EL PEÓN Y EL REY

Hace dos días llevé mi camioneta al taller, después de que un señor le hubiera dado un besito, cinco meses atrás. Ese día me arreglé muy temprano para estar ahí después de dejar a mi hijo en la escuela. Le abrí la puerta a la Alegría del Hogar (persona # 1), le di unas breves instrucciones, salí hacia la prepa (persona # 2, mi hijo), y me dirigí al taller.

Pedí a la Recepcionista (persona # 3) hablar con Fernie, el empleado con el que había hecho la cita. No sé por qué no salió el, sino su asistente (persona # 4), quien me dijo que no la podrían recibir… casi me da el ataque, pues ya había acomodado mi  horario. Pregunté donde andaba el tal Fernie. En pocos minutos éste apareció (persona # 5) y confirmó mi versión… ¡fiu! Dejé las llaves y me fui caminando al establecimiento contiguo para recoger el carro de renta que el seguro del ‘chocante’ me iba a proporcionar.

Lo primero que vi al entrar fueron tres chavalillos, dos hombres y una mujer, todos entre 20 y 30 años. Me atendió fue la muchacha (persona # 6), y con una gran disposición se encargó de todo el papeleo. Entre otras cosas, me explicó que no podía fumar en el carro… ¡chin, y yo que pensaba empezar a fumar justamente ese día… (jajaja)! Ni hablar.

Cuando terminamos, salimos a revisarlo, ella apuntó las abolladuras  y/o rayones, y al terminar nos despedimos con un apretón de manos.

Me subí al carro y ajusté el respaldo. Acto seguido, me abroché el cinturón, lo prendí, y verifiqué los espejos. El retrovisor estaba bastante volteado, así que me dispuse a arreglarlo. Lo primero que vi fue mi linda cara… ¡con un –ahí disculpen- pequeño moco blanco, casi como pellejito, jajajajajaja! Saqué un Kleenex para limpiarme la nariz, y me ataqué de la risa nada más de pensar que anduve como si nada, enseñando el mocasín a seis personas!!!! Deseé que estuviera ahí mi amiguita Piva con sus cartitas que nos mandaba en la prepa en las que nos tiraba todo un rollo existencial y terminaba con un “Traes un moco”, jajaja.

En realidad no le di demasiada importancia al asunto, ¿ya qué podía hacer? Nada. Y me acordé de una plática que mi mamá y yo tuvimos en alguna ocasión sobre los fluidos corporales y las materias residuales. Yo expresaba mi descontento, preguntándome por qué teníamos que sudar, producir mocos, hacer pipí, popó o soltar uno que otro gasecillo. Su respuesta me pareció (y me sigue pareciendo) muy acertada. Su teoría era que Dios nos había hecho así para darnos una lección de humildad, para recordarnos que todos éramos iguales, pues –mencionó- hasta los reyes y las reinas van al baño.

Y creo que tenía razón. Dios -en su perfección- no hubiera hecho algo tan feo como eso, si no tuviera una razón de ser… y no me refiero a la razón fisiológica –que la tiene, por supuesto-, sino a algo más profundo.

Entonces recordé el proverbio italiano: “Después del juego, el peón y el rey vuelven a la misma caja”.

Me fui de ahí maravillada por la sabiduría de mi bella madre y mentalmente le di las gracias por esa lección.

Facebook Comments

Leave a Reply

This site uses Akismet to reduce spam. Learn how your comment data is processed.