La pausa del medio siglo

Una pausa en el camino a medio siglo de distancia.

¿Recuerdan que en la gunicharrita anterior les conté que para celebrar mis 50 primaveras pensaba irme a un retiro de meditación en silencio? Pues bien, por primera vez en muchos años, pasé mi cumple de una manera totalmente diferente a lo de siempre y quiero platicarles cómo me fue. 

Esto sucedió en Las Cruces, Nuevo México, en un lugar que unos sacerdotes franciscanos tienen especialmente para retiros.

¿Sacerdotes? ¿Retiros? No se asusten, yo no soy nada religiosa, aunque cuando era adolescente sí me atraía mucho lo que la iglesia católica hacía. Junto con mis hermanas Thalía y Nora participaba en el grupo de oración de San Felipe (en Chihuahua). Nos juntábamos los sábados, cantábamos y hacíamos oración. Los domingos nos íbamos muy temprano al Hospital Central a cantarle a los enfermos… mi mamá nos decía que más bien íbamos a martirizarlos, ¡jajaja! Una vez hubo un retiro en la ciudad de Delicias y tuve la fortuna de ir. Fue solo de un día, salimos muy temprano y regresamos como a las 11 de la noche, creo. No recuerdo muy bien qué hicimos, solo  que cantamos y que el ambiente era increíblemente hermoso. 

Luego crecí y desarrollé una alergia por la religión. A pesar de eso, volví a ir a otro retiro, en esta ocasión para matrimonios,  en el mismo lugar del de la semana pasada. También fue muy bonito. 

El de mis 50 años (10 después del de matrimonios) sería el primero que no tuviera nada que ver con la religión… bueno, si acaso un poco con el budismo, pero en realidad era más bien iba a ser una práctica espiritual.  

Y se llegó el día. El registro era de 3 a 5, pero yo -a la moda Jurado Alonso- llegué después de las 6, ya que tuve que ir por mis hijos a la escuela, llevar a la alegría del hogar al camión, comer y pues ya entrados en gastos, aventarme unos quince minutos de “Drop Dead Diva” con mi marido… de despedida. 

Subí las maletas a mi camioneta… fue una sensación muy rara irme yo solita, pero me di ánimos pensando que así había nacido y que cuando mi cuerpo muriera, así también regresaría al Hogar. En el camino apagué el radio para ir entrando en el silencio. Llegué a las Cruces (o Kruces, para los pochos) en un santiamén y  me dirigí al lugar del retiro. Me estacioné entrando a la derecha y sonreí dando gracias a mis angelitos adorados de mamá y de papá porque –para variar- me tenían el lugar de la mera orilla (como siempre se los pido para evitar los portazos). 

Bajé primero un pastel que había comprado en Sam’s, ya que todos teníamos que llevar algo y eso fue lo primero que me topé al entrar a la tienda… ¡se veía delicioso! Llegué directo a la cocina y ahí me encontré a Frances, la coordinadora. El voto de silencio todavía no comenzaba, así que me presentó a Michael Freeman, quien sería nuestro guía durante el fin de semana (Michael es uno de los fundadores de un monasterio contemplativo en Nuevo México: Southwest Sangha).

Frances guardó el pastel en el refri y me entregó la llave de mi cuarto. Regresé al carro por mis cosas y después de dejarlas en la habitación, me dirigí a la sala de meditación, a donde ya estaban entrando algunas personas; dejé mis tenis cerca de la puerta y me senté entre dos señoras. En total, éramos como 30 personas  (20 mujeres y 10 hombres), con edades que fluctuaban entre los veintipocos hasta los chochenta y muchos.  No me lo esperaba, pero Michael comenzó pidiéndonos a todos que nos presentáramos y que dijéramos por qué habíamos ido al retiro. Nos explicó que a partir de esa noche ya no deberíamos de hablar y que en lo posible, evitáramos establecer contacto visual con los demás. Como no éramos los únicos en el centro (había también un grupo de diáconos), nos pidió que no nos molestáramos ni los juzgáramos si los escuchábamos hablar en los pasillos o a la hora de la comida, pues ellos no tenían por qué guardar silencio. 

