UN REGALO DE DIOS

Hace algunos meses me contactó la hermana de un amigo para pedirme si podía orientar a unas personas que querían venirse a vivir a El Paso. Ellos radicaban en Aguascalientes, y su objetivo era que las hijas practicaran el inglés. Le di mi dirección, y al poco tiempo recibí el primero de muchos correos electrónicos. Mi recomendación fue que inscribieran a las hijas en una preparatoria, y más o menos les fui explicando las características de éstas y de los distritos escolares. Al final se decidieron por una zona y por una prepa, casualmente, la misma a la que asiste mi hijo.

Los puse en contacto con una muy buena agente de bienes raíces y excelente persona. Ella les consiguió un departamento en una zona muy padre y les ayudó con todos los trámites.

Unos días antes de que comenzaran las clases, vino el papá y nos vimos en la escuela. Recabó toda la información necesaria y se regresó a Aguascalientes. A los pocos días se trajo a toda la familia y nos citamos en uno de esos lugares donde venden yogurt, que ahora están tan de moda. A esa reunión me acompañaron mi esposo y mis hijos. ¡Nos encantó conocerlos, todos se veían súper sencillos y agradables! Con la esposa, a quien no sé por qué comencé a llamarle Julia, pero que en realidad se llamaba Dulce, me pasó algo muy curioso. En cuanto la vi, me recordó a una queridísima amiga de Delicias (Diana) y como me sucedió con ella años atrás, me dieron muchas ganas de que nos convirtiéramos en amigas. Nuestros hijos resultaron todos muy tímidos y no platicaron mucho.

Horas después llegó Laura, hija de una amiga de Dulce, quien también quería estudiar acá.

Los días siguientes me anduve con ellos consiguiendo muebles, acompañándolos a la escuela y a las vacunas. Poco a poco los fui conociendo y me fue cautivando su forma de ser. A pesar de que yo tenía cosas qué hacer, no quería separarme de ellos… Su luz era tan brillante que me atraía de una manera muy especial.

Un día, platicando con Dulce, le dije que me recordaba a mi amiga Diana y le conté cómo la había conocido. Las dos teníamos a los niños en la misma escuela, yo estaba recién llegada a Delicias y no tenía amigas ahí. A los pocos meses de haber llegado, Diana me invitó a rezar el Rosario. La verdad es que, aunque quería hacerme su amiga, eso del Rosario nomás no me latía, así que le dije que no. Semanas después me volvió a invitar, y para no ser grosera, pero sobre todo para no perder la oportunidad de conocerla, acepté y fui a mi primera reunión. ¡Si hubiera sabido de qué se trataba ese grupo, habría aceptado a la primera! Nos reuníamos en una casa, rezábamos el Rosario, que si bien –como ya dije- no me latía, lo que venía después era realmente maravilloso. Sentadas cómodamente en la sala, la dueña de la casa comenzaba a orar. Era una oración sin prisas que salía de su corazón. Cuando ella terminaba, alguien más –si quería- seguía. Muchas veces algunas de nosotras –si no es que todas- llorábamos… ¡realmente se sentía la presencia de Dios en ese grupo! Después de un tiempo razonable, cuando ya nadie hablaba, la dueña de la casa cerraba la oración, y sintiendo una paz increíble, pasábamos a desayunar al comedor. Esos viernes fueron realmente un tesoro que aprendí a valorar, al igual que a las bellísimas amigas que ahí conocí.

Años después, nos cambiamos de ciudad e hice nuevas amistades, también muy lindas. Un día se me ocurrió proponerles que nos juntáramos a rezar el Rosario… no porque éste me latiera, más bien mi intención era formar un grupo de oración igual de espiritual que el de Delicias. A mis nuevas amigas les gustó mucho la idea y aceptaron de inmediato. La primera reunión fue en mi casa. Rezamos el rosario y al terminar éste, comenzamos a orar. Desafortunadamente, fue una oración muy rápida –comparada con la del otro grupo- y, para mi gusto, no le dimos el tiempo a Dios de manifestarse. Y es que, para empezar, todas estábamos de pie, y tomadas de la mano esperábamos que fuera nuestro turno de hablar (orar). A la siguiente semana yo les sugerí que lo hiciéramos como en Delicias, pero todas me tiraron a Lucas… ellas se sentían muy a gusto de esa manera. A mí me parecía similar a una reunión con alguien muy importante en la que solo los invitados hablaban, pero no dejaban que el personaje principal -en este caso, Dios- dijera una palabra. Pero bueno, como dicen por ahí, “a más no haber… con su mujer”, así que en ese grupo me quedé por varios años.

