El sabor de cada instante

El domingo pasado amanecí con muchas ganas de trabajar, así que junto con mi jardinero favorito (mi marido) nos salimos a limpiar el patio. Unos meses antes, él había pasado al jardín un geranio que teníamos enfrente de la casa, pero donde lo puso originalmente se empezó a achicharrar. Después de pensarla un rato, lo cambié de lugar y aunque a mi marido no le agradó mucho porque ya no lo iba a poder ver desde su oficina, estuvo de acuerdo en que era lo mejor para la planta. 

Pues bien, el domingo pasado me sorprendió lo hermoso que el geranio se estaba poniendo y le hablé a mi esposo para que lo viera. En verdad estaba muy bonito, hasta le estaba brotando una flor, pues las que tenía ya se habían secado. 

Y es que el calor de El Paso es mega jijo para las pobres plantas y apenas cuando se empieza a ir (por ahí de octubre), las inocentes pueden tener un respiro. Esto lo pude comprobar al día siguiente, cuando noté que el rosal que está pegado a la ventana del pasillo acababa de aventar una hermosa rosa roja. 

Claro que el gusto me duró poco, ya que el martes nos azotó una mega tormenta de granizo que acabó con las dos flores que menciono y con todas las hojas del geranio. 

¿Que  si me pudo? La verdad no, ¿saben por qué? Porque pude disfrutarlas, aunque fuera solo por unos días o unas horas… Percibí su belleza, noté que existían. 

¿Cuántas veces nos pasa que vemos fotos viejas y nos damos de topes queriendo volver al pasado para disfrutar de aquello que ya no tenemos?

Y claro que eso está más cañón cuando hablamos de personas. Por fortuna, eso no me pasó con mis papás, ya que pude saborearlos antes de que se mudaran al Otro Lado. Si bien nunca fui súper cariñosa con ellos (como mi hermana Nora que se acostaba junto a mi papá cuando estaba enfermo y lloraba por cualquier padecimiento que él tuviera), siento que no me quedé con nada. 

Aparte de que la vida me concedió disfrutarlos por muchos años (hasta los 39 a mi mamá y hasta los 41 al Gordo), en muchas ocasiones recibí pequeños regalos disfrazados de sueños, en los que uno de los dos moría. ¡Era todo un agasajo despertar y brincar a su cama (o hablarles por teléfono), sentir su calorcito y envolverlos en un abrazo! Yo creo que eso hizo que estuviera muy consciente de que en cualquier momento ese feo sueño se podría convertir en realidad. 

Por eso un día (meses antes de que mi mamá emprendiera la graciosa huída) llegué a cuestionarme qué pasaría cuando ella muriera. Las dos estábamos en la sala y yo la escuchaba platicando las mismas historias de siempre. Al darme cuenta que no le estaba poniendo la atención que tal vez debería ponerle,  me pregunté: Y si mi mamá se muriera, ¿me arrepentiría de haber hecho o dejado de hacer algo? La respuesta contundente fue NO… estaba consciente de que eso era todo lo que podía darle… y estaba bien. 

Así que no esperemos a que una tormenta se lleve lo que la vida nos brinda día a día… saboreemos cada instante y cada detalle… aunque el gusto nos dure solo un segundo.  

Muchas gracias.

Facebook Comments

Leave a Reply

This site uses Akismet to reduce spam. Learn how your comment data is processed.