Luego procedió a explicar la agenda. Esa noche meditaríamos por un buen rato y a las 9 podíamos ir a dormir o continuar meditando por todo el tiempo que quisiéramos… o bien, irnos a nuestra habitación y regresar a cualquier hora de la noche. A las 6:30 del día siguiente, él pasaría por los pasillos tocando una campanita para despertarnos y a las 6:45 habría una clase de Chi Gong. A las 7:15 meditaríamos y a las 7:45 nos iríamos a desayunar. 

Algo no tenía sentido, así que levanté mi manita para preguntar si aparte de ser un retiro sin hablar, era también un retiro sin bañarse, ya que solo nos daban 15 minutos para estar listos, jajaja. Y es que sin celular (nos habían pedido que lo dejáramos en el carro) y sin reloj (yo nunca uso), iba a estar muy cañón levantarnos, lo bueno es que Frances -mi compañera de habitación- dijo que ella se encargaría de  despertarme (como era la mera mera de ahí, tenía un teléfono para emergencias). 

Bueno, después de todas esas instrucciones, Michael dijo “se cierra la rosca pum, el que hable o se ría, bachicha pum” y comenzamos a meditars. El tipo de meditación que Michael practica se llama Vipassana, que es con la que Buda alcanzó la iluminación y consiste en centrar la atención en algo a lo que podamos regresar cada vez que nos asalta un pensamiento. Ese algo iba a ser nuestra respiración, ya que –dijo- es lo único que tenemos seguro desde que nacemos hasta que abandonamos el cuerpo. Lo que se busca con Vipassana es estar conscientes o alertas en todo momento, no se trata de no tener pensamientos, sino de que cuando estos aparezcan, reconocerlos y etiquetarlos como tales y volver a la respiración, sintiendo cómo entra y cómo sale el aire. 

Esa tarde-noche, cerré mis ojitos, le puse atención a una o dos respiradas y… zzzz… ¡caí como tronco!  Creo que me desperté cuando nos dijeron que nos podíamos retirar, jajaja, ¡qué pena! Claro que Michael ya nos había explicado que no pasaba nada si nos dormíamos, ya que muchos de nosotros no nos dábamos cuenta de lo cansados que realmente estamos… ¡y sí!

Me urgía llegar a mi camita… ¡estaba agotada! Me lavé la cara y los dientes, me puse la pijama, mis cremas y nuevamente… zzzzzz, o más bien… ¡ZZZZZZZ!

Al día siguiente –mi cumple-, Frances y yo abrimos los ojos casi al mismo tiempo. Ella tomó su teléfono y solo me lo mostró para que viera la hora. Mientras ella se metía a bañar, yo me puse a contemplar la mañana y a dar gracias por este medio siglo de vida. ¡El día era hermoso! En el jardín había cuatro cuervos con unas colas majestuosas, como haciendo una especie de danza. Caminaban hacia las orillas (cada uno hacia la suya), levantaban la cabeza al cielo y regresaban al centro. Yo no entendía qué significado podía tener eso, pero me quedé embelesada observándolos. Primero pensé que tenían que ver con mi cumpleaños, o sea, uno por década, pero eran cuatro, no cinco. Luego me imaginé que tenía que ver con mi  familia, la de origen o la que yo formé con mi marido, pero  tampoco tenía mucho sentido, así que me gustó más pensar que tenía que ver con un saludo a los cuatro puntos cardinales… eso me emocionó mucho. 

Cuando Frances terminó, me metí rápido a bañar, utilizando una gorra para el cabello, ya que no me iba a dar tiempo de secármelo. Me arreglé lo más pronto que pude y cuando estaba a punto de salir de la habitación, vi que Frances me había dejado un libro y una barrita energética en mi cama… ¡mi regalo de cumple, qué detalle! Cerré la puerta del cuarto sintiendo mucho gozo y paz. 

