LOS MAESTROS DESCALZOS

Primero que nada, una disculpa por la demora en la entrega de esta gunicharrita. Mi meta original era publicar cada dos semanas (aproximadamente) pero en esta ocasión, lo que he estado viviendo ha hecho que cambie la historia varias veces.

El viernes ya casi la terminaba, pero nos fuimos a Chihuahua y ya no me dio tiempo de publicar. Y qué bueno, porque ahí sucedió algo que encaja perfectamente con el tema de esta gunistoria. Comencemos pues…

Hace algunas semanas me llamó la atención que en menos de tres días encontré clavos o tornillos en el estacionamiento de algunas tiendas. Pensando en que era probable que algún carro los pisara, los levanté. A los pocos días, ¿qué creen? Una de las llantas de mi camioneta comenzó a bajarse poco a poquito, por lo que pasé a Firestone a que la revisaran. Irónicamente, traía una grapa y un clavo enterrados…  ¡Ah jijo! ¿Qué no el karma es que cuando haces algo malo se te regresa? –pensé. Bueno, pues sin llorar. Tuve que comprar una llanta nueva, no sin antes recibir la recomendación de que cambiara de una vez las cuatro, pues ya estaban medio rucailas. Como mi marido –que es quien toma ese tipo de decisiones- se encontraba del otro lado del mundo, compré solo la ponchada. Cuando él regresó, le conté mi odisea, y a los pocos días me dijo que era mejor cambiar las otras también.

Llantas

Pedí presupuesto en ‘la Sem’s’ y en Firestone y ésta última se los llevó de calle, por lo que hace unos días me lancé a ese menester. Al entrar, me sorprendí gratamente al ser recibida por una empleada que no había visto la vez anterior. Era una señora más grande que yo, muy guapa, maquillada, muy peinadita,  y con una melodiosa y dulce voz que delataba su origen chilango. Le dije que iba a comprar tres llantas pero que a ver si me hacían un descuento. Toda linda y con la camiseta súper bien puesta, me dijo:

—Claro que sí mijita, a ver qué puedo hacer por ti.

Se puso a moverle a la computadora y efectivamente, me dio un descuentillo. Mientras me pedía mis datos, me ofreció varios  otros servicios. No requería ninguno de ellos, pero me hablaba con tanto cariño (me decía Laurita… ¡mi talón de Aquiles!), que estuve a punto de comprarle lo que me vendiera, jajaja.

Pasé a sentarme a la salita de espera y saqué mi compu, decidida a escribir la gunicharrita. Mientras esperaba, pude darme cuenta que Firestone era tienda muy solicitada, tanto en persona, como por teléfono, y que Silvia (la dulce empleada) los atendía con el mismo amor que a mí.  

Al poco rato entró una señora como de mi edad, con una niña chiquita y minutos después, su marido. Él se apoyaba en un andador  pues tenía  72 años y lo habían operado como cinco días antes. Me llamó la atención que la niña les dijera ‘mamá’ y ‘papá’, pero bueno, eso no era de mi incumbencia. También noté que  eran muy educados, ya que la señora estaba al pendiente de recoger las migajas de un panecito que la niña comía y que habían caído en la alfombra. A leguas se veía que no querían que molestara a nadie.

Niña

En cierto momento, la lepilla quiso que le pasaran un ‘huevito’ (o sea, un desodorante ambiental) que estaba en el mueble de la tele. La mamá le dijo que no se lo podía dar: primero, porque seguro estaba descompuesto y por eso lo habían puesto ahí; segundo, porque no era de ella. Sin embargo, le sugirió ir con la encargada de la tienda para ver si se lo prestaba. Ni tarda ni perezosa, la niña se levantó, y con su vocecilla simpática le dijo a la señora: “Disculpe, ¿me puede prestar el huevito?” Como la señora estaba atendiendo a otras personas, la mocosilla se puso a repetir como disco rayado: “Disculpe, ¿me puede prestar el huevito?” “Disculpe, ¿me puede prestar el huevito?” “Disculpe, ¿me puede prestar el huevito?” “Disculpe, ¿me puede prestar el huevito?”, jajaja. Entonces, la mamá –con mucha paciencia y prudencia- se levantó de su asiento y se dirigió hacia la niña, y con amor le explicó que la señora estaba ocupada y no la podía atender. Admirablemente, la mocosilla agarró la onda y pronto se le olvidó que quería el mentado huevito.

