EL TIEMPO DE DIOS ES PERFECTO

No recuerdo quién me enseñó la frase “El tiempo de Dios es perfecto”, solo sé que es muy efectiva. Y para muestra, basta un botón (bueno, dos). 

Comencé a usarla hace ya varios años, pero en cierta ocasión su magia dio como resultado algo maravilloso. 

Mi esposo y yo vivíamos en una casa muy bonita. Un día a él le entró la loquera de cambiarnos al otro lado de la ciudad; comenzamos a ver casas…nada nos llenaba el ojo. Así duramos tres años, hasta que un buen día nuestra corredora de bienes raíces (una hermosísima persona) me llamó para avisarnos que había salido una casa a la venta a un precio bastante razonable. Me mandó la información por correo electrónico y cuando mi esposo lo leyó, me dijo que fuera a verla de inmediato. Así lo hice, dos días después (el jueves). Aunque tenía un hermoso jardín y unas áreas muy bonitas, el papel tapiz, las horripilantes alfombras, el color de la cocina y las pesadas cortinas hicieron que mis hijos y yo NO nos enamoráramos de ella. Cuando veníamos de regreso, le llamé a mi marido y le dimos el veredicto: no nos gustó. Y como dice una amiga: así se quedó. 

El sábado llevé a mi hijo a una clase de Robótica, pero nunca apareció el maestro, así que lo dejamos ir a la casa de un amiguito. Mi esposo y mi hija se metieron a la alberca y yo me puse a revisar mi correo. En eso me topo con uno que decía: “Drum meditation” (meditación con tambores). Lo abrí emocionada y vi que era justo ese día en poco más de una hora. La persona que había enviado la invitación pedía que los asistentes estuvieran ahí antes de las dos de la tarde –hora de inicio- pues habría alguien en la puerta limpiando energéticamente a quien fuera llegando. 

Viendo que sí la hacíamos, salí a alborotar a mi familia. Mi hija se emocionó mucho, mi esposo preguntó si alcanzaríamos a recoger a nuestro hijo y respondí que si salíamos lo antes posible, sí. Así lo hicimos; se cambiaron como de rayo y nos lanzamos por él. En el camino le hablé a la mamá del amiguito para pedirle que me lo tuviera en la puerta. Claro que no sirvió de nada, pues cuando me bajé por él, todavía no estaba listo. Después de unos 10 minutos que nos parecieron como 40, salimos patinando llanta. No recuerdo qué hora era exactamente, solo sé que mi esposo iba muy enojado porque no llegaríamos a tiempo. Durante todo el trayecto no hablamos y yo aproveché para repetir mentalmente “el tiempo de Dios es perfecto, el tiempo de Dios es perfecto, el tiempo de Dios es ¡per-fec-to!”. Ya casi eran las dos. Algo le pregunté y me contestó que como ya era muy tarde, nos íbamos a regresar, que solo estaba buscando el retorno… eso me dio mucho coraje, pero no dije nada… no estaba el horno para bollos. Afortunadamente, el retorno nunca apareció, por lo que mi esposo tuvo que seguir por el mismo camino y pues como ya estábamos muy cerca del lugar de la meditación, nos dirigimos hacia allá. Llegamos a las dos en punto… ¡fiu! Nada mal, pero no era lo que habían pedido. En eso, vemos que hay fila para entrar, lo cual nos daba tiempo suficiente para estacionarnos… yeeees! ¡El tiempo de Dios SÍ es perfecto! Todavía tuvimos tiempo de calmarnos un poco, ya que nos hicieron esperar unos minutos antes de que limpiaran el espacio energético de cada uno de nosotros. 

La meditación estuvo padrísima, a todos nos gustó mucho y salimos de ahí encantados y súper relajados. Cuando nos subimos al carro, le pregunté a mi esposo si le gustaría ir a ver la casa y me contestó que para allá iba. 