Llegué a los ejercicios cuando ya iban a la mitad. La mañana era muy fresca, pero con los movimientos del Chi Gong, pronto entramos en calor. Cuando terminamos, Michael sonó la campana y nos dirigimos a la sala de meditación. Afuera del lugar tuve otro regalote: un gatito anaranjado hermoso que se acercó con toda la confianza a mí… ¡y se dejó cargar! Ronroneaba muy diferente a Paco, Zorry o cualquier otro gato. Una vez más, di gracias porque este cumpleaños estaba lleno de pequeños grandes detalles.

Meditamos, en esta ocasión no me dormí para nada y aunque diferentes pensamientos comenzaron a hacer su aparición, pude identificarlos, etiquetarlos y mandarlos a la… ah no, verdad… pude volver a centrar mi atención en la respiración. 

A la media hora, Michael nos dijo que nos fuéramos a desayunar en silencio y que cuando termináramos, el que quisiera podría practicar Karma Yoga (disciplina a través de la acción). 

Pasamos al comedor, desayunamos muy rico, lavamos nuestros platos y cubiertos, los secamos y los volvimos a envolver en un pedazo de tela (que cada quien había traído), dejándolos en nuestras respectivas mesas. Ya para salir, le di las gracias a Frances en un susurro por mis regalitos. 

Pasé un momentito a la habitación para el clásico “dientes y pipí” y regresé con Michael para el Karma Yoga. Casi me voy de espaldas cuando veo que eso era nada más y nada menos que…. ¡trabajo, jajajaja! A unos nos puso a desyerbar, a otros a barrer y así. Cuando me preguntó qué quería hacer, le dije que acariciar al gato, pero no “capeó”, jajaja.

Desde el día anterior me había llamado la atención que cada vez que alguien entraba a la sala de meditación, hacía una reverencia a una cabeza de madera. Aproveché ese momento para preguntarle a Michael quién era esa persona. Me explicó que se trataba de Kwan Yin, la personificación femenina de Buda (o la Maestra de la Misericordia y del Amor).

Terminamos nuestro trabajo y de 9:15 a 11:45 continuamos con la meditación. En esta ocasión nos dijo que alternáramos la práctica sentados con la meditación caminando. Esto último debíamos hacerlo a paso normal, pero estando conscientes de lo que estábamos haciendo. Por ejemplo, notando que habíamos dado el paso con la derecha, luego con la izquierda y seguir fijando nuestra atención en nuestra respiración. 

Al terminar, pasamos al comedor (poquito antes de las 12). Había tres mesas con comida para nosotras y otras para los del otro grupo. La comida era vegetariana, por lo que me di vuelo probando nuevas recetas. Al llegar a la mesa de los postres, había un pie, el pastel de chocolate que yo había llevado y dos más con letreritos de “Feliz Cumpleaños” para otra señora (que ni fue) y para mí… ¡Esa Frances!!!! Se me salieron las lágrimas… con una sonrisota regresé a mi mesa y le di las gracias. El pastel era de zanahoria… mi favorito cuando no es muy dulce. Este estaba ¡riquisisisisísimo! Tanto, que me tuve que servir dos rebanadas. No sé en qué momento me di cuenta que los del otro grupo no tenían postre, así que le pregunté a Frances si le podía llevar el pastel de chocolate. Me dijo que sí y mientras yo lo ponía en una de sus mesas, ella fue a avisarles, ya que se habían ido a otro lado a comer. 

Comenzó a dolerme la cabeza, pero no traía ninguna pastilla. 

