EL PERRO GROSERO DE LA TÍA ALMA

Hace casi tres años murió Herbert, el esposo de mi tía Alma. El pobre estaba muy enfermo y tuvo una larga agonía. A pesar de que la salud de mi tía no era muy buena, se dedicó a cuidarlo día y noche. Finalmente, él ya descansó, pero su ausencia ha dejado un gran vacío en la vida de su ahora viuda.

Mi tía Alma no sabe otra cosa más que dar amor. Como lo mencioné en los primeros capítulos de “Mamá con Soda”, mi abuelita materna murió muy joven, dejando a sus hijos aún pequeños. Alma, entonces de 12 años, se hizo cargo de todos sus hermanos con el amor y la entrega de una verdadera madre.

Años más tarde se casó con un doctor al que quiso mucho. Luego quedaría viuda por primera vez, viéndose nuevamente en una situación similar a la que vivió con la muerte de su madre, solo que ahora los hijos, también pequeñitos, eran de ella.

Un día conoció a Herbert,  un alemán que la conquistó y con quien viviría por más de cuatro décadas. Juntos crearon fuentes de trabajo al abrir dos restaurantes en la ciudad de México: el Edelweiss y la Hostería de la Selva Negra. El primero quedaba en la calle Ponciano Arriaga, pero cerró después del temblor de 1985. La Hostería de la Selva Negra estuvo a punto de ser traspasado, afortunadamente eso no fue así y ahora lo dirige una de sus nietas que estudió Gastronomía. El restaurante está ubicado en la calle Juan Racine, en Polanco, y es una delicia comer ahí. Desde que uno llega, se puede percibir que es un restaurante con personalidad. Es riquísimo empezar con el panecito con mantequilla, acompañado de una sangría, y luego saborear la famosísima sopa alemana y las pechugas Cordon Bleu… ¡mmmh!

Poco después de que muriera Herbert fue cuando se estuvo contemplando la idea del traspaso, lo cual le causaba un gran dolor a mi tía… no por ella, sino por sus empleados. Un año antes Alma estuvo muy grave, y su apuro más grande era volver a trabajar para que el restaurante no se viniera abajo.  Cuando hablaba por teléfono con ella me decía: “¡Ay mijita, me urge trabajar porque de mí dependen todos mis empleados y sus familias… no podemos dejar desamparada a esa gente!” Gracias a Dios pudo regresar, aunque por poco tiempo, ya que la enfermedad de su esposo la hizo descuidar el trabajo que tanto había amado.

A pesar de haber tenido experiencias muy duras, mi tía Alma ha sido siempre un ejemplo de amor, de optimismo y de vitalidad. Todo lo que ella cocina sabe a gloria y cuando éramos niños le preguntábamos cómo le hacía para que su comida fuera tan rica. Ella, desde la sencillez de su alma, contestaba: “¡Ay mijitos, es que está hecha con amor!”. Y sí, ella todo lo hace con amor. Desde el platillo más sencillo, hasta educar y sacar adelante a 6 hermanos, 7 hijos, 16 nietos y 17 biznietos.

A los dos meses de haber muerto Herbert, mi tía sentía una pena muy grande. Sin embargo seguía echándole ganas a la vida y haciendo planes para acompañar a su hijo menor a un concierto de la Orquesta Sinfónica. También se declaraba lista para que una de sus nietas la operara de cataratas y poder volver a leer.

Tiene una lucidez que impresiona… no parece disco rayado como la mayoría de las personas grandes. Lo único que sí me cuenta cada vez que hablamos es sobre un cuadrito que Herbert le trajo alguna vez de Alemania, y que dice: “Bienaventurado el que pierde todo en la vida, menos el buen humor”. Por su forma de ser, uno se da cuenta que ella se identifica plenamente con  esas palabras.

Su  mayor anhelo es tener un perrito, pero no un perro tranquilo, ¡no! Ella quiere un perro grosero, uno que la muerda y haga vagancias, uno con quien pueda jugar. Ya hasta tiene pensado el nombre: Rulis, como uno de sus hijos y espera que el perro no se ofenda por eso, ¡jajajajaja! Alguna vez tuvo un perrito que le tenía los brazos todos mordidos y rasguñados, pero el corazón rebosando de alegría.  Y es que a sus casi 94 años mi tía tiene tanto amor para dar que no es suficiente con prodigarlo a sus hijos, nietos, biznietos, hermano, cuñadas, sobrinos, empleados y demás… ella realmente añora tener un perrito para abrazarlo y consentirlo. Ojalá que la próxima vez que le llame me cuente que por fin su pequeño gran deseo se ha cumplido.

Vaya pues todo mi cariño y admiración a una mujer excepcional que es un gran ejemplo para todos. Es un orgullo para mí el poder decir que ese ser tan amoroso y especial forma parte de mi familia…

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