Apenas llegamos y a mi marido se le iluminaron los ojitos, ya que él tiene la cualidad de ver el potencial en las cosas. Nuestra agente no podía acompañarnos, pero un vecino muy amable se ofreció a mostrárnosla (él tenía acceso a la llave porque también vendía casas). Por supuesto que aceptamos de inmediato. La vimos por dentro y por fuera y ya cuando íbamos de salida, llegó una pareja que había hecho cita para verla. 

Mi esposo venía entusiasmadísimo. Cuando nos dijo que sí podíamos hacerle algunos pequeños cambios, nos emocionamos también. Llegamos a la casa y él le pidió a nuestra corredora que hiciera la oferta. Al día siguiente recibimos la gran noticia de que había sido aceptada: le habíamos ganado por poquitito a la pareja que vimos la tarde anterior. Y bueno, el resto es historia… la casa es en la que ahora vivimos y nos fascina cada rincón de ésta. 

La segunda muestra de que el tiempo de Dios es perfecto ocurrió hace más de una semana. Esta es la historia: 

Mi perro Toby andaba sacudiendo mucho la cabeza. Una amiga me había recomendado una clínica rodante y como a ella le había ido súper bien con su perrita, decidí darme una vuelta. El papelito que ella me había dado decía que atendían de 1 a 5; yo salía de una clase a la 1, por lo que le encargué a mi hijo que estuviera listo a la 1:15 para que me acompañara. Claro que llegué a la casa y el lepe estaba igual que como lo había dejado. Después de acicalarse un poco, salimos a las 2:00. Llegamos al lugar en poco más de 15 minutos, nos bajamos con todo y perro y ¡oh sorpresa!, había tres pacientes antes que nosotros. 

“Espérense, decían. No tardaremos, decían” (jajaja). 

Como hacía un calorón de poca, tuvimos que esperar en el carro, obviamente con el aire prendido. Llegaron más personas y me empecé a sulfurar cuando vi que a dos mascotas las atendieron primero que a los de la lista. Luego me enteré que ellas iban solo a que las vacunaran. 

Esperamos, esperamos y esperamos. Yo me estaba impacientando por tener el aire prendido y porque faltaba una hora para que tuviera que regresar a la casa pues nos iban a instalar el cable. Comencé a repetir mentalmente: “El tiempo de Dios es perfecto”. 

Por fin nos tocó subir al camioncito. La doctora lo revisó y, por enésima vez, el diagnóstico fue infección en los oídos (digo por enésima vez porque los perros de orejas caídas son muy propensos a ésta). Pero no solo eso traía… también tenía pulgas, cortesía de un perrito que mi hijo y la novia se habían encontrado y que estaba de entenado en mi casa, gracias. 

El asistente nos explicó que tenían que analizar la ricura que le habían quitado de las orejas para examinarlo al microscopio. 

Y como dicen en las novelas cursis: el reloj corría inexorablemente, faltando cada vez menos tiempo para que llegaran los del cable a la casa. Yo no paraba de repetir: “El tiempo de Dios es perfecto, el tiempo de Dios es perfecto, el tiempo de Dios es perfecto”, aunque, aparentemente no era así. 

Salimos un poco después de la hora en que los del cable habían dicho que estarían en la casa. Me lancé de regreso lo más rápido que pude sin dejar de repetir mi mantra. Cuando llegué a mi hogars casi me doy de topes… no había nadie. Entramos a la casa, yo bastante molesta, cuando de repente suena mi teléfono: era el técnico para avisarme que lo había agarrado una lluvia  torrencial en el centro y que llegaba en unos 15 minutos… Wow! El tiempo de Dios SÍ QUE ES perfecto!!!!!

Agradezco infinitamente a la persona que me enseñó esa frase, pero sobre todo agradezco a Dios por mostrarnos constantemente que Él/Ella nos escucha y que lo único que tenemos que hacer es hablarle. 

Y colorín colorado, esta Gunicharrita se ha acabado. 

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