Luego nos volvimos a cambiar de casa, y lo único que encontré fue un grupo de meditación. Digo ‘lo único’ no porque sea algo malo, al contrario, sino porque para mi desgracia, solo se reunían una vez por mes. A pesar de todo, fue un grupo que me ayudó en mis peores momentos y al que sigo asistiendo cada vez que puedo. A diferencia de los otros grupos, aquí no había oraciones ni rezos. Simplemente nos sumergíamos en el silencio de nuestras almas, guiados por la voz de Lynn, nuestra adorable coordinadora, y ella nos llevaba a un encuentro con nuestros ángeles. En esas meditaciones también llegué a llorar mucho y a sentir una paz increíble.

Sin embargo, como yo buscaba algo que fuera más frecuente, me inscribí en unos talleres de oración en una iglesia católica. Creo que estos duraban varias semanas. A pesar de que todo el mundo me había dicho que era una cosa hermosísima, a mí no me lo pareció así, pues la primera sesión se pasó en puras explicaciones de la Biblia. Volviendo al ejemplo del personaje importante, es como si al momento del tan esperado–por lo menos para mí- encuentro, uno de los asistentes nos tirara un rollo a los demás y no nos dejara ni hablar con Él, ni escuchar lo que Él tenía que decirnos. Obviamente, no regresé.

Poco después, sabiendo de mi desencanto por no encontrar un momento de comunión con Dios en ninguna iglesia, otra amiga muy querida (Piva) me invitó a algo muy diferente: La exposición del Santísimo el último jueves de cada mes. Para quienes no saben qué es eso, es una ceremonia muy sagrada para los católicos, en la que se coloca una hostia consagrada en una pieza de metal (custodio u ostensorio), para que los creyentes la vean. Sin afán de ofender a nadie, y aunque yo ya había tenido una increíble experiencia con el Santísimo, no fue eso lo que me atrajo (en una ocasión, al momento de platicar con Dios en una boda y de decirle que me disculpara pero que no había sentido nada y que a mí me gustaba sentirlo porque Él así me había acostumbrado, el custodio empezó a girar a una velocidad impresionante; yo me volteaba para otro lado y lo volvía a ver, y éste seguía girando, hasta que paró por completo; obviamente este regalote fue solo para mí, ya que físicamente es imposible que esa pieza de metal gire). Lo que verdaderamente me enganchó fue el ambiente: la iglesia a media luz, el diácono leyendo algún pasaje de la Biblia y explicándolo hermosamente, y al término de cada pasaje, la bella voz y la guitarra de Laura, una joven cantante que tiene el don de hacer que los sentimientos afloren cuando ella toca y canta. La combinación de esos factores realmente me atrapó desde el primer momento que asistí a esa ceremonia. Ahí pude realmente comunicarme con Dios en una iglesia y di gracias por esa magnífica oportunidad de tener un encuentro cercano con Él.  Desgraciadamente, la vida tan apurada que llevamos ha hecho que se me pasen muchos de esos jueves, pero el día que voy, me libero llorando a moco tendido.

Aunque me hago el propósito de orar o meditar solita en mi casa, son contadas las ocasiones en las que lo he hecho. Aunque el resultado es el mismo (el llanto y la paz), soy medio borrega y me siento más a gusto haciéndolo acompañada.

Volviendo a mi nueva amiga Dulce, el día que le platiqué todo esto, su rostro se iluminó con una gran sonrisa, ya que ella era la Coordinadora de un Grupo de Oración allá en Aguascalientes, y me dijo que anhelaba orar aquí en grupo. Yo no podía creer mi buena suerte… ¡por fin alguien me hacía segunda! Uno de esos días nos juntamos en mi casa. Laura puso música, y Dulce comenzó a orar. Desde el primer momento en que la escuché, comencé a llorar. Y es que su oración era hermosísima, pues estaba llena de gratitud y de amor. En ella le daba gracias a Dios por la vida de todos nosotros y le pedía que nos librara de todo mal. Era tal su vehemencia que ella y Laura también comenzaron a llorar. No sé cuánto tiempo duró la oración. Solo sé que mi corazón se llenó de un agradecimiento inmenso hacia Dios por haber traído esas maravillosas personas a mi vida.

Después de la oración, Dulce me dijo cosas hermosas acerca de lo que Dios le había enseñado a través de mi libro “Mamá con Soda” que yo les había regalado semanas atrás. Me dijo que gracias a él comenzó a recordar momentos de su niñez y que había sentido una oleada de amor por su familia de origen. Que cuando leyó cierto pasaje, Dios le habló y le dijo que me comprara algo, algún detalle y que me lo diera de su parte. Ese detalle lo tenía en el apartamento, así que me quedé con la duda. Después de platicar y de reponernos de la emoción provocada por tan intensa oración, nos despedimos con un gran abrazo, sabiendo que era el inicio de una gran amistad.