Al ver que era por demás tratar de concentrarme ahí, cerré la compu, y para romper el hielo, le sonreí a la lepilla. ¡Nombre, nomás le dije ‘mi-alma y ya quería casa aparte! Se sentó muy cerquitita de mí y comenzamos a platicar. La mamá le dijo que no me quitara el tiempo, pero yo le aseguré que estaba bien.

A los pocos minutos se acercó la encargada para decirle que ya habían revisado su carro (lo habían llevado porque empezó a oler a quemado), pero que no le tenían buenas noticias: el motor se había quemado, gracias a un pariente acomedido que supuestamente le iba a echar anticongelante al depósito del agua y claramente se había equivocado. El chistecito les iba a salir en $2,000 morlacos de los verdes… ¡Plop!

Dolares

La señora me pidió entonces el celular para llamar a un familiar y decirles que pasara por ellos, pero esa persona no podía. Lógicamente, les ofrecí aventón, y muy apenados y agradecidos, aceptaron. A los pocos minutos me habló mi hija Catalina para preguntar por qué todavía no la había recogido del baile. Le expliqué que todavía no estaba la camioneta y me dijo que no había problema, ya que todavía estaban ahí las maestras. La señora escuchó nuestra conversación y me pidió de nuevo el teléfono para hablarle a alguien más, pues no quería molestarme… Por supuesto que no se lo presté, asegurándole que no era ninguna molestia.

 Entonces nos pusimos a platicar. Le pregunté si solo tenía a la niña y me dijo que en realidad no era su hija, sino su nieta, ya que su hijo, la nuera y dos de sus nietos habían muerto trágicamente hacía casi tres años… Híjole, ¡qué triste! Entonces le pregunté si ya iba a ir la niña a Head Start, que es un programa para niños chiquitos. Me dijo que no, porque una persona le había comentado que era solo para niños con alguna discapacidad. Como yo estaba casi segura que no era así, me puse de metiche a buscar el número en internet y les llamé. El muchacho que me contestó confirmó lo que ya sospechaba, así que le pasé el teléfono a la señora y se pusieron de acuerdo para inscribirla cuanto antes.

Como a los veinte minutos quedó lista mi camioneta, nos fuimos todos por Catalina y de ahí los llevé a su casa.

Cuando se bajaron, le conté su historia a mi hija. Lógicamente se quedó de a seis, y más cuando le dije que en ningún momento  los había escuchado quejarse.

Esa tarde di gracias a Dios por haber puesto en mi camino a Silvia y a esa hermosa familia y pedí perdón por las innumerables veces en que me he quejado por lo que me pasa.

Angeles plumas rosas

Originalmente, aquí iría un ‘¡tan tan!’, pero como les dije, el fin de semana sucedió algo que debo mencionar precisamente en esta historia.

Resulta que mi familia y yo fuimos el fin de semana a Chihuahua porque mi suegra andaba de visita por allá (ella vive en el DF) y yo quise aprovechar para ir al panteón con mis hermanos. El jueves pasado (14 de julio), mi papá había cumplido 10 años de ‘haberse pelado’ –como diría elegantemente él- y “casualmente” ese día tuve cita de seguimiento con Laura Buendía. La primera cita había sido varias semanas atrás y tenía que ver con un diagnóstico que me había hecho un doctor (nada grave por el momento, pero sí algo que ha aquejado a la familia de mi mamá). Sabiendo que el primer caso para la biodescodificación es tener un diagnóstico, me fui a la consulta. Como es mucho rollo, no lo voy a contar aquí, solo les voy a decir que una de las tareas que Laura me dejó fue escribir una carta a mis papás (por separado) y otras cosillas que tenían que ver con una visita al panteón (todo eso es lo que se conoce como psico ritual).

Cartas

Yo ni sabía en dónde estaban los restos de los Gordos, ya que solo había ido a sus tumbas al momento de enterrarlos, pero mis hermanos Thalía y Virgilio sí sabían. Ellos no solo me acompañaron, sino que se unieron al ritual.

Fue algo hermoso. Yo sentía algo en el pecho, me imagino que era toda la energía del chacra del corazón.

