos en la casa la tradicional posada y festejo de cumple de mi marido, todo sucedió justo cuando era mejor para mí. Según el periodoncista, de no haber extraído la muela en ese momento, la infección se hubiera ido a la sangre y hubiéramos tenido que ir al hospital antes de Navidad.

Bueno, pues hace una semana mi cuerpo me dio otro aviso: estaba tomando muy poca agua. Ya me había percatado de eso, pero no pensé que fuera tan importante en invierno. Por no hacer caso a mi intuición, acabé en urgencias: deshidratada y con una baja de potasio, acompañado de –o tal vez provocado por- vértigo, hormigueo en las extremidades y vómito. 

Primeros auxilios

Por fortuna, mi esposo y mis cuñados aún estaban aquí, ya que en menos de siete horas mi sobrino Fer regresaba a España y mi marido salía de viaje para China. Él y mi hijo me llevaron al hospital y allá nos alcanzó el cuñado (todos tuvimos un déjà vu, ya que dos años antes había sucedido lo mismo con Fer: justo horas antes de salir para España, estando aquí en nuestra casa, tuvieron que llevarlo al hospital por apendicitis).

Después de hacerme análisis y de darme suero y algunas medicinas, me dejaron salir. Al día siguiente, el cuñado muy lindo llevó a los niños a la escuela y dejó mi receta en la farmacia. Ah, pero mi cuñada no se quedó atrás, en la mañana me trajo dos plátanos partiditos y me preparó una sopita de verduras… casi lloro… ¡sob, sob… (no estoy acostumbrada a que cuiden así de mí)!

Todo el fin de semana lo pasé súper cansada; pensé que para el martes ya iba a poder ir a Pilates, pero el cuerpo dijo que no y no tuve más remedio que obedecerlo.

Como para asegurarse de que hubiera entendido, a los pocos días el Universo maravilloso (o Dios) me dio la oportunidad de escuchar en un programa de radio algo similar a la conclusión a la que yo había llegado y que explico al inicio de esta  gunicharrita.

A tiempo

En él, Laura Buendía mencionaba que en lugar de enojarnos con nuestro cuerpo por estar gordito (por ejemplo), le diéramos las gracias porque el cuerpo que nos tocó es el medio por el cual nuestro espíritu puede expresarse en este plano. Señaló además que esa gordura (como todo lo que nos sucede en la vida) tiene una razón de ser; en el caso del ejemplo, es para protegernos de “algo” que nos hace daño. Mientras no comprenda o no me haga consciente de que ese sobrepeso no está en mí para molestar, sino para ayudar, va a ser muy difícil que se vaya de mi vida.

Gordita

Luego mencionó que debemos TRATAR AL CUERPO CON MUCHÍSIMO RESPETO y ESCUCHARLO cada vez que nos habla, ya sea a través de la sed (¡toin!), del hambre, el cansancio, las enfermedades, etc. Platicó que el mero mero del Ho’oponopono sigue estas recomendaciones al pie de la letra y que ha llegado inclusive a retirarse de una conferencia impartida por él para hacerle caso a su cuerpo e irse a echar un coyotito.

Zorry tomando una siesta

De inmediato recordé algo con lo que me había topado dos días atrás en las últimas páginas del libro de Yohana García: Francesco, el Maestro del Amor. Ahí, en la Meditación para el Día (que he estado repitiendo todas las mañanas desde entonces), dice así:

Hoy cuidaré de mí como LA JOYA QUE SOY, tomo conciencia de los horarios para comer. A la hora perfecta beberé mucha agua y haré ejercicio para verme y sentirme bien (doble ¡toin!).

¿Es casualidad que hace unas semanas me cruzara por la cabeza la idea de ver al cuerpo como la maravilla que es y que al poco tiempo escuchara lo mismo de Laura Buendía y de Yohana García? No, no lo es. Simplemente se trata del universo enviándome las señales que necesito en este momento.

Y como no me había hecho ningún propósito de año nuevo, me estoy convenciendo de que esto es en lo que me debo enfocar ahora. Nada de torturar al cuerpo: si tengo sed, tomaré agua (bueno, después de la deshidratación y por recomendación del doctor, ésta deberá tener electrolitos), iré al baño en el momento que lo necesite aunque tenga que interrumpir lo que esté haciendo, no dejaré que pasen muchas horas sin comer, seguiré ejercitándome y comiendo sanamente y me iré a la cama cuando el cuerpo así me lo pida. Es lo menos que puedo hacer…  ¿no lo creen?

Y así como muchas personas saludan y honran a la presencia de Dios que vive en todos nosotros, diciendo “namastè”, yo saludo y honro TAMBIÉN al cascarón o vehículo que lo transporta, pues sin él, nuestros espíritus no podrían experimentar y aprender en esta maravillosa aventura de la vida.

Namaste


Así que… gracias por esta oportunidad de cobrar conciencia y de corregir el camino.

¡Hasta la próxima!