Como buena Coordinadora, Dulce no quitó el dedo del renglón, y a la semana siguiente nos volvimos a reunir, esta vez en su apartamento. Ahí también se encontraban sus hijas adolescentes y me sorprendió escucharlas orando con el mismo fervor de su madre. Nuevamente fui testigo de una de las oraciones más bellas que he escuchado, y por supuesto que volví a llorar. Pero bueno, antes de la oración desayunamos unos deliciosos chilaquiles, y Dulce me entregó el detalle que Dios le había encargado. Antes de entregármelo, leyó en voz alta un pedacito del capítulo 6:

“También teníamos juegos más tranquilos. Por ejemplo, a Carolina y a mí nos encantaba jugar a la zapatería. ¡Mi mamá tenía cajas y cajas de zapatos de todos colores y estilos! Los bajábamos del closet y los sacábamos de sus cajas, desperdigándolos por todo el cuarto. Eso sí, no me acuerdo quién los guardaba cuando ya nos cansábamos.

Pero el juego favorito de nosotras dos eran los regalitos. Una ‘vivía’ en la recámara de mis papás y la otra en la nuestra. Nos visitábamos, llevando siempre un regalito. Agarrábamos lo que hubiera a la mano (perfumes, adornos o lo que fuera) y lo envolvíamos en una toalla. Esto lo hacíamos muchísimas veces, pues jugábamos por largo rato a lo mismo y siempre teníamos este diálogo:

‘Hola comadre, ¿qué anda haciendo?’

‘Vine a traerle un regalito’

‘¡Ay, muchas gracias! Pase por favor…’

 Y los regalos los íbamos poniendo en la cama, bien alineaditos”.

 Después de leer esto en voz alta, Dulce se paró y me entregó unos bellísimos deshilados (artesanías típicas de Aguascalientes) envueltos -por supuesto- ¡en una toalla!, y muy hermosa me pidió que jugáramos a las comadres, siguiendo el diálogo que hace más de 40 años tenía yo con mi hermana. Fue tanta la emoción de recibir un regalo directamente de Dios, que por supuesto, se me llenaron los ojos de lágrimas, mientras abrazaba a la bella mensajera. Dulce me contó entonces, que a Él le había gustado mucho que mi hermana y yo jugáramos así y quiso decírmelo de esa manera.

Salí de ahí emocionadísima y me vine a la casa. Ese día era cumpleaños de una de sus hijas, así que en la tarde regresé con los míos, y después de una plática muy agradable, Dulce nos pidió permiso de orar por la vida de la cumpleañera. Por supuesto que le dijimos que sí, y ella comenzó a dar gracias, no solo por su vida, sino por la de sus otras hijas y la de los míos. Los fue mencionando uno a uno, y pidiendo protección y sabiduría para ellos, para resistir la presión de sus compañeros (peer pressure). Al final, enjugándonos las lágrimas, nos preguntó cómo nos sentíamos. La reacción de mi hija fue muy bonita. Dice que todo el mundo se borró y ella solamente escuchaba la voz de Dulce… fue muy hermoso.

Desgraciadamente, las cosas no resultaron como ellos lo habían planeado, así que en pocos días se regresaron a Aguascalientes, no sin antes habernos robado el corazón.

Los disfruté al máximo, acompañándolos de compras y a desayunar, así como invitándolos a comer a la casa. Laura me dejó un USB con música bellísima, incluyendo alguna interpretada magistralmente por ella.

El día que se fueron yo desperté con la firme intención de orar, pero por una cosa o por otra, se me hizo tarde y tuve que meterme a bañar. Pidiéndole perdón a Dios por permitir que se me fuera el tiempo de esa manera, abrí la llave de la regadera. Mi intención había sido poner la música que amablemente Laura me había dejado, y sentada con los ojos cerrados, platicar con Él, pero como no se pudo, de todos modos comencé a hablarle bajo el chorro del agua. Comencé dándole las gracias por la familia Valtierra y por Laura, por el maravilloso regalo que había sido su amistad, así como por el “regalito” que Él había tenido conmigo. De repente, empecé a llorar como loca… ¡no podía parar, era como si se me hubiera muerto alguien, solo que no estaba triste… al contrario, estaba muy feliz! Afortunadamente estaba sola en la casa, ya que mis sollozos eran muy fuertes. Esa oración fue una de las más liberadoras que he tenido, y salí del baño relajada y sorprendida porque a Dios no le importó ni el momento ni el lugar para conversar conmigo.

En fin… Mi intención por supuesto es seguir buscando esos momentos íntimos con Dios y procurarlos para mi familia. Sin lugar a dudas, el encuentro con estos hidrocálidos ha sido de lo más hermoso que me ha sucedido en los últimos tiempos.

¡Gracias familia Valtierra, gracias Laura… los queremos mucho!!!

 ¡Gracias Dios, gracias Dios, gracias Dios!

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