Los manitos en el panteón

Como ya dije, no voy a contar todo lo que sucedió aquí, pues no viene al caso, así que me voy a brincar unas cuantas horas.

Esa noche me fui a jugar boliche con mi esposo, su familia y nuestros hijos, y saliendo de ahí pasamos por unas hamburguesas (obviamente, no para mí). Mientras esperábamos en la camioneta, recibí un mensaje de Patricia mi hermana, para avisarme que la Yoya, una amiga muy querida mía y conocida de ella por los productos Just, acababa de dejar su cuerpo físico.

La Yoyita y Catalina 2

Le habían detectado cáncer apenas en mayo, pero como ya estaba en fase terminal, la Yoyita no quiso someterse a ningún tratamiento. Cuando recién me dieron la noticia de la enfermedad (a mediados de junio), hablé con ella… me sorprendí al escucharla tan positiva y aceptando lo que la vida le mandaba… justo como la familia de la que les acabo de platicar. Metiche como soy, le comenté sobre una clínica en Tijuana en la que los pacientes de cáncer encuentran la cura con tratamientos naturales. Por supuesto que también le hablé de Laura Buendía y la biodescodificación. La Yoya me dijo que no quería hacerse nada, que Dios era hermoso y que la tenía muy consentida. Confieso que su respuesta me hizo enojar un poco, ya que ella era relativamente joven (65 años) y tenía una familia hermosa, sin embargo, con el paso de los días fui entendiendo y aceptando que ella era la única que podía decidir qué hacer con su cuerpo y con su vida y recordé las sabias palabras de Laura Buendía que ya les había compartido aquí (Gunicharrita ABIERTA A APRENDER, 30 de agosto, 2015):

La vida es como es, no como debería. Gracias por todo lo que me sucede a cada instante, bueno, maravilloso, grandioso, horrible, horrendo, feo y demás. Gracias por la bendición y la maldición, gracias por la luz y por la obscuridad.

Así estaba la Yoyita, dando gracias POR TODO, no solo por lo bueno.

Esa fue la última vez que hablamos; yo seguía al tanto de su salud por medio de su hija y de las amigas en común. Le mandé dos o tres whatsapps (respondió uno) y le llamé, pero no tuve suerte de que contestara.

Bueno, pues esa noche del sábado 16 le marqué de inmediato a Liz, su hija, quien me confirmó la noticia. Le dije que había ido de entrada por salida pero que planeaba ir de nuevo a Chihuahua en unas pocas semanas e ir a visitarla con tiempo…

Pensé que podría ir a la funeraria el domingo en la mañana, antes de regresarnos a El Paso, pero me dijo que se la llevarían a Camargo (como a dos horas de Chihuahua). Entonces le pregunté si habría manera de verla esa noche, y muy linda contestó que podíamos pedir permiso a los del hospital para cuando la fueran a subir a la carroza fúnebre.

Mi hija y yo nos estábamos quedando en casa de Thalía, pero yo no quería perder tiempo yéndola a llevar, así que me la llevé al hospital. Llegamos después de las 11 y encontramos a sus hijos (Liz, Gerardo, Alex y Yuri –su esposa-), así como a una amiga de Gerardo. Nos abrazamos, y me sorprendió ver la tranquilidad de todos… luego me explicaron que su mamá les había contagiado esa paz.

Y es que la Yoyita era una mujer sumamente creyente  (ver capítulo 9 de ‘Regalos del Cielo’). Ella estaba enamorada de Dios y de la vida, era extremadamente borlotera y alegre… ¡por todo daba gracias! Era muy común oírla decir casi a gritos y con una sonrisa de oreja a oreja: ¡Ay Chuyito, eres hermoso, te amo, gracias!!!!!!

Cruz

Ni esa terrible enfermedad pudo cambiarla, ella caminaba por los pasillos del hospital alabando a Dios, hacía oración con cuanta persona se le pusiera enfrente, y en una ocasión que despertó, lo hizo cantando “Aleluya, Aleluya”, y moviendo los brazos con toda la enjundia del mundo, ¡jajajaja!

Y así, junto con su esposo Víctor Alanís –quien se le adelantó hace ya algunos años-, hizo de sus tres hijos unos seres humanos maravillosos.