De 1:15 a 5:45 continuamos con la meditación y cenamos (comimos tarde, pues) antes de las 6, para regresar a la meditación a las 7. Luego hubo una sesión de discusión. Michael nos dijo que estaba seguro que la práctica de ninguno de nosotros había sido perfecta, pero nos aseguró que era normal. Eso me tranquilizó, ya que no pude aventarme ningún viaje como los que acostumbro cuando hago una meditación guiada. Solamente tuve una visión con un gran mensaje de algo que estoy trabajando en mi vida. 

Para ese entonces, sentía que la cabeza me iba a estallar. En uno de los recesos me encontré a Michael y a la señora que nos dio las clases de Chi Gong, quienes me dijeron que era exceso de energía. Me fui a mi habitación y me di unos golpecitos utilizando la Técnica de Liberación Emocional (EFT en inglés). Luego me limpié un poco con Sanación Pránica y me dormí. Cuando desperté, el dolor había desaparecido. Claro que todo fue que estornudara, para que el hijo de su madre regresara… ¡grrr!

En fin, esa noche terminamos a las 9 y me fui derechito a la cama. 

Ahora fue al revés, las veces que me despertaba, sentía el dolor (poquito, pero latente), pero en cuanto me levanté, éste desapareció por completo. Como era temprano (antes de las 6) y me quería lavar el cabello, le gané el baño a Frances (ella seguía dormida). Cuando me estaba bañando, recordé que había tenido un sueño muy especial con una persona con la que había tenido un altercado meses atrás. Me pareció algo muy bonito y significativo. 

Me arreglé  y salí de la habitación para unirme al grupo de Chi Gong y luego proseguimos con la rutina, la cual fue básicamente la misma del día anterior. En esta ocasión no le entré al Karma Yoga y me fui a buscar al gatito anaranjado. 

A las 10:30 tuvimos una sesión de preguntas y respuestas y algo muy importante, el cierre. Michael nos explicó que en la vida debemos cerrar todo. Por ejemplo, bajarle a la taza del excu después de usarla, guardar cada cosa una vez que ya no la vamos a utilizar, lavar nuestros platos, secarlos y guardarlos, etc. Dice que si no lo hacemos así, el caos comienza a surgir… y si no le creen a este señor, los invito a que se den una vuelta por el cuarto de mis hijos (o por mi clóset, la cochera, la despensa, etc., etc.!!!), jajaja!

Continuó  mencionando el incidente del pastel de chocolate y me preguntó qué había sucedido… que por qué se los había regalado. Contesté que se me había hecho muy feo que nosotros teníamos cuatro postres y ellos ninguno. Entonces dijo algo que me dejó pensando. Que en el momento en que me vio llevando el pastel a la otra mesa, su “niñito” se había enojado y había dicho “¡Mío, mío, mío!”. Otro señor dijo que pensaba que él había sido el único… ¡yo no hallaba ni dónde meterme! Y es que el día anterior nos había dicho que a veces los adultos reaccionábamos como niñitos pensando que todo nos pertenecía. 

La plática siguió y como a los diez minutos levanté la mano para disculparme con todos por haber tomado una decisión unilateral, pensando solo en el otro grupo y no en el nuestro. Esa disculpa no fue necesaria, todos estuvieron de acuerdo en que había estado bien y Michael señaló que solo quería que nos diéramos cuenta cómo funciona nuestra mente… ¡fiu!

Algunas personas dieron las gracias, compartiendo lo que les había parecido el retiro y a las 12 en punto, éste terminó. Me despedí de las personas que me topé y regresé a mi casa, con ganas de ver a todos los integrantes de mi familia (humanos, perros y gatos) y feliz de haber vivido ese cumpleaños tan inusual. 

Si bien, no fue –como ya lo dije- un viaje como los que a veces surgen cuando practico las meditaciones guiadas, sí fue, sin lugar a dudas, un gran regalo para mi conciencia: el poder estar presente, por más de un día, en el Aquí y el Ahora. 

¡Gracias a Frances y a Michael por hacerlo posible!!!

Y como decía mi papá: ¡Hasta las próximas piscas! (y no, no va con z). 

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