Tuve el honor de conocerla cuando me fui a vivir a Delicias –en el 2001- y comencé a vender los productos Just, pues ella era la mera mera. Su verdadero nombre era Aurora Irma Zamarripa.

— ¿Y nadie te dice Yoya? –le pregunté.

Contestó que no, pero a partir de ese momento las dos nos empezamos a decir así.

Más tarde la invité al grupo de oración, convirtiéndose en un miembro muy querido y respetado del mismo.

Un día, le pedí de favor que acompañara a mi hija a un evento que la escuela organizaba para los abuelos (no sé por qué mis papás no pudieron ir y tampoco recuerdo quién fue con Ricardo). Por supuesto que la Yoyita dijo inmediatamente que sí y no solamente fue echando tiros (o sea, muy guapa), sino que después le regaló un álbum de fotos para recordar ese día tan especial.

Dedicatoria Yoya


¡Ya se imaginarán la cara de sorpresa de los hijos al ver a mi monecas toda grandota, pues ellos no la habían vuelto a ver!

Aunque soy muy afortunada pues la vida me ha regalado muchísimas amistades, tengo un lugar muy especial en mi corazón para aquellos que verdaderamente me aprecian. ¿Y cómo sé quiénes son? Ah, pues los que no solo están como el azadón, esperando a que yo les llame, visite o invite a mi casa o a nuestras fiestas… porque ¡ah cómo pululan esas supuestas amistades!

Y por supuesto que la Yoyita siempre me hizo sentir muy pero muy apreciada, no solo me procuró bastante, también tuvo la deferencia de invitarme a la boda de sus dos hijos, haciéndonos sentir a mi marido y a mí como si fuéramos de la familia.

Bueno… más o menos a la hora de estar esperando la carroza, pensé que tal vez era muy aferrado de mi parte querer verla y comencé a despedirme. Por fortuna, los hijos me dijeron que no me fuera, que era muy probable que me dejaran verla. Y así fue, dos horas después llegó la carroza y Alex, Yuri y yo nos fuimos por dentro del hospital hasta la parte posterior. Ahí Alex habló con el chofer y se puso de acuerdo en cuanto a los papeles que se necesitaban para el traslado. En ese momento llegaron los demás y Liz le preguntó al guardia si nos dejaba pasar. Ella abrió una puerta y lo primero que vi fue una bolsa café obscuro en una camilla. Mientras ella abría el zíper con mucho cuidado, le pregunté si estaba segura que fuera su mamá (pregunta tonta)… entonces la vi, igual de linda que siempre. Parecía que solo estaba dormida… su carita estaba de lado y sus manos descansaban sobre el pecho.

—Gorda, aquí está la Yoyita que vino a despedirse –le dijo.

Yo me acerqué más y no hallaba ni por dónde empezar.

 La paz que de ella emanaba era tal, que no sentí tristeza… sabía que si alguien podía disfrutar  100% de ese maravilloso viaje, era la Yoya… ¡por fin se encontraría cara a cara con ese Dios que tanto había amado!

Sabiendo que el oído es lo último que se pierde (24 horas después de la muerte del cuerpo físico), comencé agradeciéndole su cariño y su amistad y diciéndole que era un verdadero honor encontrarme ahí en sus últimos momentos.

Tunel

También le dije que nuestras amigas del grupo de oración estaban al pendiente y que la querían mucho. Mi marido me había encargado que le dijera que le mandaba mucha luz… así lo hice. Tomé sus manitas y me sorprendió la suavidad de su piel. Luego le pedí permiso a Liz de darle un beso y me pasé a la cabecera –digamos- y me incliné para despedirme. Entonces se me soltó la lengua y pude decirle más cosas, ya ni me acuerdo qué, pero fue algo hermoso.

Salí de ahí muy conmovida y súper agradecida con los hijos por haberme dado ese gran regalo –una deferencia más- y me despedí de ellos. Toda la noche soñé con ella.

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Ahora sé por qué no había podido publicar. La historia de los MAESTROS DESCALZOS (esas extraordinarias personas que comparten su aprendizaje de manera gratuita con los demás) no estaría completa sin el testimonio de  mi querida Yoya.

Solo me resta decir GRACIAS a Dios por su vida y por poner en la mía personas excepcionales como todas las que aquí menciono.

¡¡¡Hasta pronto Yoyita querida!!!

Hasta pronto

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